Hispania. Revista Española de Historia 84 (277)
ISSN-L: 0018-2141, eISSN: 1988-8368
https://doi.org/10.3989/hispania.2024.032

Iglesias Amorín, Alfonso. 2022. Marruecos, panteón del Imperio español (1859-1931). Madrid: Marcial Pons. 503 págs. ISBN: 978-84-18752-28-5.

 

Tetuán, Castillejos, Gurugú, Prim, O’Donnell, Margallo, Pintos: estos y muchos otros nombres y lugares de memoria relacionados con Marruecos, desde los leones del Congreso de los Diputados al trofeo anual dedicado al teniente García Cabrelles en la Academia General Militar (primer oficial de la AGM caído en combate en 1893), pueblan la geografía española. Sin embargo, pocas personas serían capaces de explicar el origen o ubicuidad de la omnipresencia marroquí en el panteón monumental español. Esta paradoja encapsula a la perfección lo que podríamos denominar la “presencia ausente” de Marruecos en la memoria española: la colonización del sultanato norteafricano ha sido la única fuente de contiendas externas durante el último siglo, pero hoy en día el Imperio español se asocia casi exclusivamente con América Latina. Incluso los más enardecidos cantores de las “glorias” del colonialismo español en el actual clima de renovatio Imperii Hispaniarum dejan Marruecos conspicuamente al margen. Y como es habitual, la historiografía española solo se ha ocupado del “problema marroquí” intermitentemente. Por todo ello, en un ecosistema académico en el que derramar vino nuevo en odres viejos suele ser considerado carta de nobleza historiográfica, el soplo de aire fresco para la historia de las relaciones entre España y Marruecos y los estudios de la memoria que supone la extensa monografía de Alfonso Iglesias Amorín es doblemente valioso.

En este trabajo, derivado de su tesis doctoral, el historiador aborda el primer estudio sistemático de la memoria de las campañas de Marruecos entre 1859 y 1931 a partir de un amplio abanico de fuentes primarias, principalmente prensa y publicaciones contemporáneas. El libro está estructurado en seis capítulos diacrónicos que abordan cada una de las campañas y tres temáticos sobre el africanismo español, la memoria de la guerra de África del reinado de Isabel II a la Restauración y las consecuencias del fin del Imperio ultramarino español, respectivamente. Cada capítulo se abre con una introducción que lo ubica en relación con los argumentos centrales del libro, expuestos en la introducción y conclusiones.

Aunque se ha publicado hasta la saciedad sobre la llamada guerra del Rif (1909-1927) con la mira puesta en sus efectos internos en España, casi nadie había abordado un estudio monográfico del ciclo completo de las campañas de Marruecos y menos aún la memoria de dichos conflictos armados. Como explica el autor, la memoria sesgada de dichas campañas ha sido perpetuada por gran parte de la historiografía, que ha “olvidado” episodios tan terribles como la guerra del Kert (1911-1912, con cerca de 500 muertos, casi el triple que el Barranco del Lobo) o el catastrófico repliegue de 1924 (entre 4.000 y 16.000 muertos) en favor de anécdotas coloridas como el menú a base de huevos de Primo de Rivera o la relación entre el general Silvestre y el líder yebalí El Raisuni. Por todo ello, el mayor logro del libro estriba en hacer justicia al pasado con un enfoque unitario del largo ciclo de guerras entre España y Marruecos. No obstante, surge la duda de si la guerra de Ifni (1957-1958) no sería susceptible de añadirse al mismo. A pesar del desinterés por Marruecos tras la descolonización gradual que se desarrolló a partir de 1956 (p. 20) y el silencio del régimen franquista sobre dicho conflicto, la memoria del mismo parece estar aflorando a juzgar por las publicaciones de los últimos años.

El argumento más convincente del libro es que las campañas de Marruecos muestran un mayor grado de continuidad y coherencia si tomamos como punto de partida la guerra de África (1859-1960) en lugar del Barranco del Lobo (p. 18). Así, el autor amasa una montaña de evidencias demostrando cómo la memoria del conflicto marroquí originario marcó profundamente la percepción de todos los siguientes, tanto a nivel popular como de las elites —evidenciando de paso que en su recuerdo siempre pesó más el romanticismo del Diario de un testigo de la Guerra de África, de Pedro Antonio de Alarcón, que el realismo de Aita Tettauen, de Galdós. Es muy reveladora la cita de las memorias del Conde de Romanones en la que confiesa que lo único que conocía de Marruecos antes de llegar al Consejo de Ministros era lo que recordaba de la guerra de África (pp. 286-287). Igualmente, este enfoque unitario permite a Iglesias Amorín enfatizar la importancia crucial de la guerra del Kert (1911-1912) y la primera década del Protectorado (1910-1920) en la prolongación del conflicto hasta 1927. De esta manera, puede abordar los cambios en la memoria de los conflictos y argumentar convincentemente que el desastre ultramarino de 1898 —si bien independiente del “problema marroquí”— fue el punto de inflexión entre las campañas “populares” (1859 y 1893) e “impopulares” de Marruecos (1909-1927) (p. 189).

El libro también es un tesoro de información sobre la producción memorística española respecto al reino alauí. Iglesias Amorín ha hecho probablemente el catálogo más exhaustivo sobre todo lo que se escribió, pintó, compuso, fotografió, filmó o esculpió en relación con Marruecos entre 1859 y 1931. Especialmente meritorio es el esfuerzo sistemático por recuperar los lugares de la memoria —fundamentalmente funerarios— de los conflictos armados, aunque donde el libro se mueve con más solidez es en el análisis de la producción cultural (literatura, pintura, fotografía, cine, etc.) y el impacto de los cambios sociológicos y tecnológicos sobre la misma (como en el análisis del lento desplazamiento del teatro por el cine). El libro también dedica un espacio considerable al análisis de las imágenes del Otro, con perspicaces observaciones sobre la persistente dualidad “moro amigo” / “moro malo”, especialmente en torno al Desastre de Annual. Tal y como el autor reconoce, un marco temporal tan amplio “limita la exhaustividad de la investigación” (p. 18), y por ello su libro genera muchas preguntas que deberían servir para hacer avanzar la agenda de investigación sobre las relaciones con Marruecos. Con la esperanza de que alguna vez se creen en España grupos de referencia que reemplacen a los actuales clanes académicos, me atrevo a sugerir dos posibles avenidas de reflexión.

En primer lugar, urge una reflexión teórica sobre los efectos de la memoria colectiva por parte de los historiadores. El libro de Iglesias Amorín sugiere que la memoria de las campañas de Marruecos ha distorsionado la importancia o dimensión de muchos episodios hasta el presente, como la guerra de África o el barranco del Lobo, y plantea cómo esa memoria distorsionada fue fundamental en el desarrollo de tendencias autoritarias y fascistas entre los militares africanistas, especialmente a través de figuras como Franco o Millán Astray y órganos como la Revista de Tropas Coloniales (pp. 331 y 359). Por otro lado, siguiendo la visión constructivista de las identidades nacionales, describe cómo la memoria de las campañas de Marruecos construida por la propaganda y la censura ha ejercido una recurrente función movilizadora para el patriotismo/nacionalismo español (pp. 445-446). Todos estos ejemplos empíricos de los efectos históricos de la memoria deberían impulsar un trabajo de reflexión teórica sobre la memoria colectiva que articule explícitamente los hallazgos de este y otros estudios para plantear un modelo explicativo de los efectos a corto y largo plazo de la misma (pp. 20-22).

En segundo lugar, el gran ausente en las relaciones con Marruecos sigue siendo el contexto exterior. Con esto no me refiero exclusivamente a las relaciones internacionales de la época. La historiografía española sigue teniendo un problema para articular los procesos más relevantes que recorrieron el mundo en cada época con la historia de España, recayendo en el enfoque hispano-céntrico casi por defecto. Por todo ello, sería imprescindible que nuevas investigaciones arrojasen luz sobre el impacto de la historia global en las campañas de Marruecos. Por ejemplo, más allá del Desastre del 98, ¿de qué manera la radicalización de la competición geopolítica entre las grandes potencias causada por la llamada era del imperialismo (1890-1914), incluyendo la movilización nacionalista generalizada, se irradió a las campañas de Marruecos y el viraje anexionista de la Restauración? ¿Cómo influyó la apuesta de las potencias de la Entente (Francia y Reino Unido) por la expansión colonial en Oriente Medio y el norte de África en la década de 1920 en la decisión española de mantener la ocupación de Marruecos incluso después del Desastre de Annual? Si, como el autor destaca, la posible descolonización de la llamada República Independiente del Rif fue una opción seriamente sobre la mesa hasta al menos Alhucemas —aunque se ocultase a la opinión pública (p. 410)—, sería fascinante explorar de qué otras maneras los imperios europeos y los movimientos anticoloniales autóctonos condicionaron las decisiones españolas. Lo mismo cabría plantearse respecto al papel del antibelicismo del movimiento obrero (pp. 444-445): sería necesario ver cómo se conectaron las iniciativas socialistas y anarquistas españolas con las de otros movimientos europeos en un período que presenció la democratización de la política a nivel global, así como el papel de los nacionalistas de toda clase y condición más allá de los casos clásicos catalán y vasco. Otro tanto cabría decir de las peculiaridades del orientalismo español (pp. 115-119). En definitiva, se trataría de esclarecer el impacto de todo tipo de procesos globales de los que España no pudo quedarse al margen.

Por último, resulta muy de agradecer que se empiece a normalizar la inclusión de índices de ilustraciones, toponímicos y onomásticos en los libros académicos españoles. Sin embargo, dado el enorme peso de la topografía marroquí en este libro, hubiera sido deseable la incorporación de mapas del norte de Marruecos.