“Todo odio es envidia”1
Dos de las narraciones bíblicas anteriormente mencionadas están vinculadas a la movilidad: voluntaria, en el caso del hijo pródigo; involuntaria, en el caso de José. Pero también la novela de Highsmith se desarrolla dentro de un contexto de constante movimiento, como también el retorno en el caso de Dürrenmatt. De ahí que el vínculo con el tema de la emigración esté perfectamente justificado. Y si Caín fue condenado a una vida de perpetuo errar, en las siguientes páginas será la emigración con sus consecuencias las que provocarán alteraciones a veces desagradables en el seno de las familias de los emigrantes.
En 1970 el sociólogo austroalemán Helmut Schoeck sostenía en su obra sobre el papel social de la envidia:
La envidia es un impulso que se encuentra en el núcleo de la vida del hombre como ser social, y que se produce en cuanto dos individuos son capaces de compararse mutuamente. Este impulso de compararse envidiosamente con los demás puede encontrarse en algunos animales, pero en el hombre ha adquirido un significado especial. El hombre es un ser envidioso que, de no ser por las inhibiciones sociales suscitadas en el objeto de su envidia, hubiera sido incapaz de desarrollar los sistemas sociales a los que todos pertenecemos hoy3
Por tanto, la envidia como sentimiento antropológicamente intrínseco, está por doquier: en las letras sagradas y en aquellas profanas. Nos acompaña desde la infancia. Todos envidiamos y todos hemos sido envidiados alguna vez. La envidia es un sufrimiento considerado, ante todo, deplorable4
La envidia no puede ser entre personas que no se conocen apenas. No se envidia al de otras tierras ni al de otros tiempos. No se envidia al forastero, sino los del mismo pueblo entre sí; no al de más edad, al de otra generación, sino al contemporáneo, al camarada6
Por tanto, debe existir un nexo entre envidioso y envidiado, lo cual se corresponde con Unamuno cuando define la envidia como “una forma de parentesco”7
Cuando en España alguien sube tiene una fortuna envidiable. ¿Por qué envidiable?, ¿por qué tiene que unirse ese sentimiento a la comprobación de la suerte ajena? No hay quien lo explique, pero a todos parece natural que quien esté por encima, tenga que llevar el castigo de su audacia11
Existe, sin embargo, otra valoración de la envidia, allende la mirada judeo-cristiana y moralista. Ya el autor anteriormente citado Helmut Schoeck afirmaba que tras la eficiencia de la agencia tributaria estadounidense subyacía la envidia mutua entre los contribuyentes12
De hecho, una de las vías preferenciales que llevó a la fortuna supuestamente envidiable, de la cual hablaba Díaz-Plaja, o a un aumento patrimonial a veces considerable, fue la emigración. Y es que, para la mayor parte de los emigrantes españoles, la experiencia migratoria de posguerra significó una mejora de la condición de vida en lo material15
Si bien la historia de las emociones ya es considerada un enfoque generalmente aceptado y definitivamente asentado dentro de las disciplinas históricas, también es verdad que la combinación entre este enfoque y la historia de las migraciones no ha suscitado el mismo interés. Sí es verdad que estudios sobre la nostalgia, el miedo o la xenofobia en el contexto migratorio han aportado nuevos conocimientos para comprender la vida de los emigrantes y las decisiones que se tomaron18
Como reflejo de las emociones extremas que despiertan [los emigrantes], hoy parece normal considerar la emigración como una tragedia, un trauma para quienes la sufren. Se nos ha hecho difícil verlo como una experiencia social banal, como si fuera a ser crucial y determinante para el resto de sus vidas para quienes lo han vivido —casi la definición clínica de trauma20
Si la emigración es considerada una experiencia traumática—una visión hasta cierto punto opuesta a la anteriormente expuesta—debemos hacer hincapié en aquellas emociones que aportaron a esta hipótesis, condicionada en gran medida por la percepción del emigrante. Esta percepción varía según los diferentes actores, en el espacio—por ejemplo, en España o en el país de acogida —y en el tiempo— antes o durante la emigración o después del retorno del emigrante. Dentro de la intersección entre los estudios de emigración y aquellos sobre las emociones, los trabajos sobre la envidia mantienen, como sostenían Tapias y Escandell en 2011, un escaso interés21
El presente texto pretende ser una reflexión tanto teórica como empírica en la que se enfocará el papel de esas emociones, principalmente la envidia, dentro de la experiencia migratoria. Para ello me centraré en las narraciones de cinco emigrantes residentes en Suiza (véase tabla 1), a través de la historia oral, haciendo hincapié en dichas asimetrías y con miras a averiguar de qué modo la emigración alteró las relaciones con sus respectivas familias residentes en España. Las entrevistas tuvieron lugar entre enero del 2019 y enero del 2023. Se adoptará un análisis cualitativo con énfasis en la narración de las experiencias personales vividas por parte de los informadores e informadoras22
Con el ánimo de no condicionar ni influir en la narración de las personas consultadas, durante la entrevista se trató de evitar sugerir determinadas emociones —“envidioso/envidiosa”, “vergüenza” etc.— prefiriendo que fuesen ante todo los entrevistados los que las usasen de forma espontánea23
LA EMIGRACIÓN ESPAÑOLA A SUIZA
⌅En 1948, la falta de mano de obra obligó a Suiza, país con un complejo industrial intacto, a contratar trabajadoras y trabajadores extranjeros, mayoritariamente italianos que llegarían a sumar el 60 % de todos los extranjeros en 1960. Se estableció un sistema de “rotación” para que los “trabajadores invitados” (en alemán Gastarbeiter) no permanecieran definitivamente en el país y pudiesen ser expulsados según la coyuntura lo exigiese26
A partir del acuerdo bilateral, la emigración española a Suiza experimentó un crecimiento vertiginoso, pasando de unos 13.000 españoles en 1960 a más de 100.000 en 1970, lo que les convirtió en la segunda comunidad de extranjeros más numerosa después de los italianos y en el 11 % de la población extranjera. Durante la década de los setenta, el número de emigrantes españoles disminuyó a algo más de 97.000 personas para luego volver a aumentar en la siguiente década y contar con más de 116.000 en el año 199030
En la década de 1960, el empleo de mano de obra extranjera en Suiza experimentó un aumento en los sectores de la construcción y la ingeniería, así como en la hostelería y la restauración, y un descenso en el sector agrario. Mientras que los empleados de la hostelería y la construcción se contrataban entre los temporeros, la metalurgia recurría sobre todo a los que tenían un permiso anual33
Desde el Gobierno de España, la emigración se planteaba como instrumento de estabilización, capaz de exportar el exceso de mano de obra y de aprovechar la entrada de divisas a través de las remesas que los emigrantes enviaban a España34
Para aquellos emigrantes con ambiciones de permanecer definitivamente en Suiza y optar por la nacionalidad helvética36
La voluntad de asimilación, por otra parte, debe negarse si el extranjero (...) envía sus ahorros a su patria, pasa allí sus vacaciones, (...) compra principalmente bienes de su patria, (...) tiene principalmente contacto con compatriotas, (...) es miembro de asociaciones extranjeras, lee periódicos extranjeros, (...) posee tierras en el extranjero37
Las prácticas de ahorro y consumo de los emigrantes estaban condicionadas por las distintas aspiraciones y expectativas que la experiencia migratoria conllevaba. Si la idea de “trabajador huésped” sugiere una existencia destinada al ahorro y a una estancia breve, Marianne Helfer sostiene que el adjetivo “provisorio” no rinde justicia a la complejidad de estrategias que los emigrantes movilizaron durante su paréntesis en el extranjero38
Mi suegra estuvo seis meses en mi casa en París y me decía: “Cuando vayas al pueblo, no digas que vives en una portería, di que vives en un piso”. Damos una imagen de ricos, porque cuando vamos a España no nos importa gastar. Gastamos en vacaciones, porque en todo el año no gastamos. Luego hay la imagen de la tía rica, de soltera, que vino y la consideran la tía rica44
Si bien ahorro y consumo pueden ser vistos como dos caras de una misma medalla según los criterios de duración y finalidad del ahorro, podemos ver que estas prácticas se encuentran en relación con determinados sentimientos. Si el consumo y su ostentación se acoplan al orgullo y a la envidia, los sacrificios del ahorro narran —como se puede leer en la anterior cita— una historia de vergüenza y humillación45
EL ESTIGMA DE LA EMIGRACIÓN
⌅A pesar de que el régimen español fomentase la emigración al extranjero por diversos motivos, había también dentro del mismo establishment franquista voces contrarias o muy críticas a propósito de estas políticas. Federico García Sanchiz (1886-1964), escritor, periodista y miembro de la Real Academia Española, manifestó su recelo en un artículo de opinión publicado en 1961 en La Vanguardia Española. En él narra cómo su chofer se despidió al ser reclamado al lado de su hermano “para una factoría de automóviles, en Alemania; buena colocación, a cinco marcos la hora”46
García Sanchiz abandona su tono guasón cuando equipara la emigración con una “enfermedad” para luego continuar:
De antiguo le viene al pueblo español la condición de emigratorio, y vamos a fijar sus comienzos de trasladarse en los de la conquista de América. Hubo entonces y durante los siglos del Imperio, una especie de tantalismo en la península, por el que las casas de hijosdalgo que habían quedado huecas o con un solo habitante, se pasaban los días aguardando que sonase la aldaba del que se fue y vuelve con dineros (…). Son esos vaqueros vascos, esas doncellas que marchan a Australia, esos trabajadores de Suiza, y junto a las huestes ordenadas y regulares, los espontáneos, quienes se filtran en los restaurantes y hoteles haciendo la competencia al italiano equipo. Y aún existe en el propio territorio nacional la legión de los servidores domésticos, última muestra de la rebelión contra la sociedad según la heredamos.
La referencia a los “indianos” y a los “conquistadores” recalca su visión del emigrante como personaje ávido y rapaz; un cliché que a principios del siglo xix ya conocía cierta difusión fuera del mundo hispanohablante48
Pues no digamos la cantidad de destreza y aplicación que se esfuma a la luz de las fraguas, que no aprovecharemos en el adelanto de la industria a que se debe la masa y que rinde su calidad en unos emporios ajenos a la grandeza de la estirpe.
Es en el último párrafo donde su condena es más explícita y contundente:
¿Mi opinión? Aparte que en definitiva descubre necesidad, o codicia, el fenómeno cabría compararlo a la labor de los termes, los sabidos insectos que en la oscuridad corroen la madera de un edificio, hasta que lo hunden. Por igual procedimiento derribarán los prófugos la casa paterna, que su ausencia equivale a devorarla poco a poco.
Federico García Sanchiz no escatima insultos ni humillaciones para aquellos españoles y españolas que entonces —con el beneplácito del régimen— emigraron al extranjero en busca de una condición de vida y un bienestar que España no podía ofrecerles. Al compararles con termes, el autor les priva de humanidad degradándoles a parásitos; una retórica que evoca las ideas del darwinismo social. De forma más abstracta, la queja de García Sanchiz sugiere la alienación del emigrante quien por su codicia abandona una comunidad emocional49
El artículo de García Sanchiz llegó hasta los ojos de la comunidad española en Suiza, como se puede leer en un comentario en la revista mensual Antorcha, publicada por la Casa de España, de Zúrich. Dicha asociación, oficialmente apolítica, fue fundada por emigrantes españoles próximos a la Juventud Obrera Cristiana (JOC) a principios de la década de los sesenta52
Es una lástima que tales personas no sean capaces de comprender nuestro problema y aún más, nos critiquen con sorna prodigándonos de adjetivos que, en suma, no nos merecemos.
Valdría la pena que en vez de perder el tiempo en escritos que le restan autoridad, los dedicase a ensalzar nuestra labor en el extranjero, ya que, prescindiendo de los beneficios económicos, el tiempo fuera de casa nos sirve para mejorar y ampliar nuestros conocimientos, que algún día pondremos al servicio de nuestra muy amada España54
Como apunta Ramón Joya, uno de los significados de la emigración a Europa occidental, durante el segundo y tardofranquismo, era mostrar el prestigio de la mano de obra española en el extranjero. Las miradas a la emigración o, en este caso, inmigración se dieron también desde el país de acogida. En un artículo de André Depeursinge publicado en el diario suizo Gazette de Lausanne se describe la situación liminal y de desamparo, inspirada por escenas de españoles en la sala de espera de la estación de ferrocarril ginebrina de Cornavin, a la hora de pasar por la aduana suiza.
No tienen el aire conquistador de los cruzados, estos españoles que los vagones vomitan por centenares en el andén. En sus ojos, mientras se dirigen a la aduana en un rebaño compacto, hay un miedo casi animal que se remonta a tiempos prehistóricos. “Los españoles de este lado”. El gesto del agente es explícito, no hace falta traducirlo. Los demás viajeros pasan de largo, algunos con una sonrisa comprensiva, otros con el aire cómplice de negrero frente a los esclavos55
Depeursinge continúa:
Historias de contrabandistas que cobran mucho dinero por abandonar a sus clientes en un prado, de intentos de suicidio, de los que casi mueren de hambre. Puede probar suerte haciendo autostop en la aduana con turistas de verdad. O intentar cruzar cada mañana, mezclado con los trabajadores habituales que van a Ginebra56
A pesar de utilizar al igual que García Sanchiz un lenguaje deshumanizante a través del uso de expresiones cuales “miedo casi animal” y “rebaño” (en francés troupeau), el texto describe la desesperación de los emigrantes desde una perspectiva de empatía y compasión. A menudo este discurso pretendía cuestionar aquel desarrollista y grandilocuente del régimen español con sus supuestos grandes logros, tan celebrados por la propaganda franquista57
CINCO RELATOS
⌅¿En qué medida se reflejan los sentimientos de humillación y vergüenza en las narraciones de los emigrantes? ¿Cómo se relacionan con el tema de la envidia? En las cinco entrevistas que se realizaron, estos sentimientos mantuvieron una relevancia que varía según las vivencias de cada una de las personas entrevistadas.
Fernanda, la menor de cuatro hermanas, emigró con 18 años junto con otra hermana a Zúrich. Huérfana de padre y madre a partir de los tres años de edad, fue a través de una prima que ya llevaba pocos años en Suiza que consiguieron un puesto de chicas au pair en una familia suiza.
En aquellos tiempos en Andalucía, en una aldea pequeña de Andalucía, no había posibilidades de trabajo, de estudios, tampoco había muchas posibilidades (…). Y el venir aquí pues era pues eso: probar, probar otras posibilidades, encontrar un trabajo, por trabajar y ganar algo de dinero pues porque allí no teníamos posibilidades (…). Y nosotras queríamos eso: queríamos ir a la capital, queríamos intentar buscar trabajo en la capital y tal. Y mi tía decía: “Bueno, vendemos los olivares que tenemos y con eso compramos un piso en Granada”. Y nosotros decíamos, “no, ¿por qué tienes que vender los olivares?, que eso es una herencia de familia y nosotras podemos ir [a Suiza] y ganar un dinero y ahorrar y comprar un piso y no tienes que vender los olivares”. Y así fue que vinimos y ahorramos y compramos un piso (…). Bueno, de la familia nunca había salido nadie por parte de mi madre (…). Por parte de mi madre era una familia un poco bien, o sea que tenían sus tierras. Nunca habían tenido que salir a trabajar fuera ni trabajar para nadie. Eran autosuficientes. Tenían incluso gente de fuera trabajando con ellos.
A la pregunta si el hecho de emigrar era considerado algo vergonzoso, Fernanda responde:
En parte sí. En parte sí porque los que estaban bien, los que podían resistir no emigraban. Los que más bien emigraban —bien interno o externo— eran los que no podían subsistir. Entonces esa idea los un poco pudientes la tenían.
También el testimonio de Margarita, mayor de ocho hermanos, pone de manifiesto la vergüenza que sentía la familia de su esposo con quien había contraído matrimonio unas semanas antes de emigrar a los Alpes de los Grisones. A la hora de tomar el tren hacia Suiza, en la primavera de 1968, los padres de su esposo no se presentaron para despedirse de ellos: “Nunca nadie había tenido que emigrar en esa familia”, explica la entrevistada.
La situación se presenta algo distinta en el caso de Rebeca, más joven que las anteriores. Nacida en Granada capital, en el barrio del Albaicín, de padre comerciante y comprometido con la lucha antifranquista a través de su militancia en el Partido Socialista Obrero Español, vive una infancia sin demasiadas preocupaciones con sus dos hermanas y su hermano. Rebeca fue la única que estudió una carrera universitaria:
En realidad, mi padre quería que todos estudiáramos, pero al final solamente estudié yo y los otros eligieron otro camino. Así ¿no? Y entonces para mí estaba, con el tiempo, muy claro cuando empecé a estudiar en la universidad y ya antes, no, porque la represión en mi casa fue muy, muy fuerte por parte de mi padre. Yo no la esperaba porque estaba como muy mimada de niña en el sentido de “habla sobre lo que te parezca, di tu opinión”. Yo crecí casi como un niño y en la adolescencia noté que se acabó la tolerancia a… obedecer y “tú eres una mujer y tu papel lo aceptas y tal”. Fue como un choque muy grande, pero… y por eso sabía que siempre me quería ir. Nunca quería quedarme. Yo me hubiera ido de todas maneras. Empecé la universidad y después para mí estaba claro que yo emigraba. No sé dónde, pero me iba.
Al contrario de las anteriores entrevistadas, Rebeca vivió su juventud en un marco espacio-temporal considerablemente distinto al haber nacido en el tardofranquismo y en una capital de provincia. Su experiencia migratoria no se explica desde una situación de indigencia o desde la necesidad económica. El conseguimiento de una licenciatura en la Universidad de Granada no produce el prestigio que se esperaría en una familia fuera del mundo académico.
… por entonces la universidad no tenía ningún valor. No había ningún cambio en ese sentido. Al contrario: mi familia es una familia muy manual… trabajo manual etc. Yo era como la “hija inútil” de la casa. Todos habían aprendido algo manual y yo era la única que estaba no se sabe haciendo qué. Entonces, no había… Si había mucha diferencia era al revés: negativa para mí, o sea como despectiva.
Su condición dentro de su familia se refleja en una anécdota que la entrevistada expone con las siguientes palabras:
Cuando yo terminé la carrera en Granada, terminé de estudiar ¿no? (…). Y cuando terminé la carrera en España al mismo tiempo mi hermana se sacó el carnet de conducir. Me acuerdo que hicimos una… hubo una fiesta: “ay que guay, la hija menor ha sacado el carnet de conducir” y… yo no hice nada ni celebré nada. Nadie lo tomó… no le parecía que tuviera ningún valor (…). Era “por fin terminaste de hacer no se sabe qué. Vamos a ver si empiezas ya a trabajar y a poner los pies en el suelo”. Esa era la idea.
La experiencia de Juan Manuel, en cambio, nos reconduce a razones más típicas de la emigración tradicional, aunque existen matices que se distinguen de las prácticas migratorias de las décadas anteriores. Él y su esposa emigraron recién casados en el año 1984 a Suiza.
Pues la razón es muy sencilla. O sea, yo trabajaba… yo hice la mili primero, bueno antes de hacer la mili empecé a trabajar a los dieciocho años en las minas en León. Yo ganaba mucho dinero de aquellas… ganabas 35.000 pesetas más o menos de albañil y en las minas yo me sacaba 200.000 o 250.000. Lo que pasa es que, claro, la vida de un rapaz joven que en cuanto los cogías ya les ponías fuego. Y luego hice la mili; tenía ya un dinerito ahorrado para ir a la mili. Hice la mili, vine de la mili. Empecé de albañil allí en Monforte, que yo hice los estudios de albañil y, cómo se dice, y entonces a través de un compañero que era vecino mío —nos criamos juntos— él se vino para aquí [a Suiza] con su hermana y me dijo, dice: “tú, joder, aquí no ganáis nada, ¿por qué no os venís a probar allí?” Y tal y esto y lo otro. Y digo, “hombre, si se gana algo más, ¿por qué no?”, y tal. Y por lo menos ya para poderme comprar un coche nuevo. O sea, es la idea casi general de toda la gente: mejorar un poco en tu posición.
El relato de Juan Manuel revela una actitud distinta en la medida en que la mejora de la calidad de vida no se ha de alcanzar necesariamente a través del ahorro. Las referencias al deseo de un coche nuevo y a su proclividad por gastar el dinero, indican un hábito diferente; el de una persona que vivió el consumismo ya en la España posfranquista e incluso en una de las regiones más pobres de España58
En el caso de Fernanda y su hermana, la promesa de acumular un capital considerable se convierte en realidad a través de la adquisición de bienes inmuebles. No se trata todavía, en este caso, de la vivienda como “inversión simbólica y emocional” como bien dice Marianne Helfer59
Y un tío, hermano de mi padre (…) me acuerdo el día que lo llevamos a Granada a ver el piso, a enseñarle el piso, lloraba de emoción… de que sus sobrinas hubieran conseguido poder comprar un piso y un local en Granada.
Ese “marcador de éxito” se convertiría, a pesar de todo, en un objeto de discordia. A mediados de los años setenta, cuando las dos hermanas —propietarias por partes iguales de local y piso— ya estaban casadas, discutían sobre cómo resolver el asunto. A pesar de la intromisión del cuñado, las hermanas sortearon los bienes inmuebles que le tocaron a Fernanda quien le abonó a su hermana el valor correspondiente. Fue entonces que un primo empezó a mostrar interés por el piso.
Y claro, [el piso] ya era nuestro y la familia lo sabía. Entonces este primo, pues una de las veces que fuimos de vacaciones me dijo que… que necesitaría un piso para su hija que iba a estudiar en Granada y tal… Y yo ya con la experiencia mi marido también con su hermana y tal le dije “mira, primo, lo siento muchísimo pero ya mi hermana también me lo ha pedido para su hija y le hemos dicho igual, que no porque nosotros no queremos, no sabemos si nos vamos a venir o no nos vamos a venir. Queremos tener el piso a disposición. Lo siento mucho pero no lo queremos alquilar. No lo queremos dejar a nadie”. Claro, él decía “alquilado” pero ya sabes tú entre familias los alquileres, ¿no? Y entonces ahí sí acertamos porque si lo hubiéramos dejado el piso a… a la hija del primo pues después hubiéramos tenido otros problemas.
Fernanda alude a la dificultad de exigirle a un familiar el mismo alquiler que pagaría una persona cualquiera. Subyace aquí la tácita expectativa de un trato preferencial para los miembros de la familia.
También Margarita y su marido invirtieron en bienes inmuebles al comprar un piso en Madrid y otros más en la costa de Alicante, ya en el año 1970. Ella recuerda una anécdota relacionada con cómo este tipo de inversión empezó a afectar las relaciones en el seno de su familia. Su padre se quejaba de que su hijo varón mayor —quien también había emigrado con anterioridad durante unos años a Suiza— había construido en la aldea una casa más grande que la suya. De otro emigrante retornado que había construido en la aldea una casa vistosa y de varias viviendas se decía que “la casa le daba de comer”, recuerda Margarita.
El relato de Sofía, en cambio, carece de este tipo de episodios. En su entrevista, la más veterana de las cinco que emigró ya en el año 1961 junto con su madre a una villa del Cantón de Zúrich para trabajar en una fábrica textil sostiene que nunca se sintió envidiada por sus familiares. Sofía, “nacida y criada en el centro de Madrid”, huérfana de padre ya desde antes de nacer, sintió siempre una gran añoranza de su villa natal: “Todos los días, todos, todos soñaba con mi barrio de Madrid”.
Si bien la envidia no juega ningún papel en los recuerdos de Sofía, sí hubo en cierto modo algún tipo de obligación a mostrarse generosa de cara a la familia a través de regalos u otros gastos:
Íbamos con aquellas maletas cargadas, no sé por qué, de café y botes de piña, yo qué sé —que barbaridades. El primer año y el segundo, pero luego dije “aquí ya no se trae nada a nadie”. Yo prefiero, por ejemplo, invitar… hacer una invitación, pero no llevar nada.
A la pregunta si sus familiares le hacían determinados encargos, Sofía responde:
Nunca han pedido nada porque ellos… en Madrid hay de todo. Pero… siempre, si yo pagaba era normal porque vivía en Suiza. Y en Suiza sabes que tú vas al banco y te llenan el bolsillo de dinero y cuando se vacía —eso lo que se creen— que te llenan otra vez. O sea, se creen que en Suiza marcan, como dicen… atan los perros con longaniza. Eso se lo creen en todos los sitios. Dices que eres de Suiza y ni te cuento.
El relato de Fernanda muestra una dinámica parecida, aunque más claramente con miras a sacar provecho de los familiares emigrantes. A la pregunta sobre su relación con la familia de su marido, ella contesta:
Bueno… con la familia de mi marido no era mala, mala la relación. Solo que… claro yo veía que cuando íbamos, pues las hermanas eran a sacarle lo que podían (…). Mira, decirte era llegar y decían “¡vámonos, vámonos a merendar, vámonos a merendar fuera, vámonos a merendar fuera!” Y claro. Se llevaban al hermano; yo estaba con el niño en casa, pero ellas se llevaban al hermano a merendar fuera a que les pagara la merienda, ¿no? Y cosas así. Y claro, el “tío rico” como solemos decir. Solemos decir así entre la gente ¿no?, “el tío rico” porque es que le llamaban “el tío rico”. Le llamaban “el tío rico”.
El tropo del “tío rico” encaja con las investigaciones de Laura Oso en el caso de la emigración de españolas en Francia60
Y cuando ibais y estabais en España ¿llevabais regalos?" (autor)
Eso siempre. No podía faltar el chocolate suizo y algo para los pequeños, los viejos. Sobre todo, para mi suegro. A mi suegro le encantaban las cervelas61
Juan Manuel, claramente alterado a la hora de recordar estos episodios, también menciona algunos encargos que sus familiares le hacían. Un taladro, pues aquellos fabricados en España duraban muy poco, teléfonos e incluso cartuchos para cazar. Los familiares del marido de Margarita, por ejemplo, encargaron prismáticos y una caña de pescar, también por la supuesta alta calidad de la fabricación suiza. Margarita afirma que a menudo los que deseaban estos objetos les llamaban “encargos” pero en realidad esperaban que se convirtiesen en regalos, de manera que resultaban situaciones incómodas a la hora de reclamar el importe del encargo a los familiares.
Los regalos como práctica social implican una gran variedad de significados e intenciones. En la cultura oriental hay una relación clara entre el regalo de los emigrantes a sus familias y vecinos y la envidia, pues esos dones sirven para evitar el mal de ojo62
Yo tenía un primo —otro primo— que si cuando íbamos decía: “¿Todavía no habéis llenado el saco? ¿Cuándo os vais a venir? ¿Todavía no habéis llenado el saco?” O sea que por ahí sí, por ahí sí era la cosa de que aquí [en Suiza] estábamos yo qué sé…
La crítica de la codicia que resuena en la pregunta del primo recuerda la filípica de García Sanchiz, precedentemente discutida.
La cuestión que se plantea es en qué medida la ostentación de bienes y calidades que resultaron de la emigración pudieron generar envidia. Ya Robert Rhoades escribía en 1978:
En su lugar de origen, el emigrante retornado es ahora el envidiado propietario de una casa y un automóvil, quizá un orgulloso empresario o un minifundista. Es un héroe de cuento, el “hijo del pueblo”, un hombre importante en un sistema que antes le explotaba y humillaba65
Esta imagen de éxito no se transmitía solamente en el retorno definitivo a la aldea natal sino también durante breves estancias como las vacaciones de verano o de Navidad. Si hay un icono capaz de plasmar el panegírico del emigrante que ha alcanzado fortuna este es el automóvil. Este está presente incluso en comedias sobre la emigración como Vente a Alemania, Pepe, dirigida por Pedro Lazaga y estrenada en 197166
Yo creo que es un poco también... depende de cómo te comportes. O sea, si tú no le das mayor importancia y no vas haciéndote el grande -que también había gente que iban con coches grandes y haciéndose el rico y todo eso. (...). Mira, la misma familia del marido de mi hermana en Alemania estaban todo el año trabajando y ahorrando y, y, y cuando iban a... de vacaciones era cuando disfrutaban y llevaban, compraban ropa nueva para ir de vacaciones al pueblo, a las fiestas del pueblo y a hacerse los grandes. Eso sí. E irse con un Mercedes grande al pueblo (...). Un Mercedes grande, siempre, siempre. Ay, un Mercedes grande... era una familia grande, pero llevaban un Mercedes grande al pueblo.
En el relato de Fernanda, ese “Mercedes grande” aparece como una exageración, como una falta de comportamiento que incumple una norma (emocional) no escrita. Es de suponer que la entrevistada se sintiera avergonzada por la actitud de la familia de su hermana. En la crítica de Fernanda se puede leer un ethos encaminado a moderar esa ostentación ante un público de menos favorecidos. Por otro lado, el comportamiento del cuñado se corresponde al de aquellos emigrantes estudiados por Laura Oso:
Y es que, aunque los migrantes redujesen al máximo el consumo en París, sí se preocupaban por adquirir bienes que lucirían en España durante las vacaciones. Así, en el marco de una sociedad de consumo poco desarrollada, de un consumo cuantitativo y dependiente del exterior, las estrategias de consumo y de ostentación de los migrantes una vez al año tenían un efecto positivo sobre su estatus social70
Esa ostentación a la que se refieren tanto la socióloga como Fernanda, es también criticada por Juan Manuel:
Nunca, nunca le he demostrado a nadie que he hecho fortuna. Ni la he hecho tampoco. Pero bueno. Lo poco que tenemos no le tengo que demostrar a nadie, porque yo sé que… Galicia es eso: Galicia es muy envidiosa. Entonces cuanto más demuestres que tienes algo, más te van a mirar”.
Ese “ser mirado” sin ser admirado al que alude Juan Manuel es lo que nos reconduce al purgatorio dantesco y nos recuerda la responsabilidad del envidiado. Ya Unamuno trató este asunto en su Abel Sánchez cuando escribía que “los afortunados, los agraciados, los favoritos” también tenían algo de culpa de la envidia que provocaban71
El tema de la envidia también está presente en las entrevistas de la lingüista Elisabeth Graf con emigrantes gallegas retornadas. Una de las entrevistadas, con el pseudónimo de “Leticia“, afirma:
Lo que no me gusta es la envidia que reina aquí por todas partes. Hay mucha gente que tiene miedo de las personas que no conocen y no quieren de ninguna manera conocerlas. Tan pronto como se dan cuenta de que tú eres cualquier cosa o de que sabes hacer algo que ellos no saben, te miran raro. Y, cuando eres una retornada, sienten envidia porque tú te puedes permitir quizás alguna cosa que ellos no pueden y esperan que te vaya mal. Y eso, entonces, les gusta72
El sentimiento de envidia (en gallego envexa) se relaciona en este caso con el miedo, concretamente el miedo a lo desconocido. El retornado o, en este caso, la retornada se convierte así en una forastera. Para el sociólogo alemán Georg Simmel, el forastero es el errante que llega hoy y se queda mañana73
A veces me decían: “Tú no eres española, eres suiza porque naciste en Suiza”. Pero yo respondía: “Eso da igual, mis padres son españoles”76
En España al principio me llamaban a menudo “la suiza”, pero nunca me molestó, y cuando vieron que no reaccionaba pronto dejaron de hacerlo77
También Juan Manuel alude a ese doble estatus de extranjero:
Ese es el problema: es el problema allí y es el problema aquí. Es el doble extranjero. Allí “ya ha llegado el suizo” y aquí “ya ha llegado el extranjero”. Es igual que tengas el carnet suizo o que no lo tengas.
En el caso de Fernanda el apodo no tuvo necesariamente una connotación negativa:
Eso también… también se oye. Por ejemplo, en Zaragoza, con los años compramos un terreno en una urbanización, fuera de la capital y mandamos hacer la casa (…). Entonces mandamos hacer la casa y en la urbanización éramos “los suizos” (…). Y desde el constructor, el que nos vendió el terreno y todos los… éramos “los suizos". Allí éramos “los suizos”.
En el relato de Rebeca se dio un episodio en el que se recurrió a un determinado cliché. Ella había emigrado a Suiza en el año 1991 con su pareja suiza que había conocido en Granada. En Zúrich, después del nacimiento de su hija y del divorcio de su marido, estudió otra carrera que le permitió avanzar socialmente y adquirir mayor independencia. Ya desde su partida de Andalucía sus hermanos fundaron una empresa de intermediarios que florecería, logrando aguantar varias crisis. Sin embargo, a su hermana menor nunca le interesó estudiar ni aprender un oficio. “Fue como una mariposa de allá para acá”, cuenta Rebeca.
Una vez me acuerdo que mi hermana, que es un desastre, económicamente nunca ha… se ha ido de un lado para otro pegando bandazos y en algún momento no tenía ninguna posibilidad de… de… no tenía recurso económico ninguno. Entonces nosotros estuvimos subvencionando a mi hermana como tres años, mi hermana la pequeña, o sea todo el mundo… para que se recuperara y encontrara una… Y me acuerdo que en algún momento yo hablé y dije: “oye, ya está bien. Vamos a preguntar qué hace con ese dinero. Vamos a preguntar en qué dirección va. Vamos a preguntar si está invirtiendo en una formación o no”. Y mi hermano, o sea, en aquellos momentos me criticaba de dura y tal. O sea, en el sentido que para mí estaba claro que, si tú prestas dinero, ok, puede hacer una persona lo que quiera, pero en algún momento pides cuentas (…). Y allí tuve enfrentamientos con mi hermano y con mi hermana. No, como decir que era muy dura, que cómo se me ocurría pedirle a una persona adulta… pedirle cuentas.
La discusión entre Rebeca y sus hermanos condujo a un enfrentamiento en el que su imagen como persona adinerada y residente en Suiza sirvió para proyectar hostilidades y marcar diferencias preexistentes dentro de su familia.
CONCLUSIÓN
⌅En la parte final de su entrevista, Fernanda revela que su experiencia migratoria produjo un cambio sustancial en el trato con sus hermanas que no salieron de la aldea y alude a una “diferencia de mentalidad”, que obstaculizó la comunicación con ellas. Y es que la emigración produjo alteridad también a nivel intelectual y no solo en la persona del o de la emigrante. Esta alteridad se extendió a las posteriores generaciones. Tanto los hijos de Fernanda como la hija de Rebeca hablan cinco idiomas; un hecho susceptible de causar comparaciones entre la propia prole y la de los familiares en España y, por tanto, también susceptible de producir envidia.
Si la envidia es el sentimiento adecuado en el que nos hemos centrado, debemos preguntarnos cuál es su papel en estos relatos de emigración. Dado que estos comienzan frecuentemente con la vergüenza por verse los protagonistas obligados a abandonar el país —a pesar de ser este un paso legítimo, en consonancia con las políticas gubernamentales— la envidia podría aparecer como la esencia de una compensación por aquellos primeros abatimientos. Es importante insistir en el aspecto de presunción de este sentimiento. Al fin y al cabo, no hay certeza sobre si los familiares sintieron de verdad esa envidia, de manera que debe ser más bien valorada como discurso heurístico, como pieza plausible capaz de proveer sentido a una narración. Si bien, casi todas las entrevistadas y el entrevistado dieron muestras de rechazar y haber rechazado la ostentación de sus logros, tanto materiales como inmateriales, para evitar esa emoción tóxica, además de la hipoteca emocional, resulta difícil no interpretar la envidia también como un acto de autoempoderamiento (en inglés self-empowerment). La ostentación de la fortuna —de forma más o menos implícita— podría verse como un acto de revancha al proporcionar pruebas tangibles de una elección de vida acertada y exitosa. Bajo este aspecto, la envidia fungiría de exorcismo de miserias pasadas.
Cabe además mencionar las diferencias entre ciudad y campo. Aquellas entrevistadas que negaron haber sufrido envidia fueron también las que provenían de capitales: Sofía de Madrid y Rebeca de Granada. Ya Juan Manuel sostuvo durante la entrevista que la envidia es un fenómeno más común en aldeas y no tanto en ciudades; esto encaja también con los relatos de Margarita y Fernanda, naturales de espacios rurales donde la cultura del “qué dirán” es capaz de condicionar determinados comportamientos.
El alto grado de conciencia de las personas entrevistadas es destacable. La envidia, tal y como la narran, se presenta como una emoción negativa con “dos” víctimas: el envidioso que —por antonomasia— sufre por su envidia y el envidiado que sufre por la hostilidad y el cinismo al que está expuesto hasta el punto de convertirse en un extraño. Este aspecto merece más atención.
El filósofo alemán Bernhard Waldenfels ha estudiado los diversos aspectos de lo propio, lo diferente y lo extraño, entendidos como diferentes grados de alienación. Adaptando esta teoría a la emigración, el paisano que abandona la aldea convirtiéndose en emigrante también se transforma en alguien diferente. Si después de años de ausencia vuelve, ostentando fortunas y glorias considerables, este se convierte en un extraño, en un forastero a quien ahora apodan “suizo” o “alemán”; es también el “indiano” de antaño. “Lo foráneo no solo es distinto de lo propio, sino que está separado de ello”, sostiene Waldenfels78