La historia local y regional está experimentando en los últimos años un renovado auge debido a que, como apuntó hace ya algún tiempo Giovanni Levi, constituye, más que una escala geográfica de observación, un procedimiento analítico, con independencia de las dimensiones del objeto analizado. Por eso, a través de ella, se ha indagado recientemente sobre objetos tan complejos y multidimensionales, como la permeación del imaginario nacional en los distintos territorios del país o la incorporación de principios y prácticas democráticas en la sociedad española del último tercio del siglo XIX y las primeras décadas del XX. La historia de las culturas políticas republicanas, por su parte, lleva al menos un par de décadas gozando de buena salud y convertida en objeto de atención historiográfico para las nuevas generaciones, sin que las más veteranas, que fueron las que empezaron a ocuparse de ella, hayan declinado en su interés por seguir profundizando en sus múltiples aristas. El republicanismo, esa pasión política —como la caracterizó Ángel Duarte—, aunque también esa razón política, en vista de los muy racionales y sesudos proyectos republicanos pergeñados por Pi y Margall, Salmerón, Azcárate o Azaña, sigue despertando entre los especialistas del tema debates tan apasionados como reflexivos, que intentan arrojar más luz al complejo panorama de una cultura política que en España, salvo en dos ocasiones, se mantuvo en las orillas de la política oficial.
La historia regional/local y la de los republicanismos son los dos ejes que vertebran la monografía colectiva El republicanismo en el espacio ibérico contemporáneo. Recorridos y perspectivas, publicado por la Casa de Velázquez. Dividida en dos grandes secciones, la primera de ellas, más extensa, está dedicada a presentar un balance historiográfico a escala regional respecto a lo investigado y publicado sobre cualquier aspecto que tenga que ver con el republicanismo, ya sean organizaciones, asociaciones, discursos, etc. Un balance que resulta algo desigual, no solo —como apunta Eduardo Higueras Castañeda en el epílogo— porque la presencia de ideas y prácticas republicanas en todo el territorio peninsular fue asimétrica, sino también porque en algunos casos el balance historiográfico se empobrece al presentarse como un sencillo listado de obras, haciendo caso omiso de esas grandes lecciones que maestros de la historiografía, como Juan José Carreras Ares nos dejaron. La segunda sección, compuesta por siete contribuciones, pretende ser, como apuntan los editores de la obra, una invitación a explorar con mayor profundidad los temas allí abordados o a trasladar esas propuestas de análisis a otros territorios de la península, con la intención de contrastar resultados, además de ir favoreciendo con ello la reconstrucción del mosaico del republicanismo ibérico durante los siglos XIX y XX.
Sin duda, uno de los aciertos de la obra radica en el desplazamiento del foco de atención de lo nacional a lo regional/ local, algo especialmente pertinente en el caso del estudio del republicanismo, pues, como advierten los editores, el municipio y la región constituyeron históricamente el espacio natural de actuación de los simpatizantes con estas culturas políticas. La asunción, ampliamente difundida —aunque en general no probada— de que fuera de las grandes ciudades las ideas republicanas caían en un campo yermo, parecería responder, como evidencian algunos de los balances historiográficos, más a una falta de investigaciones sobre el tema, que a una realidad propiamente demostrable. Esta falta de investigaciones, de naturaleza multicausal, debió encontrar en la escasez de fuentes una de sus principales trabas, pues, al desarrollarse el republicanismo en estos ámbitos geográficos dentro de lo que llamaríamos culturas populares, las huellas documentales que nos dejaron fueron menos abundantes, lo que no quiere decir inexistentes, como pone de manifiesto la contribución de César Rina sobre Extremadura, región que suele quedar soslayada en los estudios generales sobre republicanismo, pero en donde habría posibilidades de abrir líneas de investigación, sobre todo mediante la exploración de fuentes indirectas.
La perspectiva regional/local del análisis también permite observar coincidencias y divergencias respecto a los temas que han llamado la atención dentro de las distintas historiografías, así como apreciar contagios o préstamos entre unas regiones/localidades y otras a la hora de acercarse a este objeto de estudio. La única observación que cabría hacer a esta obra en este punto sería la subrepresentación de Portugal dentro del mapa del republicanismo ibérico. A pesar de la solvencia del texto firmado por María Fernanda Rollo y Teresa Nunes, no deja de ser significativo que solo se dedique un capítulo a los republicanismos lusos, cuando, como advierten las autoras de dicho capítulo, las prácticas y dinámicas que se desarrollaron en regiones, como el Alentejo, el Algarve o Tras os Montes presentaron ciertas particularidades, que quizás valdría la pena desglosar con la misma minuciosidad regional que se hace respecto a los republicanismos españoles.
Más allá de esta descompensación en la representación historiográfica de los dos países, otro aspecto destacable de esta monografía lo constituiría, precisamente, su planteamiento trasnacional. El republicanismo, igual que las otras grandes culturas políticas del mundo contemporáneo, formó parte de las maneras de pensar y organizar la vida en comunidad que se inauguraron o se reinauguraron a partir del inicio de la modernidad. La tradición del pensamiento político republicano, como ha sido abundantemente demostrado por la historiografía anglosajona, contaba para entonces con unas largas y profundas raíces, que —sin ánimo determinista— establecieron una serie de directrices, que, aunque fueron posteriormente reformuladas en cada espacio geográfico, compartían un sustrato, que se puede apreciar, no solo en el plano discursivo, sino también en la ejecución de ciertas prácticas, como el asociacionismo o el fomento de la participación de los individuos en los negocios públicos. En este libro, tanto en la sección de balances historiográficos, como en la de propuesta de líneas de investigación, se observa la presencia de una serie de elementos subyacentes a las culturas políticas republicanas de las distintas regiones de España y de Portugal en su conjunto, de los que se puede colegir ese sustrato común del que todos participarían, como matriz fundamental sobre la que construir sus respectivos proyectos republicanos.
Finalmente, un tercer aspecto destacable de esta monografía lo constituyen las líneas de investigación propuestas en la segunda sección. Por una parte, la biografía política, a través de personajes como Belén Sárraga o Manuel Jiménez Moya, que permiten un acercamiento, no solo a trayectorias vitales singulares, sino a los contextos ideológicos y sociales en los que estas se desarrollaron, así como a los distintos medios y formas mediante los que se expresaron. Por otra parte, el estudio de las distintas formas de movilización y participación política empleadas por los republicanos ya fuera en instituciones de gobierno, como los ayuntamientos, o mediante asociaciones privadas, a través de las que se intentó poner en funcionamiento modelos educativos y de sensibilización destinados a la transmisión de valores y prácticas democráticos. Junto a esto, el análisis del papel jugado por la prensa en los espacios menos urbanizados ‒en donde el republicanismo tuvo que ir ganando terreno a otras identidades bien arraigadas, como la religiosa‒; o la función de los símbolos como medio de cristalización de imaginarios, al mismo tiempo que como mecanismo para su socialización, constituyen las principales líneas de trabajo que se proponen en esta obra ‒siempre planteadas desde la perspectiva de lo local/ regional‒. Líneas sin duda sugerentes, a las que se podrían añadir otras, como el estudio de la historia social de la memoria republicana o el de las relaciones de los republicanos y republicanismos ibéricos, con los de otras latitudes, europeas o americanas.
Antes de concluir esta reseña quisiera dedicar un último comentario respecto al manejo que se hace en este libro del sintagma “republicanismo histórico”; sintagma tan escurridizo semánticamente, como inevitable entre los especialistas en la materia. A pesar de que, citando a Ángel Duarte, los editores señalan que el republicanismo histórico comenzó a declinar en España a partir de 1939, tanto los balances historiográficos presentados, como las propuestas de líneas de investigación se cierran cronológicamente en 1931, como si, durante la Segunda República, el ambiguo y polisémico republicanismo histórico hubiera desaparecido y no pudieran encajar en él ni las propuestas de los radicales lerrouxitas —que durante un tiempo legitimaron su presencia en el gobierno por ser los herederos naturales del republicanismo histórico— ni la de ciertos representantes de la democracia republicana, como Marcelino Domingo, que, incansablemente, se dijo heredero del republicanismo histórico, porque en su proyecto político se intentaba dar continuidad a los principios y valores que habían animado al republicanismo y a la democracia desde mediados del siglo XIX. El republicanismo histórico no parece, por tanto, haber desaparecido en los años 30, ni en su formulación por parte de los agentes políticos y sociales del momento, ni como categoría historiográfica con la que analizar el debate y la acción política de entonces. En todo caso, su significado habría dado una vuelta de tuerca más respecto a lo que se entendía como tal en las décadas previas. Este comentario no pretende en ningún caso ser una crítica al planteamiento adoptado en esta monografía, sino más bien una invitación a la reflexión, pues, tanto sobre éste como sobre otros asuntos que tienen que ver con la historia del republicanismo en el espacio ibérico todavía queda mucho sobre lo que reflexionar y profundizar.