Pedro Rújula, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Zaragoza, es, sin duda, uno de los historiadores que más y mejor ha contribuido al estudio de la contrarrevolución española en el marco de las revoluciones liberales y de las contrarrevoluciones europeas de la primera mitad del siglo XIX. No solo por los abundantes y exhaustivos estudios realizados y publicados en libros y artículos sobre la contrarrevolución española, del realismo al carlismo; sino, sobre todo, por el empleo de nuevos enfoques historiográficos en línea con las más recientes aportaciones europeas y el uso abundante y exquisito de las fuentes documentales.

Rújula ha estudiado y analizado la contrarrevolución española, no solo como mera contrarrevolución reaccionaria que pretendía el retorno al pasado, sino como alternativa al proceso liberal-revolucionario que se estaba desarrollando en la monarquía española en ambos hemisferios. Revolución y contrarrevolución se enfrentaron y se retroalimentaron en una relación dialéctica, de manera que como hace Pedro Rújula, debamos analizarlas conjuntamente. De hecho, lo que caracteriza la historia de la primera mitad del siglo XIX, tanto en España, como en Europa, es el largo conflicto entre los diversos y heterogéneos revolucionarios y contrarrevolucionarios.

Religión, Rey y Patria. Los orígenes contrarrevolucionarios de la España contemporánea, 1793-‍1840 es un libro elaborado a partir de un conjunto de textos publicados como capítulos de libros (7) y artículos en revistas especializadas (3) entre 2011 y 2019, siete de ellos presentados como ponencias a congresos internacionales entre 2007 y 2014. Pero, no se trata de una simple miscelánea organizada de textos, sino que estos han sido revisados a fondo por el autor para su publicación en este libro, de manera que el resultado es una monografía perfectamente estructurada y coherente sobre la contrarrevolución española desde la guerra contra la Convención francesa (1793-‍1795) hasta la Primera Guerra Carlista (1833-‍1840), pasando por la Guerra de la Independencia (1808-‍1814) y la guerra realista durante el Trienio Liberal (1820-‍1823).

El libro gira alrededor de tres ejes: la dialéctica revolución/contrarrevolución que caracteriza estos años; la configuración de la contrarrevolución, desde las bases teóricas a la acción política; y el análisis de la guerra como práctica permanente durante este período y su papel en la politización o socialización política de las clases populares a través de la experiencia bélica. Todo ello en un marco político determinado por la confrontación, no solo bélica, sino también política y cultural entre revolución y contrarrevolución. Y en el que la victoria de uno u otro bando solo podía conseguirse mediante la movilización de amplias capas de la población, lo que provocó una dura confrontación cultural e ideológica entre las culturas políticas enfrentadas y todavía en construcción.

Si bien es cierto, como señala Rújula en el capítulo 1, que la guerra tuvo un papel fundamental en la politización contrarrevolucionaria de las clases populares, debemos considerar que la guerra no fue un espacio de politización exclusivamente contrarrevolucionaria, sino que también lo fue para determinados sectores revolucionarios que también participaron en ella. Ya que, aunque en el libro se habla de las «guerras contrarrevolucionarias», verdaderas guerras civiles conectadas a confrontaciones europeas, estas guerras solo por sí mismas no politizan, sino que es la conjunción del conflicto armado y el conflicto ideológico lo que politiza. Es decir, lo que contribuye a construir un «nosotros» y un «ellos» políticos o territoriales antagónicos. Lo que hace la guerra es delimitar los campos e impedir cualquier mediación entre ambos. Con todo, es cierto que la triade «Religión, Rey y Patria» como núcleo central de la cultura política contrarrevolucionaria española, nace en la guerra contra la Convención y se desarrolla durante la Guerra de la Independencia y la guerra realista, para parecer plenamente consolidada durante la Primera Guerra Carlista.

Una de las aportaciones más interesantes del libro es el concepto de «patriotismo monárquico» al que el autor dedica el capítulo 2. Frente a la «patria nacional» de los revolucionarios liberales, los contrarrevolucionarios plantean la «patria real» y las guerras contra un enemigo exterior invasor que representa la revolución (1793-‍1795 y 1808-‍1814) facilitan la difusión del «patriotismo monárquico» entre las clases populares que, a la vez, actúa como lema unificador de la contrarrevolución. Ahora bien, que sea una formulación contrarrevolucionaria no significa que sea «vieja» ya que, como señala Rújula, «constituye una forma nueva de patriotismo porque propone una interpretación diferente de la patria al servicio de la monarquía» (p. 53).

El «patriotismo monárquico» comportaba también una reestructuración compleja y disputada entre el Trono y el Altar, el Rey y la Religión. Después de una fase de compenetración total (1793-‍1814), aparecieron algunos desencuentros (1814-‍1840) entre la Monarquía y la Iglesia. En cualquier caso, la Iglesia se convirtió, como explica Pedro Rújula, en una «maquinaria ideológica de la monarquía en defensa del orden conocido», en «una maquinaria propagandística de enorme eficacia al servició de la monarquía» (p. 58).

En el capítulo 3, que bien podría haber servido de Introducción o de Conclusión, Pedro Rújula expone el marco historiográfico para (re)interpretar «los orígenes políticos de la España contemporánea». A la vez que critica a la historiografía que, a su parecer, ha «focalizado la atención en la modernidad y en la carga de futuro que suponía el liberalismo», lo cual habría «introducido en los planteamientos un cierto efecto teleológico» (p. 76). Rújula afirma, y estamos plenamente de acuerdo con ello, que para entender los orígenes de la España contemporánea es necesario conocer tanto a la revolución (liberal), como a la contrarrevolución (absolutista), así como su confrontación política, cultural y bélica entre 1793 y 1840. Ya que la contrarrevolución se fue definiendo y construyendo a partir de confrontarse a la revolución y viceversa.

Pedro Rújula sitúa el nacimiento de la contrarrevolución en la Guerra contra la Convención y su consolidación durante la Guerra de la Independencia, un período que el autor conoce a fondo como resultado de una larga y constante investigación histórica que se ha materializado en diversos artículos y libros y al cual dedica los capítulos 4, 5 y 6. La Guerra de la Independencia significa el paso definitivo del «pueblo» a la política, de su politización, ya que deviene imprescindible armar al pueblo y legitimarlo para el uso de las armas para derrotar a los «invasores» napoleónicos. La expulsión de las tropas napoleónicas en 1813-‍1814 validará la tríade «Religión, Rey y Patria» y el «Patriotismo monárquico» (pp. 111-‍115).

Como señala Rújula, el apuntalamiento del poder de la monarquía, «contó con la Iglesia como su más fiel aliado», a la vez que «la religión seguía siendo el centro de todo» (p. 135), no solo a nivel ideológico como pieza clave del discurso contrarrevolucionario, «sino también en la capacidad de movilización social que poseía la Iglesia del momento» (p. 127). En definitiva, las guerras contra la Convención y de la Independencia habían reforzado la alianza entre el Trono y el Altar, a la vez que habían renovado el poder del Rey como máximo exponente de la Patria, ambos elementos fundacionales de la cultura política contrarrevolucionaria en España. Pero si las dos primeras guerras de este período habían sido «guerras patrióticas» contra un invasor, las dos que vendrían a continuación serían claramente «guerras civiles». A pesar de ello, la contrarrevolución consiguió afrontar las guerras realista y carlista mediante el «realismo de raíz popular» que se había configurado en las dos anteriores: «la guerra había visto nacer una cultura política de la contrarrevolución sostenida sobre los pilares del Altar y el Trono que tendría continuidad en las décadas siguientes» (p. 138).

Los capítulos 7 y 8 se dedican al «golpe de los persas» (1814). Rújula explica como en los años 1813 y 1814 se configura el «partido realista», mayoritariamente civil y vinculado a la administración del estado, que concretó su discurso político en el documento conocido como Manifiesto de los Persas, en realidad una Representación y Manifiesto firmada el 12 de abril de 1814 por algunos diputados a Cortes pidiendo a Fernando VII, «el Deseado», que restaurase el absolutismo y que se concretó en el decreto del 4 de mayo de 1814. El Manifiesto ponía al día el discurso contrarrevolucionario una vez vencido el «invasor» y proponía las bases de un «nuevo» absolutismo, «el realismo», en el que el monarca recuperara su poder.

El proyecto de una «nueva monarquía» absolutista, pero directamente vinculada al pueblo, el realismo, «daba al monarca independencia respecto a las otras corporaciones y poderes que tuvieran voluntad de disputarle parcelas de autoridad o reclamarle compensaciones por su apoyo», como en el caso de la Iglesia (p. 166). Pero, a la vez, «introducía con fuerza en el espacio político a un actor, el pueblo, cuyo control no siempre era fácil y que podía ser fuente de problemas para la monarquía» (p. 179).

La restauración absolutista durante el período conocido como el «Sexenio Absolutista» (1814-‍1819) se analiza en el capítulo 9. La monarquía intentó «regresar al orden perdido», mediante una «restauración», aunque con matices, ya que, tanto el rey como las fuerzas contrarrevolucionarias eran conscientes de que era imposible retroceder a finales del siglo XVIII. Como escribe Rújula, «la restauración fue para el realismo una construcción ideológica que iba a servir como instrumento político para la reconquista del poder» (p. 184). De hecho, fue durante el Sexenio Absolutista cuando el discurso contrarrevolucionario se adaptó a la nueva realidad: el enemigo a combatir ya no era un ejército revolucionario exterior, sino interior que gravitaba alrededor de la Constitución de 1812. Por ello la triple divisa Religión, Rey y Patria, se convirtió durante el Trienio Liberal en doble Rey y Religión, Trono y Altar, alrededor de Fernando VII y de la Iglesia católica.

Durante el Trienio Liberal y la guerra realista (1822-‍1823) el discurso contrarrevolucionario se formuló en su estado más puro, es decir, no ya como discurso patriótico, como había pasado en 1793-‍1795 y 1808-‍1814, ni como discurso legitimista carlista, como pasará después (1833-‍1840); sino como discurso realista alrededor de la defensa del Rey y la Religión.

El discurso contrarrevolucionario volvió a cambiar durante la Primera guerra carlista porque había cambiado el marco político: la monarquía se había dividido profundamente desde la guerra de los Malcontes o Agraviados (1826-‍1828) entre los partidarios de Fernando VII y su hija Isabel (II) y los del Príncipe Carlos María Isidro. El discurso contrarrevolucionario derivó en discurso legitimista carlista y dio lugar a la cultura política del carlismo que contará con una gran influencia política hasta el final de la Tercera guerra carlista (1872-‍1876).

Como señala Pedro Rújula en el capítulo 10, lo que unirá estos diversos períodos y conflictos políticos entre 1793 y 1840 será la guerra entre revolución y contrarrevolución. La guerra «como aprendizaje político», porque esta implicaba una toma de posición militar y política que comportaba preguntarse «sobre quien estaba enfrente y acerca de quienes somos nosotros, […], que ganaban y que perdían en aquella circunstancia» (p. 207). La «experiencia de la guerra» comportaba un aprendizaje político para los combatientes y que Rújula sitúa fundamentalmente en el bando contrarrevolucionario.

El capítulo 11 se dedica a reflexionar sobre el papel de la guerra civil en la España del siglo XIX, aspecto importantísimo y crucial para entender la historia contemporánea de nuestro país. Durante la primera mitad del siglo XIX se producen en España dos guerras civiles: la realista y la primera carlista, y ello sin contar lo que tiene de guerra civil la de la Independencia (pp. 235-‍238). Que, en el caso de Cataluña se convierten en cuatro, ya que a las dos anteriores debemos añadir: la de los Malcontents o Agraviados y la de los Matiners o Segunda guerra carlista (1846-‍1848). Las guerras civiles juegan un papel determinante en la configuración de los bandos/partidos políticos y en sus respectivas culturas políticas. Y, aunque España destacó por el número de guerras civiles que se dieron en su territorio, como señala Pedro Rújula «la espiral generada por la acción revolucionaria y las resistencias a la revolución […] harán de la guerra civil una presencia constante en la Europa del siglo XIX» (p. 231).

En síntesis, el libro de Pedro Rújula destaca el papel central de la cultura política contrarrevolucionaria durante la primera mitad del siglo XIX y de la guerra, en general, y de la guerra civil, en particular, en la configuración de aquella. Cultura política contrarrevolucionaria que no podemos reducir a reivindicar una simple restauración del pasado, sino que debemos comprender como dinámica y alternativa a la cultura política revolucionaria. Ambas contribuyeron decisivamente a la configuración de la España contemporánea.