Desde hace lustros, el estudio de las prácticas bélicas desarrolladas durante la Edad Media constituye un campo fértil del medievalismo. El rigor metodológico, la exhaustiva prospección de las fuentes textuales y materiales, una aproximación analítica y no solo descriptiva a los acontecimientos, así como el planteamiento de amplios debates historiográficos a partir de la experiencia militar, han derivado en un reconocimiento académico pleno de la historia militar, y en su consideración como una forma adecuada y complementaria para conocer la sociedad medieval en su conjunto, «poniendo el acento —en palabras del autor de la obra que nos ocupa— no solo en la influencia de la guerra en la sociedad, sino también en la incidencia de lo social en lo militar: en su organización y en su praxis» (pp. 20-‍21).

Pues bien, el libro de Ekaitz Etxeberria que reseñamos hace honor a todas esas virtudes de la nueva historia militar, y lo consigue gracias a tres sólidos fundamentos. Primero, por su meticulosa labor historiográfica y por el amplio e intenso uso de las fuentes primarias, que se revela, a su vez, en sendos capítulos introductorios llenos de erudición. Uno dedicado al análisis y tratamiento de la bibliografía esencial de la disciplina (pp. 23-‍58), y otro centrado en la cronística regia o particular y en las cartas oficiales o privadas sobre las que se sostiene el armazón del estudio (pp. 59-‍74). Entre estas fuentes narrativas se incluyen, además, algunas extra castellanas, que podrían haber ejercido un necesario contrapunto narrativo desde la alteridad (p. 62), aunque la variedad y el empleo real de las mismas sea muy limitado a lo largo del libro, particularmente de las escritas en árabe, y hubiera sido deseable que se ampliara la nómina de las que contienen noticias sobre la Granada del siglo XV más allá de al-Maqqārī —aunque, ciertamente, el listado posible no sea muy extenso—. Estoy pensando, no obstante, en la Ŷunnat al-riḍà de Ibn ‘Āṣim, y, sobre todo, en la anónima Nubḏat al-‘aṣr, que nos informa de las guerras exteriores de los granadinos contra los cristianos, de sitios y batallas como la de Loja, de los conflictos civiles dentro del emirato y de la definitiva toma de Granada.

En segundo lugar, la obra se apuntala con firmeza gracias al pormenorizado trabajo en la descripción de las distintas prácticas guerreras puestas en juego por los castellanos durante el siglo XV, los «tres pilares básicos de la guerra» cuya combinación, según recordaba Diego de Valera a los mismísimos Reyes Católicos, recogían las crónicas y habían servido para materializar las conquistas de tiempos precedentes (p. 103). Nos referimos, claro está, a campañas o cabalgadas de desgaste (cap. III), a la guerra de asedios o de posiciones (cap. IV) y a las batallas campales (cap. V). Pues bien, cada uno de esos bloques temáticos se llenan de ejemplos pertinentes seleccionados por el autor, a partir de la alternancia de dos grandes contextos en los que se desarrollaron las guerras de Castilla durante el siglo XV. Nos referimos a la frontera granadina, por un lado, y a las guerras civiles o guerras fronterizas contra otros reinos cristianos, por otro, aunque no siempre el encaje de esas ilustrativas referencias en cada epígrafe esté bien articulado, y resulte algo confuso distinguir los elementos compartidos o diferenciales que caracterizaron ambos contextos.

Pero, volviendo a los aspectos sobresalientes que aportan rigor y consistencia al libro, merece la pena subrayarse un tercero: el permanente esfuerzo analítico que despliega el autor en cada uno de los capítulos y temas abordados, los debates que suscita, las preguntas que plantea y las fundamentadas opiniones que emite, resultado de una sólida trayectoria cuyo colofón, solo temporal, es este trabajo. En la génesis del mismo se encuentra la tesis doctoral Estrategia y Táctica militar en la Castilla del siglo XV (1407-‍1492), defendida en la Universidad del País Vasco en 2019, por lo cual no extrañan las señaladas virtudes de exhaustividad en el manejo de fuentes primarias y secundarias, o de aquilatada pericia en el registro y tratamiento sistemático de los hechos de armas acontecidos en el periodo estudiado, aunque también queden como vestigios de aquel trabajo seminal algunas referencias descontextualizadas —véase nota 217, p. 122—. No obstante, y aparte de algún pequeño descuido, este texto destilado de aquel va mucho más allá de lo descriptivo, como digo, y alrededor de sus páginas afloran grandes temas sobre los que la historiografía especializada sigue debatiendo; unas refriegas dialécticas acerca de «paradigmas» asentados que el autor no elude y en las que entra de lleno, con criterio y argumentos propios. Veamos algunos de esos temas nucleares que afloran en la obra objeto de esta reseña.

La difusa distinción entre estrategia y táctica constituye uno de esos problemas conceptuales que aún hoy siguen ocupando a los especialistas, en los que Ekaitz Etxeberría interviene y dibuja sus planteamientos con claridad. Tras abordar el tema del liderazgo militar, la segunda mitad del capítulo II se dedica a mostrar evidencias del pensamiento estratégico que inspiró muchas de las acciones militares libradas por Castilla durante el XV; operaciones desarrolladas «fuera del alcance del enemigo» —según la idea tomada de García Fitz— o que fueron planificadas en abstracto como objetivos a más largo plazo. En este sentido, se pone de manifiesto la «gran estrategia» seguida contra Granada que «fue de desgaste durante la mayor parte del siglo, sufriendo un considerable cambio de signo con la llegada de los Reyes Católicos y la vuelta a los antiguos parámetros de expugnación sistemática» (p. 109). Y destaca, asimismo, como diferentes situaciones ventajosas en el plano militar, logístico o psicológico —entre ellas el llamado «hábito de victoria» (p. 113)—, propiciaron enfrentamientos campales buscados conscientemente, es decir, estratégicamente previstos, cuyo análisis aporta materia de discusión adicional en torno al cumplimiento o cuestionamiento del paradigma Gillingham-Smail.

El estudio de la praxis bélica castellana sobre el terreno afina mucho más en torno a los objetivos estratégicos perseguidos cuando se buscaron y sostuvieron batallas, como las llamadas «de intercepción», recurrentes en la frontera granadina (pp. 111-‍121); o cuando los comandantes castellanos dirigieron cabalgadas y operaciones de expugnación contra sus enemigos —fundamentalmente exteriores y, básicamente, granadinos (pp. 150-‍158)—. Pero, sobre todo, aporta innumerables evidencias de las distintas tácticas seguidas para el desarrollo de la guerra en sus diferentes facetas. Entre ellas, las incursiones de desgaste en territorio hostil —medidas que incluirían todos los preparativos logísticos y humanos necesarios para dichas cabalgadas, o las de protección de la hueste tanto en marcha como en descanso (pp. 158-‍191)—. Nos informa también de las técnicas de expugnación más comunes para conseguir doblegar la resistencia de una plaza fuerte —por sorpresa o «a furto»; de forma directa, arriesgando medios materiales y humanos; mediante largos, también costosos, pero menos peligrosos cercos o bloqueos; o con el concurso de una artillería pirobalística, que se desarrolló técnicamente y usó progresivamente durante la centuria, aunque no se pueda afirmar que constituyera un arma revolucionaria y decisiva todavía (pp. 195-‍247)—. Y, en última instancia, el estudio detenido de las prácticas bélicas aporta sobradas experiencias para demostrar, también, cuáles fueron los parámetros que permiten hablar de verdaderas batallas campales, una categoría difusa y poliédrica —según Rodríguez Casillas—, netamente diferente de las meras escaramuzas que jalonan las fuentes. Es decir, aquellos hechos de armas buscados, provocados, determinantes, memorables, ritualizados y planificados, cuyo recuerdo se ha fijado en la historia y que, en última instancia, al reunir todas esas características, podemos definir como tácticamente dispuestos (pp. 257-‍261). En definitiva, estrategia y táctica, o lo que es lo mismo, la planificación anticipada de los escenarios posibles para obtener la victoria en la guerra, y, por otro lado, la ejecución material de acciones concretas sobre el terreno que fueron necesarias para obtener triunfos parciales, son conceptos perfectamente definidos en las páginas del libro que tratamos.

Precisamente, el valor y centralidad de las batallas campales en el escenario bélico de la Castilla del cuatrocientos es otro de los temas recurrentes en muchas de sus páginas. En este debate sobre la vigencia de la «ortodoxia» vegeciana, que implantara John Gillingham en los años ochenta, con amplia repercusión, y que viene a decir que los comandantes medievales «aceptarían batalla en raras ocasiones y solo si no les quedaba otra opción o estaban muy seguros de la victoria» (p. 46), Etxeberría se muestra renovador e introduce otras ideas, como la de «desear la batalla» —inspirada por Andrew Villalon—, para concluir que «en la Castilla del siglo XV la búsqueda de una resolución rápida a través de un enfrentamiento a campo abierto era, sin lugar a dudas, una herramienta más a disposición de los líderes militares, de la que se valieron en distintas situaciones y diversos momentos, tanto dentro de los parámetros vegecianos como fuera de ellos» (p. 111).

La renovación de la historiografía militar castellana y, en particular, la inserción de la historia militar de la Castilla del cuatrocientos en el marco comparativo europeo constituye otro objetivo del libro, que se alcanza plenamente gracias a un esfuerzo constante del autor por establecer paralelos plausibles y pertinentes con las experiencias bélicas extrapeninsulares. Y también porque es un trabajo preocupado por evaluar el alcance real de la llamada «revolución militar» bajomedieval; porque examina la cuota de protagonismo de Castilla en ella, dentro del contexto continental; replantea el supuesto atraso táctico de los combatientes castellanos en algunos campos o su carácter pionero en otros (pp. 21 y 298); e incluso, se cuestiona si resulta apropiado o no seguir calificando de «revolución» a los procesos transformadores de la experiencia bélica, acontecidos al final de la Edad Media y en los albores de la modernidad (pp. 41-‍42 y 245-‍247). Pues bien, el libro que tenemos entre manos no esquiva el análisis de los cambios que fueron esgrimidos por autores como Michael Roberts, Geoffrey Parker o Clifford Rogers, como síntomas de una evolución trascendental de la práctica de la guerra que se produciría a partir de comienzos del siglo XIV: hablamos del peso creciente y el definitivo predominio de la infantería en detrimento de la caballería, del aumento del tamaño de los ejércitos, de la consiguiente evolución de las tácticas que acompañó a estos cambios en la composición de las huestes, o de las transformaciones de la guerra de asedio y la poliorcética que se impusieron, entre otros motivos, por la creciente presencia de la artillería pirobalística en los teatros de operaciones.

Sobre todas esas cuestiones el lector encontrará en este libro datos relevantes para la discusión y conclusiones bien articuladas por su autor (pp. 309-‍316), dando lugar a una obra que constituye un ejemplo acabado de la nueva historia militar, precisamente porque se sostiene sobre una investigación de base directamente apegada a unos hechos de armas bien analizados y descritos en todos sus pormenores, que sirven, no obstante, para ilustrar debates de mayor trascendencia historiográfica en torno a temas transversales y «paradigmas», que todavía están en el centro de interés de la historiografía sobre la guerra medieval. No hay, por consiguiente, contradicción entre la amplitud de miras que evidencia el autor cuando se plantea la estrategia castellana en sus guerras exteriores, en la guerra fronteriza y expansiva sostenida contra Granada, o en los continuos conflictos civiles y nobiliarios que poblaron el siglo XV, y la capacidad de microanálisis o el detalle descriptivo de cualquiera de los hechos de armas evocados, en los que afloran las tácticas empleadas. No defrauda, tampoco, el anuncio premonitorio del título acerca del estudio de la praxis de la guerra en esas dos dimensiones posibles. Y, adicionalmente, se verifica el aserto, subrayado desde el prólogo, de que la forma de la guerra y los rasgos definitorios de los ejércitos sean el vivo reflejo de la configuración social que los generó en cada época, lo que hace imprescindible la lectura de este libro, si queremos conocer un poco mejor la historia castellana del cuatrocientos.