La presente monografía, derivada de la tesis doctoral del autor, de título Elites de poder, monasterios y religiosos. Una relación de intereses recíprocos en la Castilla bajomedieval (1284-‍1474), defendida en la Universidad de Valladolid en diciembre de 2018, supone una aportación de primer orden para el estudio de las relaciones entre los poderes laicos y el clero regular en la Castilla bajomedieval, en continuidad con las líneas trazadas desde diversas perspectivas por investigadores como José Manuel Nieto Soria, Máximo Diago Hernando, José María Miura Andrades, Guillermo Nieva Ocampo, César Olivera Serrano, Carlos Reglero de la Fuente o Adeline Rucquoi.

Unas relaciones que se articulan en torno a las relaciones de «patronato» (entendidas como la «relación contractual entre el monasterio, su comunidad y el patrono o patronos en cuestión, que implica una serie de derechos y obligaciones para ambas partes», que, como puntualiza el autor, no afectaron tanto a monasterios en su conjunto como a las capillas mayores y otras capillas laterales) y de «benefactoría» (es decir, la posición de benefactor que un fiel mantiene con respecto a un centro religioso).

La obra aparece articulada en torno a tres grandes bloques. En primer lugar, el bloque «Los poderes laicos y las órdenes religiosas en la Baja Edad Media castellana: fundadores, patronos y benefactores», en el que se aborda la política de protección desarrollada por los poderes laicos hacia los centros monásticos y conventuales, manifestada en la concesión de un conjunto de privilegios y donaciones. En segundo lugar, el bloque «El papel sociopolítico y económico de los monasterios y sus comunidades», que ofrece una perspectiva sobre las contraprestaciones que a nivel político y socioeconómico los monasterios ofrecieron a sus protectores laicos a través de aspectos clave tales como la condición de estos centros religiosos como espacio de hospedaje, retiro o espacio ceremonial, o los servicios ofrecidos por los religiosos y religiosas a los laicos en distintas facetas (como capellanes, maestros, testamentarios, etc.). En tercer y último lugar, el bloque «Los poderosos ante la muerte: sepulturas y oficios litúrgicos», que se centra en el ámbito funerario, cuyo análisis se aproxima a la jerarquización del espacio monástico y conventual en lo que respecta a la elección de sepultura y a la liturgia funeraria.

El análisis centra su atención, a grandes rasgos, en la cuenca del río Duero, que constituye el núcleo de la investigación, al que cabe sumar los territorios septentrionales de Asturias, Cantabria y País Vasco, y, al sur, los de Madrid, La Mancha y Extremadura. El territorio analizado es, sin duda, relevante, por cuanto este constituyó, especialmente en las décadas finales de la Edad Media, el corazón de la Corona, al calor de la consolidación definitiva de la corte y de su entorno letrado y aristocrático como espacio de poder, hasta el punto de que la ciudad de Valladolid se convirtió en uno de los polos predilectos de los fenómenos de benefactoría aquí estudiados, especialmente entre aquellos laicos del entorno regio. Este marco geográfico de análisis es, en cualquier caso, lo suficientemente amplio como para poder detectar la ocasional dispersión, a lo largo de amplios territorios, de las fundaciones y benefactoría monástica impulsadas por algunas familias de la alta nobleza con estrechos vínculos con la familia real —como los Meneses o los Manuel—, y permite establecer paralelos y diferencias entre las iniciativas desarrolladas en distintos centros urbanos, facilitando con ello la fijación de patrones comunes de comportamiento y de expresiones particulares dentro de la amplia área castellano-leonesa.

Desde el punto de vista cronológico, el trabajo aborda el período comprendido entre los reinados de Sancho IV y de Enrique IV, es decir, entre 1284 y 1474. Nos encontramos, sin duda, ante un período fundamental desde el punto de vista del tema analizado, por cuanto durante esta etapa los fieles encontraron en lo monástico y en lo conventual una vía renovada para la expresión de sus devociones, de la mano, primero, de dominicos y franciscanos y, a partir de fines del siglo XIV y a lo largo de todo el siglo XV, de cartujos y jerónimos; unas devociones que se manifestaron en aspectos como la disposición del sepulcro en estos centros o su capacidad de actuar como intercesores ante la divinidad o como proveedores de sus confesores.

En estas iniciativas se manifestaba no solo la especial capacidad de intercesión ante la divinidad reconocida a estas órdenes. También se ponía de relieve la importancia del campo monástico como ámbito de competición social de las elites, en torno a las prácticas de patronazgo artístico y eclesiástico, entendidas como un aspecto inherente al ejercicio de la soberanía y el poder: fundaciones de centros, capellanías, celebración de misa, etc.

A ello deberíamos sumar la relevancia que las órdenes monásticas y conventuales tendrán como articuladoras de la identidad y la memoria personal y familiar de estas élites por medio de las devociones profesadas, de la elección del espacio de sepulcro o de la presencia de la emblemática personal o familiar en estos centros, sin olvidar la capacidad legitimadora derivada del ejercicio de esta benefactoría, que permitió a los laicos proyectar un conjunto de imágenes positivas de naturaleza religiosa y moral. Incluso es posible percibir cómo el plano devocional servirá desde esta perspectiva identitaria como reflejo de la conflictividad política de la Corona, como sugiere el autor respecto al enfrentamiento entre los Infantes de Aragón y Juan II de Castilla, cuando «los primeros escogieron confesores franciscanos, quizás como un mecanismo de oposición al rey».

En otras ocasiones, cabe adivinar en esta atención de las elites hacia el ámbito monástico y conventual meras motivaciones prácticas, ligadas a las ventajas que ofrecían estos centros como lugar de clausura y como espacio sagrado, que los hicieron especialmente deseables para funciones de alojamiento, de reclusión forzada, de retiro voluntario o de depósito de tesoros y archivos. También ventajas prácticas vinculadas a la preparación intelectual y respetabilidad ética de algunos de estos frailes y monjes, que condujeron a las elites laicas a confiarles múltiples responsabilidades.

Tal fue, atendiendo a estas motivaciones prácticas, simbólicas o religiosas, la importancia de dichos centros que la benefactoría sobre los monasterios nos puede servir de pauta para percibir la promoción y pérdida de influencia de los linajes a lo largo del tiempo, así como de dinámicas más amplias que marcan el devenir bajomedieval, como los procesos de señorialización o los de centralización del poder en manos de la monarquía.

En este marco, los monasterios se vieron favorecidos gracias al apoyo de los laicos, en una relación de «reciprocidad», que se manifestaba en distintas facetas: desde el prestigio que confería a los centros religiosos la relación con algunos de estos grandes señores —especialmente la familia real— a distintas ayudas materiales, plasmadas en la construcción y mantenimiento de la fábrica del monasterio o en las donaciones de rentas.

Dentro de la propuesta, es especialmente interesante la atención hacia los distintos estratos que conforman el poder laico: desde la monarquía, como cúspide del reino, pasando por los oficiales y el entorno de la corte, la alta nobleza y las oligarquías urbanas. Esta orientación permite ofrecer una perspectiva matizada de los procesos, sin duda, condicionados por el potencial económico e influencia política de estas elites, como a modo de ejemplo manifiesta la concesión de lugares de señorío a los monasterios, de los que participa la alta nobleza y, en menor medida, los reyes, pero que está, sin embargo, prácticamente ausente entre la baja nobleza y las oligarquías urbanas; la particular preferencia que en algunos campos manifiesta la nobleza por los franciscanos, frente a la mayor variabilidad que muestra la monarquía; o la distancia que separaba la fundación de monasterios, práctica propia de la realeza y la alta nobleza, de la limitada capacidad de las oligarquías urbanas o de la nobleza regional, que se veían limitadas a la adquisición del patronato de capillas preexistentes o de simples sepulturas en los monasterios.

Igualmente, la aproximación a las prácticas religiosas de las elites nos permite documentar usos religiosos interestamentales comunes, como la donación de ornamentos o la inhumación en espacios monásticos de relevancia simbólica, en detrimento de cementerios o de las parroquias. Unas prácticas que, en definitiva, muestran la configuración de modelos compartidos entre las elites bajo el principio del mimetismo, como muestra el caso de la fundación de capellanías, donde las oligarquías urbanas tendieron a la imitación de «las modas impuestas por la nobleza».

Es igualmente interesante la capacidad del trabajo para atender de forma diferenciada a las políticas femeninas de benefactoría, que en ocasiones parecen mostrar una dependencia y subordinación respecto a los miembros varones de sus linajes y sus maridos, como manifiesta la pretensión de los segundos de imponer a sus esposas, bajo penas pecuniarias, el espacio donde debían enterrarse. Dentro de esta perspectiva de género, cabe destacar la figura tanto de las reinas, que ejercieron un destacado protagonismo en el marco de sus señoríos —más allá del protagonismo que tuvieron algunas individualidades, como la reina Juana Manuel, mujer de Enrique II, quien, heredando el dominicanismo de su padre, don Juan Manuel, «volvió a reintroducir dicha devoción en los círculos áulicos»—, como de las viudas, quienes encontraron en los monasterios un lugar de retiro.

Sin duda, es destacable el volumen de fuentes inéditas (procedentes del Archivo General de Simancas, del Archivo Histórico Nacional, del Archivo de la Real Academia de la Historia o del Archivo Histórico de la Nobleza, entre otros) sobre las que se fundamenta el trabajo. De todas ellas da buena cuenta el extenso apéndice digital descargable, organizado en diez tablas, que constituye no solo una muestra del intenso trabajo de investigación documental desarrollado por el autor, sino también de su capacidad para la sistematización y síntesis de la información. Todo ello permite ofrecer un volumen ingente de datos en contexto, gracias a su solvencia para organizar los casos de análisis en distintas casuísticas y tipologías y, en ocasiones, de ofrecer algunas aproximaciones estadísticas orientativas.

Ejemplos como la disposición testamentaria que disponía el enterramiento múltiple de los restos mortales de Nuño González de Lara III (1286), las políticas del concejo de Almansa (Albacete) dirigidas a limitar la intervención política de los predicadores (1454) o la petición de Lope Álvarez Dañón para que en el marco de su funeral su «cuerpo entrase en el monasterio encima de su caballo» (1320) son solo tres muestras del importante y rico caudal de informaciones que proporciona la presente monografía.

En su conjunto, el trabajo, más allá de los vínculos entre estos centros religiosos y las elites laicas, nos da cuenta del influyente papel social, religioso y político de estas instituciones en la Baja Edad Media. Unas instituciones capaces de canalizar las inquietudes religiosas de los fieles, pero también de servir como vehículo de manifestación de estatus y como medio de articular las identidades de las elites, que supieron encontrar en estos centros religiosos una vía preferente para el desarrollo de sus devociones. También la presente monografía es capaz de poner de relieve la proyección social y política de estos centros religiosos en el marco de una sociedad que, especialmente tras el IV Concilio de Letrán (1215), impulsó la identidad cristiana, el disciplinamiento de los fieles católicos, la expansión de la imagen del Purgatorio y la imposición de una contabilidad del Más Allá.