Desde el punto de inflexión que supuso para la Historia el estudio de la vida cotidiana desde el segundo tercio del siglo XX y al albur de la Escuela de los Annales, el cambio en las perspectivas de investigación ha sido grande en lo que a elección de temas, objetivos y paradigmas se refiere. No es novedad señalar que la muerte fue una de las grandes cuestiones a tratar en las décadas de 1970-‍1980, siendo clásicas y contrapuestas las contribuciones de Ariès y Vovelle. Tras estas obras, que aportaban testimonios literarios, la teoría de la longue durée y el análisis serial de testamentos, quedaron asentadas las bases sobre las que se produjeron numerosas aportaciones posteriores.

En nuestro país, este tema comenzó a ser tratado desde la demografía histórica y desde la perspectiva del derecho. Andando el tiempo y sin entrar a listar historiadores en concreto (siendo Mitre Fernández referencia obligada), un congreso supuso el respaldo para estos estudios, incluyendo además los aspectos sociales: La idea y sentimiento de la muerte en la historia y en el arte de la Edad Media (Santiago de Compostela, 1988). Siguiendo esta estela, diversas contribuciones pusieron de relieve la multitud de puntos de vista desde los que aproximarse al hecho luctuoso. Los temas más recurrentes se centraron en la religiosidad y las actitudes, el ritual y los sepulcros, la liturgia e intercesiones, y, en suma, la concepción de la muerte, acudiendo a los testamentos como fuente privilegiada, además de crónicas y obras literarias. Con la llegada de las nuevas corrientes, al potenciar una visión de la historia desde posiciones más amplias y globales, en la actualidad se tiende a la búsqueda de la interdisciplinariedad.

Epítome de lo dicho es este volumen, que surge del proyecto I+D+I liderado por Fermín Miranda, cuyo título «La muerte del príncipe en Francia y en los reinos hispánicos (siglos XI-XV). Modelos de comparación, 2017» era ya toda una declaración de intenciones. Aglutinando veinte investigadores de cinco países y una docena de universidades, se celebraron sendos encuentros en la Casa Velázquez. Publicado el primero (La muerte de los príncipes en la Edad Media. Balances y perspectivas historiográficas, 2020), a continuación, ve la luz esta segunda entrega que no supone un cierre, al contrario, dista mucho de agotar el tema.

Con el leitmotiv de la muerte del príncipe (el poderoso, en sentido amplio) medieval, óbito se revela como un suceso de mayor trascendencia ya que, debido a su influencia, los aspectos conformadores de sus decesos fueron objeto de emulación. La muerte, lejos de una pretendida y supuesta imagen igualadora, resultó ser un poderoso recurso político y social para la representación del estatus a través de los rituales y de la gestión de la memoria. De ahí la importancia otorgada al elemento comparativo: una perspectiva de análisis que el lector puede ir extrayendo a través de las preguntas con las que se asome a esta publicación y en algunos capítulos que abordan esta cuestión de forma directa y explícita. El libro discurre en una cronología pleno y bajomedieval con algunas concesiones, encontrándose alguna referencia a los siglos V-VII. Su marco geográfico cultural comprende esencialmente los reinos ibéricos, así como otros territorios (Francia en particular) y, superando límites, ofrece algunas pinceladas sobre los mundos bizantino e islámico.

Los editores han elegido fórmulas retóricas vinculadas a la liturgia, que remarcan la omnipresencia de la religión en el mundo medieval, para aglutinar así las contribuciones en torno a tres grandes grupos de contenido que siguen los tiempos que marcan los decesos, a los que suman una breve introducción (Introito por López de Guereño Sanz, Miranda García y Cabrera Sánchez) junto a una recapitulación final (Amen por Ayala Martínez). Los tres grandes apartados son la preparación y el acto en sí del fallecimiento (In hora mortis nostrae), los rituales (Requiescant in pace) y la memoria (In saecula saeculorum). En cada uno de estos bloques se perciben los aportes de diversas disciplinas que contribuyen, en cada una de estas partes, al enriquecimiento del total.

En el primer grupo de contenido prima el análisis de testamentos, crónicas y obras literarias. Estas fuentes son empleadas para hablarnos tanto de la sociedad y las redes sociales, ejemplificadas en la familia Ujué de Tudela (Montero Málaga) como, en clave psicológica, de las sensaciones de incertidumbre y miedo, sea ante el delicado momento de dar a luz (Cabrera Sánchez), sea por el hecho de la muerte en sí gracias a los escritos de Díaz de Toledo (López Gómez) y de Juan Manuel (Cossío Olavide). A esto se suma la descripción, a través de varias obras litúrgicas, de la muerte de los obispos como príncipes de la Iglesia (Sánchez García). Las múltiples lecturas que ofrecen las crónicas son estudiadas, para los casos concretos de Isaac I Comneno (López-Santos Kornberger), Fernando I de León en época alfonsina (Bautista) y los reyes franceses plenomedievales (Rodríguez-Peña). En contraposición al enaltecimiento de los poderosos, se incluye también una reflexión sobre el tiranicidio a través de la tratadística y los «espejos de príncipes» (Ordóñez Cuevas).

Las aportaciones del segundo de los grupos se caracterizan por provenir de diversas metodologías, lo que se mantendrá también en el último apartado. Ciertamente, la muerte es uno de los temas que más diálogo e interdisciplinaridad ha favorecido entre la historia y la antropología, la arqueología, la epigrafía, la historia del arte, la teología o la literatura. De hecho, en los últimos tiempos han tomado fuerza diferentes temas como el ritual, el simbolismo, la memoria, los enterramientos y ámbitos funerarios, amén de los datos procedentes de excavaciones.

Así, liturgia, música, arte, arqueología y antropología física comparten espacio con el aporte documental y suman conocimientos para dar respuesta a la cuestión de las celebraciones y rituales, que se centran tanto en las procesiones funerarias como en el Oficio de Difuntos. En el caso de las primeras, se ofrece una aportación acerca de las realizadas para Felipe III de Navarra, apuntando a la preeminencia y estrecha relación de la monarquía con Santa María de Pamplona (Pavón Benito). La liturgia se hace presente a través de las nueve lecturas del libro bíblico de Job en los Maitines del Oficio de Difuntos, entendidas como un instrumento del cristiano con el que afrontar el sufrimiento y la muerte (Cabello Llano); mientras que el empleo de la música se estudia en una parte del Oficio de Difuntos, las Vigiliae Defunctorum, rastreando los primeros testimonios del rito romano en Hispania (Asensio Palacios).

De especial relevancia resultaba en la época la construcción y elección de los espacios de la muerte, ofreciéndose dos contribuciones con perspectiva diacrónica relacionadas con este tema. La primera se centra en el reino portugués durante los siglos XIII -XIV (Vasconcelos Vilar): confrontando testamentos y crónicas regias con los lugares de muerte y sepultura, se expone la preocupación por la cuestión sucesoria relacionando estas ubicaciones con el control del territorio. La segunda es relativa al enterramiento de autoridades en el mundo andalusí desde época emiral hasta la dominación norteafricana de la Península, poniendo de relieve la diferenciación acaecida en época almohade (González Cavero). En cuanto a panteones y sepulcros concretos, se analiza la búsqueda de un gran simbolismo tanto en materiales y estructuras como en la disposición topográfica en el panteón de Santes Creus (Serrano Coll, Povill Salas).

Los sepulcros son estudiados tanto en su dimensión sacra para constituir lugares de culto, caso de los obispos de los siglos V al VII (Iznaola), como en su faceta propagandística a través de su iconografía, ejemplificándose en el caso portugués con especial atención a la representación de yacentes dobles y su indumentaria (Correia de Sá).

El análisis de los restos humanos hace converger medicina y arqueología a través de la paleopatología gracias, por un lado, a la revisión con los conocimientos actuales de los diagnósticos de tres esqueletos concretos, los de Sancho el Fuerte de Navarra, Enrique IV de Castilla y Carlos V (Campo Martín y González Martín). Por otro lado, una segunda aportación (González Martín et al.), ofrece la explicación del método antropológico articulado en fases a través de un proyecto concreto de intervención, planteado para el sepulcro del canciller Villaespesa. La conceptualización y restricciones referidas al luto en la Castilla de los años 1357 a 1504, a través de cuatro proclamaciones municipales y una pragmática real (Walleit), va a servir de bisagra entre este bloque y el último de los grupos.

Las aportaciones de la parte final del volumen se centran especialmente en la memoria y las diferentes estrategias para su perpetuación con el objetivo de lograr rentabilidad política o en expresar una carga ideológica. Se ofrece una contribución sobre el problema de la vinculación de las diversas dinastías con panteones concretos, abordado desde una perspectiva comparada para los casos de Castilla, Aragón y Portugal (Guiance). Continuando con los panteones y desde un enfoque artístico, se interpretan los frescos de san Isidoro de León, desde la idea de la temporalidad a través del neovisigotismo (Rutkowska). Por su parte, los sepulcros de los Cuevas/ Covarrubias del presbiterio de la ex Colegiata de Covarrubias son analizados comparándolos con los de la catedral de Burgos en lo que a modelos, artistas y talleres se refiere, evidenciando estrategias comunes para honrar al linaje (López de Guereño Sanz). Esa idea de exaltación del linaje unida a la legitimación dinástica, se estudia en las actuaciones realizadas por Carlos V para los Valois, estableciendo la búsqueda de un modelo ideal de comunicación del poder (Gaude Ferragu). La doble esfera, ceremonial e ideológica, de la muerte del soberano a través de la práctica de enterramientos múltiples para diversas partes del cuerpo es atendida para el caso concreto de Carlos II de Navarra, singularizando la significación del corazón y del tratamiento posterior de sus restos (Ramírez Vaquero).

La perspectiva arqueológica se incluye a través del estudio antropológico y por Carbono 14 realizado en una tumba monumental del Conjunto arqueológico del castillo de la Estrella de Montiel en Ciudad Real, demostrando cómo las élites locales hacían gala de su estatus en la iglesia parroquial del lugar (Molero García, Gallego Valle y Peña Ruiz).

En esta última parte del volumen se presta una atención más detallada a la mujer, sea en casos particulares como el de María de Molina, estudiando su memoria a través de la historiografía, los testamentos y su elección de sepultura (Benítez Guerrero); sea en ámbitos más generales, caso del análisis del patrón de enterramiento de las mujeres vinculadas con los reyes de León durante el Románico para aproximarse a su papel en la configuración de la dinastía (Ruiz de la Peña González).

La rica información escrita que en ocasiones proporcionan sepulcros y epitafios, estudiada desde la Epigrafía, ofrece dos contribuciones. En la primera, centrada en la Francia de los siglos XII y XIII se analiza cómo los epígrafes contribuyeron a la conformación de la memoria, gracias a la capacidad de los textos de crear redes a gran escala en diversos momentos temporales (Debiais). La segunda, se centra en la imagen y propaganda que proyectan las inscripciones conservadas en León y Castilla (siglos X- XIII), conformando y manipulando las ideas a transmitir sobre diversos personajes (Martín López).

Por último, desde la tradición textual se trata la forma divergente y contrapuesta en que, desde época medieval, se establecía la memoria de un personaje siguiendo intereses variopintos, analizando el caso del infante de Pamplona Ramiro Garcés de Viguera (Miranda García). Este tipo de reflexión se extiende, en otra contribución (Ortiz), a las formas en las que el elemento artístico decimonónico volvió a la época medieval para la representación de la muerte del soberano, conectando con valores de exaltación y legitimación útiles en el siglo XIX.

En suma, con la voluntad decidida de aglutinar el análisis de problemas de corte más clásico con estudios procedentes de diversas perspectivas metodológicas, la obra resultante es de gran interés, si bien se echa de menos conceder algo de protagonismo al empleo del textil en los ritos y ajuares funerarios (un apunte obvio al considerar la trayectoria de quien suscribe). En cualquier caso, y con la ventaja añadida de contar tanto con historiadores reputados como con jóvenes investigadores, este libro demuestra, sin duda, la vitalidad de la que siguen gozando los estudios sobre la muerte.