Resumen

Los cambios sociales, políticos y culturales de fines del siglo XX han facilitado en la historiografía la comprensión y estudio de identidades colectivas previas al siglo XIX, basadas en los parámetros de solidaridad colectiva propios de la baja edad media y confrontadas con los retos abiertos en los siglos modernos. La estructura política y social de la Corona de Aragón erige Cataluña en un excelente caso de estudio desde el siglo XII hasta el colapso institucional a inicios del siglo XVIII, en el que destacan la percepción externa, la asunción interna y, de modo destacado, la representatividad y el desarrollo institucional.

Palabras clave: Identidad; nación; representatividad; solidaridad colectiva.

Abstract

Social, political and cultural change in the late twentieth century has facilitated historical understanding about and research into pre-nineteenth-century collective identities that were based on the late-medieval notion of collective solidarity and shaped by the challenges that arose in modern centuries. The political and social structure of the Crown of Aragon makes Catalonia an excellent case study from the twelfth century until its institutional collapse in the early eighteenth century, in which external perception, internal awareness and, notably, representativeness and institutional development are key elements.

Keywords: Identity; nation; representativeness; collective solidarity.

Recibido / Received: 04/07/2022; Aceptado / Accepted: 08/08/2023; Publicado en línea / Published online: 05/04/2024

Cómo citar este artículo / Citation: Sabaté, Flocel, «Presentación: Identidades colectivas. el caso de Cataluña (inicios-1716)», Hispania, 83/275 (Madrid, 2023): e055. https://doi.org/10.3989/hispania.2023.055.

Fuente de financiación / Funding sources: Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España, «Proyecto de Investigación Identidades colectivas y solidaridades de grupo en la Baja Edad Media» (PID2022-136257NB-I00).

El presente artículo ofrece el marco en el que interpretar el dosier homónimo. Para ello, y en la brevedad requerida, se plantea el descubrimiento historiográfico de las identidades colectivas previas a las definiciones formuladas en los siglos XIX y XX, así como su desarrollo en el caso catalán, a fin de comprender la coherencia de los cinco textos que la dirección de la revista Hispania ha seleccionado de entre el conjunto propuesto.

EL DESCUBRIMIENTO HISTORIOGRÁFICO DE LAS IDENTIDADES COLECTIVAS PRECONTEMPORÁNEAS[Subir]

En 1772 Jean-Jacques Rousseau resalta el pueblo judío como modelo de articulación social porque, al tomar como eje sus propios rasgos culturales, ha encontrado un punto sólido de diferenciación que lo ha preservado secularmente: «des moeurs et des usages inalliables avec ceux des autres nations»[1]. El consejo para el gobernante es claro: tiene que detectar y fomentar estos rasgos comunes precedentes a fin de lograr una real y, sobre todo, eficaz cohesión social[2]. La aplicación de este principio a lo largo del siglo XIX condujo a la supuesta detección de identidades nacionales coincidentes con los estados que coetáneamente se estaban consolidando. Anne-Marie Thiesse resumió con nitidez esta evolución que acaba convirtiéndose en una pesada herencia legada por la historiografía decimonónica: «À l’aube du XIXe siècle, les nations n’ont pas encore d’histoire (…). À la fin du siècle elles sont en possession d’un récit continu qui retrace un long cheminement dont le sens, malgré toutes les vicissitudes, tous les obstacles, est donné par le génie national»[3].

Al llegar a este punto es evidente que se ha producido una mutación respecto de los ideales ilustrados, con seculares consecuencias para la historia de Europa, porque la base universalista, racional y laica de la nación ilustrada ha desembocado en la nation-génie, procedente de la cultura germánica[4], que contaba con el punto de referencia básico en Herder[5]. Consecuentemente, el siglo XIX alimenta contundentes discursos históricos al servicio de la cohesión nacional —«l’Histoire est la chose importante, l’occupation capital du siècle», escribe el destacado político Victor Schoelcher en 1835—[6], a la vez que comporta fatales consecuencias para la pluralidad cultural de Europa y, como subraya Patrick Geary, condena a muchos de sus pueblos a una verdadera disolución y desaparición: «Suppression of cultural diversity in states such as Spain, France, and Turkey made Basques, Catalans, Britons, Armenians, Kurds, and other minorities “disappear” from nation-states»[7].

Este escenario ha condicionado la historiografía del siglo XX, no solo por arrastrar largamente el sesgo teleológico nacional sino por padecer, de modo inextricable, graves dificultades para comprender las identidades colectivas previas al siglo XIX. La sentencia de Hobsbawn —«the nation as novelty from revolution to liberalism»—[8], tomada literalmente a pesar de las matizaciones de Ernest Gellner[9] o de Benedict Anderson[10] y de las claras advertencias ya formuladas por Adrian Hastings[11], ha pesado como una losa en numerosos autores que, aún en fechas recientes, han mostrado serias dificultades para integrar entre sus conocimientos las formas de cohesión bajomedieval y preindustrial en torno a identidades colectivas[12].

No obstante, los dramáticos choques de las naciones-estado en el siglo XX y la necesidad de apertura en la comprensión de los fenómenos históricos ya había incitado a Fernand Braudel, a partir de 1962, a proponer e impulsar en la escuela secundaria francesa una historia no nacional, basada en planteamientos globales. El fracaso de la propuesta combinaba la reticencia de los educadores ante el cambio de modelo y el conservadurismo de una población que, como sus dirigentes, parecía poco dispuesta a renovar los argumentos con que interpretar y justificar el propio marco social[13].

Un tercio de siglo más tarde, un mundo acelerado en creciente interconexión global parecía incluso exigir, para su propia comprensión, una modificación de los parámetros interpretativos[14]. Ciertamente, en la última década del siglo XX, una creciente ciudadanía multicultural[15] parecía encajar con la Europa de Schengen, que avanzaba hacia la permeabilidad de las fronteras, la conectividad económica y la maleabilidad cultural y social[16], y parecía anunciar la vía hacia un nuevo marco de convivencia mundial que dejaría atrás el modelo de estado-nación[17]. Ante estas expectativas no cabe duda que las primeras décadas del siglo XXI han afianzado la globalización de la información y la comunicación[18], pero esto no ha impedido que gran parte de la sociedad y de sus dirigentes, en vez de avanzar hacia la comprensión global de la sociedad, hayan orientado sus temores hacia un amarre de las seguridades vitales en planteamientos tradicionales en torno a conceptos como la nación y la religión, en unos términos no muy distintos de los generados en el siglo XIX[19].

De todos modos, al mismo tiempo la llamada crisis de la historia[20] ha incentivado la renovación de perspectivas en la investigación histórica. Cabe subrayar el arranque[21] y afianzamiento de una perspectiva global[22] y comparativa[23]. En este sentido, por lo que respecta a la comprensión y estudio de identidades colectivas en la Europa medieval y moderna ajenas a las que fueron objeto de consagración por parte de la historiografía surgida del siglo XIX, creo que se podría resaltar la iniciativa surgida en 2007 por parte de un grupo de historiadores que se propuso trabajar conjuntamente, con especial atención sobre diversas regiones europeas, a fin de percibir y comparar las respectivas razones de cohesión territorial en los períodos medieval y moderno, lo que culminó en el proyecto de investigación Cuius regio, financiado por la European Science Foundation entre 2010 y 2014[24].

Ya en los años 60 del siglo XX autores como Léopold Genicot[25] y, destacadamente, Bernard Guenée percibieron el peso de términos de identidad colectiva como nación en la articulación social, política y cultural bajomedieval[26]. Siguiendo este modelo, la nación y la historia nacional en la edad media centran pioneras investigaciones en los años 80 del siglo XX[27].

Cuando, a la salida de esta centuria, Jean-Marie Moeglin habla de nación sin nacionalismo en la edad media, está retratando una realidad de poblaciones que, en su proximidad cultural y social, han generado identidades colectivas[28]. Desde diferentes planteamientos y matices, este mismo razonamiento podía ser aceptado por las diversas perspectivas de renovación historiográfica que se estaban abriendo con la apertura del nuevo siglo. En este momento, una variedad de iniciativas indagaba en la significación de términos colectivos como «nación» en la alta edad media[29] y, sobre todo, respecto a los mecanismos de asunción de identidades colectivas en la baja edad media[30], con estudios específicos como los dedicados a Alemania[31], Inglaterra[32], Francia[33] o el centro-este europeo[34], lo que ha facilitado interesantes análisis recapitulativos recientes[35]. Al mismo tiempo, se ha ido detectando y precisando la presencia y usos de las identidades y los sentimientos nacionales en los comportamientos culturales, políticos y sociales de los siglos XVI-XVIII[36].

En realidad, una mirada a las sociedades preindustriales, solo atenta a la axiología con que se articulaban, mostrará con naturalidad la comprensión del ser humano como miembro de identidades colectivas[37]. Lo recoge la literatura cuando, por ejemplo, en el siglo XVI un personaje introduce a Santa Ágata:

Digau, doncella, prestament

qui sou vós, i de quina gent,

jo vull saber la nació

i la vostra condició[38].

Propiamente, la pertenencia a identidades colectivas, que actúan a modo de solidaridades de grupo concatenadas en diversos niveles, forma parte de la comprensión del ser humano medieval. Este siempre es percibido y arropado bajo la protección de un determinado grupo, y únicamente se le imagina solo cuando se produce una anomalía[39]. Unas determinadas formas jurídicas e institucionales completan la protección y cohesión del grupo. Xavier Torres, a partir del caso catalán en los siglos modernos, retomaba la expresión «naciones sin nacionalismo» para referirse explícitamente a identidades colectivas que, aun siendo previas a las expresiones nacionalistas de los siglos XIX y XX, unían emotivamente a la población en la defensa de las libertades territoriales que definían la patria, sea esta provincial, urbana o del cariz que sea[40].

EL CASO CATALÁN[Subir]

Analizar este fenómeno en el caso de Cataluña se beneficia de la conservación de numerosas fuentes documentales y literarias[41]. Baste concatenar cinco ejemplos entre el siglo XII y el XV.

En primer lugar, cuando hacia 1120 Enrico Pisano escribe la alabanza a los pisanos que participaron en la conquista de Mallorca, se refiere al conde de Barcelona como Dux Catalanensis o Catalanicus heros, al mismo tiempo que narra que algunas naves llegaron «ad Catalanenses postquam ratis utraque ripas», usando así un gentilicio específico a pesar de no existir una unidad política bajo denominación catalana[42].

En segundo lugar, en 1357, en el contexto de la guerra entre Castilla y la Corona de Aragón, la designación del dominico mallorquín Nicolau Rossell como cardenal es considerada por Pedro el Ceremonioso como motivo de gozo para toda la nación, dado que hasta ese momento solo había cardenales ibéricos procedentes de Castilla:

… la qual cosa és estada feta gran gràcia e fort assenyalada a nós e a tota nostra nació, car jassia que y hagués cardenal d’Espanya, tota vegada era castellà, e de nostra nació jamés no n·i havia tro ara, e com se convenga que·l dit cardenal vaia en cort de Roma, de guisa que sia honor nostra e de nostra nació[43].

En tercer lugar, el mismo soberano en 1369 expone, ante las Cortes valencianas reunidas en Sant Mateu, que lo que más le duele de la revuelta sarda, liderada por el juez de Arborea Mariano IV, es su traición, porque Alfonso el Benigno lo había acogido, en su infancia, junto con su hermano, para ser educados en el entorno regio según «nuestras maneras» y, por tanto, inclinado a respectar el rey y a «amar nuestra nación»:

… per tal com los amava, comanà·ls a dos cavallers catalans e dona-los per maestres qui els nodrissen a les nostres maneres e los mostrasen servir lo senyor rei nostre pare e nós e amar la nostra nació[44].

En cuarto lugar, se puede recoger el testimonio del influyente escritor Francesc Eiximenis, que concluye la superioridad de la nación catalana sobre las otras a partir de comparar rasgos cotidianos, definiendo así las maneras que identifican a los miembros de este colectivo a través de aspectos como el comportamiento en la mesa para comer y beber: «la nació catalana era eximpli de totes les altres gents cristianes en menjar honest e en temprat beure»[45].

Finalmente, en 1454, el obispo Margarit, ante las Cortes catalanas, considera que la larga ausencia napolitana del rey es muy desconsiderada ante la fidelidad de la nación catalana, que no ha dudado en derramar su sangre en beneficio de la Corona regia:

… aquesta quasi vídua nació de Catalunya que per la sua innada fidelitat meresca de vostra majestat e de tot altre senyor ésser ben tractada (…) crida la conservació de sos privilegis, així com aquell qui els ha guanyat ab sa fidelíssima aspersió de sang[46].

Esta concatenación de textos permite apreciar, en primer lugar, la percepción, desde el exterior, de un colectivo cuyos miembros presentan unos rasgos culturales comunes, entre los que, de modo destacado, habrá que considerar la lengua. En segundo lugar, la asunción de esta identidad por parte del mismo colectivo, que identifica las formas y maneras que todos comparten en el desarrollo de la vida cotidiana como las propias del conjunto. En tercer lugar, la representatividad asumida por la elite social y económica, que le permite hablar en nombre del colectivo. Es una práctica que alcanza una especial eficacia social y política en un escenario como el catalán, en el que quienes invocan la alta representación colectiva negocian con un monarca débil por su carencia de rentas y jurisdicción. De este modo, la consolidación de unas instituciones propias del país estabiliza tanto la unidad de gestión del conjunto de Cataluña como, destacadamente, un diseño institucional basado en la dualidad entre la terra y el rey[47]. La identidad colectiva de la Cataluña bajomedieval queda así definida a través de la percepción externa, la asunción interna, la representatividad y el desarrollo institucional[48].

Como afirmó Dieter Mertens, la salida de la Edad Media muestra sociedades europeas en que los vínculos de fidelidad jurídica y moral colman ética y emocionalmente conceptos de identidad colectiva como la nación, realidad que, evidentemente, se adapta a las respectivas situaciones[49]. En este sentido, las circunstancias de la Cataluña bajomedieval, en las que cabe subrayar la debilidad del monarca y la fortaleza de los estamentos conducidos por las elites urbanas, facilitan e impulsan la inserción de la identidad colectiva en la práctica social y, destacadamente, en el juego político y en la consolidación institucional. Es el mismo marco que explica la falta de cohesión entre los distintos reinos y territorios de la Corona entre Aragón, que institucionalmente salen del medioevo compartiendo poco más que el soberano[50], lo que a su vez facilita que bajo la Monarquía Hispánica el rey prefiera tratar por separado a los territorios provenientes de la Corona de Aragón[51].

De este modo, las dificultades que en toda Europa experimentan los modelos políticos y sociales de origen medieval, al tener que encajar con los nuevos estímulos de los siglos modernos[52], adquieren una significación particular en la Corona de Aragón y en concreto en Cataluña a partir de esta suma de elementos que aportan una específica singularidad. El bagaje cultural, sumado sobre todo a unas instituciones propias alimentadas por la invocada representatividad[53], conduce a específicos escenarios de tensión, que incluyen la ruptura institucional bélica entre 1640 y 1652[54], con la consecuencia del Tratado de los Pirineos, en 1659, que entrega a Francia todo el condado de Rosellón y gran parte del de Cerdaña[55]. Este escenario de la segunda mitad del siglo XVII, en un contexto de vitalidad económica[56], no altera substancialmente los parámetros de representatividad social en las instituciones públicas. Es la línea culminada a inicios del siglo XVIII, cuando la representatividad invocada por los estamentos avanza en la consolidación de un específico marco institucional de clara definición constitucionalista[57].

La completa anulación del sistema institucional propio de Cataluña mediante el decreto de Nueva Planta de 1716[58] cierra, por tanto, un largo recorrido histórico. Incluso la memoria del contenido y significación del modelo social y político inherente cayó en un olvido, desfiguración y descrédito que la historiografía solo ha empezado a corregir hace tan solo unas décadas[59].

EL PRESENTE DOSSIER[Subir]

Así, tras las recientes décadas en que, por un lado, la historiografía ha incorporado con naturalidad la reflexión sobre las identidades colectivas previas al período contemporáneo y, por otro, la focalidad de las identidades colectivas ha sido proyectada sobre el caso de Cataluña, el momento actual se erige como idóneo para detenerse a efectuar un específico y detallado análisis de todo este recorrido. El presente dossier asume este reto. Por ello evita un tono recopilatorio y pretende certificar los avances alcanzados en el conocimiento histórico y explorar nuevas vías de investigación y análisis.

Bajo este planteamiento, en la primera aportación del dossier, Cristian Palomo reflexiona sobre los ejes cohesionadores de la identidad colectiva catalana en la baja edad media. A partir de la amplia bibliografía existente —y que no ha lugar volver a citar en esta introducción— parte del uso del gentilicio «catalán» y de la expresión «nación catalana» para desglosar una tipología cronológica del catálogo de expresiones de «catalanidad». Destaca la polisemia que permite encajar, al mismo tiempo, una significación restringida a los límites institucionales, políticos y geográficos del Principado de Cataluña junto con otro más laxo, que se relaciona con la compartición de rasgos culturales y, destacadamente, lingüísticos. Ciertamente, la lengua catalana compartida en gran parte de los territorios de la Corona de Aragón y asumida, hasta fines del siglo XV, como lengua de prestigio en el entorno regio y en el conjunto de la Corona de Aragón en expansión[60], asume un papel destacado en la percepción, promoción e integración en una identidad colectiva compartida en diversos —y simultáneos— niveles de identidad[61].

En el segundo texto del dossier, Vicent Martines muestra a través del análisis de la literatura catalana entre la baja edad media y el Renacimiento, cómo las identidades colectivas se enriquecen gracias a la «palabra historiada». Esta incorpora referentes clásicos y se beneficia de una acotada mímesis historiográfica, lo que consolida la percepción y asunción de una identidad colectiva a través de una lengua que impone su necesidad y su dignidad en el concierto lingüístico.

El encaje institucional permite canalizar la invocación de la identidad colectiva en la relación con el soberano. La representatividad sobre el conjunto de la sociedad, que los representantes de los estamentos invocan para dirigirse y para enfrentarse al soberano, afianza el sentido de identidad colectiva. El planteamiento dual, propio del modelo de soberanía medieval[62], alcanza una aplicación paradigmática en Cataluña gracias a las específicas circunstancias políticas y sociales. Así lo analiza Ernest Belenguer en la tercera aportación del dossier, centrada en el incremento de la cohesión y la expresión identitaria colectiva en el siglo XV, mediante el impulso institucional a la oposición, e incluso al enfrentamiento bélico entre 1462 y 1472, contra el monarca.

La cuarta aportación al dossier, de la mano de Àngel Casals, analiza como el pretendido equilibrio entre soberanía real y comunidad política se pone a prueba en el nuevo escenario del siglo XVI, con una Cataluña empobrecida tras la extenuante guerra civil y desplazada —y por tanto prescindible— ante un soberano, proveniente de una nueva dinastía, con numerosos otros focos de atención y sustento. La identidad colectiva se afianzará en los referentes lingüísticos y culturales, mirándose en el espejo de la contraidentidad castellana.

La frontera, que ha ido afianzado una aportación específica al perfil de la Cataluña bajomedieval[63], se erige en un eje cada vez más central que condiciona e impone un sesgo singularizador a toda Cataluña, a modo de región fronteriza de la Monarquía Hispánica frente a Francia, como se impone con contundencia en el siglo XVII[64]. De hecho, el estallido institucional entre la invocada representatividad catalana y la Monarquía no es ajeno a esta situación, ni en sus causas ni en sus consecuencias[65].

En este marco, la representatividad invocada por los estamentos avanza hacia sus expresiones más elaboradas, en el paso del siglo XVII al XVIII, planteando el nítido constitucionalismo concordante con el dinamismo político, económico y social, tal como analiza la quinta aportación, por parte de Eduard Martí Fraga. El artículo constata que un elevado número de catalanes, pertenecientes a un amplio abanico social entre la nobleza, la burguesía y el artesanado, daba vida a unas instituciones dotadas de un significativo perfil republicano. Todos ellos cuidaban sus intereses participando activamente en política en nombre de una identidad colectiva: son «oráculos de toda la nación catalana», como el marqués de Gironella explica al rey Felipe V. Así, la formulación política e institucional de la identidad colectiva alcanza un protagonismo de gran singularidad en el contexto europeo, justo la víspera del colapso que tendrá lugar en 1714.

De este modo, cada uno de estos cinco textos desarrolla un específico análisis histórico, a la vez que en su conjunto contribuyen a perfilar y precisar el largo recorrido histórico protagonizado por la identidad colectiva catalana entre los siglos XII y XVIII.

Notas[Subir]

[1]

‍ROUSSEAU, 2000: 10.

[2]

«Not only are the character and opinions of the prepolitical nation important for founding a government but the legislator uses the political establishment to give them a more distinctive form and to intensify their peculiarity», ‍COHLER, 1970: 33.

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[10]

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[11]

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[12]

Sirvan de ejemplo: ‍MARTÍNEZ BERMEJO, 2017: 135 y ‍MICHENNEAU, 2018: 224.

[13]

Por ello Christophe Charle se preguntaba: «suffit-il pourtant d’invoquer la force des routines, la connivence des conservatismes voire l’anti-intellectualisme qui progresse à mesure que la culture se massifie ou se médiatrise?», ‍CHARLE, 2017: 104.

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«Cuius Regio. An Analysis of the Cohesive and Disruptive Forces Destining the Attachment of Groups of Persons to and the Cohesion within Regions as a Historical Phenomenon (CURE). European Science Foundation. Eurocores Programme». El proyecto de investigación actuaba como una red a fin de coordinar ocho proyectos regionales dirigidos por Lenka Bobkova, Luis Adâo da Fonseca, Anu Mänd, Cosmin Popa-Gorjanu, Flocel Sabaté, Kurt Villads Jensen, Przemyslaw Wiszewski y Dick de Boer, bajo la coordinación de este último.

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