Publicado en línea / Published online:05/04/2024

El pasado 21 de mayo falleció en Madrid Manuel Espadas Burgos. Estuvo vinculado al CSIC durante 41 años: ingresó en 1971, fue profesor de investigación desde 1984 y doctor vinculado ad honorem desde su jubilación, en marzo de 2006, hasta marzo de 2012.

Fue vicedirector y director del Instituto de Historia (1979-‍84), miembro de la Junta de Gobierno del CSIC (1978-‍81), director del Departamento de Historia Contemporánea del Centro de Estudios Históricos (1985-‍86) y vocal del Comité Científico Asesor (1996-‍2001). Entre 1989 y 1995 dirigió la revista Hispania, afrontando durante esos años su necesaria modernización.

Manolo, como su entorno de colaboradores y amigos le llamábamos, se formó en la Universidad Complutense de Madrid, donde se licenció en 1958, obtuvo el Grado en 1959 y se doctoró en 1964. A muchos sorprenderá que su memoria de licenciatura versase sobre La periodización de la historiografía romana o que su tesis doctoral tratase sobre La universalidad de la Historia en el pensamiento romano, pero no extraña a quienes le conocimos y crecimos con su magisterio. Manolo era polifacético y multidimensional, brillante desde su etapa académica (premio extraordinario de fin de carrera y de licenciatura), de trayectoria investigadora difícil de encerrar en los márgenes de un período, de un tema de investigación o de una única actividad. Muy pronto empezó su labor docente, una dedicación que le satisfacía en modo particular, aprovechando cualquier oportunidad que se le ofrecía para estar presente en las aulas. En 1964 aprobó la oposición de Catedrático de Enseñanza Media, puesto del que estaba en excedencia desde 1966. Tuvo una larga relación con la Universidad Complutense, donde se iniciaría como profesor ayudante en 1959 y terminaría en 1994 como profesor de doctorado de Historia Contemporánea, dentro del programa de relaciones internacionales, además de haber sido, también durante ese período, profesor de Historia de España en el curso para extranjeros de la Universidad Complutense y del programa de Universidades norteamericanas. Fue asimismo profesor de Historia Universal Contemporánea en la Escuela de Periodismo de la Iglesia de la Universidad Pontificia de Salamanca (1962-‍71); profesor del curso de Historia de España en la New York University in Spain (1965-‍81); profesor del curso de Altos Estudios Internacionales en la Escuela Diplomática (1990-‍1991); y profesor de los cursos de doctorado de la Universidad de Castilla-La Mancha, así como participante habitual en programas universitarios de cursos de verano, durante los cursos 1990-‍91 y 1995-‍97.

Manolo trabajó prácticamente todas las especialidades históricas, abriendo nuevos caminos a la investigación, realizando análisis pioneros en muchas ocasiones: historiografía, historia local, regional, nacional, historia de las relaciones internacionales, biografías, historia política, militar, historia de la Iglesia, cultural y de la política exterior. Pero si hay algo que destaca en un historiador tan polifacético es que fue uno de nuestros profesionales más conocidos y respetados fuera de España. Se cuenta a Manuel Espadas entre los primeros historiadores que rompió fronteras y se proyectó al exterior estableciendo relaciones con numerosos grupos de investigación, teniendo como uno de sus hitos, que a él le gustaba rememorar, el establecimiento de relaciones con los historiadores de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética a partir de un congreso celebrado en Moscú en 1977, casi al mismo tiempo que se restablecían las relaciones entre España y la URSS. Ahí comenzó a nacer, entre otros, el largo proyecto de edición de un corpus documental hispano-ruso que hasta la fecha ha tenido como resultado dos volúmenes que abarcan desde 1677 hasta 1903. A la Unión Soviética Manolo fue añadiendo complicidades con Francia, Países Bajos, Alemania, Italia, Austria, etc. La programación de seminarios y congresos con otros países, con otras historiografías, se convirtió en una constante, y a los que ya desde finales de los años ochenta trabajábamos con él nos acostumbró al viaje, a la apertura de miras y al atrayente compromiso de la confrontación constante. Todos los contactos, todas las relaciones internacionales tejidas laboriosamente, se pusieron de manifiesto y se incrementaron a raíz de la celebración del XVII Congreso Internacional de Ciencias Históricas (1990) que, entre otros, Manolo, como secretario del Comité Español de Ciencias Históricas[1], consiguió que se celebrase en Madrid. La presencia internacional de Manolo se tradujo en su elección para puestos de responsabilidad: miembro del Comité de Nomination del Comité International des Sciences Historiques (1997), miembro del Bureau de la International Commission of History of International Relations (1990-‍2000), miembro del Bureau de la Commission Internationale d’Histoire Contemporaine de l’Europe (1980-‍2000). Asimismo, esa forma de reconocimiento al papel internacional de Manolo se tradujo en la concesión por el Gobierno de Francia de la Orden de las Palmas Académicas (1984) y por el Gobierno de Austria de la Cruz de Honor de las Ciencias y las Artes (1996).

Pero Manolo no olvidó nunca su tierra de origen. Dedicó mucho tiempo y esfuerzo al fomento cultural de Castilla-La Mancha, no solamente en la elaboración de artículos y libros, sino en el compromiso que adquirió en su promoción más allá de sus fronteras. Dirigió el Instituto de Estudios Manchegos (1981-‍89), se contó entre los primeros y decididos impulsores de la Universidad de Castilla-La Mancha, fue vocal de su Consejo Social (1989-‍94) y, siendo director de la Escuela Española de Historia y Arqueología del CSIC en Roma, se atrevió a transportar al Quijote a Roma para que fuera leído públicamente en la sagrada colina del Campidoglio con ocasión del cuarto centenario de su publicación (2005), un brillante acto retransmitido en directo por la RAI que todavía hoy es recordado. Para su gran satisfacción, Manolo sí fue profeta en su tierra, recibió la Medalla de Oro de la Universidad de Castilla-La Mancha (2001) y años más tarde fue investido doctor honoris causa (2009).

Tampoco fue indiferente Manuel Espadas a la historia de su ciudad de adopción, Madrid. Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Madrileños (1965-‍70) dedicó en torno a una veintena de publicaciones a la historia de la capital de España, abarcando desde la Edad Moderna hasta el siglo XX. Aunque abordó distintos temas, creo que por su originalidad y tratamiento habría que destacar sus aportaciones sobre la historia social de Madrid, sobre el abastecimiento, la alimentación y el hambre.

Manolo produjo un centenar largo de publicaciones entre libros y artículos. Imposible resumir aquí todas y cada una de sus aportaciones, pero sí, al menos, hay que subrayar algo que para él fue casi una obsesión a lo largo de su carrera. Manuel Espadas era un convencido de la necesidad de renovar el estudio de la historia contemporánea de España, sacándola de una visión exclusivamente peninsular, de una estrecha visión en términos nacionales y nacionalistas, entroncándola con la historia general de Europa. En su obra con mayor impacto historiográfico, Alfonso XII y los orígenes de la Restauración (1975), lleva a cabo esta razonada convicción como él mismo dejó constancia en el prólogo a la segunda edición realizada por el CSIC en 1990: «Debo reconocer que, aparte una actitud personal —nada original por cierto, pero poco común entre los historiadores españoles ganados con demasiada frecuencia por una u otra forma de nacionalismo— siempre, desde mis años universitarios, intenté observar el acontecer de mi país desde coordenadas europeas y con enormes reservas hacia las afirmaciones de especificidades españolas que hiciesen de nuestro pasado un proceso de ensimismamiento, por mucho que este fuera resultado de una simbiosis, hecha en la península, de ideas, culturas y mentalidades venidas de allende los montes o los mares».

Capítulo aparte merece su período romano. En 1997 aceptó el nombramiento de director de la Escuela Española de Historia y Arqueología y coordinador institucional del CSIC en Roma. Se puso a la tarea de revitalizar los estudios históricos, apoyó y se imbricó en la labor del hispanismo historiográfico italiano y asumió la ardua tarea de conseguir dotar a la Escuela de una nueva y más digna sede. Desgastó en esto último muchas energías sin alcanzar el éxito esperado, pero es cierto que consiguió sembrar la semilla para que, pocos años después, otros pudiéramos hacer realidad su empeño con el traslado a la sede actual en via di Sant’Eufemia. Además de otras muchas actividades, Manuel Espadas trazó en Roma dos investigaciones dignas de ser tenidas en cuenta. En primer lugar, realizó la única historia que existe de la Escuela Española a partir de documentación de archivo. El libro resume la historia, escrita, además, de forma muy amena, de una institución en cuyo recorrido, aun con la benevolencia y elegante escritura características de Manuel Espadas, no se ocultan los defectos, las tristezas y, por qué no decirlo, las miserias de un devenir histórico discontinuo que obedece, evidentemente, a la convulsionada historia de España durante el siglo XX, así como a su política científica. El subtítulo de la obra, Un Guadiana junto al Tíber, es un resumen perfecto de lo que queda apuntado. Manolo, pacífico siempre, consideraba que su trabajo quería ser «una crónica viva de casi un siglo de presencia de historiadores y de arqueólogos españoles en Roma que sirva de memoria de una actividad muy desigual en el tiempo e intensidad, pero, en su conjunto, muy positiva»[2]. En segundo lugar, Manolo llevó a cabo una larga investigación que dio como resultado el libro Buscando a España en Roma[3]. En buena medida se trata de una vuelta al pasado para Manolo, ese pasado como historiador que no conocía los períodos históricos como compartimentos estancos pues el libro hace un recorrido por la presencia española en Roma partiendo desde la época romana hasta llegar al siglo XX. A lo largo de las páginas del libro se desenvuelven dos mil años de historia de relaciones de los españoles con una ciudad «que nunca se termina de descubrir». En realidad, se trataba de una especie de homenaje a una ciudad que amaba profundamente y en la que, junto a su compañera de vida, Nunci, reconocía que, en el plano personal, había vivido los mejores años de su vida. Por lo demás, en esto no hay novedad, Manolo escribía como era: ágil de pensamiento y pluma y de elegante, precisa y amena escritura.

Por encima de su labor científica, de los cargos que desempeñó y los reconocimientos nacionales e internacionales que se granjeó, destaca la calidad humana de Manuel Espadas, una excelente persona. Humanista liberal, demócrata sin etiquetas, hizo siempre gala de una enorme categoría humana. Sus numerosos discípulos —tuvo casi una veintena de doctorandos— reconocemos su forma extraordinaria de magisterio, atípica, por lo cercana y respetuosa, empezando por las posiciones ideológicas de cada uno. No era hombre de imposiciones, sino de razonar y obligar a razonar. Su primer discípulo y doctorando, Juan Sisinio Pérez Garzón, ha destacado «la magnanimidad en cada uno de los actos, ideas y afanes de Manuel Espadas. Se planteó siempre sus tareas científicas y sus responsabilidades académicas como alforja de esperanzas para una España y una Castilla-La Mancha con futuros de creciente progreso y justicia (...). Su clarividencia científica estuvo acompañada de una generosidad sin límites y esto es un legado que nos compromete a muchos»[4]. Como ha destacado también José Ramón Urquijo, «hemos perdido a un hombre bueno, a un maestro sabio y a un gestor de personal que sabía establecer el ambiente adecuado de trabajo para que todos cupiésemos»[5]. «Aprendí de él [ha escrito José María Barreda] a respetar las ideas de los demás y cuando no se está de acuerdo con ellas a intentar rebatirlas con argumentos y razonamiento, nunca con exabruptos e insultos. Daba ejemplo con su espíritu abierto, dialogante y tolerante»[6].

Sirvan estas líneas como homenaje y reconocimiento al hombre, a su obra de historiador y maestro de historiadores, por todo lo cual pervivirá su memoria.

Notas[Subir]

[1]

Ocupó este puesto entre 1980 y 1993 para pasar entonces a presidir el Comité Español de Ciencias Históricas hasta 2011.

[2]

Manuel Espadas Burgos, La Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Un Guadiana junto al Tíber, Madrid, CSIC, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes / Universidad de Castilla-La Mancha, 2000: 22.

[3]

Manuel Espadas Burgos, Buscando a España en Roma, Barcelona, Lunwerg Editores / CSIC, 2006. El libro, de gran formato, cuenta con una magnífica colección de fotografías, muchas de ellas inéditas, realizadas por Juan Carlos García Alía, colaborador de Manuel Espadas en la Escuela Española.

[4]

«Manuel Espadas Burgos, manchego universal y maestro de historiadores», en Lanza, Ciudad Real, 22 de mayo de 2023.

[5]

«Manuel Espadas, un hombre bueno y un maestro sabio», https://www.eehar.csic.es/prof-manuel-espadas-burgos/

[6]

«En recuerdo de Manuel Espadas Burgos, maestro de historiadores», La Tribuna de Ciudad Real, 22 de mayo de 2023