La bolsa de piel donde guardo todo lo necesario para escribir, todos los mapas topográficos y toda la correspondencia recibida la llevo siempre colgada a la espalda, y me sigue siempre y a todas partes donde voy […]. Los colegas cuando me ven exclaman: ¡ahí va Fiori con su «bolsa-tesoro»! Y no se equivocan, porque esta bolsa, que en este momento me sirve de escritorio, contiene mi tesoro, mi patrimonio espiritual, tu correspondencia (p. 59).

El 10 de agosto de 1937, Giacomo Fiore, combatiente italiano en la España en guerra, le confesaba a su mujer que sus cartas las llevaba siempre encima, que nunca se separaba de ellas, porque eran para él el más preciado de los tesoros que poseía. No fue el único que cargó a sus espaldas o que llevó doblados en sus bolsillos el amor y el recuerdo de los suyos, materializados en papel y tinta. Frente a la ausencia y a la distancia, las cartas se tornaban en viva representación de quienes las escribían o, dicho de otro modo, sus autores cobraban cuerpo (y también alma) en ellas. Si algo sabemos a estas alturas sobre la correspondencia bélica es, precisamente, que el valor de las cartas que los soldados enviaron a (o recibieron de) sus familiares y amigos desde frentes y retaguardias en el marco de los distintos conflictos bélicos que asolaron el mundo a lo largo y ancho del siglo XX, reside no tanto en los hechos históricos que narran, difícilmente «contables» por su intensidad, excepcionalidad, brutalidad o secretismo, cuanto en su capacidad para catalizar las emociones sentidas y las experiencias vividas, mantenerse unido con quienes más se quiere y con uno mismo, conjurar los traumas derivados de la guerra, sobrevivir a esta y, sobre todo, dejar rastro de sí.

Quienes conocemos y seguimos al profesor Javier Muñoz Soro, podemos afirmar que es uno de los grandes especialistas en Historia Cultural con los que contamos hoy en la historiografía española contemporánea. Sus trabajos sobre los medios de comunicación social y los intelectuales durante la dictadura franquista y la Transición son sobradamente conocidos (Cuadernos para el diálogo [1963-1976]: una historia cultural del segundo franquismo, Madrid, 2006), como lo son también sus estudios sobre las relaciones históricas entre España e Italia (Patria, pan, amore e fantasia: la España franquista y sus relaciones con Italia [1945-1975], Granada, 2017, coordinado junto con Emanuele Treglia), línea en la que se enmarca su último libro, Morir lejos de casa. Las cartas de los soldados italianos en la Guerra Civil española, publicado por Marcial Pons en su colección de Historia en 2022.

Como el propio autor afirma en la introducción de la obra, las 356 páginas que la componen fueron cocinadas a fuego lento durante casi 20 años, tomando finalmente forma en los meses más duros de la pandemia de la COVID-19, como ha ocurrido con numerosas investigaciones recientemente aparecidas a las que la asfixiante burocracia académica, y el ir y venir de compromisos inevitables, y tantas veces inesperados, mantenía encerradas sine die en un cajón.

A partir de los informes de censura postal emitidos por el Servizio di Informazione Militari (SIM) y de las cartas censuradas por este durante la Guerra Civil española, conservadas en el Archivio Storico del Ministero degli Affari Esteri (Roma), Javier Muñoz Soro consigue en este libro aproximarnos a la complejidad de las experiencias individuales y colectivas de los soldados y oficiales italianos que participaron en la conocida como Operazione Militare in Spagna (OMS), al tiempo que desentraña, de una manera magistral, y trazando un recorrido cronológico y temático que funciona excelentemente como «hoja de ruta» para los lectores, las motivaciones, condiciones, formas, significados y consecuencias que tuvo dicha participación tanto para la España sublevada como para la Italia fascista.

A las informaciones obtenidas gracias al atento escrutinio de estas cartas e informes, acompañan las extraídas de la consulta de otros documentos oficiales no menos sustanciosos custodiados en archivos italianos y españoles, como el Archivio dell´Ufficio Storico dello Stato Maggiore dell´ Esercito (Roma) y el Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), así como de documentos privados y, además, inéditos, como los pertenecientes a la familia Grixoni, donados al Archivio di Stato di Cagliari.

Junto a las fuentes de archivo, el autor ha manejado también periódicos de la época, entre los que destaca Il Legionario, órgano del Corpo di Truppe Volontarie (CTV), cuyo primer número apareció en el mismo fragor de la Batalla de Guadalajara; obras autobiográficas de oficiales y de combatientes, entre las que encontramos desde los diarios escritos por el mismísimo general Mario Roatta hasta las memorias firmadas por nombres tan desconocidos como el de Maurizio Bassi; epistolarios editados durante o inmediatamente después del conflicto o en tiempos más próximos, como los de Gentile Campa y Giacomo Fiori, citado líneas más arriba; obras de carácter conmemorativo, como la titulada Legionari di Roma in terra iberica (1940), publicada con motivo del primer aniversario del final de la guerra; o propagandístico, como Spanish White Book: The Italian Invasion of Spain. Official Documents and Papers Seized from Italian Units in Action at Guadalajara (1937); y distintas narraciones literarias, como las del escritor, político y periodista italiano Leonardo Sciascia.

El libro se estructura en cuatro capítulos, a los que preceden la mencionada introducción y un prólogo de Javier Rodrigo, y un epílogo, al que sigue la lista de fuentes y bibliografía, un dosier de ilustraciones y un índice onomástico. Mientras que en los capítulos primero, tercero y cuarto se ponen en diálogo los informes de la censura postal y las cartas escritas por los oficiales y soldados del CTV censuradas por el SIM durante el conflicto, para reflexionar sobre las principales problemáticas que acompañaron y definieron la experiencia bélica de los legionarios italianos desde su llegada a España en el invierno de 1936 hasta la repatriación de los últimos efectivos en julio de 1939; en el capítulo segundo y en el epílogo se desarrolla un estudio de caso, el de Dario Grixoni, cuya trayectoria como teniente artillero en la División Littorio se nos da a conocer gracias al relato elaborado por este en las cartas enviadas a sus padres entre enero de 1937, antes de embarcar rumbo a España a bordo del buque Sicilia en el puerto de Gaeta, y julio de 1938, cuando el joven murió, tras ser herido en la ofensiva de Levante.

De esta manera, Javier Muñoz Soro logra demostrar el potencial que la correspondencia tiene en cuanto fuente histórica, ya que nos permite conocer los acontecimientos bélicos desde una dimensión única, íntima y cotidiana que puede (y debe), en muchos casos, hacernos cambiar de opinión y servir de contraste a los relatos oficiales, pese a sus limitaciones y peligros, y que nos da la oportunidad de superar el abismo que siempre existe, en el marco de los conflictos armados, donde «lo plural conspira contra lo singular» (p. 28), entre el testimonio del yo y el del nosotros, entre la memoria individual y la colectiva.

Son muchos, interesantes y muy esclarecedores los temas que se tratan en las cartas que se analizan en este libro que merecería la pena destacar, pero por su novedad, por su relevancia o por la original perspectiva desde la que se realiza su abordaje, merecen citarse, especialmente, los siguientes: el funcionamiento del sistema postal bélico italiano, la aplicación de la censura por parte de las autoridades militares a la correspondencia cruzada entre los combatientes y sus seres queridos, y los habituales ejercicios de autocensura e intercambio clandestino de cartas que estos practicaron; la imagen que los legionarios tuvieron de España y de sus enemigos o la que de ellos tuvieron estos, la población civil y los soldados a cuyo lado combatieron en las filas del Ejército sublevado; qué divergencias de criterio existieron entre los mandos italianos y los españoles a la hora de diseñar las estrategias a seguir y cómo interpretaron las tropas estos desacuerdos y la guerra misma; cómo se vivieron y narraron los fracasos y los éxitos militares, los largos compases de espera del CTV en la retaguardia, las negativas continuas a disfrutar de permisos o los escasos momentos de distracción; cómo se ejerció y juzgó la represión propia o ajena ejercida contra los vencidos o perpetrada por estos; en qué medida la propaganda de ambos lados tergiversó lo ocurrido, ocultando información, alertando a las familias y a los combatientes con falsos rumores o promesas, alentando la repatriación a costa de autolesiones, mentiras, fugas, traiciones o deserciones; o cómo la guerra española supuso una oportunidad para construir el nuevo orden fascista, alimentar el culto al Duce y acrecentar su «ética» y su «épica del sacrificio» (p. 27), reflejada de manera más que evidente en la «celebración colectiva de la muerte» y en la «espectacularización del duelo» (p. 297), y en lo que a las cartas respecta, en la dimensión pública, testimonial y ejemplarizante que las mismas cobraron para otros combatientes, para la sociedad italiana en general y, especialmente, para las futuras generaciones.

Durante la Guerra Civil española un total de 76.241 hombres estuvieron al servicio de Franco en el CTV, aparte de otros 5.669 que compusieron la fuerza aérea, de la que fue absoluta protagonista la temida Legión Cóndor. De ellos, 3.414 murieron en España, reposando hoy la mayoría de los restos que de los mismos pudieron rescatarse en el Sagrario Militar de Zaragoza y en el Valle de los Caídos; otros 150 fallecieron tras ser repatriados a Italia a causa de heridas o de enfermedades derivadas del conflicto; y otros 232 siguen todavía desaparecidos (pp. 49-‍50).

No me he parado a contar las cartas que Javier Muñoz Soro cita a lo largo de este libro, pero sean las que sean, solo son una ínfima parte de las miles y miles que todos estos soldados y oficiales debieron escribir. Sin embargo, resultan suficientes para entender, al menos, dos cosas: una, como señala el propio autor, que «el afán de aventura y la alegre curiosidad por lo desconocido» que esta correspondencia revela en los primeros meses de guerra fueron «cediendo ante la nostalgia y el deseo de volver a casa» a medida que esta se alargó más de lo previsto, al mismo tiempo que «la confianza en las promesas materiales y simbólicas» que se les hizo a los combatientes, «se truncó en desencanto, rabia y, a menudo, en desesperación» ya antes, incluso, de que terminara la contienda (p. 49); y dos, que independientemente de que se alistaran de forma voluntaria —animados por sus ideales, impelidos por la necesidad económica o movidos por la oportunidad que la guerra les ofrecía para escapar de la justicia— o de forma obligada —porque fueran reclutados de manera forzosa o sencillamente engañados—, los italianos, como bien recalca Javier Rodrigo en su prólogo, no vinieron a España a morir, sino a matar (p. 17), y que si algún silencio hay que desvelar en sus cartas, más allá de restituir lo que la censura, en su día, no quiso que se supiera, ese silencio es, sin duda alguna, el de la historia de las numerosas víctimas que dejaron a su paso.