Esta monografía constituye el tercer volumen de una colección coordinada por Jordi Canal. El propósito compartido por los historiadores e historiadoras que suscriben los siete libros que la componen es llevar a término un estudio del siglo XX español por medio del análisis exhaustivo y en profundidad de siete días en los que tuvo lugar un suceso que modificó el curso de la historia en este país. Siete acontecimientos que ofrecen, asimismo, una panorámica de un periodo determinado, o más bien de un momento de transición en cuya intersección se encuentra el hecho estudiado. No se trata, por tanto, de una historia centrada en el tiempo corto, sino en el instante. Una perspectiva «micro» cuya panoplia analítica permite examinar con mayor precisión a los individuos de carne y hueso, con sus decisiones y miedos, en su tiempo. Quizá la lección más valiosa que cabe extraer de este sugerente planteamiento es que nunca debemos infravalorar el peso que en la historia tienen aquellas acciones y preconcepciones de los actores generadas como respuesta, anticipada o reactiva, a la desazón producida por el mismo azar que preside nuestras vidas.

La fecha que pone título y objeto al libro reseñado es el 18 de julio de 1936, y el acontecimiento, naturalmente, es el golpe de Estado que precipitó la guerra civil. Su autora, Pilar Mera Costas, es doctora por la Universidad Complutense de Madrid y profesora en el Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED. Mera es una reconocida experta en el liberalismo de entreguerras y en los políticos liberales que transitaron del régimen de la Restauración a la Segunda República, cuestión que ha abordado a través de la biografía de Manuel Portela Valladares en una tesis doctoral aún inédita. Su recorrido académico y profesional sobresale por dos características no demasiado habituales en nuestro gremio. De una parte, su currículo formativo y docente presenta una determinante proyección interdisciplinar. Especializada en la historia del pensamiento y los movimientos sociales y políticos, Pilar Mera ha cursado también estudios de ciencia política y periodismo. De otra parte, ha sabido conjugar como pocos una sólida producción investigadora con una notoria presencia en los medios de comunicación. Mera ha escrito varios capítulos en diversos volúmenes colectivos y ha publicado diferentes trabajos en algunas de las revistas de historia más sobresalientes (Hispania, Studia Historica, Mélanges de la Casa de Velázquez…). Al tiempo, ha ejercido y ejerce habitualmente como colaboradora en la prensa escrita, habiendo escrito un sinnúmero de artículos para El País o Letras Libres.

El buen hacer de Pilar Mera descansa en una escrupulosa ejecución del método histórico y en la lectura de un copioso abanico de fuentes bibliográficas. Su condición de biógrafa explica tal vez que la tipología dominante sea la memorialística. Diarios, memorias y autobiografías de los protagonistas de la época suministran el grueso de la información. Como es lógico, Mera extrae buena parte de su materia prima de los testimonios de las grandes figuras de la República (Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio, Francisco Largo Caballero…). Sin embargo, también recurre a las memorias de otros personajes que tuvieron un rol más modesto. La información que estos proporcionan es valiosísima e insustituible, ya sea por su proximidad a los líderes políticos (Santos Martínez Saura, Juan Simeón Vidarte), por el papel que jugaron en la conspiración (Emilio Mola, Luis Bolín) o por cómo defendieron la legalidad republicana desde las instituciones (José María Varela Rendueles, Eduardo Capó Bonnafous). Asimismo, la autora va todavía más lejos al recuperar la voz de otros sujetos cuyo testimonio ha pasado más inadvertido. Nos referimos a las mujeres, tanto las que guardaban alguna relación con los actores de la trama (Constancia de la Mora, María Casares) como aquellas otras que nada tenían que ver con la política y que vieron aun así su mundo patas arriba a consecuencia de la guerra, como Pilar Duaygües. Este interés por las experiencias y los desvelos de quienes intervinieron en los sucesos desde un segundo plano o no pasaron de ser meros figurantes de la historia constituye un punto meritorio que merece la pena destacarse de esta obra.

El objetivo que persigue la historiadora es «contar qué pasó aquel 18 de julio y cómo los acontecimientos de aquellos días se convirtieron en una guerra» (p. 16). Mera abunda en la necesidad de dejar de lado las lentes del presente a la hora de aproximarnos a la República, recordándonos que las personas que vivieron aquel fatídico año no sabían la catástrofe que se les venía encima. Esta premisa, que lleva largo tiempo arraigada en la historiografía como un axioma generalizado, resulta más desconocida en el debate público. En este ámbito, por desgracia, no son infrecuentes los comentarios moralizantes que se limitan a condenar a quienes vivieron aquella época por el estallido de la guerra, culpando a unos, a otros o a todos por igual. Sus autores ni siquiera se molestan en dar explicación alguna, pues no pretenden comprender lo acontecido sino retorcerlo cuanto sea posible para defender argumentos que nada tienen que ver con la contienda. Aunque solo sea para minimizar sus nocivos efectos, toda prevención contra cualquier juicio que destile el más mínimo atisbo teleológico es siempre pertinente.

La obra combina un horizonte historiográfico ambicioso con una extensión moderada, lo cual tiene su razón de ser en el doble propósito, científico y divulgativo, que informa toda la colección. Es una investigación meticulosa y actualizada, pero es también un libro de sumo interés para el gran público. Contribuye a ello la formidable narrativa de la que hace gala esta historiadora. La riqueza descriptiva, la cuidadosa elección de las palabras y la factura casi artesanal del relato consiguen que la lectura de este trabajo te atrape desde la primera página. Esto se ve favorecido por el tono casi costumbrista con el que arranca el prólogo. La autora cuenta el 18 de julio a través de las historias de individuos anónimos, como Pilar, una maestra que se dirigía a la verbena del barrio vigués de Bouzas cuando unos guardias la mandaron para casa, o Arturo, que hubo de huir del pueblo lucense donde enseñaba porque las derechas locales le andaban buscando escopeta en mano. Esta humanización del acontecimiento, además de impeler moralmente al lector a empatizar con las víctimas de la guerra, representa una propuesta metodológica específica. Una apuesta por una historia que pone el foco sobre el sujeto y sus circunstancias. Un sujeto identificado no solo con los grandes hombres, sino también con los hombres y mujeres corrientes que, sin proponérselo, sufrieron la historia en sus propias carnes.

El primer capítulo supone un ejercicio ejemplar de síntesis histórica. Pilar Mera expone con claridad y concisión las claves del periodo que precedió a la conspiración, desde la revolución del 14 de abril de 1931 hasta los comicios de febrero de 1936. La historiadora explica el alcance, los obstáculos y las carencias de las reformas de los gobiernos republicano-socialistas, así como los episodios subversivos y los conatos revolucionarios que perturbaron la trayectoria de la República. También relata la competencia entre las principales formaciones político-sociales por conquistar el poder e imponerse a sus enemigos, así como las providencias dictadas desde el Ejecutivo para contener la escalada de violencia durante la primavera del 36. En estas páginas, Mera demuestra el exhaustivo conocimiento que posee sobre tres variables cuya ponderación resulta indispensable para comprender los orígenes de la conjura. A saber, las negociaciones, confrontaciones y alianzas entre los dirigentes de los partidos para formar o derribar gobiernos y mayorías parlamentarias, la eterna disputa entre los poderes civil y militar por controlar el Estado y ejercer la función gubernativa, y, por último, las reorganizaciones orgánicas y las políticas implementadas por el Ejecutivo para garantizar el orden público.

Seguidamente, la autora refiere los vericuetos de la conspiración militar, remontándose a los sondeos y tentativas golpistas que se sucedieron desde finales de 1935, e incidiendo en la designación del general Mola como «el Director» y la imposición de su modelo centrípeto de golpe de Estado. Prosigue Mera desmenuzando la participación en el movimiento de las fuerzas derechistas y los recursos financieros y humanos que aportaron, y continúa narrando el tornadizo diseño de la insurrección por medio del análisis de las famosas instrucciones reservadas de Mola. Merece la pena destacar cómo ha conseguido captar la fragilidad e incerteza que condicionaron aquella conjura. La historiadora evidencia cómo el plan fue mutando en función de las ambiciones de los generales, el número y jerarquía de los mandos que fueron sumándose, el compromiso de los apoyos civiles y el progresivo cerco policial. Únicamente desde el reconocimiento de esta incertidumbre puede comprenderse por qué la rebelión solo cosechó un éxito —o, más bien, un fracaso— parcial.

La réplica del Gobierno una vez empezada la sublevación y sus trifulcas con las organizaciones frentepopulistas centran la atención del capítulo tercero. Las asociaciones obreras, en especial las socialistas, llevaban meses criticando la blandura y pusilanimidad de las medidas contra los conspiradores. Las autoridades republicanas justificaban su prudencia invocando la necesidad legal de acumular más pruebas antes de actuar y la conveniencia estratégica de esperar a que el movimiento arrancara para yugularlo de raíz. Desmarcándose de la lectura predominante, que reproduce los juicios y denuncias de las formaciones de clase, Mera incide en las razones que asistían al Ejecutivo: la necesidad de retener la lealtad de los militares y guardias indecisos, y el voluble compromiso obrero, que quedó en evidencia con el fracaso de los gobiernos de Prieto y Martínez Barrio. El inicio de la insurrección polarizó más si cabe ambas posturas dada la exigencia sindical de distribuir armas entre el «pueblo», a lo que se negaba Casares, temeroso de perder el control del aparato de seguridad y comprometer irreversiblemente el monopolio estatal de la violencia. La cuestión no resultaba baladí, pues, en efecto, el reparto abrió el camino de la privatización del empleo de la fuerza, la desarticulación del Estado y la revolución. Pero no debe perderse de vista que la revolución —mejor expresado, la contrarrevolución— ya había comenzado en el bando contrario a causa de una rebelión tramada en las entrañas del propio Estado.

El último capítulo disecciona los primeros compases de la sublevación y su diferenciado desenlace en distintas latitudes de la península. Comenzando por Madrid, donde las milicias obreras no tardaron en desempeñar funciones parapoliciales enfundadas en el mono azul. Sin embargo, su papel auxiliar durante el asedio del cuartel de la Montaña, en el que el peso de la operación recayó sobre los guardias civiles y de asalto, pone de manifiesto un extremo sobradamente demostrado: que el triunfo del golpe dependió de la conducta del personal de los cuerpos militares y de seguridad. En su decisión hubieron de sopesar diversos elementos de su cultura corporativa. Disciplina, neutralidad y obediencia al poder establecido, por una parte, y patriotismo, principio de autoridad y tradición pretoriana, por otra. La equilibrada distribución del territorio, los efectivos y el material bélico entre sendos contendientes, escorada en beneficio de los sublevados merced al auxilio de las potencias fascistas, explican que la situación se decantara hacia la guerra.

El relato concluye con un epílogo que condensa las virtudes y cualidades que convierten esta obra en una investigación ineludible sobre el 18 de julio. La magnífica prosa de Pilar Mera vuela especialmente en estas páginas y se complementa de maravilla con los versos del poeta Celso Emilio Ferreiro, que dan nombre a la sección. Su condición de biógrafa salta nuevamente a la vista en la manera en que da cuenta del trágico destino que corrieron durante la posguerra los políticos republicanos y otros actores que hicieron frente al golpe. El perfil más desconocido de muchos de estos trasluce la firme intención de la autora de tener presentes a aquellos sujetos de la historia que jugaron un papel más discreto o que simplemente la padecieron, que no es poco.