Los estudios sobre la historia del turismo en España han experimentado en los últimos años una apreciable y fecunda expansión, cuantitativa y cualitativa. Se han multiplicado las y los especialistas dedicados a la misma, lo han hecho sus publicaciones, así como la presencia en congresos, tanto nacionales como extranjeros. Se han ampliado también los temas objeto de estudio y las perspectivas. El turismo, es sabido, es una materia poliédrica, con una dimensión política, económica, cultural, sociológica, antropológica e igualmente medioambiental, pues se expresa en el territorio, en la producción, uso y consumo de espacios turísticos, con sus vertientes natural y sociocultural. Lo son igualmente sus agentes, desde quien realiza el viaje hasta quien lo intermedia o presta servicios a quienes viajan. Esos sujetos y sus prácticas varían en función de la renta disponible, el tiempo y los medios técnicos que posibiliten esa forma de migración temporal que significa el turismo, lo que lo convierte en una realidad mutante. Por ello el turismo, como fenómeno, y los y las turistas, como sujetos históricos, son una materia difícil de aprehender, abordable con diferentes ópticas o paradigmas. Las dificultades se acentúan, si de una historia nacional del turismo se trata, cuando no existen datos agregados o los que existen son fragmentarios.

Estas limitaciones han afectado a la historia nacional del turismo en España, especialmente a la referida a sus primeros desarrollos en el siglo XIX y primer tercio del XX. Esto no ha impedido su cultivo, e incluso su eclosión en la última década. Esta eclosión ha llegado a todas las etapas históricas, la franquista y la más reciente de la democracia, el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX (incluyendo los años de Guerra Civil). Precisamente, a este último período ha sido al que se le ha dedicado una especial atención, al menos desde 2016. En 2017 tuvo lugar en Poio (Pontevedra) el I Congreso de Historia del Turismo, «…España, 1900-‍1939. El nacimiento de un país de turismo». De inmediato fue publicado el libro Los orígenes del turismo moderno en España. El nacimiento de un país turístico, 1900-‍1939 (2018), al que siguieron, entre 2017 y 2022, diversidad de artículos y monografías, entre los que cabe citar: La red de Paradores: Arquitectura e Historia del Turismo, 1911-‍1951 (2018), Luis Bolín y el turismo en España entre 1928 y 1952 (2021), De la fonda al hotel (2021), así como Historia del turismo en España, 1928-‍1962 (2021), con sendos capítulos sobre «El arranque del turismo moderno: 1900-‍1936» y su «hundimiento» durante la Guerra Civil, e Historia económica del turismo en España (1820-‍2020) (2022), con un capítulo centrado en «El auge experimentado en el primer tercio del siglo XX».

Esta proliferación de trabajos, a los que se suman múltiples aportes regionales o provinciales, ha permitido caracterizar, con unos trazos más consistentes que los que teníamos hasta 2015, la naturaleza turística del país y sus actores, con varias ideas básicas. En estos casi cuarenta años tuvo lugar el arranque del turismo moderno en España, esto es, el turismo entendido como industria. Se asiste a la conformación de un sistema turístico con diferencias regionales, y una geografía turística, litoralizada, que avanza la que se dibuja desde 1950, basculada hacia el Mediterráneo. Ese sistema turístico se revela en los destinos, los productos y los agentes: la creación de una auténtica administración turística, asociaciones de fomento, las empresas, parcial o totalmente turísticas, en el ámbito de los transportes, la agencia del viaje, los establecimientos termales y la hostelería o las publicaciones turísticas, aspectos empresariales que ya se estudian de forma novedosa e inédita. En la composición del turismo, destaca el turista nacional, dentro de España y hacia el exterior, y el menor peso del turista extranjero, un turista objetivo desde 1903-‍1905, cuyo avance permite al país mostrarse, con una perspectiva global, como un país emergente en el mercado turístico mundial (entre el puesto 13 y el 11 en 1931-‍1933), no líder aún, con una posición relativa en el turismo mundial algo mejor que en el comercio mundial («Spain in international tourism: a backward and emerging country (1900-‍1939)» —en Turismo 4.0. Storia, digitalizzazione, territorio—, Milano, 2021, pp. 82-‍83); por tanto, presenta algunos rasgos de «país turístico», aún sin consolidar. Y, en fin, un turismo, nacional e internacional en España, que experimentó los mismos «ciclos turísticos» (económicos) que el turismo mundial, del que se desacopla en julio de 1936. Desde un punto de vista sociológico, el tono lo marcan las élites; pero se constatan formas populares de turismo, de modo que se produjo su extensión social, un proceso de capilaridad hacia abajo, con segmentación social de destinos y estratificación social dentro de los destinos, ya en el siglo XIX. La revolución de la movilidad con los transportes colectivos por carretera fue relevante en esa ampliación de la base social del turismo en las décadas de 1920 y 1930, las de la rebelión de las masas.

El libro de Ana Moreno, De forasteros y turistas. Una historia del turismo en España (1880-‍1936) forma parte de esta especie de onda expansiva que vive la historiografía española del turismo. Ella es una de las cualificadas artífices de esta eclosión de los estudios turísticos. Estamos ante un libro que tiene vocación de aproximación totalizadora al turismo y a los turistas en España en un tiempo que arranca hacia 1880 y finaliza en 1936, aunque se centre más en el primer tercio del siglo XX. El libro se organiza, cronológicamente, en seis capítulos: hasta 1900, 1900-‍1910, 1910-‍1918, 1911-‍1918, 1917-‍1928, 1928-‍1931 —de «gran salto adelante»— y 1931-‍1936. No explicita los criterios de los cortes temporales, aunque se sobreentiende que los identifica con «ciclos» marcados por cambios en la institucionalización de la política turística y, también, en las principales etapas políticas. Esta obra se inicia con un apartado preliminar, «En busca del país», donde reflexiona sobre paisaje y turismo, y los turistas como intérpretes, y parte, de ese paisaje. Termina con un Epílogo, a modo de breves conclusiones, y un Postfacio, en forma de reflexión final; en ella evoca algunos paisajes y ambientes, algunos hombres, mujeres y proyectos que fueron forjados y forjaron aquel turismo en los que considera «unos años fundamentales» en la formación de la España moderna. En el relato de esta historia turística late la idea de un turismo experiencia, de relación física y emocional con los territorios, que construye identidades: «Los turistas han hecho mucho en la construcción contemporánea de España transformando espacios, viéndolos con otros ojos y apropiándose de ellos porque el turismo —sostiene— consiste precisamente en eso, primero imaginar, luego ir y, por último, incorporar, emocionalmente, esa experiencia» (p. 12).

El libro, bien escrito, es brillante por momentos, sobre todo para aquellos períodos históricos que la autora ha frecuentado más (la etapa de la Comisaría Regia y la del PNT de la dictadura de Primo de Rivera), no tanto para la República. El apartado de conclusiones es breve. A uno le hubiera gustado leer un «a modo de balance final», que sintetizara las principales líneas argumentales del relato turístico de la autora (que tienen que ver, creo, con el turismo y la identidad nacional). Moreno considera que, aunque el país no fuese un gran destino turístico internacional, estos «treinta años de crecimiento sostenido habían hecho de España un país turístico, no solo porque hubiera turistas e industria, sino porque se habían explorado todas las piezas del complicado puzle». También parece muy clara, destaca, la «relación del turismo con la política», y que desde muy pronto se entendió «el papel que esa nueva industria estaba llamada a desempeñar en asuntos como la diplomacia cultural o las relaciones internacionales» (otra cosa son los resultados) (pp. 317-‍318), así como su posible papel «social y educativo». La autora pone de relieve el «binomio indisoluble» entre turismo y cultura, una relación compleja, y rastrea con detalle la ligazón entre prácticas turísticas (excursionismo cultural o de naturaleza), e inventario, conservación y divulgación del patrimonio artístico y natural (parques nacionales, sitios o monumentos de interés). A través de estas ligazones, no siempre lineales o directas, durante estos años se incorporó «el arte, la cultura y la identidad nacional a un sector», y se efectuaron una primeras musealizaciones (de la mano de Vega-Inclán) con finalidad turística. También enfatiza la autora que «el discurso sobre el turismo siempre tiene que ver el país desde fuera (sic) y ese cabo también se ató muy pronto porque una parte, y no precisamente pequeña, de la historia turística nacional se escribió en el exterior y desde el exterior, no solo porque fuese una moda importada, sino por el papel que desempeñaron los turistas, sobre todo ingleses, los primeros y más influyentes, pero también por la responsabilidad que tuvieron los editores europeos (…) creando imágenes y estereotipos» de España (pp. 319-‍320).

Es una afirmación discutible. Desde mi punto de vista, revela algunas de las debilidades o pasivos del libro. El viajero y el turista inglés, y los productores de libros y guías de viajes de esa nacionalidad, así como las «colonias» de británicos, fueron importantes, sin duda. Pero, en el caso español, tras la I Guerra Mundial, los turistas de esa procedencia no fueron mayoritarios entre los extranjeros —las estadísticas disponibles así lo indican— y, tanto ellos como los de otros países, representaron una fracción pequeña del turismo total en España, de en torno al diez por ciento. Los españoles fueron quienes, desde mediados del siglo XIX, turistificaron el país, y se condujeron por el mismo pertrechados, cuando lo hicieron, con las múltiples guías y libros de viajes, o crónicas de viajes de la prensa diaria o ilustrada, general o específicamente turística. Eran productos creados por españoles y españolas, publicados por iniciativa de particulares, empresas o sociedades de hosteleros o de fomento de turismo, como la de Barcelona, que tenía colección propia de guías, o por organismos oficiales, ayuntamientos, cabildos o el Patronato Nacional de Turismo, desde 1928. La producción fue notable.

Sostenía Moreno en 2007 —y mantiene en cierto modo en este libro— que «la atención de nuestra industria editorial nacional por el hecho turístico fue nula. Al no ser España una nación turística, la socialización del mismo a través de una guía no tenía sentido. Tuvieron que ser las iniciativas extranjeras las que vinieran a llenar ese vacío» (Historia del turismo en España en el siglo XX, p. 58). Entre 1875 y 1900, por ejemplo, se publicaron sobre Galicia al menos quince libros de viajes y guías, de autores nacionales; la llegada del ferrocarril, iniciada la década de 1880, actuó de desencadenante (Scripta Nova, 618, 2019: 11-‍13). El fenómeno es generalizable a muchas de las provincias españolas, y, por supuesto, fue más intenso en el primer tercio del siglo XX. Sin descuidar el papel que tuvieron guías y libros extranjeros, la imagen de la España turística la crearon, en estos años de arranque del turismo moderno, sobre todo los españoles de extracción urbana que viajaban y estas publicaciones —o álbumes de fotos o postales— que les ilustran, animan o guían, antes o durante el viaje. Otro tanto sucedió con las revistas, parcial o totalmente dedicadas al turismo hasta 1936. Hoy contamos con un primer amplio catálogo, y un estudio, debido a Eva Concejal (2018), que Moreno no cita, catálogo que actualmente perfeccionan Beatriz Correyero y Saida Palou. Intuyo que será difícil elaborar una adecuada valoración del papel del turismo en la construcción de la identidad nacional en España durante el siglo XIX y el primer tercio del XX, sin tener en cuenta esta literatura, alguna de insignes escritores o reputadas intelectuales, como Unamuno, Azorín, Pardo Bazán, Casas Abarca, Ciro Bayo, Blasco Ibáñez, Otero Pedrayo, Fernández Flores, Sánchez Cantón, Tormo, Camba, Jaime Escalas, etc.

Ana Moreno afirma en este libro que «pasado 1929 poco se volvió a escribir sobre turismo. Ni el tema entró en los intensos debates de 1931, ni apareció en las leyes republicanas, empezando por la propia Constitución, que nunca lo menciona, quedando relegado a su pequeño rincón sectorial». No es así. Los años treinta fueron los de mayor presencia mediática del turismo (ha sido cuantificado) y cuando más se habló en el parlamento español sobre él hasta entonces; aparecieron revistas dedicadas exclusivamente al turismo, y este se incluyó en el debate sobre los modelos de desarrollo y la planificación económica y territorial regional, que despuntaba. Lo vemos en Aragón y en Cataluña. Lo comprobamos en la constitución de un activo grupo parlamentario pro-turístico en las Cortes republicanas (1934-‍1936). Lo constatamos en la importante ley municipal de 1935, que incluyó, entre las competencias de las corporaciones locales, el «Fomento del turismo; protección y defensa del paisaje; museos; monumentos artísticos e históricos; playas y balnearios». Esto no aparece en este libro que comentamos. Los años de la República son posiblemente los más desdibujados en él, hasta el punto de que se afirma que «lo realmente importante ocurrió en 1932, quizá el último año turísticamente interesante antes de la guerra» (p. 287). Apenas se hace referencia a la actividad empresarial en el ámbito de las agencias o de la hotelería —sobre lo que algo se ha escrito estos últimos años—, ni se estudia el extraordinario fermento congresual y de eventos pro-turísticos, el más intenso e importante del ciclo histórico que finaliza en 1936, con un componente empresarial que no alcanzaron los de 1908-‍1912. El libro no acierta al identificar estos congresos, pues señala menos de los que hubo y no los estudia (p. 291). Se presentan en él algunos de los debates políticos sobre el turismo, respecto a Cataluña y la «organización territorial», pero no se aportan las claves de lo que realmente se discutió, relacionado con el enfrentamiento, que arranca en 1929, sobre el modelo de la organización oficial del turismo en el nivel provincial, como puede leerse en Historia del turismo en España, 1928-‍1962 (2001, pp. 60-‍110); la revista Estudios Turísticos (223, 2021, pp. 93-‍139) o El turismo en España e Italia antes del boom turístico (2022, pp. 121-‍146). Los sindicatos de iniciativa fueron uno de los intérpretes de este debate de fondo. El uso de algunas de sus magníficas revistas, en el caso de los sindicatos de Valencia, Barcelona o Aragón (disponible en red), hubiera sido útil. En esta investigación no se ha utilizado ninguna de ellas.

En este libro también encontramos ejemplos de elevación a categoría de lo que es un simple testimonio de época —en algunos casos extemporáneo—, sobre determinados destinos turísticos. Lo vemos respecto a la ciudad de A Coruña, por ejemplo, y respecto al Mediterráneo español decimonónico. A Coruña es más turística de lo que pudiera desprenderse de un artículo de prensa de 1930 sobre su principal playa, Riazor, que está aún sin urbanizar (p. 101). Los documentados trabajos de Elvira Lindoso y Margarita Vilar, o los de Santos Solla o Díaz López sobre su hostelería, revelan una realidad algo distinta. La implicación empresarial, cívica y municipal a favor del turismo despegó tras la conexión ferroviaria de la ciudad con Lugo (1875) y Madrid (1885), y en la década de 1920 y en los primeros treinta mostró un extraordinario dinamismo, cuando se publicitaba como «Ciudad de veraneo». En julio de 1935, «la periódica escala de barcos extranjeros de turismo, quizá mayor que en años anteriores, acentúa la nota de animación (…). Autobuses y autos particulares acuden diariamente en gran número y los trenes arriban a la ciudad con centenares de veraneantes» (Galicia Industrial y Comercial, 112: 1). No ser Santander o San Sebastián no significa irrelevancia turística.

Del turismo en el Mediterráneo, se afirma en el libro que «la construcción turística de este mar no empezó hasta el siglo XX… Durante décadas nadie se acercó a sus costas en verano» (pp. 203-‍204). Algunos testimonios contemporáneos revelan otra cosa: «Ya se ha inaugurado la temporada de baños en la playa de Alicante (…), se han introducido grandes mejoras en esta parte, construyéndose (…) establecimientos elegantes para los bañistas» (El Pensamiento Español, 26-5-1860); «nada menos que diez establecimientos de mar elegantemente construidos y rivalizando todos en comodidad» (La Correspondencia de España, 25-6-1865); y, es «mayor cada día el número de forasteros que visitan esta ciudad; (…) teniéndola ya no solo como estación balnearia sino también como residencia de invierno» (Roca de Togores, Guía de Alicante, 1882: 3). La llegada del ferrocarril Madrid-Alicante en 1858 fue el detonante, al igual que sucedió con Valencia (1859) o Barcelona. Dio lugar a la creación de uno de los primeros productos turísticos españoles, el del «tren botijo» —de Madrid a Alicante, o hacia Madrid, de fin de semana, para valencianos o alicantinos—. Las primeras sociedades de fomento del turismo de que tenemos noticia se crearon en Málaga y en Alicante en 1896 (Junta de propaganda del clima de Alicante). Revelan la apuesta por el turismo de salud (baños, climatología y residencia invernal), que se extendió a Denia y otras ciudades mediterráneas desde la década de 1880 (Turisme, Gastronomía, Oci i Salut als municipis valencians: Una Perspectiva Històrica, 2012). De forasteros y turistas alude al turismo de las clases populares, pero se queda en la epidermis. Fijarse en este turismo sin el elitista glamur de las starts (el del «Mediterráneo culto», p. 213) hubiese permitido un discurso más matizado respecto al Mediterráneo turístico del siglo XIX, sobre el que quedan algunas facetas por explorar.

Constatar esta, y alguna que otra debilidad, no impide que entienda que estamos ante una publicación en varios aspectos excelente. Un libro es bueno cuando está bien escrito, entretiene y enseña. El libro de Ana Moreno reúne estas cualidades. Viene cargado de enseñanzas. Considero que estamos, pues, ante una de las destacadas contribuciones de estos últimos años al relato sobre nuestra historia del turismo. A la que le queda, aún, mucho y mejor recorrido historiográfico.