Existe una abundante bibliografía sobre las peripecias de la Compañía de Jesús en relación con su expulsión de España, desde la ya clásica obra del padre Batllori sobre la cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos (1966) con publicaciones tan fundamentales como los textos de Teófanes Egido, Niccolo Guasti, Antonio Mestre, José Antonio Ferrer Benimeli, Rafael Olaechea y tantos otros.

De todos los historiadores que se han ocupado de la expulsión de los jesuitas brillan con especial intensidad los libros de Enrique Giménez López, catedrático de la Universidad de Alicante desde 1988, que viene explorando, con algunos discípulos suyos, desde hace ya algunos años, las diversas vertientes sociales, políticas y culturales de la problemática de la expulsión y el exilio de la Compañía de Jesús. Pero nadie, hasta el momento, había asumido la tarea de analizar en profundidad el acto final del proceso de anti-jesuitismo que arrancaba desde los propios comienzos de la Compañía: la orden de extinción de los jesuitas que en 1773 llevó a cabo el papa Clemente XIV. La extinción se prolongaría hasta la restauración de la Compañía por Pío VII en 1814. Lo ha hecho quien mejor podía desempeñar este objetivo: el propio Enrique Giménez.

En el libro se exploran las raíces de la culminación del viejo anti-jesuitismo europeo con la fijación obsesiva que la Compañía suscitó a lo largo del tiempo y que se solidificaría en la orden de extinción: la atribución de responsabilidad directa de los jesuitas en los motines contra los reyes, la visión de ellos como una estructura de poder rígido, su papel como maquinaria de propaganda de ideas contra las regalías, su conciencia de superioridad respecto a cualquier otra orden de la propia Iglesia…

Asimismo, se analiza la implicación que en la decisión final de la extinción tuvieron los reyes de España, Francia, Portugal, Nápoles, Prusia y las emperatrices de Austria y Rusia. Curiosamente, la Compañía se mantuvo viva, pese a todo, en Prusia y Rusia, dado que sus monarcas al no ser católicos no pudieron compartir el Breve pontificio de extinción. El anti-jesuitismo se había reflejado ya especialmente en las órdenes de expulsión. La primera había sido la de Portugal en 1759, a la que siguieron Nápoles, Francia, y, desde luego, España con Carlos III en 1767, rey éste que fue el gran verdugo de la Compañía con Floridablanca y Campomanes como instigadores permanentes. Los sufrimientos de los jesuitas exiliados no aplacaron la ansiedad política de sus enemigos.

En el libro, Enrique Giménez explora el llamado Monitorio de Parma de 1768 como desencadenante de la presión constante hacia la desaparición de la Compañía, siempre vista como inquietante para el conjunto de la sociedad, inquietud que flotó en España en la misma medida que en el ámbito europeo.

La embajada de José Moñino, conde Floridablanca, en Roma desde 1772 fue decisiva. El Breve pontificio, como he dicho, acabaría de consolidar el anti-jesuitismo arrastrado tan largo tiempo. Enrique Giménez examina la incidencia que la propia extinción tuvo respecto ya a los recientes exiliados con los diversos refugios encontrados por los supervivientes hasta la inversión de la situación en 1814.

En este texto queda muy visible la singular incidencia que en la decisión final tuvieron no solo los Estados sino la propia Iglesia. Los dictámenes de los obispos fueron muy hostiles a la Compañía, así como las propias Órdenes religiosas. Teófanes Egido insistió en que hubo un plan político para acabar con todas ellas. Después de 1773, los regalistas españoles acosaron a dominicos y agustinos, pero ciertamente la disposición pontificia de Clemente XIV no puede separarse de la propia presión que dentro de la Iglesia existía contra los jesuitas.

En conclusión, pues, estamos ante un libro poblado de una extraordinaria densidad de referencias documentales y bibliográficas que permitirán satisfacer los requerimientos de los diversos especialistas sobre la Compañía de Jesús en el siglo XVIII. Ciertamente, el libro de un maestro.