Geógrafos e historiadores visitan de forma recurrente la interacción entre espacio y tiempo como el lienzo donde los actores sociales han escrito sus experiencias. Este objeto clásico se torna aún más atractivo cuando las coyunturas históricas y políticas se desplegaron sobre unas coordenadas que al mismo tiempo se estaban construyendo y que por su magnitud podrían parecer desmesuradas sino absurdas y casi irreales. Los poderes ibéricos se desbordaron desde la segunda mitad del siglo XV más allá de los espacios euromediterráneos de los que procedían y, en un proceso complejo y fascinante, hilvanaron un tejido que se sustentaba sobre múltiples territorios y se sostenía en relaciones sociales, políticas, culturales, religiosas, espirituales, institucionales y económicas; comprender la naturaleza, el sentido y la existencia misma de unos poderes que habían superado con éxito los ámbitos tradicionales de los imperios euroasiáticos, y que lograron dotarse de una notable estabilidad y duración, es una de las reflexiones que han cimentado la renovación historiográfica de las dos últimas décadas. Es en esta pesquisa donde se sitúa el volumen colectivo que editan Gaudn y Stumpf y que, en el marco de una serie de actividades de investigación más amplia, buscando incorporar el estudio de la distancia como elemento a la vez fundador y explicativo de las prácticas y representaciones que hicieron posible, en su formación y devenir, el poder imperial español y portugués.

La elección del tema es particularmente feliz, pues la distancia era efectivamente central en la gestión del poder político y lo fue desde múltiples puntos de vista. No hay que olvidar que este era un mundo en el que una cartografía más técnica debía aún coexistir, de hecho, en realidad lo que debía hacer era competir, con formas de representación conceptual del espacio fundadas en saberes y tradiciones muy diversas. Hubo algo radicalmente novedoso por su magnitud en las distancias objetivas que debieron de enfrentar los gobiernos ibéricos —locales, regionales o centrales— a la hora de hacer cumplir sus órdenes, gestionar su dominación o simplemente diseñar sus políticas. Pero esta distancia, entendida sólo como «enemiga número uno» del poder imperial, no agota en absoluto la problemática y el libro que aquí reseñamos invita a una reflexión mucho más amplia, mucho más compleja, mucho más inteligente, mucho más histórica. Para hacerlo se ha articulado un volumen coral que, pese a los riesgos de dispersión que esto conlleva, logra proponer una lectura de conjunto novedosa, coherente y rica en la que queda claro que las preocupaciones de los editores generan respuestas plurales que ponen claramente de manifiesto la importancia del tema de la relación espacio-lejanía-tiempo como vertebrador de poder imperial, sin, por supuesto, agotarlo.

La introducción del volumen realizada por los editores sitúa al lector en las tesituras historiográficas más clásicas y en las reflexiones metodológicas actuales sobre la incorporación de la distancia como factor histórico y su empleo respecto a los imperios. En efecto, lejos de ser sólo una infraestructura fría, inmutable y aséptica, la distancia es un producto conceptual, un argumento jurídico, una excusa administrativa o un mecanismo explicativo; sobre ella (entendida como espacio-tiempo) se situaron expectativas, y, a partir de ellas, se explicaron procesos, se desarrollaron estrategias administrativas, se previeron actuaciones. Dos campos emergen con fuerza de la reflexión a la que invita el volumen, por un lado, la distancia como argumento de explicación, como concepto que se define, por cuyo sentido se compite y en el que se ubican las propias representaciones, intereses o excusas; y, por otro, está la distancia como realidad presente que se ha de tener en cuenta para la propia actuación, sumando las incertezas que las grandes escalas aportan a la toma de decisiones o al juicio a realizar sobre ellas.

Una fascinante temática, sin duda, que es enfrentada de forma coral. El volumen se estructura en cuatro partes. La primera trata sobre representaciones y convenciones, sobre lo que se puede llamar los saberes de la distancia: el cómo ésta se concebía y el efecto político que podía tener (João Paulo Pimienta); desde ese marco se estudia la percepción de la distancia (espiritual o física) en Antonio Vieira (Adma Muhana e Iris Kantor), las discusiones en torno a las Malvinas (Darío Barriera), y el desarrollo del sistema postal en la América portuguesa y en la metrópolis (Nivia Pombo). La segunda parte versa sobre la experimentación de la distancia en la gestión del gobierno administrativo sobre el terreno y en los gabinetes cortesanos (Maria Fernanda Bicalho), lo que se evidencia en la percepción del espacio desde la práctica de su uso (Jean-Paul Zuñiga), en la gestión, o en el intento, de su control a través de las visitas episcopales (Evergton Sales Souza y Bruno Fleitler), y en los efectos, contradicciones y posibilidades que genera en la carrera de militares y administradores, como fue el caso de Jerónimo de Acezedo en Ceilán y en el Estado da India (Graça Almeida Borges). La tercera parte insiste en las acciones y representaciones políticas que se pueden construir sobre la distancia (Thomas Calvo), en la formación de una cultura de la administración y de los ideales tipo de sus hacedores (Roberta Stumpf), y en la representación ante la corte de los poderes territoriales y sus argumentos (Arrigo Amadori). La cuarta, en fin, se centra en los vínculos y mecanismos que se conforman sobre la distancia como realidad y argumento (Michel Bertrand); en cómo estas ideas pasan de un espacio a otro y buscan dar sentido a la negociación política a través de su presencia de la corte mediante el desplazamiento de personas o de documentos (Caroline Cunill), o mediante la interacción entre espacios regionales, como van a ser las capitanías brasileñas (Arthur Curvelo). El volumen se cierra con una muy atractiva reflexión de Jean Pierre Dedieu que invita al debate sobre la distancia como elemento estructurador en el poder imperial ibérico y en el del imperio Celeste bajo los Ming y los Manchús.

Así pues, hay un amplio e inteligente despliegue que suma temáticas concretas sobre territorios diversos. Hay que indicar, y se volverá a ello, que son mayoritariamente exteriores al marco euromediterráneo y que cuando se tiene en cuenta éste es sobre todo en la relación entre la corte y los poderes locales. Los territorios tratados son ambas Indias y la reflexión que se pueda hacer sobre ellas (Bicalho), Brasil y el Atlántico afrobrasileño (Pimienta, Muhana-Kantor, Sales Souza-Fleitler y Curvelo), con extensión al mundo africano e hindú (Stumpf y Almeida Borges), la América española (Zuñiga, Bertrand), el Atlántico Sur (Barriera), el Río de la Plata (Amadori) o Yucatán (Cunill). Hay un trabajo sobre los efectos de una misma política en la esfera metropolitana y colonial (Pombo), y las ya referidas obras de visión general (Bertrand) y visión comparada de imperios (Dedieu).

A lo largo de las páginas la reflexión sobre la distancia no se olvida de reclamar la necesidad de buscar una historia integrada de los territorios bajo soberanía ibérica rompiendo los espacios estancos (Pimienta). También se insiste en aprehender el punto de vista que ligaba la distancia física a la espiritual que se vislumbraba con las poblaciones extraeuropeas (Muhana-Kantor) y en plantear los grandes debates que han recorrido la historiografía reciente, como hace Bicalho al preguntarse hasta qué punto esa distancia supone una forma distinta de gobierno o una mayor autonomía efectiva en la acción de los administradores reales. En todo caso, como evidencia Calvo en su magnífico texto, lejanía que significaba atonía imperial, de la misma forma que no hacía falta una estructura burocrática densa o una fuerza coactiva inmediata para sostener la dominación: el rey, por sí y por el uso de su figura por la administración, no sólo estaba presente, aunque fuera de forma espectral, sino que era fundamental para justificar el propio sistema político y social. La distancia era, por lo tanto, un elemento constitutivo que alimentaba, explicaba y justificaba los roles reclamados, era un argumento y una reivindicación que se pensaba desde los parámetros providencialistas que sustentaban la comprensión misma del sistema, su credibilidad y su durabilidad.

En el volumen se puede comprender la riqueza metodológica que se abre a la hora de estudiar estas prácticas y representaciones, más aún cuando los historiadores que escriben los capítulos enfrentan la problemática desde puntos de vista y medios de análisis diferentes. Desde la muy meritoria aproximación cuantitativa (Curvelo), a los estudios de caso y a la historia sociocultural y política, lo cierto es que en una lectura de conjunto queda claro cómo el principio de la distancia resulta muy flexible. De hecho, está presente en unos procesos que de por sí ya se sabía que eran maleables. En efecto, la distancia era un mérito a reclamar (Muhana-Kantor), una justificación y un imperativo para construir un mundo nuevo con múltiples protagonistas (Zuñiga), un espacio en el que hacer visibles y explicar lo conflictos y las denuncias de mala praxis (Stumpf), un enemigo a estigmatizar y superar para lograr el dominio del territorio (Curvelo), pero también, como queda claro en el luminoso texto de Barriera, un espacio de incertidumbre que se definía en competición a otros poderes, lo que en parte aceleraría la aplicación de nuevas racionalidades (Pombo).

En estos procesos de apropiación, negociación y conflicto sobre espacios y su representación, todos fueron actores. A la hora de definir rutas (Zuñiga), de desarrollar políticas concretas, más allá de las órdenes de la corte (Almeida Borges), o de generar conciencia sobre conjuntos relacionales (Bertrand), los diversos agentes van a reclamar una legitimidad propia, la de ser pláticos, construida sobre sus experiencias, lo que les dotaría de una autoridad para su interpretación que nacía de los propios saberes que generaba la vivencia de la distancia.

Con su enorme riqueza de reflexiones y con la pluralidad de casos que incorpora, este libro obliga al lector a una interpretación mucho más compleja de tiempos y espacios, a una lectura que tenga en cuenta la visión subjetiva y cambiante que de ellos se tuvo y los cálculos (políticos, jurídicos, económicos, sociales…) que se construyeron sobre unos horizontes de expectativas que incluían su gestión como elemento definidor y constitutivo de los diversos procesos que definían y redibujaban imperios. Es evidente que en un libro de esta naturaleza la calidad viene de la suma de una propuesta estimulante, del interés de las contribuciones individuales y de que en ellas se haya respondido a la cuestión central. Este volumen resulta precioso y es, por méritos propios, muy atractivo. Fuerza a renovar debates e invita a la discusión. Poco más se puede pedir a un libro. Hubiera sido interesante, al menos para este comentarista, que se incorporaran algunos textos más sobre la distancia no tan distante, al menos físicamente. Al reducirse en su mayoría a visiones de largo radio no se enfocan dos ángulos del debate que enriquecerían la reflexión: hasta qué punto la construcción de las percepciones y saberes de la distancia en el mundo euromediterráneo condiciona o determina las lecturas que se harán en los espacios extraeuropeos, y, en segundo lugar, si analizar estas prácticas en los ámbitos veterocontinentales permitía responder a sobre qué se define la distancia: sobre leguas, kilómetros, instituciones mediadoras, lenguajes, situados, contactos y protectores, emociones y patronazgos… Tengo la sensación de que, estando mucho más cerca de un campesino de la Mancha que de un virrey en América, el rey estaba mucho más distante del primero que del segundo. Pero estas son preocupaciones puntuales, cunado lo importante es que este libro levanta ese tipo de cuestiones y muchas más, responderlas en conjunto será una aventura mayor para la historiografía, un camino que habrá que agradecer, y no poco, a las brillantes páginas que nos ofrecen Gaudin y Stumpf.