Resumen

Este artículo tiene como objetivo analizar las redes de colaboración y la gestión que el franciscano español Antonio de Santa María Caballero (1602-‍1669) hizo de la misión franciscana en China durante los más de veinte años que pasó en este país, así como también la mediación que realizó para la corona española durante los viajes que le llevaron primero a Manila y luego a Macao. A partir de la correspondencia de este religioso, una parte de la cual ha sido publicada en la Sinica Franciscana, así como de las relaciones y otros documentos inéditos conservados en distintos archivos, se reconstruirán las redes y fidelidades de Santa María en China —fundamentalmente con dominicos, chinos y jesuitas—, atendiendo a los dos períodos en los que realizó su labor misional allí, 1633-‍1636 y 1649-‍1669. El estudio de este franciscano, nombrado en 1643 prefecto apostólico de la seráfica orden en China por el Papa, permite analizar las primeras reacciones ante los métodos de evangelización empleados por los jesuitas en China y, a la vez, reconstruir el proyecto que como prefecto apuntó ante las autoridades religiosas en Roma y Manila para que la misión franciscana en China siguiera adelante.

Palabras clave: China; Manila; Franciscanos; Misiones; Santa María Caballero.

Abstract

This article aims to analyze the collaboration networks and the management that the Spanish Franciscan Antonio de Santa María Caballero (1602-‍1669) made of the Franciscan mission in China during the more than twenty years he spent in this country, also the mediation that he carried out for the Spanish crown during the trips that took him first to Manila and then to Macao. Through the correspondence of this religious partially published in the Sinica Franciscana, as well as from the reports and other unpublished documents preserved in different archives, this article will recuperate the networks and faithfulness of Santa María in China —fundamentally with Dominicans, Chinese and Jesuits—, attending to the two periods in which he carried out his missionary work there, 1633-‍1636 and 1649-‍1669. The study of this Franciscan, named Apostolic Prefect of the seraphic order in China by the Pope in 1643, allows us to analyze the first reactions to the methods of evangelization used by the Jesuits in China and, at the same time, to reconstruct the project that as Prefect he pointed out before the religious authorities in Rome and Manila so that the Franciscan mission in China could continue.

Keywords: China; Manila; Franciscans; Missions; Santa María Caballero.

Recibido / Received: 15/03/2022; Aceptado / Accepted: 05/06/20223; Publicado en línea / Published online: 20/12/2023

Cómo citar este artículo / Citation: Busquets Alemany, Anna, «Santa María Caballero y la construcción del proyecto misional franciscano en China», Hispania, 83/274 (Madrid, 2023): e032. https://doi.org/10.3989/hispania.2023.032.

Fuente de financiación / Funding sources: Este trabajo se enmarca en las actividades de investigación del proyecto Redes de información y fidelidad (REDIF): los mediadores territoriales en la construcción global de la Monarquía de España (1500-‍1700) (Ref. PID2019-110858GA-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, Gobierno de España). Más información en la página www.ub.edu/redif.

INTRODUCCIÓN[Subir]

La derogación de los decretos y bulas papales que habían garantizado a la Compañía de Jesús el monopolio de la evangelización de China durante cincuenta años (1580-‍1633), permitió la entrada de las órdenes mendicantes a este país. En 1633, el franciscano Antonio de Santa María Caballero[1] (1602-‍1669) logró establecerse en el imperio chino, donde pasó más de veinte años en dos períodos claramente diferenciados. El primero, entre 1633 y 1636, fue importante porque representó el asentamiento de las órdenes mendicantes en China tras varios intentos fallidos llevados a cabo desde el siglo anterior[2], y además porque Santa María adquirió un conocimiento directo de los métodos de evangelización practicados por los jesuitas en China. El segundo período, que concluyó con la muerte del misionero, se prolongó desde 1649 hasta 1669, y permitió a Santa María fundar la primera misión franciscana en China, en la provincia de Shandong. Nombrado prefecto apostólico de la orden seráfica en China por el papa Urbano VIII, Santa María gestionó la misión franciscana de Shandong, apuntó las directrices que debían seguirse y negoció con las autoridades religiosas todos los asuntos relativos a las necesidades de la misión.

Este artículo tiene como objetivo analizar las redes de colaboración que Santa María estableció durante los años que pasó en China, el rol que ejerció como prefecto y las acciones de mediación en nombre de la monarquía y de la orden seráfica que desempeñó durante los viajes que le llevaron, primero a Manila y luego a Macao. La figura de Santa María ha sido fundamentalmente estudiada por la historiografía en relación a la polémica de los ritos chinos, puesto que fue uno de los primeros misioneros en alertar a las autoridades de Manila y Roma acerca del carácter idolátrico de la ritualidad china y también en criticar la permisividad ritual que los miembros de la Compañía de Jesús tenían con sus conversos. Este trabajo, pues, pretende analizar la figura de Santa María en China desde un punto de vista diferente, atendiendo a la construcción de las redes de colaboración necesarias que buscó en los momentos iniciales de la misión franciscana en China, a la gestión que hizo de la misión, y al análisis de las peticiones a la provincia filipina de San Gregorio y a Propaganda Fide a partir de las necesidades que detectó en la recién creada misión franciscana de Shandong.

En 1643 fue nombrado prefecto apostólico y, cómo tal, le correspondía, pues, organizar y dirigir la misión, así como también llevar la administración diaria, atendiendo a las cuestiones materiales y espirituales y gestionar los asuntos de organización interna de la orden en China. Para garantizar el funcionamiento de la misión, se centró en buscar, por un lado redes de colaboración en China y, por el otro, trasladar y negociar con las autoridades de Manila y Roma las necesidades de la misión. Como prefecto, durante el primer período asumió él mismo el papel de negociador. Sin embargo, a partir de su segunda estancia en China confirió plenos poderes para la negociación a su compañero en la misión, Buenaventura Ibáñez (1607-‍1691), que actuó como portavoz de la misión franciscana y en nombre del propio Santa María, tanto ante Propaganda Fide como ante las autoridades provinciales de Manila[3]. En la búsqueda de apoyos procedentes del ámbito civil y del religioso, Santa María se centró fundamentalmente en establecer vínculos con los chinos —tanto con algunos letrados, como es el caso de Shang Huqing, como también con algunos mandarines locales—, con los dominicos —fundamentalmente con Juan Bautista de Morales, con el que coincidió en China y en Manila—, y con los jesuitas, de cuya relación se ha conservado abundante correspondencia. Con estos últimos, la relación fue siempre un tanto ambigua. Si bien las misivas quese han conservado permiten afirmar que con algunos mantuvo una buena sintonía personal y de cordialidad —llegando incluso a trabar un vínculo de amistad, como ocurrió con Jean Valat—, en general los jesuitas —en especial aquellos con los que coincidió en la provincia de Fujian— más bien mostraron cierto recelo acerca de la presencia de Santa María en China, que interpretaron como una clara intromisión en un territorio que consideraban como propio. Santa María procuró de manera insistente encontrar puntos de colaboración con los padres de la Compañía y se fijó en los aspectos que habían garantizado la buena aceptación que estos religiosos tenían en China para así incorporar tales aspectos, en la medida de lo posible, al proyecto misional franciscano al frente del cual se encontraba.

La correspondencia de Santa María, buena parte de la cual fue recopilada y publicada en la Sinica Franciscana, así como las relaciones y otros documentos inéditos conservados en distintos archivos, permiten reconstruir estas redes de colaboración e identificar cuáles fueron los temas que preocuparon al franciscano en la gestión que hizo de la misión de Shandong. La figura de Santa María, pues, es relevante no solo porque puede considerarse el fundador de la misión franciscana en China en la época moderna y uno de los primeros en cuestionar el método de evangelización de los jesuitas en el imperio chino, sino también porque como prefecto apostólico trazó una estrategia ante las autoridades religiosas de Roma y Manila y puso las bases del posterior proyecto misional franciscano en Shandong.

PRIMERA ETAPA DE SANTA MARÍA EN CHINA (1633-‍1636): REDES INICIALES[Subir]

Santa María Caballero (Li Andang 利安當) entró en China a finales de junio de 1633, en una embajada que partió de Jilong, al norte de Taiwán, en la que también viajaba un dominico, Juan Bautista de Morales (1596-‍1664). El éxito de la embajada estuvo vinculado a la ayuda del dominico italiano Angelo Cocchi, que había llegado a China el año anterior. Cocchi había enviado a Taiwán a un chino cristiano para que enseñara a los dos religiosos las costumbres chinas en lo relativo a la lengua, las ceremonias, los vestidos y la comida, y también una embarcación para que los llevara hasta la provincia china de Fujian, en la costa sur del país.

La primera colaboración que Santa María estableció en China, pues, fue con los dominicos Cocchi y Bautista de Morales, aunque al poco tiempo el primero falleció. Por ello, durante los primeros meses en China Santa María trabajó conjuntamente con Morales en la misión de Fuan y Dingtou, en el sur de la provincia de Fujian, y prosiguió con el aprendizaje de la lengua china gracias a su maestro Tadeo Wang (Wang Tadou 王達陡), con el que además se inició en el estudio y análisis del carácter de los ritos chinos permitidos por los jesuitas.

Al año siguiente, en 1634, la llegada de un nuevo contingente de religiosos proporcionó a Santa María un compañero, Francisco de la Madre de Dios. En este momento, a pesar de mantener vínculos de colaboración para la evangelización de las comunidades cristianas de Fujian, dominicos y franciscanos decidieron repartirse las misiones. Los dominicos quedaron al cargo de la misión de Fuan y los franciscanos de la de Dingtou[4]. Este mismo año, Santa María consiguió fundar una nueva misión, cerca de Ningde, en la que gracias también a la colaboración de los chinos cristianos que había en la región, los franciscanos pudieron adquirir una casa en cuyo interior construyeron un oratorio.

Las primeras acciones que Santa María llevó a cabo en China lo llevaron a imitar las prácticas de acomodación que habían seguido los jesuitas en lo relativo a la indumentaria y al uso de los crucifijos. El franciscano entró en Fuzhou porteado en una silla cubierta, ataviado con ropajes chinos y sin ningún crucifijo colgado al cuello, acomodándose de esta manera al contexto cultural chino, tal como habían hecho y seguían haciendo entonces los padres de la Compañía. «Entramos en la muy populosa ciudad de Fucheu, íbamos vestidos al traje chino, y todavía con las coronas aun no cerradas del cabello natural, si bien cubiertas con cabello postizo al uso de aquel reino», señalaba el franciscano en su relación sobre la entrada en China[5].

Sin embargo, desde el primer momento puso de manifiesto serias dudas en relación a tales prácticas y se mostró muy crítico. Sobre la adopción de la indumentaria china, además de parecerle ridícula y afirmar que se sentía disfrazado, en la correspondencia dirigida a sus superiores en Manila fundamentaba sus críticas en torno a dos aspectos. En primer lugar, consideraba que el abandono del hábito no permitía evangelizar expeditamente y, además, obligaba a muchos más gastos que se podrían ahorrar si pudieran llevar sus propios hábitos. En segundo lugar, creía que no se diferenciaban de los padres de la Compañía y que esto no les beneficiaba ya que, según Santa María, los chinos preferían que sus ministros fueran «religiosos de aquellos que se visten de saco, andan descalzos, ceñidos con una soga y no toman plata»[6]. Sobre el uso de los crucifijos, el franciscano nuevamente se debatía entre lo que consideraba adecuado y lo que estaba forzado a hacer para poder pasar lo más desapercibido posible y predicar en China. Por este motivo, aunque en sus escritos menciona en más de una ocasión que ni él ni Morales llevaban crucifijo alguno colgado al cuello —«y aunque no llevábamos crucifijos al cuello, pero en nuestro ánimo y corazón con tal intento entramos»—, inmediatamente deja clara su actitud al respecto, afirmando taxativamente que tanto franciscanos como dominicos «habían de predicar en China apostólicamente y mostrar en público laimagen del crucifijo y sacarla a la luz»[7]. Algunos años más tarde, en el Memorial por la Provincia de San Gregorio de Philipinas de los descalços, escrito en 1639, recuperaba el tema de la cruz afirmando que los padres de la Compañía «observan, y ponen particular cuidado, en que la imagen del santo crucifijo, no la haya en sus altares, ni que en sus iglesias se vea ni parezca»[8].

Desde el primer momento Santa María fue consciente de que no seguir la práctica acomodaticia de los padres de la Compañía en estos dos aspectos —y que respondía a una clara voluntad por acercarse a los letrados chinos, los literati, cuyo prestigio derivaba directamente del título obtenido mediante un sistema de exámenes— podía causar una mala impresión en los chinos. Por ello, en repetidas ocasiones transmitirá al viceprovincial de los franciscanos en Manila su deseo de pasar a Corea —«por tener noticia cuan buen natural tienen los Coreanos y cuan dóciles parecen para ser instruidos en la santa ley de Dios, nuestro Señor»[9]—, porque le constaba que allí los frailes podían vestir sus túnicas sin necesidad de cambiarlas y donde, además, parecía que la población tenía una mayor predisposición para ser instruida en la fe cristiana[10]. Santa María estuvo siempre entre la obediencia que debía a los principios de la orden seráfica —son varios los testimonios en los que tenemos evidencia clara de la penitencia y vida de sacrificios que se autoimponía—, y la necesidad de adaptarse al contexto y a las prácticas culturales chinas. Los misioneros europeos que evangelizaron en China se convirtieron a menudo en mediadores interculturales, pues además de la labor que ejercieron como religiosos acabaron desempeñando otros roles —embajadores, traductores, filósofos,intérpretes, entre otros—, que los obligaron a encontrar estrategias de acomodación de su propia cultura a la realidad china[11]. Para garantizar su labor evangelizadora y su permanencia en el imperio chino, los religiosos se vieron con frecuencia envueltos en episodios de mediación política y religiosa, que los obligaron a un diálogo intercultural entre dos mundos, el propio y la tradición china, más o menos distantes[12]. Ocurrió con Santa María Caballero, que tuvo que actuar como mediador con los agentes locales chinos y con los miembros de las otras órdenes religiosas y, además, gestionar con las autoridades de Manila y Roma —bien directamente o a través Buenventura Ibáñez—, los asuntos relativos a la misión franciscana. En definitiva, se trataría de lo que Tremmel-Werner y Goetze han convenido en denominar como agente mediador accidental, que ponía en diálogo mediaciones de tipo diverso entre dos tradiciones distintas[13].

Durante este primer período en China, la relación de Santa María con los padres de la Compañía fue siempre ambigua. Si bien sobre el papel parecía que había un trato cordial y de amabilidad, en la práctica la reacción de los jesuitas combinó la indiferencia con un claro recelo sobre la presencia de Santa María en China. Fueron diversos los jesuitas con los que estuvo en contacto, ya fuera de manera epistolar o presencial. Entre ellos, Benito de Matos, con el que coincidió en Fuzhou, el portugués Gaspar Ferreira, Ignacio Lobo, del que «muchas veces recibía cartas en castellano por ser yo castellano»[14] o con el italiano Tranquillo Grassetti (1588-‍1647), que estaba en Nanchang. Santa María se esforzó por tender puentes de colaboración con todos ellos aunque todos sus intentos fueron infructuosos. Las respuestas que obtuvo respondían siempre a un mismo patrón. Si bien inicialmente era recibido y tratado con cierta benevolencia —y sin un signo claro de animadversión—, los miembros de la Compañía le recordaban la obligación de obtener el beneplácito y aprobación del viceprovincial de la Compañía, el padre Manuel Dias, además de la necesidad de sujetarse a su autoridad[15]. Los padres, pues, no contemplaban el nuevo contexto misional en el que las órdenes mendicantes no solo habían obtenido la autorización papal para predicar en China sino que tambiénpodían entrar en Fujian sin tener que pasar obligatoriamente por Macao, escapando de esta manera tanto del control portugués, ejercido mediante el padroado, como de la autoridad eclesiástica de Macao, quedando de esta manera bajo el control directo de la autoridad de Manila.

Tampoco tuvo mucha más suerte con el viceprovincial, con el que tras varios intentos acabó entrevistándose, tal como el propio Santa María expone en diversas cartas enviadas a Manila. Si bien de entrada pareció que Dias tenía intención de ayudar al fraile, nada más lejos que la realidad, pues el criado chino que le facilitó —Santa María se había quedado sin los suyos—, finalmente resultó más ser un estorbo y un problema para el fraile que no una ayuda[16]. El viceprovincial se mantuvo firme en su postura, y siempre se mostró muy reticente a establecer cualquier tipo de colaboración con Santa María, y desde la llegada del fraile a China expresó su absoluta disconformidad con las actividades de los mendicantes allí, tal como expresaba en una carta que envió al General de los jesuitas, Mutio Vitteleschi[17].

Aunque Santa María había identificado de manera muy clara los métodos y las cuestiones teológicas que le alejaban de los jesuitas, también detectó rápidamente cuáles eran, a ojos de la sociedad china, las razones que permitían a los jesuitas gozar de una posición privilegiada y que les confería, además, una áurea de respetabilidad absoluta. Santa María remarcaba con asombro que uno de ellos, el jesuita Giulio Aleni, se había convertido «en el oráculo de aquella Provincia, donde el dicho Padre residía»[18] tanto para los chinos cristianos como para los que no lo eran. Según el franciscano, el respaldo y reconocimiento que los religiosos de la Compañía tenían por parte de la sociedad china se sustentaba, principalmente, en la antigüedad que los padres tenían en el país, el método de apostolado basado en libros[19] (habían publicado mucho tanto en lengua china como en lengua extranjera), el reconocimiento como sabios que habían obtenido de los letrados chinos y la estructura religiosa-política sólida y potente que les apoyaba y que, además, encajaba perfectamente con las estructuras jerárquicas chinas. Santa María lo recogía en su relación acerca de su entrada en China:

Bien saben los cristianos de aquel reino que lo que un Padre de la Compañía saca a luz o por escrito o por enseñanza y doctrina común no sale solo por su boca de aquel solo, o por sola su pluma, sino por el parecer y acuerdo, y maduro consejo de todos los Padres de importancia, que en China tienen: que así me lo dijo a mí, en mis oídos, un cristiano letrado, bautizado por el dicho Padre Julio Aleni[20].

Para Santa María, pues, era necesario conseguir también el reconocimiento que los jesuitas habían logrado de los chinos. Para ello, aunque en ningún momento lo verbaliza de manera explícita, los franciscanos necesitaban diseñar una estrategia similar a la de los padres de la Compañía que les permitiera posicionarse claramente en China y conseguir así que los chinos dejaran de verlos como «cuatro ministros sin lengua, nuevos en la tierra, sin experiencia mucha de ella, y que aún no saben si somos doctos o ignorantes en sus ciencias porque aún no nos han visto sacar a luz algún libro en su letra y lengua china»[21]. A esto se dedicará en su segunda etapa en China, coincidiendo con su nombramiento como prefecto apostólico de la orden. Antes de ello, el asunto más urgente era trasladar a las autoridades en Manila y Roma las preocupaciones acerca del carácter idolátrico de los ritos chinos permitidos por los jesuitas a los chinos conversos.

MEDIACIÓN DE SANTA MARÍA CABALLERO FUERA DE CHINA[Subir]

En febrero de 1636, Santa María abandonó China para dirigirse a Manila con la finalidad de tratar allí la cuestión de los ritos chinos. Tras una parada en Taiwán, retomó el viaje en un barco de chinos que el gobernador había preparado para negocios particulares, acompañado de un ayudante y nueve soldados[22]. Sin embargo, el trayecto hasta Manila le llevó más de un año, ya que inmediatamente después de haber zarpado, la embarcación se abrió por los dos costados y debido a las fuertes tormentas y a la pérdida del timón, acabó atracando en tierras holandesas. El franciscano fue hecho prisionero, conducido a Yakarta (isla de Java) y condenado a trabajos forzosos. Tras haber pasado ocho meses, fue destinado a otra prisión en Ternate (islas Molucas) de donde finalmente «le rescataron los españoles y condujeron a Manila»[23]. Santa María consiguió llegar a Manila en junio de 1637, un año y medio después de haber partido de China.

Ya en Manila, convocó a Juan Bautista de Morales, que había regresado a las islas meses antes, y también al arzobispo, el agustino fray Hernando Guerrero (1635-‍1641). Para mayor claridad y siguiendo las órdenes de su superior, Santa María organizó el contenido de todos los papeles que llevaba consigo en quince puntos. Las disquisiciones en Manila no fueron fáciles y por ello Santa María decidió elaborar tres memoriales: uno dirigido al rey Felipe IV —De modo evangelisandi regnum Dei in sinicio imperio—, otro a los ilustrísimos señores de la Santa Inquisición de Roma y España —De praedictione envagelica in eodem imperio—, y otro al cardenal Francesco Barberini —De modo praedicandi regnum Dei—, protector de la seráfica orden de san Francisco[24]. En ellos trasladaba a las autoridades competentes las cuestiones relativas a los ritos chinos que debían tratarse y por las que había salido de China.

Siguiendo la orden de sus superiores, se embarcó hacia Roma junto con Bautista de Morales para trasladar todos los papeles a la Santa Sede. Sin embargo, dado que los holandeses tenían sitiada Malaca, decidieron que Morales prosiguiera solo el camino y que Santa María se quedara en Macao, donde permaneció durante cuatro años[25]. Además, durante su estancia aquí alertó al gobernador de las Filipinas de que los holandeses querían hacerse con el control de Taiwán, tal como acabaría sucediendo ese mismo año[26] y, además, tuvo que mediar en la disputa eclesiástica en que se encontraba sumida la ciudad. En estos momentos, Macao enfrentaba a castellanos y portugueses por cuestiones de competencia jurisdiccional. Una disputa eclesiástica entre el gobernador eclesiástico del obispado, fray Bento de Cristo —apoyado y aconsejado por los dominicos, agustinos y franciscanos— y el comisario del Santo Oficio, el padre Gaspar Luís había puesto en evidencia la rivalidad religiosa-territorial en la ciudad de Macao[27]. Santa María tuvo que mediar en la disputa —aunque se desconoce en qué términos lo hizo—, y lo consiguió remitiendo algunos escritos jurídicos a los tribunales de Goa, de los que dependía el gobierno de Macao. Sin embargo, nuevos altercados entre unos y otros relativos al reconocimiento de don Juan de Portugal como rey (tras el período de unión luso-castellana, 1580-‍1640), avivaron de nuevo las tensiones. Finalmente, todos los españoles, tanto religiosos como seglares, fueron expulsados de Macao por decreto del virrey de la India.

Esto obligó al franciscano a salir de Macao, y como representante de la provincia de Manila, se hizo cargo de un grupo de clarisas que estaban en Macao, del franciscano Antonio del Puerto y de algunos españoles seglares que también estaban en la ciudad. Consiguieron llegar a Manila en mayo de 1645. Aquí fueron recibidos por las autoridades civiles y religiosas, por los franciscanos del convento de san Gabriel y por una multitud de la ciudad. Durante los meses que Santa María se quedó en Manila, se dedicó a la predicación del evangelio, aunque provocó la ira del gobernador por haber predicado contra los vicios en la vida pública y por ello fue desterrado de la ciudad[28].

Sin embargo, su situación cambió por completo al poco tiempo. Tal como se ha referido anteriormente, en abril de 1643 Urbano VIII lo nombró prefecto apostólico de China, aunque Santa María no fue consciente de tal nombramiento hasta algunos años más tarde, tal como explicitaba en su carta de 25 de septiembre de 1648 al secretario de Propaganda Fide: «también recibí el vuelto de la santidad de Urbano VIII en que me hace gracia de prefecto, entre los de mi religión»[29]. Además, el decreto papal de 12 de septiembre de 1645 que condenaba los ritos chinos por idolátricos, respaldó las ideas que desde hacía años había defendido en sus escritos acerca de los ritos chinos[30]. Tuvo conocimiento de este decreto a través de la carta laudatoria que le mandó el prefecto de la Congregación (fechada en Roma el 18 de octubre de 1645), en la que, además, se le ordenaba que regresara a China junto con algunos religiosos[31].

SEGUNDA ETAPA EN CHINA (1649-‍1669): PREFECTO APOSTÓLICO DE LA MISIÓN[Subir]

Santa María regresó a China en 1649 y tanto las circunstancias personales —lo hacía como prefecto apostólico y llevaba consigo la experiencia de su primera etapa en el país— como también el contexto chino —con el avance de los manchúes por las provincias del sur—, eran distintas. Su nuevo cargo lo había convertido en el máximo representante de la orden seráfica en China y en el responsable último de la gestión de la misión. Las cartas que durante estos años dirigió tanto a sus superiores de la provincia de San Gregorio en Manila, como las que envió a Propaganda Fide, permiten conocer los temas que le preocuparon y por los que intentó mediar con las autoridades religiosas competentes.

En primer lugar, Santa María pedía de manera insistente a Manila el envío de sustento económico y otros bienes materiales. En sus cartas explica de manera extensa las severas condiciones en las que se encontraba y la necesidad de recibir ayuda material para poder subsistir, pues los gastos que tenían en la misión de Shandong eran muy elevados y, además, la guerra contra los manchúes lo había encarecido todo. Para justificar las peticiones de los socorros, el franciscano insiste una y otra vez en los elevados precios de cada cosa, y detalla de manera pormenorizada los gastos de la misión. Así, en su carta al provincial en Manila, explicaba:

El reino le hallamos muy trocado de cómo solía en todo, y los bastimentos y vestuario tan caro que una libra de puerco, valiendo antes tres cuartillos, cuesta ahora real y medio, y unos zuecos para los lodos, que antes costaba tres o cuatro cuartillos, hoy cuestan dos reales, y a ese modo las demás cosas, por lo cual solo en comida, sin contar el vestuario ni otros gastos forzosos, gastamos cada mes 33 pesos, y comemos bien tasada y míseramente, sin almorzar jamás ni beber gota de vino[32].

La comida consistía en algunas hierbas cocidas con dos huevos de pato, en general sin nada o muy poca carne, y en cuanto al vestido, era necesario poder comprar un sayal para el invierno, pues era fuerte el frío, agravado además porque la mayoría de las casas habían quedado destruidas con la entrada de los manchúes y no había presupuesto suficiente para su reparación. Santa María solicitaba poder contar con un presupuesto más elevado que le permitiera comprar o alquilar una casa acomodada en la que pudiera poner un oratorio, y tener al menos un par de mozos para la cocina, sacristía, comprar y lavar la ropa. Entre los gastos necesarios también incluía poder tener un maestro para aprender la lengua y escritura chinas, al que necesariamente además de pagar por la enseñanza tenía que poder mantener. El total reclamado ascendía a los 700 u 800 pesos, contando que 400 eran para la manutención y que el resto debían cubrir todo lo otro[33].

La falta de subsidios era una parte del problema. La otra es que estos no llegaban nunca a tiempo ni cada año y, además, cuando llegaban a China era necesario ir hasta Anhai o algún otro puerto, con el gasto y peligro que comportaba viajar por el interior de China. Por ello, Santa María propondrá a sus superiores un cambio en la forma y periodicidad del envío. En lugar de envíos anuales, el franciscano sugería que los envíos de los subsidios procedentes de Manila se hicieran en paquetes correspondientes a tres años. Además, debido a la inseguridad que había en los caminos y en el mar —debida fundamentalmente a la guerra entre chinos y manchúes, y también a la presencia de actividades piráticas—, Santa María insistía una y otra vez en que el dinero viajara lo más oculto posible y proporcionaba algunos ejemplos sobre cómo esconderlo: en el interior de una marqueta de cera o de un tibor de vino, en el propio cuerpo del portador o cosidos en un lienzo y sellados. En cada caso, el franciscano indicaba la cantidad de dinero que podía ocultarse:

En una marqueta de cera bien embejucada, de modo que se vea ser cera, pueden venir en el corazón de ella 250 pesos; en un tibor de vino de Castilla, 100 pesos, cosidos en un lienzo limpio y fuerte, de modo que no suenen, que el vino no pierde nada. El donado puede traer en su cuerpo 150; al capitán que llevare carta mía se le pueden dar 200 pesos, cosidos y sellados, con sobre escrito y carta para mí, y otra carta de vuestra caridad para el mandarín de este puerto, agradeciéndole vuestra caridad el bien que nos hace, y suplicándole me entregue aquellos 200 pesos[34].

El otro problema del que se quejaba Santa María era la falta de religiosos. En sus cartas es recurrente el lamento por encontrarse solo en Jinan y por ello reclamará de manera insistente a sus superiores el envío de misioneros, a la vez que también solicitaba el envío de «indezuelos de a 14 o 15 años de Camarines, y si supieren escribir mejor, para que nos sirvan, que el mayor trabajo que tenemos es esto de no tener mozos»[35] o incluso sería mejor si pudieran ser dos mestizos sangleyes, ya que por no tener mozo, se queja de que su compañero en Jian, Buenaventura Ibáñez, acababa haciendo de cocinero y él, de barrendero[36]. De hecho, tal como se ha mencionado anteriormente, en 1662 otorgó plenos poderes a Buenaventura Ibáñez y le autorizó a viajar a Roma para tratar tanto de los negocios de la misión con las autoridades romanas como para solicitar también el envío de religiosos[37]. Aunque inicialmente las conversiones fueron muy pocas[38], y así lo reconocía en sus cartas, en la relación acerca del estado de la misión en China, con fecha de 1659, Santa María escribía que le parecía haber bautizado «entre adultos y párvulos, utriusque sexus, ya en la ciudad, ya en las aldeas, mil y más personas»[39], y además haber conseguido que los adultos hicieran lapráctica de devotos ejercicios, como rezar el rosario los domingos en la iglesia, y recibir la confesión y comunión en los días festivos. El franciscano lamentaba haber conseguido pocos conversos, lo que atribuía al hecho de que para las cosas del alma, los chinos eran rústicos, burdos, zafios y llenos de tinieblas, en especial los pobres de la ciudad.

En sus cartas Santa María también solicitaba a Manila el envío de rosarios, crucifijos y medallas que sirvieran a los religiosos tanto para las oraciones como para adornar las diferentes estancias dispuestas para los rezos. Además, también de manera recurrente pedía el envío de libros religiosos y otros objetos para la predicación y las celebraciones litúrgicas, entre los que había santos óleos, ornamentos completos de altar y de misa, aras, misales, hierros de hostias, ropa blanca de sacristía así como un lienzo no muy grande del juicio universal con Cristo en la cruz y en el que las pinturas del infierno fueran de lo más horrible posible[40]. A medida que avanzó en edad, también solicitaba breviarios más grandes, «de los de más moderna impresión (...) que la vista ya lo pide así», y también algún cuchillo para las plumas y unas tijeras para las uñas[41].

El segundo período de Santa María en China coincidió con un momento de convulsión absoluta: los manchúes habían entrado en el país y estaban avanzando por distintas provincias. Además, una parte importante de los mandarines que habían favorecido la actividad de los religiosos en la provincia de Fujian, habían muerto. Esto obligó al franciscano a redefinir nuevas redes locales, que pudo construir fundamentalmente gracias a los vínculos que le proporcionaron dos macaenses a los que años antes había conocido durante su estancia en Macao: Manuel Bello y Antonio Rodríguez. La colaboración directa con ambos fue crucial. Manuel Bello era consuegro de Zheng Zhilong, cuyo hijo, Zheng Chenggong (1624-‍1662), era amo y señor del imperio marítimo de los Zheng, que controlaba la mayoría de las redes comerciales marítimas que existían entonces y cuya fortuna privada ascendía a 400.000 taels[42] y una armada superior a 200.000 hombres[43]. Santa María era consciente del poder que tenían: él mismo había llegado a Anhai en un junco propiedad de Zheng Zhiguan, que era tío de Zheng Chenggong[44] y, en la misma ciudad de Anhai, tanto él como sus compañeros Buenaventura Ibáñez y José Casanova pudieron alojarse en una casa propiedad de Manuel Bello, donde había un «muy lindo oratorio que sirve de iglesia, donde acuden los demáscristianos»[45]. Manuel Bello, además, pidió a Santa María que se ocupara de la comunidad de cristianos que había en el lugar ya que el jesuita Pietro Canevari, que hasta entonces se había hecho cargo de dicha comunidad cristiana, les había abandonado. Pero lo más importante para el franciscano no fue únicamente conseguir una casa donde alojarse y poder oficiar las misas, sino vivir bajo la protección de la familia Zheng, gracias al matrimonio de Antonio Rodríguez con una hija de Zheng Zhilong.

En esta segunda etapa de Santa María en China la relación con los jesuitas continuó siendo ambigua. Por un lado, son frecuentes los episodios en los que los jesuitas mostraron su malestar y desprecio por los frailes, y que además Caballero padeció en primera persona. En ocasiones, se negaron directamente a hospedarlo en sus casas y le exigieron abandonar inmediatamente el país[46]. En otras, hicieron correr la voz entre los chinos acerca de que ni él ni los otros frailes tenían autorización alguna para predicar ni para dar ninguno de los sacramentos cristianos y, por lo tanto, prohibían a los fieles chinos que acudieran a la predicación o misas oficiadas por los frailes, ni que les ayudaran. En algunas otras, cuestionaron públicamente la presencia de Caballero en China desautorizándole ante los cristianos y argumentando que los únicos párrocos y ministros eran los padres de la Compañía de Jesús[47]. Con quien tuvo peor relación fue con el italiano Pietro Canevari, que incluso intentó expulsarlo del país. Por todo ello, en los informes que Santa María enviaba a sus superiores, concluía que los pobres resultados en cuanto a las conversiones que habían conseguido se debían, fundamentalmente, al temor de los chinos cristianos ante posibles represalias de los padres de la Compañía, pues a ojos de los chinos les trataban «como si los religiosos de otras órdenes fuéramos algunossectarios»[48].

Por el otro lado, en cambio, también hubo importantes episodios de colaboración, de entre los cuales destacó la que obtuvo del jesuita Adam Schall, que resultó crucial para la fundación de la misión franciscana en Shandong. Santa María, hastiado de la situación en Anhai y del lento ritmo de conversiones que conseguían, recuperó su viejo deseo de pasar a Corea e inició su camino hacia el norte. En Pekín coincidió con el jesuita Adam Schall —que entonces era jefe del departamento de astronomía de la corte—, que logró convencerlo de que olvidara su idea de ir a Corea y le propuso que se dirigiera a la provincia de Shandong, en concreto a Jinan. Además, le prometió acceso a las redes que ya tenía establecidas con los mandarines locales —proporcionó a Santa María cartas de recomendación dirigidas a los «principales mandarines, a cuya sombra podrá sin susto hacer firme mansión y cultivar toda aquella tierra»[49]— para que el franciscano pudiera establecerse sin problema. Aunque inicialmente la idea no entusiasmó al franciscano, finalmente aceptó tras haber tenido unas visiones mientras rezaba ante una imagen de Cristo. Interpelado por una voz divina, acabó aceptando la propuesta[50].

Santa María llegó a Jinan en octubre de 1650. Allí existía ya una pequeña comunidad de cristianos que hasta entonces habían sido administrados por los jesuitas Nicolò Longobardi y Giovanni Francesco Ferrari, y una pequeña iglesia que estos habían fundado. Santa María Caballero entregó la carta que llevaba al mandarín amigo de Adam Schall —el shoutao, el intendente, seguramente Liu Ta[51]—, al que también entregó algunos regalos: «un estuche de dos cuchillos y unas tijeras, una bolita de ámbar para su abanillo, cuatro pliegos de papel de Castilla, un papelito de polvos, y no muy buenos, y unos quince alfileres de Castilla»[52]. Por su parte, el mandarín también le ofreció un regalo y dos taels de plata. A petición de este mandarín, Caballero visitó a otros dos mandarines a los que también obsequió con regalos similares, entre los que había «un poquito de jabón de Méjico, tanto como un dedo, por no tener más, y dos pañuelos de narices de esos vastos que usan nuestros religiosos»[53]. A principios de 1651, Santa María pudo comprar una casa con el total que había reunido y ello le permitió abandonar la vieja casa de los jesuitas que le inicialmente le había ofrecido Schall. Esta fue la primera casa de la orden de San Francisco, tal como se expresó en la escritura en letra china, y en ella se erigió la iglesia que dedicó aNuestra Señora de los Ángeles[54]. Además del apoyo de los mandarines, durante los años que permaneció en Jinan también forjó redes estrechas de colaboración con algunos letrados, como fue el caso de Shang Huqing —que había sido bautizado por el jesuita Francesco Samibasi— y con el que debatió, conjuntamente con Jean Valat, los asuntos relativos a la cuestión de la ritualidad china y acerca del confucianismo y las interpretaciones que de él estaban haciendo los padres de la Compañía. Además de Valat, durante este período también dialogó acerca de la ritualidad de los chinos con otros jesuitas, entre ellos Feliciano Pacheco y Martino Martini.

Todo ello quedó truncado en 1665, como consecuencia del denominado Caso del Calendario iniciado por Yang Guangxian contra los misioneros. Santa María fue capturado en Shandong, llevado a Pekín y posteriormente desterrado a Cantón junto con los otros religiosos. Caballero compartió cautiverio con 19 padres de la Compañía y 3 dominicos y participó en la denominada Conferencia de Cantón (18 de diciembre de 1667-‍26 de enero de 1668), durante la cual los religiosos debatieron extensamente acerca de los aspectos relativos a la evangelización en China que los había enfrentado. Los misioneros acordaron plantear sus opiniones para luego valorarlas conjuntamente y aceptar lo que la mayoría decidiera[55]. Las posturas eran tan distantes que no hubo acuerdo. Según el relato de los jesuitas, todos los misioneros reunidos en Cantón firmaron los acuerdos. En cambio, según la versión de los frailes, no todos firmaron y Santa María fue uno de ellos. Antonio de Santa María Caballero murió en Cantón el 13 de mayo de 1669, dos años antes de que se permitiera a los misioneros regresar a sus misiones. Antes de morir, el dominico Domingo Fernández de Navarrete, que compartía cautiverio con él, le administró los últimos sacramentos, y fue también el mismo dominico el que ofició la ceremonia de su entierro, que tuvo lugar extramuros de Cantón.

CONSIDERACIONES FINALES[Subir]

Santa María entró en China en 1633 y fue el primer franciscano en establecerse de manera permanente allí. A diferencia de las expediciones franciscanas del siglo anterior, que habían intentado sin éxito establecerse en el país, Santa María no dudó en vestirse con ropajes chinos ni tampoco en ocultar el crucifijo que llevaba colgado al cuello, aunque de ello se lamentaba repetidamente en las cartas a sus superiores. Atrás quedaba la estricta observancia de las reglas que habían seguido sus predecesores en China y que posiblemente habían dado al traste con el éxito de sus misiones. Desde el primer momento, el franciscano comprendió la necesidad de seguir estas dos prácticas acomodaticias que seguían los padres de la Compañía, pues respondían a una voluntad clara de acercarse y obtener el favor de los letrados chinos, los literati. Santa María contó con el apoyo de algunos de estos letrados, entre ellos Shang Huqing, y también al igual que habían hecho los jesuitas, contó con la complicidad de los mandarines locales, cuya ayuda económica resultó vital para el inicio de la misión franciscana en Shandong.

Este primer aspecto es relevante para entender la importancia de Santa María en China y nos aporta una visión de este religioso y su trabajo en el imperio chino diferente a la que ha sido planteada tradicionalmente por la bibliografía, que fundamentalmente ha analizado su figura en relación con la querella de los ritos. Temas teológicos y de evangelización lo llevaron a enfrentarse de manera directa con los padres de la Compañía, y sobre ello escribió prolijamente. Como resultado, remitió diversos memoriales a las autoridades religiosas de Manila y Roma para que se trataran y se resolvieran estos asuntos, y dada la importancia de los temas, tras su primer período en China envió un detallado informe al arzobispo de Manila, Hernando Guerrero, para que también tomara cartas en el asunto. Sin embargo, más allá de estas diferencias teológicas que mantuvo con los jesuitas, Santa María siempre tuvo en el radar la ascendencia que los padres de la Compañía habían conseguido en China y que él deseaba para la misión franciscana, de la que en 1643 había sido nombrado por el papa Urbano VIII prefecto apostólico. Santa María identificó claramente los pilares sobre los cuales se fundamentaba el éxito de los jesuitas en China: los años que llevaban evangelizando allí, el método de apostolado basado en libros, el reconocimiento como sabios que habían obtenido de los letrados chinos, y sólida organización interna que tenían encajaba con las estructuras jerárquicas chinas. Con la mentepuesta en estos aspectos, en los memoriales que dirigió a sus superiores en Manila reclamó de manera constante no solo el envío de socorros, sino fundamentalmente el envío de futuros religiosos, de los que pedía que tuvieran formación en maciza y virtud de letras para que pudieran debatir de manera fluida y en lengua china con los letrados.

Como prefecto apostólico su máxima prioridad fue articular el proyecto misional de la orden seráfica en China y garantizar su éxito. Para ello, no dudó en buscar y establecer las redes de colaboración necesarias y trasladar tanto a la provincia de San Gregorio de Filipinas como a Propaganda Fide, los requerimientos de la recién creada misión de Shandong. En ocasiones, como ocurrió en 1636 cuando abandonó la misión china, él mismo actuó como emisario y mediador con las autoridades religiosas y civiles de Manila. En otras, como sucedió durante la segunda etapa que pasó en China, eligió a su compañero en la misión, fray Buenaventura Ibáñez, como portavoz ante Propaganda Fide y las autoridades provinciales en Manila. A tal efecto, en 1662 otorgó a su compañero plenos poderes para que, una vez diera con los superiores de la curia romana, negociara en su nombre directamente tanto los socorros necesarios para la misión de Shandong como también la necesidad de nuevos religiosos que pudieran aportar músculo a la comunidad franciscana de China.

Durante los años que pasó en China, Santa María fundamentalmente se centró en articular redes con los dominicos, con los jesuitas y con los chinos. Con los dominicos siempre tuvo una relación cordial y de colaboración, y con ellos a menudo compartió no solo las embajadas que los llevaban de un sitio a otro sino también las casas e iglesias que tenían. Fue especialmente relevante la colaboración con ellos durante el primer período en China, en concreto en las misiones que ambos gestionaron, a veces de manera conjunta, a veces de manera separada, en la provincia de Fujian. Con los jesuitas fue otro cantar, y no le resultó nada fácil a pesar del empeño que puso en ello. Los padres de la Compañía nunca dejaron de mirarlo con cierto recelo, en especial aquellos con los que coincidió en la provincia de Fujian. Con estos, la relación siempre fue más tirante, ya que lo vieron siempre como un intruso en el territorio y en las comunidades cristianas que hasta entonces ellos habían gestionado. De entre los padres de la Compañía, resultó decisiva la relación que estableció con Adam Schall —que siempre fue mucho más cordial y de respeto mutuo—, ya que ésta le permitió no solo establecerse en una vieja iglesia que los padres de la Compañía tenían en Shandong sino también, y esto fue lo más importante, adentrarse en las redes locales de los mandarines de la provincia, que con su colaboración económica, aportaron sustento extra que permitió la fundación de una nueva iglesia. Contodo, las relaciones con los miembros de la Compañía siempre tuvieron más luces que sombras, y de ello se da buena cuenta en la correspondencia que se ha conservado de Santa María.

Así pues, las redes de colaboración tejidas en China por Santa María, así como las negociaciones que llevó a cabo con las autoridades de Manila y Roma, resultaron cruciales para el establecimiento de las bases del proyecto misional franciscano en Shandong. Como prefecto apostólico de la misión asumió su papel, gestionó los asuntos temporales y espirituales de la misión, y negoció con sus superiores en Manila y Roma —bien en primera persona o a través de Buenaventura Ibáñez— las condiciones necesarias para el éxito de la misión. Todo ello le sirvió para asentar las bases del proyecto misional de los franciscanos en China, cuyo legado recogería su compañero de fatigas en Jinan, Buenaventura Ibáñez.

Notas[Subir]

[1]

La principal fuente para trazar la biografía de este religioso es el tercer tomo (1738) de la crónica de la Provincia de San Pablo, escrita por fray Juan de San Antonio. Además, también se ha trabajado con: ‍SAN ANTONIO, 1728. ‍MARTÍNEZ, 1756. ‍HUERTA, 1865. ‍GÓMEZ PLATERO, 1880. ‍PÉREZ, 1909: 548-‍560; ‍1910: 39-‍48; ‍1911: 50-‍61 y 482-‍503. ‍ROSSO, 1976. ‍MUNGELLO, 2001. ‍CRUIKSHANK, 2003. ‍COLLANI, Biography of Antonio a Santa Maria, en línea. ‍WYNGAERT, 1933, Sinica Franciscana, vol. II.

[2]

Para un estudio de los intentos de los franciscanos para establecerse en China entre los siglos XIII y XVII, véase ‍CERVERA, 2014: 425-‍446. Para un análisis pormenorizado de las expediciones franciscanas a China en el siglo XVI, véase ‍FOLCH, 2019: 203-‍226; ‍2021b: 233-‍257. Para la misión franciscana en China en el siglo XVIII, véase ‍TORRES, 2018. Para una panorámica general acerca de la evangelización de los franciscanos en China durante el período Ming y Qing, véase ‍CUI, 2006.

[3]

Para mayor detalle acerca de la labor negociadora de Buenaventura en Roma, véase el artículo de TORRES de este dossier.

[4]

En esta misión, Santa María Caballero bautizó en 1634 a un niño llamado Luo Wenzao con el nombre cristiano de Gregorio, que fue el primer sacerdote chino y que a finales de siglo fue nombrado vicario apostólico de Nanjing (1674) y consagrado obispo (1685). Para una biografía detallada, véase ‍MENEGON, Luo Wenzao. ‍ROBERT, 2017: 263-‍288. ‍COLLANI, Biography of Gregorio Luo Wenzao, en línea.

[5]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, Archivo Franciscano Íbero-Oriental, Madrid (AFIO) 33/39, mss. 1637, fol. 699. Existe otro ejemplar de este documento en la Biblioteca Nacional de Madrid, Madrid con el título Relación brebe de la entrada de las dos Sagradas Religiones de Sancto Domingo y San Francisco en la gran China: y de algunas otras cosas muy dignas de notar y de remedio, ms. 5930. En este trabajo las citas proceden del manuscrito conservado en el AFIO.

[6]

SANTA MARÍA, Relación del viaje a China del P. Antonio de Santa María, OFM, 19 de noviembre de 1649. Archivo Provincial de Santo Tomás de Ávila, Ávila, Sección China, tomo 4, documento 8. Aunque no es coincidente del todo, una versión de esta relación fue publicada en Sinica Franciscana, en ‍WYNGAERT, 1933: 364-‍380.

[7]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, AFIO 33/39, ms. 1637, fol. 699.

[8]

SANTA MARÍA, Memorial por la Provincia de San Gregorio de Philipinas de los descalços de la regular observancia del seráfico Padre San Francisco en defensa de el modo de evangeliçar el reino de Dios en la combersion de el dilatado Imperio de la gran China, Biblioteca de la Universidad de Salamanca, Salamanca, ms. 169, fol. 145v.

[9]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 15 de diciembre de 1653, en ‍WYNGAERT, 1933: 431.

[10]

SANTA MARÍA, Relación de algunas cosas sucedidas a los Padres de la seráfica religión de la Gran China, desde el mes de agosto del año 1649 hasta marzo de 1659. Cinanfu 6 de marzo de 1659, en ‍WYNGAERT, 1933: 453.

[11]

Sobre este aspecto existe abundante bibliografía, entre la que destacan los trabajos de David Mungello, Nicolas Standaert, Ronnie Po-Chia Hsia o Joan-Pau Rubiés. Véase entre otros ‍MUNGELLO, 1989. ‍RUBIÉS, 2005: 237-‍280. ‍STANDAERT, 2008. ‍PO-CHIA HSIA, 2010.

[12]

La labor de los religiosos como agentes de mediación intercultural ha sido objeto de estudio de manera intensa en los últimos años. Son numerosos los trabajos que se han centrado en esta cuestión. Entre otros, destacan los de ‍RUBIÉS y OSBORNE, 2016: 313-‍330. ‍CORSI y SECCI, 2008: 545-‍566. ‍TREMML-WERNER y HELLMAN, 2020: 57-‍78.

[13]

Véase ‍TREMML-WERNER y GOETZE, 2019: 407-‍422.

[14]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, AFIO 33/39, mss. 1637, fol. 8r.

[15]

Había sido nombrado como tal en 1623 y lo fue hasta 1635, justo el año antes de que Santa María abandonara China.

[16]

‍MUNGELLO, 2001: 8.

[17]

‍LEITAO, 2008: 102.

[18]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, AFIO 33/39, mss. 1637, fol. 8v.

[19]

Sobre el apostolado basado en la producción de libros, véase ‍STANDAERT, 2016: 483-‍496.

[20]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, AFIO 33/39, mss. 1637, fol. 10v.

[21]

SANTA MARÍA, Relación brebe de la entrada de nuestra seráfica religión en el Reyno de la Gran China, Manila, 24 de noviembre de 1637, AFIO 33/39, mss. 1637, fol. 10v.

[22]

‍SAN ANTONIO, 1738: 77.

[23]

‍MARTÍNEZ, 1756: 28.

[24]

‍GIRAUD, 1830: 156.

[25]

Aquí se dedicó a la predicación, dirigió el monasterio de Santa Clara, escribió una defensa del venerable Fr. Juan Duns Escoto, varios escritos jurídicos, las anotaciones o ilustraciones a la Floresta franciscana de la clarisa Sor Magdalena de la Cruz —fundadora del monasterio de Santa Clara (1633)— y algunos otros tratados. ‍PÉREZ, 1909: 556.

[26]

‍ROSSO, 1976: 26.

[27]

‍MARTÍNEZ, 1756: 38.

[28]

‍ROSSO, 1976: 26.

[29]

SANTA MARÍA, Epistola ad Secretarium S.C.P.F., 25 sept. 1648, en ‍WYNGAERT, 1933: 357.

[30]

Caballero, fue prolijo y escribió libros y tratados de tipología muy diversa en lengua china, en castellano, latín o portugués, en los que explicaba los principales dogmas de la fe cristiana. En este aspecto, coincidía también con los jesuitas. Sobre los escritos de Santa María, véase ‍SAN ANTONIO, 1728: 133-‍136; ‍1738: 112-‍115. ‍HUERTA 1865: 408-‍413. ‍PÉREZ 1911: 50-‍61 y 482-‍503. ‍COLLANI, Biography of Antonio a Santa Maria, en línea.

[31]

‍PÉREZ, 1909: 555.

[32]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 30 oct. 1649, en ‍WYNGAERT, 1933: 380-‍381.

[33]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem Antonium a S. Gregorio, 14 maii 1650, en ‍WYNGAERT, 1933: 404. Sobre la economía de los franciscanos españoles en China en el siglo XVII, véase ‍YE y OLLÉ, LXXIII, 148, 2021: 469-‍481.

[34]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 20 nov. 1649, en ‍WYNGAERT, 1933: 392.

[35]

SANTA MARÍA, Epistola ad. P. Franciscum a S. Didaco, 20 sept. 1659, en ‍WYNGAERT, 1933: 477.

[36]

Para más detalles acerca de los mozos y el servicio doméstico que utilizaron los franciscanos en China, véase, ‍TORRES 2019: 149-‍151.

[37]

Para mayor detalle acerca de las negociaciones que Buenaventura llevó a cabo en Roma, véase el artículo de TORRES de este dossier.

[38]

En este sentido, véase el trabajo de Ye Junyang en el que arroja luz acerca de la labor realizada algunos años más tarde por otro franciscano en Fujian, Pedro de la Piñuela, del que señala que fue «quien creó y moldeó la cristiandad franciscana en Fujian». ‍YE, 2017: 59-‍93.

[39]

SANTA MARÍA, Relación de algunas coses sucedidas a los Padres de la seráfica religión de la Gran China, desde el mes de agosto del año 1649 hasta marzo de 1659. Cinanfu, 6 de marzo de 1659, en ‍WYNGAERT, 459.

[40]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 3 ian. 1653, en ‍WYNGAERT, 1933: 423.

[41]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 4 ian. 1660, en ‍WYNGAERT, 1933: 490.

[42]

Un tael o liang equivalía a 1.1 onzas o 31.25 gramos de plata. Por lo general, los misioneros españoles expresaban el valor de los taels en pesos (tres taels equivalían a cuatro pesos), que era la moneda de plata de España y de la América española, equivalente a ocho reales. ‍MUNGELLO, 2001: 10.

[43]

‍CHENG, 1999: 231.

[44]

‍MUNGELLO, 2001: 9.

[45]

Se han consultado dos manuscritos de esta relación de Santa María conservados en el Archivo Provincial de Santo Tomás de Ávila. Véase nota 6 de este trabajo

[46]

«Aquí vino un padre de la compañía con designio de obligar a irnos de esta ciudad y enviado para eso de su prelado, lo que supieron aquí algunos dos meses o tres antes que el dicho padre viniera, unos cristianos, sus criados antiguos», Epistola ad P. Provincialem, 3 ian. 1653, en ‍WYNGAERT, 1933: 415.

[47]

«El Padre que aquí vino sin yo saberlo, anduvo repartiendo entre algunos cristianos un pliego sinice impreso contra lo resuelto en Roma», Epistola ad P. Provincialem, 3 ian. 1653, en ‍WYNGAERT, 1933: 422. «Para decir misa [el Padre Canevari] se venía a nuestra iglesia, y en el discurso de la misa, como quien se tenía por el único ministro y párroco de estos cristianos, y que no podía otro sino el administrarles, les advertia lo que le parecía que convenía», Epistola ad P. Provincialem, 3 ian. 1653, en ‍WYNGAERT, 1933: 370.

[48]

Epistola ad P. Provincialem, 20 nov. 1649, en ‍WYNGAERT, 1933: 391.

[49]

‍SAN ANTONIO, 1738: 153.

[50]

‍MARTÍNEZ, 1756: 43.

[51]

‍ROSSO, 1976: 27.

[52]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 24 ian. 1652, en ‍WYNGAERT, 1933: 410.

[53]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 24 ian. 1652, en ‍WYNGAERT, 1933: 410.

[54]

SANTA MARÍA, Epistola ad P. Provincialem, 24 ian. 1652, en ‍WYNGAERT, 1933: 410. ‍HUERTA, 1865: 408.

[55]

En este aspecto se ha seguido lo apuntado por Cummins. Para más detalle, véase el capítulo específico sobre la conferencia de Cantón, ‍CUMMINS, 1962: 413-‍424.

Fuentes impresas[Subir]

[1] 

Concepción, Juan de la, Historia general de Philipinas: conquistas espirituales y temporales de estos españoles dominios, establecimientos progresos y decadencias, Manila, en la Imprenta del Seminario Conciliar y Real de S. Carlos, por Agustín de la Rosa y Balagras, 1788-‍1792, t. VI.

[2] 

Giraud, Richard, Biblioteca Sacra ovvero Dizionario Universale delle Scienze Ecclesiastiche che comprende la storia della religione, della sua istituzione e de’ suoi dogmi, Milán, Ranieri Fanfani, 1830.

[3] 

Gómez Platero, Eusebio, Catálogo biográfico de los religiosos franciscanos de la Provincia de San Gregorio Magno de Filipinas: desde 1577 en que llegaron los primeros á Manila hasta nuestro días, Manila, Imprenta del Real colegio de Santo Tomás, á cargo de Gervasio Memije, 1880.

[4] 

Huerta, Félix de, Estado geográfico, topográfico, estadístico, histórico-religiosos, de la santa y apostólica provincia de S. Gregorio Magno, de religiosos Menores descalzos de la regular y más estrecha observancia de N.S.P.S. Francisco, en las Islas Filipinas… desde su fundación en el año de 1577 hasta el de 1865, Binondo, M. Sánchez, ca. 1865.

[5] 

Martínez, Domingo, Compendio histórico de la apostólica provincia de San Gregorio de Philipinas, de religiosos menores descalzos de N.P. San Francisco, en que se declaran sus heroicas empressas, para la dilatación de Nuestra Santa Fé, por varios reynos y provincias del Assia…, Madrid, Imprenta de la viuda de Manuel Fernández, 1756.

[6] 

San Antonio, Juan de, Franciscos Descalzos en Castilla la Vieja. Chronica de la Santa Provincia de San Pablo, Salamanca, Imprenta de la Santa Cruz, 1728.

[7] 

San Antonio, Juan de, Chrónica de la Santa Provincia de San Pablo, de los Padres Descalzos de San Francisco. Dedicada a la religiosíssima Provincia de S. Gregorio, de la misma Seráphica Descalcez, en las islas Philipinas, imperio de la China, reyno de Japón, Salamanca, Imprenta de la Santa Cruz, 1738, Parte Tercera.

[8] 

Wyngaert, Anastasius van den, Sinica Franciscana. Relationes et epistolas Fratrum Minorum saeculi XVI et XVII, Florence, Collegium S. Bonaventurae, vol. II, 1933, vol. II.

Bibliografía[Subir]

[9] 

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[10] 

Cheng, K’o-ch’eng, «Cheng Ch’eng-kung’s Maritime expansion and Early Ch’ing coastal prohibition», en Eduard B. Vermeer (ed.), Development and Decline of Fukien Province in the 17th and 18th Centuries, Leiden, Brill, 1999: 217-‍244.

[11] 

Collani, Claudia Von, «Biography of Antonio a Santa Maria Caballero OFM, China missionary», en línea, https://www.yumpu.com/en/document/view/4718292/biography-of-antonio-a-santa-maria-caballero-ofm-china-missionary.

[12] 

Collani, Claudi Von, «Biography of Gregorio Luo Wenzao O.P., First Bishop of Nanking», en línea, https://www.yumpu.com/en/document/read/4397507/biography-of-gregorio-luo-wenzao-op-first-chinese-bishop-of-.

[13] 

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[14] 

Cruikshank, Bruce, Spanish Franciscans in the Colonial Philippines, 1578-‍1898: Biographical guide to Franciscans in the Philippines, Hastings-Nebraska, Cornhusker Press, 2003.

[15] 

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