Introducción
⌅Mucho se ha disertado ya sobre la brujería desde perspectivas diversas, pues este controvertido fenómeno ha interesado a multitud de especialistas. Hallamos, desde el seminal trabajo de Henry Charles Lea sobre la historia de la Inquisición en la Edad Media (editada por primera vez en 1887Lea, Henry Charles. 2020[1887]. Historia de la Inquisición española, 3 vols. Madrid: Boletín Oficial del Estado / Fundación Universitaria Española / Instituto de Historia de la Intolerancia.), que dedica el capítulo VII de su tercer volumen enteramente a las prácticas que nos ocupan, hasta monografías que dan cuenta de la conformación de la bruja como estereotipo y de su persecución, tales como las de Faggin1
A pesar de la ingente cantidad de materiales al respecto, todavía quedan aspectos por explorar. Cualquier estudio sobre esta temática se sustenta en diferentes disciplinas y sus aportaciones pueden resultar enriquecedoras, igualmente, para todas ellas: historia, filología, antropología…
En esta ocasión, profundizaremos en una selección de noticias aparecidas en prensa española a lo largo del siglo XIX, que ofrecen un relato de hechos acaecidos bien fuera de España, como Bournel (Francia) o una pequeña población de México, bien en la península, como Degaña (Oviedo), Nachadel (Huesca), La Coruña o Navas del Madroño (Cáceres)20
Esta clase de situaciones no son privativas de nuestro país —de hecho, dos de los casos mostrados en nuestra prensa tuvieron lugar en Francia y en México—. Se dan en distintos lugares de Europa a lo largo de la decimonovena centuria, mostrando la pervivencia de la superstición. Owen Davies21
Los textos en que nos vamos a detener dan cuenta del interés por esta clase de sucesos, que generan incomprensión en los redactores por la pervivencia de la superstición y el fanatismo. Eso llama la atención de los corresponsales y atrae, inevitablemente, a los lectores, ya sea por compartir la opinión de quienes firman los escritos, ya sea por el morbo que producen acontecimientos como estos o por el sensacionalismo con el que se presentan23
Este trabajo se enmarca en una investigación relativa a la presencia y análisis de la bruja en la cultura de los siglos XVIII y XIX, sobre todo a partir de la literatura y de la prensa. Para comenzar, destacaremos algunas reflexiones sobre la creencia en la brujería que aparecen en artículos periodísticos de la época y que contribuyen a la comprensión de por qué suceden incidentes como los que recogen las noticias que veremos.
Una de las primeras manifestaciones la encontramos en El Pensador24
El autor pide a su acompañante que le muestre la vivienda de tal mujer y, evidentemente, habita en una choza apartada en el bosque. Además,
… mi conductor me hizo señas que mirase detrás de la puerta, donde vi un palo de escoba. Un momento después me dijo reparase en un gato de varios colores, que estaba sentado cerca de un cacharro en el que había un poco de lumbre25
Si hay algo que sorprende al redactor, es que su amigo recomienda a Mariquita que no contacte con el diablo ni haga mal por su causa, lo cual muestra su inexplicable credulidad. De hecho, la anciana había sido delatada ante la justicia por hacer escupir alfileres o cojear a otras personas y los habitantes del lugar pensaron incluso en someterla a la ordalía del agua. El autor concluye:
Hay muy pocos lugares en España que no tengan su Mariquita. Cuando una vieja empieza a chochear y a implorar la caridad de su parroquia, se halla en breve transformada en hechicera, y llena todo el país de visiones ridículas, de enfermedades imaginarias y de sueños espantosos. En el mismo tiempo la infeliz criatura, que es la causa inocente de tantos males, empieza a temerse a sí misma, y confiesa algunas veces un comercio secreto, que no existe, sino en su imaginación turbada con los delirios de la vejez26
Como afirma Carreras27
Otro ejemplo lo encontramos en el Mercurio español del 11 de agosto de 181428
Un hecho reciente que se refiere con alguna variedad, y según acontece en todos los tiempos se le ribetea con circunstancias falsas, ha dado lugar a que la credulidad poco ilustrada del vulgo lo crea efecto de brujería. No debía ser ya tiempo de buscar las causas de los sucesos extraordinarios en brujas y hechiceras, y nos es sensible tener que advertirlo; pues el caso es más de medicina que de inquisición ni de policía29
El suceso en cuestión no se refiere, pero estas consideraciones evidencian que no es ajena al pueblo la atribución de ciertos actos a la brujería, cuestión que conecta con lo que encontraremos en las noticias objeto de este artículo.
En 1835, J. Augusto de Ochoa habla sobre “Supersticiones populares” en El Artista del 1 de abril. Reflexiona acerca del arraigo de ciertas ideas entre la población:
Hay cierta clase de personas de un entendimiento tan limitado, que nunca saldrán de su error por más que les digan, y les reconvengan, y les prueben lo mal que hacen en dar crédito a ciertos cuentos de lugar, o por otro nombre tradiciones de brujas, que oyeron contar a sus abuelos en las noches frías de invierno, y que al cabo de tanto repetirlos suelen reducirse a no saber hablar de otra cosa. Estos malhadados individuos, a pesar de vivir en medio del siglo XIX, siglo de ilustración e incredulidad, todavía creen en ellos con la fe más viva; y no solamente lo creen, sino que se enfurecen de que ni aun se dude de la veracidad del hecho: siendo algunos de ellos tan groseramente tejidos, que ni aun concibo como haya entendimiento humano que no los ridiculice y los deseche30
Incide en los cuentos de brujas narrados sobre todo por mujeres viejas y que pertenecen a la tradición, razón por la cual se transmiten de generación en generación y se propagan de boca en boca31
Por último y para cerrar esta introducción, es preciso reparar en las palabras de M. Ossorio y Bernard en su artículo “Madrid” del periódico El Día del 9 de noviembre de 1883, ya a final de siglo:
Los encantos, la magia, los hechizos, la nigromancia, todo lo que la credulidad y la superstición labraron en el ánimo del hombre tenía profundísimas raíces que no han podido arrancarse. Los menos supersticiosos nos reímos frecuentemente oyendo hablar de brujas; pero después, al mirar, por ejemplo, a mi vecina, doña Nicasia, acariciando al gatazo negro que comparte con ella el hospitalario techo, y al sentir en la noche del sábado ruido de ventanas que se abren o de escobas que se mueven, nuestro pensamiento se traslada a los aquelarres de Zugarramurdi, y otros puntos análogos y no nos atreveríamos a llamar a la puerta de la vecina por el temor de que estuviera ausente33
Estas aseveraciones evidencian la pervivencia de la superstición en general y de la creencia en brujas en particular, sobre todo en relación directa con un estereotipo muy bien asentado a lo largo de varios siglos. Precisamente, dicho arquetipo va a resultar determinante en las noticias que abordaremos a continuación. Se han seleccionado concretamente seis en la prensa digitalizada, entre 1825 y 1888, la primera y la última se refieren a acontecimientos ocurridos fuera de España, las cuatro centrales se ubican en nuestro país entre 1837 y 1847, aunque tres de ellas se editan en apenas un par de años, 1838-1839.
Sucesos de ajusticiamientos por brujería
⌅En el Diario balear del 11 de agosto de 1825, en la sección de “Noticias Extranjeras” referidas a Francia, se relata un caso acontecido en Bournel. La viuda Chauffour, a quien se atribuía pacto con el diablo, era considerada por ciertas vecinas la causante de todos los males que las atenazaban. La agresión viene motivada por el deseo de venganza de Petit, Lespinasse, Froment y Tounadre. Las dos primeras aguardan a la anciana en un camino, la apalean y la arrastran hasta la vivienda de la tercera, donde esperaba también la última. Allí:
Atrancan bien la puerta, e intiman a la supuesta bruja les quite el hechizo, y como la pobre vieja no pudiese obedecer, la condenan a ser quemada. Al momento encienden una hoguera, donde la arrojan a fuerza de golpes, pero sus clamores y gritos espantosos asustan a aquellas furias, y no pueden consumar su crimen. La pobre Chauffour, cubierta de heridas y contusiones, llega con dificultad a su casa, y después de dos meses de padecer recobra al fin la salud34
Todas las implicadas menos Lespinasse, que consigue huir, son arrestadas, aunque solo Petit y Froment son condenadas a vergüenza pública y a cinco años de reclusión.
Como se puede observar, hay un intento de aplicar la justicia popular, en virtud del ajuste de la anciana viuda a una determinada imagen susceptible de encajar con el ya mencionado molde. Y se hace imitando las conductas inquisitoriales y optando por la hoguera (a diferencia de lo que encontramos en otros muchos casos). No se aportan más detalles acerca de las costumbres de esta mujer, pero puede que hubiera algunos otros elementos que estas vecinas pudieran identificar con el modelo que tenían grabado en la mente. La convicción de la efectividad de los hechizos y su conexión con cualquier problema padecido es el caldo de cultivo perfecto para este tipo de comportamientos.
Aquí, además, vemos que la violencia aplicada contra esta vieja se debe a artífices femeninas que, obnubiladas por sus creencias y ansias de revancha (no sabemos si había razones adicionales), no dudan en acometer una tentativa de asesinato. Eso sí, a diferencia de lo que hubiera sucedido centurias atrás, quienes terminan siendo juzgadas son estas desquiciadas féminas y no la presunta bruja.
En pleno siglo XIX, hallamos pruebas que avalan las palabras de Muñoz Páez, cuyas indagaciones revelan que el origen de las denuncias por brujería no se debía a lo que Michelet indicaba con respecto a que las brujas pertenecían a las clases más humildes oprimidas por el poder. Cierto es que estas mujeres solían formar parte de los más bajos estamentos, pero las acusaciones no solían proceder de las autoridades, sino normalmente de los vecinos35
En relación con la vejez a la que se hace referencia y que se va a repetir en sucesivas ocasiones, Diochon e Iglesias exponen que cuando se promulgó la bula de Inocencio VIII en 1484, ya existía una vinculación cada vez más estrecha entre la ancianidad y las prácticas diabólicas36
Alberto Ortiz indica específicamente que confluyen tanto la tradición popular como la culta en esta cuestión:
Más allá de las viejas creencias populares en la nociva capacidad de las ancianas para aojar41
Esa percepción permanece en los siglos XVIII y XIX, tal y como atestigua José Manuel Pedrosa43
Más de una década después de la primera noticia vista, podemos encontrar tres noticias muy cercanas en el tiempo ocurridas en nuestro país. El Correo Nacional de 12 de marzo de 1838 refiere un hecho desarrollado en la noche del 29 al 30 de noviembre de 1837, en Degaña (Oviedo), con el título “Asesinato por superstición” (sin firma). Llama mucho la atención que el redactor incide en la ubicación y cuida la ambientación:
Las altas montañas que le rodean, con sus crestas, casi siempre coronadas de nieve, son parte de esos eternos linderos que, arrancando de los Pirineos, y extendiéndose desde Fuenterrabía hasta el cabo de Finisterre, separan a los montañeses de Vizcaya, Asturias, y Galicia, de los habitantes de la tierra llana de Castilla44
Todo ha tenido lugar en un entorno rural, de cuyos habitantes se resalta que son duros para el trabajo, pero fanáticos y supersticiosos.
La protagonista de esta historia es María Pérez Cadenas, nuevamente una viuda de 66 años y en situación de pobreza que vive con su hijo, su nuera y sus nietos. En la aldea tenía fama de bruja, pues supuestamente causaba enfermedades. Debido a ello, cuidaban de agasajarla para granjearse su favor y, cuando no obtenían el resultado esperado, “amenazándola con la muerte, pretendían conseguir por el miedo lo que había sido denegado a sus buenos oficios”45
Era tempestuosa y oscura. El agua caía a torrentes y el viento zumbaba en las rocas de las vecinas montañas. Densas nubes servían de velo a las estrellas, que, avergonzadas de ver todavía la superstición triunfante, se ocultaban, dejando el suelo envuelto en tenebrosa noche (...). Entran, arráncanla del lecho de paja en que yacía enteramente desnuda47
Se recala en la dimensión más sensacionalista y morbosa, ofreciendo en algunos momentos más un producto literario que meramente informativo. Además, no solo se causa una terrible muerte a la anciana, sino que se exhiben sus restos sin pudor, haciendo más escarnio de la finada, tal vez como aviso al vecindario. Al hecho real se suman multitud de detalles que adornan el texto para hacerlo más llamativo de cara al lector, sobre todo con ese impactante final que no sabemos hasta qué punto es fiel a los acontecimientos.
En este caso, son tres parientes de los afectados quienes atentan contra la vida de María. No se indica su sexo, pero por la descripción del homicidio podemos deducir que son varones. En las líneas conclusivas se indica que están en poder de la justicia, aunque se desconoce si habrá pruebas legales suficientes para condenarlos. Una vez más, se muestra este caso como un claro ejemplo de ignorancia y superstición.
Apenas un mes después, el 9 de abril, aparece otra noticia de similares características también en El Correo Nacional. Los hechos se reportan desde Monzón el 23 de marzo. Precisamente por la cercanía en el tiempo con el suceso anterior, se comienza apuntando a lo ocurrido en Degaña, aclarando que no solo allí hay brujas. El agresor es, en esta ocasión, Esteban Empui, de Nachadel, en la comarca de Ribagorza (Huesca), que cumple pena de prisión. El detonante es, nuevamente, la enfermedad de su esposa y algún otro miembro de la familia. La persona señalada es Joaquina Mauri, mujer de escasos recursos entrada en la cuarentena49
Hay un intento de hablar con ella para que anule el efecto de sus presuntos hechizos, pero, lejos de solucionarse el problema, se agrava con el mal que sufre su cerda de cría. Hasta tal punto llega la exaltación de Esteban contra su vecina, que:
... salió desatinado a encontrarla con un grueso garrote, y principiando a golpes sobre ella con el palo, resuelto a concluir con la existencia de un ser para él de funesto agüero, no la mató porque no pudo, teniendo bastante robustez la bruja Joaquina para sobrevivir a las heridas contusas de aquel hombre fanatizado, y creído que no era lo mismo matar una bruja que otra mujer cualquiera, que no lo fuese y que, con su destrucción, que no había podido conseguir por su brujería, hubiera hecho un servicio a sus convecinos50
Pero el comportamiento de este hombre tiene una explicación muy clara, que se expone sin tapujos en el artículo:
… el cura del pueblo, que era un secularizado, había cerrado todos sus habitantes en la iglesia, después de la única misa que acababa de celebrar en cierto día de fiesta, y colocadas la tal Joaquina y otra que también tenía fama de bruja en el presbiterio con los brazos altos en además de orar, había prevenido todos los feligreses le ayudasen con sus súplicas para descubrir los ensalmos que hubiera, y desvirtuar aquel poder que se suponía en las brujas: marchando entretanto el alcalde con otros a levantar las losas de los hogares de aquellas mujeres, y ver si allí se encontraban los acecillos51
Nada se encontró en dichas viviendas y todos regresaron a sus hogares. Eso sí, con las mentes trastornadas, como queda evidenciado en el episodio protagonizado por el agresor. Las autoridades, evidentemente, llamaron la atención del cura, como instigador de esas ideas sobre brujas, del alcalde y del vecindario para rectificar tales creencias. Igualmente, se dio parte a instancias superiores sobre la necesidad de erradicar el fanatismo e implantar la ilustración.
El siguiente ejemplo aparece otra vez en El Correo Nacional de 4 de julio de 1839, apenas un año después que los anteriores. Lleva como título “Vergonzosa superstición” y recoge un hecho del 25 de junio en La Coruña, remitido por su corresponsal allí. Comienza la noticia haciendo alusión al vulgo del lugar, al que se atribuyen las ideas conducentes a actos como los que se van a reflejar:
… corría el rumor53
Estas historias, que recogen elementos populares y parten de un arquetipo brujesco muy consolidado55
Se hace mucho hincapié en la diferencia entre esta clase de personas, de baja condición y crédula, y la restante parte de La Coruña, ilustrada y racional. Entre vecinos fanáticos resultaría fácil que estas creencias pudieran acarrear problemas si se encontraba a alguna mujer que pudiera cuadrar con esa idea preconcebida. Cuando eso ocurre, las consecuencias son funestas, pues desatan un episodio de histeria colectiva:
Presentose en la plaza del mercado de esta ciudad una señora anciana vestida con mucha decencia, que parece se hallaba aquí ventilando intereses, y después de haber comprado lo que la convenía, ajustó una moza para que en una cesta se lo llevase a su casa, en donde recibirla el premio de su trabajo. Pero ¡fatal convenio!, al lado de la joven había otra que sorprendida al verla admitir el encargo le dice: ¿Qué haces, si esta es la hechicera que roba los niños? La muchacha arroja al momento su cesta, que ya tenía sobre la cabeza, y se escapa gritando “la bruja, la bruja en la plaza”.. Esta palabra mágica en un pueblo tan preparado fue una chispa eléctrica que conmovió los ánimos de aquel numeroso concurso, y le precipitó sobre el punto de donde había salido con la misma furia que se tira contra las rocas un golpe de mar borrascoso. Las voces de muera, muera se repiten en todas partes acompañando la oleada terrible, y la señora anciana al ver su vida en tan gran peligro, huye después de recibidos muchos golpes y de haber abandonado su mantilla en manos de las arpías de que ya era presa, y se salva en la inmediata casa de un mercader, que a distar diez pasos más del lugar de la escena se hubiera consumado el sacrificio, quedando víctima inocente de un furor supersticioso56
La vecindad no se detiene ante nada, dispuesta a asaltar la vivienda en la que la pobre se guarece. Este ataque se prolonga por tres horas hasta que se persona la policía e impide un desastre mayor. Para el redactor sobran las palabras. No concibe un acontecimiento como el que se ha visto obligado a narrar. Sus conclusiones se encierran en las dos palabras del título: vergonzosa superstición57
En 1847, se da un caso titulado “Audiencia de Cáceres-Muerte de una bruja”, que aparece en la sección “Tribunales” de El Español de 21 de julio. Se trata de la reproducción del procedimiento, no de una noticia en sí, pero forma parte de esta selección porque observamos una gradación interesante entre este suceso y el que cerrará el apartado. Todo ocurre en Navas del Madroño, donde Dolores Sánchez se granjea fama de hechicera-bruja y practica el curanderismo. Es tan requerida como temida,
…diestra sin duda en la composición de ciertos medicamentos que habiéndolos propinado con algún acierto a sus sencillos convecinos, les había hecho creer con la más íntima persuasión que era hechicera o bruja, y que en su mano tenía la salud de las personas, así es que todos la consultaban cuando se veían enfermos con más fe que a los facultativos y evitaban cuidadosamente la enemistad con ella, creídos de que se vengaría debilitando su salud por medio de sus artes diabólicas, tal era el estado de fascinamiento que les había llegado a infundir58
El 19 de octubre esta mujer aparece degollada en la calle y se descubre que el agresor ha sido José Cid, quien consideraba que la enfermedad de su esposa se debía a la ingesta de unas aceitunas proporcionadas por Dolores, aunque los médicos concluyen que sufría ataques de epilepsia. Otra vecina testifica, por ejemplo, que la vio por la ventana manipulando un sapo con alfileres del cual extraía una sustancia o con dos muñecos mágicos a los que hacía bailar en el aire. Evidentemente, Dolores se esforzaba por mantener una determinada imagen de cara a la comunidad, lo cual la beneficiaba con su negocio.
Finalmente, en 188859
Se trata nada menos de la muerte de una vieja que, pasando por bruja, pedía contribución mensual a todos los padres de familia de su pueblo, so pena, amenazaba ella, de matar a los hijos pequeños de los creyentes, chupándoles la sangre por las narices60
Los vecinos de la aldea creen a pie juntillas en la condición de esta anciana, que se presenta como una vampira capaz de terminar con la vida de los infantes. Ella hacía todo lo posible por dar una determinada imagen:
Para engañar más, la bruja tenía escobas, instrumentos extravagantes, que manejaba de manera risible; hacía círculos, cruces, signos ininteligibles en el suelo y en el pavimento de su cuarto; daba gritos feroces y profería palabras incomprensibles, mirando como petrificada los horizontes y el cielo61
Había creado una performance usando elementos idiosincrásicos como la escoba y otros objetos que no se detallan, siempre llamativos para un espectador; y realizando rituales consistentes en dibujar círculos, cruces y signos sin sentido en el suelo. Las referencias que se aportan sobre este hecho teatral evidencian que la histriónica mujer aportaba dramatismo a su actuación, asumiendo un papel aprendido, no desprovisto de ridículo para alguien racional que acudiera a tal representación.
No es de extrañar, por tanto, que al morir de verdad un pequeño en la aldea se achacara tal hecho a los actos de la bruja. De ahí que un tal Medina, amigo del padre de la criatura, se enfrente a ella en plena calle. La mujer, lejos de desmentir esa versión, se la apropia y reconoce haberlo matado por no recibir su estipendio. Acto seguido, amenaza a su interlocutor con asesinar a su propio hijo, ante lo cual el susodicho le propina tal paliza que termina con su vida. Este hombre se halla preso por su crimen. El vecindario casi al completo, sin embargo, es testigo y da fe del sometimiento ejercido por esta vieja, presentada como una bruja vampiro a la que rendían pleitesía y de quien debían satisfacer cualquier petición.
En esta ocasión, el autor del texto no justifica el interés de lo relatado apelando al fanatismo del vulgo, como en otras ocasiones, ni a la pervivencia de la superstición; sino que plasma la información por lo impactante del caso, muy distinto del resto, y en ningún caso critica la actitud de Medina ni de los demás creyentes. La mujer se esfuerza sobremanera por representar su rol de forma convincente, explotando lo que conoce del arquetipo, a nivel popular, pues focaliza sobre todo en el vampirismo y el infanticidio, aunque no se hallan ausentes alusiones al maleficio a través de los instrumentos y signos empleados.
En todas estas noticias podemos vislumbrar lo que Vilarroya expone acerca de las narraciones más ancestrales, las cuales tratan de identificar a posibles culpables de los males que tienen lugar, estableciendo conexiones de causa-efecto entre la persona o cosa señaladas y el acontecimiento en cuestión62
Las historias ofrecidas en la prensa muestran, precisamente, esa necesidad de causa-efecto, de atribuir los males a un agente. Si se detiene a ese agresor, los daños causados deberían cesar. Sin embargo, la mentalidad supersticiosa que realiza esa errónea asociación solo provoca que se tomen medidas violentas contra las presuntas brujas y da con los huesos del criminal (ya no la bruja, sino el vecino/a en cuestión) en prisión. El gran cambio entre los siglos XVI y XVII y la decimonovena centuria es el papel desempeñado por las autoridades, que reprenden a los fanáticos y amparan a la mujer atacada cuando no es demasiado tarde.
Esa correspondencia causa-efecto que recae en la figura de una presunta bruja toma como base la existencia de un arquetipo bien establecido en el imaginario colectivo y procede del miedo que ocasiona la existencia de una persona capaz de practicar todo tipo de males. Por ello, Garcés afirma que la creencia en personas que pueden valerse de medios preternaturales para sanar o causar desgracias es universal y propia de muy diversas culturas. En nuestra tradición hay que cifrarla en la Antigüedad clásica63
Se trata, a fin de cuentas, de un mito que se encarna65
El arquetipo
⌅Para comenzar, cabe destacar que nos hallamos ante un estereotipo femenino, como hemos podido observar en las noticias analizadas. El Formicarius de Johannes Nider (1437-1438), considerado el primer tratado en dedicar un libro completo (Libro V) a la brujería, no focaliza todavía exclusivamente en ninguno de los dos sexos, habla tanto de brujas como de brujos. Es el Malleus Maleficarum de Institoris y Sprenger (1486) el que sí incide en la mujer, por estar más predispuesta, según estos inquisidores, a la tentación diabólica y, por ende, al mal. Fray Martín de Castañega, en su texto de 1529, como hemos visto anteriormente, señala no solo a las féminas, sino específicamente a las viejas y pobres68
En estas cuestiones de género, ahondan, además, desde Caro Baroja, hasta Federici, Tausiet, Campagne, Castell…70
Julio Caro Baroja explica que los arquetipos “serían las ideas precisamente conforme a las cuales aparecen los géneros, tipos y leyes de todas las cosas”71
La formación de arquetipos afecta, así, no solo a la forma de la narración y explicación histórica, sino también a la constitución de leyendas y temas literarios, y a la creación folklórica, más oscura en su proceso constitutivo72
Llama la atención que este autor plantea varias posibilidades que conectan con el contenido de este artículo: un personaje real se puede presentar con los rasgos de uno legendario o viceversa, para darle entidad histórica; igualmente, una acción real se puede presentar con elementos legendarios o bien al revés, un hecho ficticio se ofrece como real73
Caro Baroja profundiza en estas cuestiones argumentando que “los motivos de acusación han de buscarse en los relatos más terribles que se den en la sociedad, y estos relatos son también arquetípicos”74
… otros pagaron con penas mayores el que les acusaran de volar por los aires, convertirse en animales, asistir a “aquelarres” o juntas diabólicas, etc., etc. (...). Hay procesos del siglo XVI en los que se ve cómo a una mujer desagradable y mal considerada por varios motivos se la denuncia como bruja, acumulando sobre ella toda clase de actuaciones que entran claramente en el arquetipo de la bruja75
En relación con dicho arquetipo, veamos algunos ejemplos, publicados la mayoría en la prensa, en los que se ofrece un retrato de la bruja similar al que podemos hallar en las noticias abordadas. No volveremos sobre la descripción que se hace de estas mujeres en textos de carácter burlesco, como el pronóstico Las brujas de los campos de Barahona, pronóstico que sirvió para el año de 1731, de Torres Villarroel (1795Torres Villarroel, Diego de. 1795. Extracto de los pronósticos del Gran Piscator de Salamanca, desde el año 1725 hasta 1753, tomo X. Madrid: Imprenta de la Viuda de Ibarra.), la comedia La redoma encantada de Hartzenbusch (1839Hartzenbusch, Juan Eugenio. 1888[ca. 1839]. Teatro de Juan E. Hartzenbusch, I. Los amantes de Teruel. Doña Mencía. La redoma encantada. Madrid: Imprenta y Fundición de M. Tello.) o la novela fantástica anónima Las brujas de Barahona y la castellana de Arbaizal (1841"Las brujas de Barahona y la castellana de Arbaizal". 1841. En Cuentos fantásticos y sublimes, tomo I, 1-122. Madrid: Oficina del Establecimiento Central.). Tampoco nos detendremos en obras como La bruja o cuadro de la corte de Roma de Vicente Salvá (1830Salvá, Vicente. 1830. La bruja o Cuadro de la Corte de Roma: novela hallada entre los manuscritos de un respetable teólogo, grande amigote de la curia romana. París: Librería Hispano-Americana.) o Las brujas en Zugarramurdi de Pedro Martínez López (1835Martínez López, Pedro. 1835. Las brujas en Zugarramurdi. Burdeos: Librería C. L. Dulac, Editor.), pues el papel que representa la figura protagonista es el de servir como vehículo para mostrar otros asuntos que pueden ser de interés para el lector y que tienen que ver habitualmente con la crítica social y política. Tampoco volveremos sobre las leyendas, como las de Goizueta (1851Goizueta, José María. 1851. “Aquelarre”. En Leyendas vascongadas. Madrid: F. García Padrós.) o Campión (1897 [1881-1883]), que muestran la vertiente más sobrecogedora de la brujería, pero que se ciñen a una concepción grupal de estas prácticas y focalizan sobre todo en el conventículo, cuestión que no aparece referenciada en los sucesos presentados.
Recalaremos, en primer lugar, en “Supersticiones populares”, texto de J. Augusto de Ochoa publicado el 1 de abril de 1835 en El artista. Comienza el autor criticando los cuentos de brujas, tan consolidados en la tradición que, en pleno siglo XIX, siguen siendo creídos como si fueran verídicos. Tras realizar esta crítica, paradójicamente, el redactor presenta una narración que plantea, según él, un hecho histórico y popular76
Muchos años hacía que estaba abandonada esta vivienda, cuando de repente se notó que habitaba gente en ella; vióse poco tiempo después pasear las calles una mujer pobrísima, de hasta 80 años, morena y fea como que pertenecía a la raza gitana. Esta mujer habitaba aquel trozo de casa contiguo a las murallas, y no tardó en excitar las más extrañas sospechas, porque se notaba que vendía muchísimos huevos no teniendo ninguna gallina77
La casa apartada, la vejez, la fealdad, la pobreza y las actividades sospechosas, como es en este caso la venta de huevos sin disponer de gallina alguna, motiva la catalogación de esta mujer. Cuando otra vecina bebe del botijo de la susodicha y termina poniendo también un huevo, se desvela el misterio y la anciana acaba en manos de la Inquisición y quemada.
Nos detenemos brevemente en la fealdad, asociada a la vejez, pues se destaca por ser evidencia de la degradación moral, según los cánones neoplatónicos del Renacimiento que exaltaban la belleza78
… la imagen de la mujer anciana ha sido poco favorecida por el arte y la literatura de los siglos áureos y de casi todas las épocas. La sombra de la bruja, impulsada por el folclore y el imaginario popular, se proyectaba insistentemente en la representación de la anciana, y tanto las artes plásticas como las del lenguaje fluctuaban entre la omisión y la degradación de una figura que había perdido la función social inherente a su sexo y resultaba incómoda, cuando no sospechosa79
En el folletín “Las consecuencias de una pasión”, publicado el 20 y el 23 de enero de 1840 en El piloto, el narrador de la historia, que viaja con varios miembros de su familia, se ve obligado a guarecerse de un temporal en una granja. Allí topan con una mujer vieja y fea:
En su frente extendíanse las arrugas; y era todo lo que de semejanza tenía con la Baucis de la fábula. Al derecho de asilo que a viva fuerza hubimos de conquistar, guardóse bien aquella bruja de añadir ni la más ligera oferta de servicio. Sosegadamente sentada a su torno no cesó un solo instante de hilar80
Un poco más adelante se la llama “mochuelo en figura humana”. Su aspecto, su forma de comportarse, hosca y desagradable, y su “sonrisa de mal agüero” o su “salvaje expresión” son lo que hace pensar a los huéspedes en una bruja81
El siguiente escrito, Pobres y ricos. La bruja de Madrid, se aparta de la prensa, pues es una novela de costumbres de Wenceslao Ayguals de Izco, publicada entre 1849-1850 en dos volúmenes. En realidad, el tema central de la obra nada tiene que ver con la brujería, pero hay una mujer considerada bruja precisamente por su condición desfavorecida y su aspecto:
La mujer que con bruscos y despavoridos ademanes acababa de invadir la estancia del banquete, más bien que criatura humana semejaba una furia escapada del Averno. Su semblante era un conjunto de facciones deformes, como velado por la entre canosa y negra cabellera, que parecía desgreñada con el intento de que, a manera de fúnebre crespón, ocultase la repugnante monstruosidad de aquel rostro, cuya catadura siniestra era espantosamente repugnante, y más en aquel momento en que la infeliz se mostraba con el corazón agitado por un acceso de horrorosa desesperación.
El desaliño de los harapos que cubrían su cuerpo aumentaba la deformidad del conjunto. Presentóse la infeliz con los brazos abiertos, a la manera del desvalido que implora el ajeno amparo; y este ademán con que se lanzaba en busca de un protector, ahuyentaba a todos, porque a sus desaforados gritos, a su asqueroso desorden, a la iracunda expresión de su semblante, del cual, por un natural impulso había separado los desordenados cabellos, uníase otra circunstancia más horrorosa que todas. ¿Quién no había de retroceder estremecido al ver que en los brazos tendidos de aquella desventurada faltaba la mano derecha? Arrojáronse todos precipitadamente a la calle, gritando: "¡LA BRUJA! ¡LA BRUJA!" apodo con que era ya conocida en Madrid como pordiosera la pobre mutilada, y con el cual, o el nombre de Inés, seguiremos designándola en la presente historia82
Los presentes en el banquete la identifican como una bruja (posee esa fama en todo Madrid) por su pobreza y desaliño y por su físico, deforme y horrendo, monstruoso. Su imagen y sus defectos (se alude a una mutilación) la convierten en el blanco de todos los temores. No se detalla, sin embargo, ninguna acción concreta atribuida a Inés. No obstante, don Eduardo, el duque, no cree en supersticiones y trata a esta mujer como a una infeliz sumida en la más absoluta desgracia. Ella aprovecha la concepción que se tiene de ella para ganar dinero emitiendo pronósticos. En un momento dado, explica su evolución:
⸻ … Soy pobre... mi presencia espanta… mi rostro repugna… todos huyen de mí en vez de favorecerme... y si algunos se reúnen en mi alrededor es para hacer mofa y escarnio de mis infortunios. Ellos se divierten al oír mis pronósticos, que procuro amenizar con chistes que excitan generales risotadas, y cada chiste que yo pronuncio riéndome también, hace en mi corazón el mismo efecto que hiciera al caer en él una gota de plomo derretido (…). Dichosamente empezaron algunos muchachos a llamarme Bruja, apodo que se generalizó en breve, y no contribuyó poco a ello mi astucia. Escudriñé ajenas conductas, atisbé las acciones de algunas gentes, instruíme en la carrera que abrían a mis pasos los mismos ultrajes del vulgo, y no tardé en parecer adivina y profeta. (…) ganaba así algunos cuartos, y con esta industria proporcionaba pan a mis padres83
La raíz de esta categorización tiene que ver con la fealdad y la carencia de recursos económicos. Luego se da una explotación de esta situación para poder llevarse un pedazo de pan a la boca (lo cual sucede en un par de noticias, pero no con pronósticos, sino con el curanderismo o con la amenaza a los vecinos). La base de la actividad de Inés la constituye la adivinación. Nada se indica acerca de otras cuestiones. Una de las razones puede que sea la ubicación en la capital, un entorno urbano. Eso sí, el retrato ofrecido permite comprobar cuáles son las características más esenciales del arquetipo establecido.
En 1864, Gustavo Adolfo Bécquer publica las Cartas desde mi celda en El Contemporáneo. De estas nos interesan en concreto las misivas VI y VIII, aparecidas los días 3 y 17 de julio de ese año. En la carta VI, el autor se refiere a la noticia de dos o tres años antes relativa a un crimen perpetrado en Zaragoza contra una pobre vieja acusada de bruja por sus vecinos. Nos hallamos ante el mismo modus operandi que hemos visto en los textos ya estudiados.
Se comienza con una detallada ambientación, pues estamos ante un escrito literario, y se vincula la historia que se va a contar con la denominación del sendero de la tía Casca, como si de una leyenda se tratara, pues tal nombre se debe a que por el precipicio que allí se encuentra se despeñó la presunta bruja y su alma vaga sin descanso en tal lugar, dedicándose a atormentar a los pastores de la zona. Sin embargo, no puede tratarse de una leyenda, pues los sucesos son recientes, lo cual no impide que la historia haya arraigado en el pueblo. El autor conoce lo ocurrido por la prensa local84
La tía Casca era famosa en todos estos contornos, y me bastó distinguir sus greñas blancuzcas que se enredaban alrededor de su frente como culebras, sus formas extravagantes, su cuerpo encorvado y sus brazos disformes que se destacaban angulosos y oscuros sobre el fondo de fuego del horizonte, para reconocer en ella a la bruja de Trasmoz85
A su imagen y su fama se suma la interpretación que los vecinos hacen de sus actos, pues cuando comienza a rezar piensan que pronuncia un conjuro responsable de que las nubes se arremolinen y dibujen extrañas y diabólicas formas. La multitud pronto se abalanza sobre ella y es herida de muerte, tras lo cual cae por el barranco y se ahoga en el río. Los acontecimientos se exponen como si el homicidio fuera la única consecuencia posible para esta anciana, de la cual, en este caso, se reivindica la filiación diabólica. Se afirma también que en un castillo cercano las brujas celebran sus conventículos, así que se unen la dimensión individual y la colectiva, de pertenencia a una secta organizada. Y no falta la dinastía brujesca a la que aludirá Bécquer de forma pormenorizada en otra de sus cartas86
La epístola VIII es aquella que profundiza en tal linaje, cuya amistad con el demonio se pone de manifiesto. El estereotipo plasmado tiene que ver con la interpretación canónico-teológica de la brujería, al contrario de lo que ocurría en las noticias:
Las brujas, con grande asombro suyo, y de sus feligreses, tornaron a aposentarse en el castillo, sobre los ganados cayeron plagas sin cuento, las jóvenes del lugar se veían atacadas de enfermedades incomprensibles, los niños eran azotados por las noches en sus cunas, y los sábados, después que la campana de la iglesia dejaba oír el toque de Ánimas, unas sonando panderos, otras añafiles o castañuelas, y todas a caballo sobre sus escobas, los habitantes de Trasmoz veían pasar una banda de viejas, espesa como las grullas, que iban a celebrar sus endiablados ritos a la sombra de los muros y la ruinosa atalaya que corona la cumbre del monte87
Y el escritor refiere también su impresión al ver de primera mano a la hermana de la asesinada tía Casca, a pesar de sus críticas a la credulidad y el fanatismo, y de su racionalidad:
De mí puedo asegurarles que no he podido ver a la actual bruja sin sentir un estremecimiento involuntario, como si en efecto la colérica mirada que me lanzó, observando la curiosidad impertinente con que espiaba sus acciones, hubiera podido hacerme daño. La vi hace pocos días, ya muy avanzada la tarde, y por una especie de tragaluz (...). Es alta, seca, arrugada, y no lo querrán Vds. creer, pero hasta tiene sus barbillas blancuzcas y su nariz corva, de rigor en las brujas de todas las consejas.
Estaba encogida y acurrucada junto al hogar entre un sinnúmero de trastos viejos, pucherillos, cántaros, marmitas y cacerolas de cobre, en las que la luz de la llama parecía centuplicarse con sus brillantes y fantásticos reflejos. Al calor de la lumbre hervía yo no sé qué en un cacharro, que de tiempo en tiempo removía la vieja con una cuchara. Tal vez sería un guiso de patatas para la cena, pero impresionado a su vista, y presente aún la relación que me habían hecho de sus antecesoras, no pude menos de recordar, oyendo el continuo hervidero del guiso, aquel pisto infernal, aquella horrible cosa sin nombre de las brujas del Macbet de Shakespeare88
Estas aseveraciones van en la misma línea que los artículos periodísticos que disertaban sobre el arraigo de la superstición en España y sobre la tendencia, incluso de los más ilustrados, a pensar en brujas cuando una mujer cumplía con ciertas características. Solo Bécquer se permite aportar una visión más compleja (se mencionan la barbilla blanquinosa y la nariz ganchuda, así como la aplicación a remover el contenido de un caldero), no desprovista de ropaje diabólico (se unen las enfermedades y el maltrato infantil al vuelo nocturno y la participación en las reuniones).
Enlazando con estas misivas, nos trasladamos a 1899, al artículo etnográfico de Wanderer publicado en Alrededor del mundo el 27 de mayo, que versa sobre “El castillo de Trasmoz y sus brujas”. El autor realiza un recorrido por los mismos escenarios que transitara Bécquer, en busca de brujas que fotografiar. Al pie del castillo, tienen sus moradas tanto la Casca como las Galgas, otra rama de la misma familia, ambas muy célebres en la zona y con notable fama brujesca.
La Casca, huraña y reservada, mirábame recelosa en cuanto le hablaba de hechicería, y si algo me dijo fue siempre cuidando de advertir que eran cosas que había oído a otra. Me costó trabajo convencerla para que se dejase retratar y el cliché salió malo; sin duda le hizo mal de ojo89
En cambio, las Galgas eran
… alegre de carácter la madre, bonita y retozona la hija, hablaban bromeando de untos, de piedras dotadas de virtudes sobrenaturales, de collares cabalísticos y de recetas misteriosas. ¿Practicaban? Jamás pude averiguarlo90
En varias ocasiones regresa Wanderer al lugar y, por ello, es consciente de que la notoriedad de estas mujeres se extiende por la comarca entera.
Le llama poderosamente la atención que lo que encuentra no se corresponde con su idea previa de las brujas:
No eran estas, ni ninguna de las otras brujas célebres a quienes vi en mis excursiones por el país o de quienes oí referir hechos, mujeres poseídas, histéricas o neuróticas como las que figuraron en los procesos de la Inquisición, sobre todo en el memorable de Zugarramurdi. Ninguna parecía tener ni aun siquiera nociones vagas o transmitidas por tradición sobre las artes ocultas, ni fórmulas para conjuros y maleficios (…). El saber de nuestras brujas se reduce a la confección de ciertos untos con arreglo a recetas que heredaron de otras, casi siempre de sus madres o de sus tías, y a la aplicación de determinados objetos, igualmente heredados, y a los cuales atribuyen poderes extraordinarios para la curación de enfermedades y para torcer voluntades; son casi siempre piedras y objetos menudos raros91
Resulta muy interesante ver que el propio redactor establece una clara distinción entre lo que se recogía en procesos como el que condujo al Auto de Fe de Logroño de 161092
Volvemos atrás para referirnos a Las brujas de José María Pereda, narración que se dio a conocer en la Revista de España del 1 de diciembre de 1869. Más tarde se reeditó en la revista Apuntes entre el 22 de marzo y el 10 de mayo de 1896 con ilustraciones de Joaquín Sorolla94
… se abrió la puerta de la casuca y apareció en el hueco una viejecita encorvada sobre un palo, con una alcuza en la mano, cubierto el tronco con una raída saya de estameña parda; dejando asomar por la abertura superior una carilla macilenta, compuesta de una nariz y una barbilla que se juntaban sobre la boca, no permitiendo ver de esta más que las dos extremidades; de dos agujeros en que apenas oscilaba un rayo de luz mortecina, y de una tercia escasa de arrugado pergamino para revestirlo95
Este aspecto la encasilla como una sierva de Satán y el resto ya se debe a la imaginación de los aldeanos, que le atribuyen toda clase de proezas. Pereda razona sobre estas creencias, que tanto pueden influir en la vida de ciertas mujeres señaladas por el vecindario. Reconoce que están arraigadas entre montañeses y entre los que no lo son. Todos conciben a estas féminas como potenciales agresoras capaces de chupar la sangre, propinar mordiscos durante la noche, echar mal de ojo a los niños, dañar a las embarazadas, provocar incendios y tormentas, arruinar las cosechas, sembrar la discordia en las familias, etc. Sin olvidar el vuelo y la asistencia a las reuniones (en este caso en Cernégula), hecho al que aquí se da mucha relevancia, pero en el que no nos detendremos. Resulta más significativo lo que el escritor afirma a continuación:
Aceptando esta versión el vulgo como artículo de fe, no bien la fama califica de bruja a una mujer, ya se pone aquel en guardia contra ella. -Nadie pasa de noche junto a su casa; no se toca cosa que le pertenezca sino es para destruirla; se le da en todas partes el mejor sitio, y en cuanto vuelve la espalda se le hace la señal de la cruz. En la calle se la saluda desde media legua, y las mujeres en cinta huyen de su presencia, como de la peste; las que ya son madres separan a sus niños del alcance de su vista para que no les haga mal de ojo. Si a un labrador se le suelta una noche el ganado en el establo y se acornea, es porque la bruja se ha metido entre las reses, por lo cual al día siguiente llena de cruces pintadas los pesebres. -Si un perro aúlla junto al cementerio, es la bruja que llama a la sepultura a cierta persona del barrio; si vuela una lechuza alrededor del campanario, es la bruja que va a sorber el aceite de la lámpara o a fulminar sobre el pueblo alguna maldición. En una palabra; todo lo triste, todo lo desgraciado, todo lo calamitoso que ocurre en la jurisdicción de una bruja se atribuye por el vulgo a las malas artes de esta96
Algunas de estas mujeres son “enredaderas, chismosas, borrachas y algo más”97
Por último, nos detendremos en Las bodas del diablo (cuento casi de brujas), publicado por Ángel R. Chaves en Madrid Cómico el 3 de octubre de 1896. Este relato esboza un retrato magnífico de lo que, para el narrador siendo niño, era una auténtica bruja pavorosa:
No había nada que me causara tanto miedo. Con aquella barbilla puntiaguda y remangada que parecía buscar la afilada nariz, que la ausencia de los dientes hacía caer sobre los casi invisibles labios; con aquel rostro anguloso y de color achocolatado, que atravesaban por todas partes los profundos surcos de unas arrugas inverosímiles, y sobre todo con aquellos ojillos felinos que parecían mirar desde el fondo de dos cuevas, era imagen tan fiel, trasunto tan acabado de aquellas brujas que figuraban en todos los cuentos que se contaban durante las veladas del invierno en torno del hogar, que nadie me hubiera convencido de que la tía Gurriata no tenía hecho pacto con los diablos para irles llevando poco a poco al infierno a todos los chiquillos del lugar98
Los más pequeños la temen y huyen ante su mera visión. Se menciona, igual que en ejemplos anteriores, el trato diabólico y luego, al compararla con aquellas que se reunían en Barahona y Zugarramurdi99
Conclusiones
⌅Las noticias vistas, un simple ejemplo de todas cuantas pudieron publicarse en prensa, concretan lo expuesto en los artículos que van viendo la luz desde la segunda mitad del siglo XVIII y que versan sobre la pervivencia de la superstición y la creencia en brujas. De la misma manera, muestran cómo el arquetipo, en su vertiente más popular, se materializa en personas concretas que, por atesorar determinadas cualidades, pueden ser identificadas con esa idea preconcebida que habita en la mente de todas las personas.
Se prescinde casi totalmente de la vertiente canónico-teológica (dos de las noticias analizadas mencionan el pacto diabólico de forma muy superficial y ninguna incide en el conventículo) y se focaliza en el maleficio y en el atentado contra la infancia. Eso sí, los mencionados males solo pueden venir ejecutados por una vecina que cumpla con ciertos requisitos físicos, de edad y de condición socio-económica. No cualquiera puede desempeñar el papel de bruja. Apenas hay referencias al carácter de estas mujeres, exceptuando los sucesos acaecidos en Cáceres y, sobre todo, en México, pero podemos presuponer que la ancianidad, la fealdad y la pobreza podrían ir acompañadas de un comportamiento determinado: huraño, desagradable, antisocial…
De esta manera, cuando sobre todo en zonas rurales (aunque no únicamente, como se puede observar en el caso de La Coruña), donde existe un sustrato propicio, se den determinadas circunstancias, como enfermedades y muertes, se hará posible la fusión entre la idea y la carne, como sucedió durante la caza de brujas, para alumbrar al chivo expiatorio perfecto. La gran diferencia entre lo ocurrido en los siglos XVI y XVII y lo que podemos observar en el XIX es que la justicia condena al agresor real, no a las mujeres señaladas, víctimas de la violencia de sus vecinos. El pueblo arremete contra un agente mágico imaginario, lo que se traduce en tres tentativas y tres homicidios, y a causa de esto es castigado y reprendido.
Por ello, la prensa se hace eco de estos sucesos desde una óptica normalmente crítica, mostrando los efectos que puede causar el fanatismo, pero apelando también a esa dimensión morbosa y sensacionalista que habita en todo lector, y a la cual el redactor apela. El hecho, además, de encontrar historias muy distintas en cada una de las muestras nos lleva a pensar que la publicación de tres noticias similares en apenas dos años, lejos de constituir algo repetitivo, resultaría llamativa e impactante por la variedad de planteamientos. Recordemos, circunscribiéndonos a 1838 y 1839, que encontramos, en primer lugar, una ambientación totalmente literaria, el espantoso asesinato de María Pérez Cadenas y la exhibición del cadáver de la presunta bruja; a continuación, una brutal paliza a Joaquina Mauri, pero todo tras la intervención determinante del párroco, que alecciona a los habitantes del pueblo y los insta incluso a registrar las viviendas de dos mujeres señaladas como brujas; finalmente, un rumor sobre la existencia de bruja mata-niños que se propaga y toma monstruosa forma, propiciando un linchamiento en plena plaza de La Coruña. Tres ajusticiamientos con similitudes, pero también con muchas diferencias. Enmarcados en esta investigación por tres noticias más, la primera con una condena a la hoguera, como si las agresoras fueran inquisidoras, y las dos últimas con una gradación en el comportamiento de la bruja. Dolores Sánchez ejercía un oficio, aprovechando su fama y era temida por sus supuestas capacidades mágicas; en cambio, la bruja-vampiro mexicana resulta sumamente llamativa por toda su teatralidad al desempeñar un rol bien aprendido y amenazar con el vampirismo y el infanticidio, cosa que le traerá funestas consecuencias.
El arquetipo se encuentra bien moldeado en el ideario colectivo y en la literatura, como hemos podido comprobar al profundizar en la imagen y características de la bruja en diversas obras, que hacen confluir la vía popular, oral, y la culta; la concepción tradicional y la canónico-teológica (en algunos de los casos). Esto permite el encuentro entre la invención, la imaginación, la letra y la vida. Como bien afirma Barandiarán101