Como apertura a uno de los siete capítulos que componen su libro Centenariomanía. Conmemoraciones hispánicas y nacionalismo español, Javier Moreno Luzón coloca un epígrafe de Rafael María de Labra, al que califica de «centenariómano»: «Profeso fervorosamente la religión de los muertos y soy uno de los más activos cooperadores de cuantas conmemoraciones se hacen de los hombres, más o menos aplaudidos o más o menos olvidados, que prestaron servicios a la Patria y a la Humanidad» (p.135). El libro de Moreno Luzón, editado en 2021 por Marcial Pons, analiza unas cuantas conmemoraciones de los individuos que juzga, él también, no sólo más aplaudidos sino más venerados, en sentido religioso, en la construcción de la «Patria» española. Se trata esencialmente de Colón y de los colonizadores en las Américas que forjan una nueva «raza» (cap. 3), de Balboa que con el descubrimiento del mar del sur abrió las puertas del Oriente (cap. 5), de Cervantes quien se convierte en emblema de la lengua castellana (como Shakespeare y Camoens para las suyas) y del quijotesco carácter «español» (cap. 6), de los héroes y mártires de la Guerra de la Independencia (cap. 2), de los «doceañistas» que en Cádiz plasman el proyecto de una nación liberal y moderna (cap. 4). El análisis de estos usos del pasado se va articulando en siete capítulos (que incluyen una introducción y una síntesis sobre las «glorias patrias»), como recursos mnemotécnicos que han construído tres grandes mitos de la construcción nacional: la defensa de la Patria frente a los invasores, la grandeza de una comunidad allende los mares, la expresión de una lengua, instrumento de una cultura extendida a muchos pueblos del planeta. Los ejercicios de memoria que consagran estos dispositivos simbólicos los sitúa Moreno Luzón en las primeras décadas del siglo XX —de las cuales es un gran especialista—, reuniéndolas bajo el título de Centenariomanía. Se sitúan respectivamente dichas celebraciones entre 1892 y 1918: del Cuarto Centenario del descubrimiento del Pacífico en 1913, de los tercentenarios del Quijote y luego de la muerte de Cervantes, (en 1905 y en 1916), del centenario de la Guerra de independencia en 1908 y de las Cortes de Cádiz en 1912.

«Centenariómano» resulta el propio Javier Moreno Luzón ya que este libro reagrupa nuevas versiones de trabajos originalmente aislados, que correspondían a momentos particulares de las primeras décadas del siglo XXI en que precisamente se celebraron nuevos centenarios de aquellas conmemoraciones… En sendos artículos publicados entre 2003 y 2021, Moreno Luzón revisaba los hitos que han ido construyendo los referentes del nacionalismo español. Nacionalismo español que se va construyendo en relación al mundo hispánico en su dimensión transatlántica: de allí el subtítulo de la obra. Basándose en una inmensa bibliografía que conjuga la historia cultural con la reflexión sobre los imaginarios, releyendo con nuevos ojos fuentes primarias, Moreno Luzón trata cada uno de los diferentes casos estudiados en su autonomía, pudiéndose leer cada capítulo con interés y claridad. Pero el autor sigue un hilo conductor —a veces expresado un poco repetitivamente—, la centenariomanía, que le da título, unidad y coherencia a un conjunto sobre el que ha trabajado.

Centenariomanía: efectivamente, es un concepto poco analizado por la historiografía a pesar de estar ésta, en los últimos tiempos, obsesionada por «la memoria colectiva» y detallando en muchos estudios conocidos —pero no siempre citados en su libro— las prácticas conmemorativas. Con razón son éstas juzgadas como una excelente herramienta heurística para calibrar las actitudes en una sociedad respecto al pasado y al futuro. El término acuñado por Javier Moreno Luzón es paralelo al de «estatuomanía», ya denunciado por el inglés Thomas Carlyle que teorizaba en los años 1840 sobre los héroes y su culto, criticando la fealdad y el abuso de las estatuas. Javier Moreno Luzón enfoca monumentos grandilocuentes de gloria perenne, esculpidos por los mejores artistas de su época, que dejan su huella en el espacio tanto peninsular como americano: desde el monumento a los españoles en Buenos Aires, al construido en la futura plaza de España de su capital en honor al genio de la lengua… Multiplicadas hasta la saciedad, las estatuas en el espacio público suscitaron desde la ironía de Carlyle hasta un furibundo «¡Ya basta! No echéis más…» de Gustave Pessard (en Statuomanie parisienne: étude critique sur l’abus des statues, Paris, 1912).

La bulimia conmemorativa, como sabrosamente la designa Moreno Luzón siguiendo a Pierre Nora, cuenta también, hasta nuestros días, con dos pilares fundamentales, «la exposición obligatoria y el fatídico coloquio». Exposición Hispano-Francesa de 1908 para sellar la reconciliación en Zaragoza de los dos vecinos en época de urgente entente cordial, así como grandes exposiciones en Sevilla; o para reanudar los lazos con el mundo americano, congresos con los más variados programas y exposiciones de dimensión universal tanto para el Cuarto como para el Quinto Centenario «del 92». Es en efecto una especificidad para el nacionalismo español el incluir «con ahínco» desde el 98 y principios del siglo XX una relación espiritual, seguida de intercambios comerciales y demográficos, en la expansión transatlántica. Insisten al respecto dos artículos del volumen reseñado: uno sobre la reconquista de América «para regenerar España» (capítulo 2) y la metafórica reformulación de la familia a través del mito de «la Raza», ya anteriormente trabajada por otros autores; otro (capítulo 5) sobre la herencia de Balboa en los territorios promisorios de los inicios del XX —California y Panamá, en los que se manifiesta agudamente la conflictiva confrontación entre la expansión estadunidense y el pasado hispánico. En ambos casos se organizan exposiciones volcadas hacia el descubrimiento del Pacífico.

Nuestro autor revisa con curiosidad y erudición una gran diversidad de prácticas festivas, de rituales, ceremonias y discursos, de monumentos, de escenificaciones y exhibiciones de todo tipo. Falta espacio en una reseña para ilustrar para cada caso ejemplos muy sugerentes. A un kit se asemejan «los montajes diferentes a partir de las mismas categorías de análisis, que pertenecen actualmente al dominio público mundial: Europa». Tal es la expresión de Anne-Marie Thiesse en su Creación de las identidades nacionales (en versión en castellano, Santiago de Compostela, 2010) quien ironizando sobre «el sistema IKEA» reúne y compara los instrumentos para llevar a cabo estos procesos de construcción de las identidades. No obstante, en su trabajo Thiesse parece ignorar en su obra lo relativo al mundo hispanohablante. Uno de los grandes méritos de Javier Moreno Luzón es justamente el de cubrir aquel vacío.

Otro logro, fundamental, es el de fijarse en los desplazamientos que en orden regular y muy codificado —desfiles, marchas, cortejos— constituyen la manifestación de una comunidad, como una performance —aunque no improvisada, convirtiendo a los espectadores en participantes. Ocupan los espacios en fechas particulares, en días precisos y predeterminados, en los que se recuerda y rinde culto a sucesos del pasado. Moreno Luzón subraya con razón la valorización del levantamiento contra el invasor de la capital, la promulgación de la gran Constitución liberal antes de la de 1978, las fechas correspondientes al nacimiento o a la muerte del escritor castellano por antonomasia, o la fiesta de la «Virgen Capitana» también consagrada como el principio de la cristianización de un Nuevo Mundo: en este orden el 2 de mayo, el 19 de marzo conocido popularmente como «la Pepa», el 9 de octubre o el 23 de abril, y así escrito (por ejemplo en el gran centro hospitalario en Madrid, el «Doce de Octubre»). Pero sorprende que no se mencione en la bibliografía el número completo sobre los días de España que publicó Ayer en 2003 (su número 51, coordinado por Pere Anguera). Tales efemérides se erigen en emblemas a la par que las banderas y los himnos en el catálogo cívico, emblemas indispensables para ser reconocida una nación. Cabría asimismo citarse los estudios pioneros del historiador francés Carlos Serrano (El nacimiento de Carmen, Símbolos, Mitos, Nación, de 1999, por ejemplo) y los trabajos más recientes de sus doctorandos y seguidores.

El libro de Moreno Luzón reúne, para el caso de España las celebraciones más relevantes, las que «adquieren sentido dentro de las pautas que marcan aniversarios en cifras redondas, cincuentenarios y hasta «bodas de plata» (pp. 27-‍28). ¿No sucede lo mismo en una familia, núcleo que es ya una comunidad, como también lo es, imaginada, una nación? Hay que insistir en la dimensión religiosa de los centenarios, justamente evocada en la introducción a través de los trabajos fundacionales de Durkheim, y en su analogía con los «jubileos» —tanto rituales celebrados por la Iglesia cada cuarto de siglo, como las fiestas en torno a una persona de alta dignidad (por ejemplo, el reciente jubileo de platino de lsabel II). Etimológicamente proveniente del hebreo —precisamente legislado en el Levítico—, el jubileo corresponde, cada 49 años (siete veces siete) a un año sabático seguido de otro en el que, en una ruptura festiva, se modificaba la vida común de la comunidad, reafirmándola en su identidad y en la fidelidad a un pasado. Aunque el 900° aniversario de la fundación de Roma pudo ser celebrado por Antonino Pío y que a fines del siglo XVIII hay algunas huellas de la práctica centenaria (de 1792 quedan textos de ceremonias colombinas en Norteamérica), sólo en la segunda mitad del XIX se multiplica la obsesiva obligación de recurrir al pasado en esos privilegiados momentos que son los centenarios. No sólo como tareas del Estado nacional en vías de consolidación y del desarrollo de las políticas de masas ligadas a la necesidad de articular hegemonías, sino como un efecto de lo que otros historiadores como Alain Corbin (L’invention du XIXe siècle. Le XIXe siècle par lui-même, coloquios de 1997 y 2000) o Eric Hobsbawm han subrayado, al menos para Francia y la Gran Bretaña. Los hombres del siglo XIX fueron los primeros en valorizar a tal punto la división del tiempo, su segmentación en siglos, que percibimos en particular gracias a la literatura, a la prensa y a la historiografía.

Aunque centrado en las dos primeras décadas del siglo pasado, este libro no elude los comentarios que suscita una actualidad reciente. Así, por ejemplo, «una tendencia constante del crecimiento de la intervención pública, fuera de las administraciones centrales, de las municipales y, en las últimas décadas, de las autonómicas» (p. 291). El nacionalismo español, lejos de ser homogéneo y necesariamente centrípeto, se modula en una interesante dialéctica entre lo local y lo estatal (e incluso transnacional). Moreno Luzón subraya la estrecha imbricación del nacionalismo español con identidades locales, no sin ambivalencias y contradicciones. Pero también ha mostrado cómo, hace un siglo y hasta en años recientes, encara conocidas dificultades al no lograr incorporar un imaginario integrador a culturas peninsulares no castellanas. Un olvido de los conflictos siempre presentes en la selección de motivos conmemorables, también algunas expresiones o palabras, quizá justificadas por el posicionamiento del autor en los debates políticos actuales, contrastan (en el último capítulo, particularmente) con su profesionalismo como historiador. Podríase también cuestionar el papel que en la conformación de las prácticas nacionalizadoras se le otorga a las figuras de la familia real y a Alfonso XIII —del que es eminente especialista nuestro autor—, que aparecerían como similares, un siglo después, al papel de la Corona y a esa «especie de patriarca supranacional» en que se habría convertido Juan Carlos de Borbón. Estas mínimas reservas, evidentemente, no disminuyen la inmensa calidad de un libro agradablemente redactado, rico y muy claro.