Este libro constituye sin duda un hito en la historiografía española ya que es uno de los primeros publicados en España que aborda la cuestión de los orígenes ibéricos y medievales del concepto de raza. Porque, aunque el tema sea un aspecto ampliamente desarrollado en la historiografía anglosajona, especialmente en la angloamericana, y secundariamente en la latinoamericana, hasta ahora no se había debatido específicamente en España. La publicación del libro se presenta, por tanto, como una continuidad y como una novedad al mismo tiempo, en relación con el actual resurgimiento de la raza como concepto y como objeto de estudio por parte de las ciencias sociales.

Ciertamente, en obras como la editada por Albiez-Wieck et al (2020), muchos autores de lengua hispana ya han movilizado la noción de raza como categoría para comprender las sociedades de la América española en la época moderna, pero esto se ha hecho hasta ahora sin un verdadero cuestionamiento sobre su pertinencia.

De sangre y leche cumple así esta misión, situando en su centro la cuestión de la raza y sus expresiones ibéricas, rastreadas desde la Edad Media. Aunque diferente en su argumentación, puede decirse que el libro toma en serio las líneas de investigación trazadas hace más de 25 años por James Sweet en su polémico artículo «The Iberian roots of American racist thought» (1997). El argumento, tomado en gran parte de Caro Baroja (1965 ) y Yerushalmi (1982) a decir verdad, establecía un vínculo íntimo entre la ideología de limpieza de sangre de la España bajo medieval y moderna y la discriminación de los pueblos americanos y africanos. Estos fenómenos son analizados como la expresión de una misma ideología racial y racista que habría visto el día en tierras hispanas mucho antes de fines del siglo XVIII, periodo considerado tradicionalmente como el de la aparición de estas nociones por la historia de las ciencias. Esta particular conjunción explica el subtítulo del libro, Raza y religión en el mundo ibérico moderno, términos que se propone someter al análisis cruzado de diferentes enfoques.

Fruto de un simposio celebrado en Madrid en febrero de 2019 como uno de los eventos del proyecto ERC CORPI (Conversion, Overlapping Religiosities, Polemics and Interaction. Early Modern Iberia and Beyond»), el libro reúne a dieciséis especialistas en filología española y árabe, historiadores de la política y del derecho, del arte y de la cultura ibéricos, así como a especialistas del mundo árabe, bajo la dirección de Mercedes García Arenal y de Felipe Pereda. El conjunto se divide en dos grandes bloques cuyos títulos («Sangre» y «Sangre y leche»), un tanto redundantes, no reflejan la real coherencia interna de cada uno.

La sección «Sangre» se subdivide así en dos grupos de contribuciones, el primero bajo el rótulo general La política del linaje y la sangre (Mohamad Ballan, David Niremberg, Karoline P. Cook, Francisco Bethencourt); y el segundo, titulado La sangre, vehículo de la naturaleza inmutable (Jean-Frédéric Schaub, Jorge Cañizares-Esguerra, Giuseppe Marcocci, Stefania Pastore). La parte «Sangre y leche» se divide a su vez en dos conjuntos de textos, el primero dedicado a El discurso simbólico de los fluidos sacros (James S. Amelang, Felipe Pereda, Rachel Burk), y el segundo a Representaciones y ficciones (Christine Orobitg, Miguel Martínez, Francisco Moreno Díaz del Campo, Borja Franco Llopis). Una última sección conclusiva, «A modo de colofón», reúne las contribuciones de Max Hering Torres y Joan Pau Rubiès.

Conviene señalar de entrada que estamos ante un enfoque específico, vinculado más bien a la historia de la cultura y de las ideas —lo que los títulos citados reflejan claramente— por lo que el libro se caracteriza en gran medida por una perspectiva top-down, dándole un amplio lugar a opiniones e ideas prescriptivas de personalidades eruditas de los períodos medieval y moderno. La introducción presenta la sustancia de lo que debe retenerse de estos diferentes puntos de vista al afirmar que, según la mayoría de las contribuciones, la leche y la sangre eran «poderosos símbolos que modelaron la realidad social en un proceso de profunda y continua racialización», la cual «respondía a un proceso organizado e institucionalizado de exclusión, diferenciación social y jerarquización basado en la creencia de que exist[ía] una naturaleza inmutable que se hereda[ba] a través de la sangre y de la leche» (pp. 13-‍14).

Estas rotundas afirmaciones son sin embargo matizadas por el conjunto de contribuciones, que resultan más polifónicas y menos unívocas que lo que esta introducción dejaría pensar. Ciertamente, la mayoría de los autores recurre a las nociones de raza y racialización (e incluso a la noción de biocultural) aplicadas a la época moderna, pero cada una de las autoras y de los autores da a estos términos un contenido específico, muchas veces contradictorio de un capítulo a otro.

Esta variedad de acepciones viene dada por el hecho que en el libro los términos sangre, linaje, cepa, casta, color, mácula, son todas, en un momento o en otro, equiparadas con la noción de raza por las diferentes contribuciones. Remitir esta amplia gama de conceptos a una sola noción nace, como afirman los organizadores, de la idea que estos términos tienen en común el hecho de que a través de éstos es posible «identificar los principales rasgos del discurso moderno de la raza» (p. 31). Y si esta vez no se trata de adjudicar un certificado de nacimiento hispánico a la noción de raza, como lo hiciera Sweet, lo amplio de su definición permite enlazar este fenómeno ibérico con otros racismos en otros períodos (Antiguo, Medieval) y en otras zonas culturales (Imperio Otomano, Japón) en un enfoque que bien podría relacionarse con los Global racial studies.

Ahora bien, buena parte de las contribuciones del libro ponen de relieve los problemas que pueden presentar estas generalizaciones. David Niremberg alerta contra la voluntad cuasi genealógica de querer encontrar un origen a la raza y al racismo, ya que, según los criterios utilizados, su aparición podría retrasarse indefinidamente, sobre todo, se puede agregar, cuando se opta por definir en términos raciales el vínculo establecido por las sociedades del pasado entre filiación y calidad o religión. Del mismo modo, el argumento según el cual la sangre era el vehículo de una naturaleza inmutable (la tiranía de la sangre según J. F. Schaub) se ve socavado ante la importancia acordada al clima y a la crianza para determinar la naturaleza de cada individuo, destacada por José Cañizares-Esguerra. El propio título del libro, Sangre y leche, plantea de inmediato la ambigüedad de un cuerpo humano determinado unas veces por la sangre (en el sentido de linaje) y otras por la leche (aunque esta no sea sino «sangre cocida» por el calor del seno materno), lo que alude claramente al carácter «abierto» de los cuerpos, sujetos al cambio (y a la degeneración) según circunstancias externas como la alimentación. La pregunta que surge naturalmente es la de saber si las diversas formas de naturalización de la diferencia social, si los diferentes mecanismos de esencialización de las pertenencias creadas por las sociedades delpasado, responden necesariamente a las categorías de raza y de racialización.

La contribución de Giuseppe Marcocci, una de las pocas de este libro basadas en fuentes archivísticas de primera mano (un sermón, una alegación en derecho y otros escritos), insiste justamente en la importancia de tener en cuenta los lugares de enunciación y las tradiciones textuales dentro de las que se insertaban las opiniones sobre la religión, la calidad o el color de la piel a la hora de estudiar la clasificación y la jerarquización de las diferencias humanas, invitando a rechazar las simplificaciones y las generalizaciones en procesos que conocieron una gran variedad de significados en función de sus contextos locales.

Estas divergencias internas explican sin duda la presencia de dos conclusiones reunidas en una última parte titulada «A modo de colofón». La primera, de 28 páginas, se hace eco de estas tensiones tratando de resolver la principal que se presenta al lector: ¿se puede usar el término raza o racismo para sociedades que usaron poco y nada tales conceptos? Si el rastreo de la aparición de la palabra «raza» como categoría práctica ocupa una parte del trabajo de investigación de algunas de las contribuciones reunidas aquí, el problema no deja de plantearse de manera crucial cuando se traduce además por raza todo lo referente a linaje, sangre, cepa, casta, color de la piel y un largo etcétera. La solución propuesta aquí está en la capacidad de los historiadores de usar categorías analíticas que no tienen por qué ser las mismas que usaban las sociedades bajo estudio. Resignificar los diferentes esencialismos del pasado como formas de racialización permitiría así salvar este escollo.

Una segunda conclusión con un título provocador «¿Eran racistas los europeos de la modernidad temprana?» desarrolla en 90 páginas otra manera de resolver las tensiones aludidas anteriormente. Según ésta, el racismo y la raza no son necesariamente conceptos equivalentes y, aunque existan pruebas de comportamientos abiertamente racistas en el mundo moderno, la raza como concepto requiere, para cristalizar, la aparición de teorías científicas. Sería entonces la secularización, al abrir la vía al cuestionamiento por las ciencias del dogma monogenista cristiano, la que explicaría en gran medida la aparición del concepto en sí.

Varias preguntas nacen evidentemente de este vasto panorama. Cuando hacemos la historia de los conceptos, ¿estamos condenados a historiar la visión del mundo de unos pocos? Las teorías científicas o la producción de prescripciones jurídicas ¿contienen, resumen o expresan el conjunto de las normas sociales? La palabra explícita, la que surge de aquellos que estaban habilitados a tomarla (hombres doctos, juristas, literatos y artistas, las más de las veces hombres en efecto), cuya validez como testimonio no se trata de rebatir, ¿anula las concepciones tácitas de la mayoría forzosamente silenciosa? ¿Podemos descartar de un movimiento de la mano esa inmensa terra incognita (esa otra parte integrante de la historia de los conceptos) bajo pretexto que nunca se expresó de manera explícita, articulada y directamente perceptible? Trabajos antiguos, como los de E. P Thompson sobre «las multitudes» (1971), o más recientes, como los de Fanny Cosandey sobre las reglas no escritas de la corte francesa (2016) invitan ciertamente a no perder de vista este aspecto fundamental. Las recomendaciones de Giuseppe Marcocci en este volumen, incitando a los investigadores a poner mucha atención en la especificidad de cada uno de los diferentes contextos de los vastos imperios ibéricos (en Asia, en África, en América o en Europa) que condicionaban fuertemente el sentido local de las jerarquíassociales, retomadas en conclusión por Max Hering Torres al preguntarse «… cuales eran los saberes vernáculos (…), que se nos escapan y que retaban los discursos dominantes sobre la pureza», irían en este mismo sentido.

Otra pregunta, y más directamente ligada a la cuestión central de este libro, es la de plantearse si la interrogante presentada a modo de Colofon ¿Eran racistas los europeos de la modernidad temprana?») es realmente la más pertinente para responder a los problemas esbozados a lo largo de estas 640 páginas. ¿No será más productivo el preguntarse cuál es el aporte heurístico de movilizar los conceptos de raza y de racialización para entender fenómenos tan dispares como el prurito nobiliario, la asociación de virtud y nobleza, la relación entre filiación y religión, la mayor valía de la «sangre noble» con respecto a la «sangre pechera», las certificaciones de limpieza de sangre otorgadas a Africanos (Ireton, 2017), la persecución de los descendientes de «herejes» y la perpetuación de su mácula a través de las generaciones pero la dilución coetánea de la cepa amerindia, «purificada» por la mezcla con la «sangre española» en las Indias?

La gran virtud de este libro es sin duda la de poner a la disposición de las investigadoras e investigadores hispanohablantes buena parte de los argumentos que les permitan responder por sí mismos a estas preguntas.