El libro que a continuación voy a comentar está basado en los tres primeros capítulos de la segunda tesis doctoral de su autor, defendida en 2019 en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense con el título Fernando el Católico y Julio II. Papado y monarquía hispánica en el umbral de la modernidad. Tiempo atrás Álvaro Fernández de Córdova ya defendió una primera tesis doctoral en la Facultad de Teología de la Pontificia Universitas Sanctae Crucis, titulada Alejandro VI y los Reyes Católicos. Relaciones político-eclesiásticas (1492-‍1503), que se publicó en Roma en 2005. Estamos, por tanto, ante un profundo conocedor de las relaciones entre los Reyes Católicos y el papado, gracias a una dilatada y sólida actividad investigadora desarrollada durante dos décadas. El estudio de la diplomacia medieval constituye una línea de investigación que, contando con importantes precedentes, ha cobrado una gran fuerza en el panorama historiográfico durante el presente siglo, y muy en especial en lo referente a la baja Edad Media, cuando se sentaron las bases para el ulterior desarrollo de la diplomacia moderna europea. En el contexto del importante desarrollo que adquirieron las relaciones internacionales en el Occidente europeo a fines de la Edad Media, no cabe duda de que el papado fue un eje central articulador de las mismas, máxime cuando, tras las crisis del Cisma y el conciliarismo, el pontificadose consolidó como potencia política de primer orden en Italia.

En este período final del Medievo se centra el presente libro, que estudia las relaciones de los Reyes Católicos, y muy en particular de Fernando el Católico, con el cardenal y luego papa Julio II, Giuliano della Rovere, siendo el apellido castellanizado de este poderoso linaje italiano el que justifica el descriptivo y elocuente título de la obra: El Roble y la Corona. El ascenso de Julio II y la monarquía hispánica (1471-‍1504). Más específicamente, el ámbito cronológico que abarca la obra son las más de tres décadas del cardenalato de Giuliano, sobrino de Sixto IV, entre 1471 y 1503, y el primer año de su pontificado ya como Julio II, entre noviembre de 1503 y noviembre de 1504, coincidiendo con el fallecimiento de Isabel la Católica. Puedo señalar que este trabajo contribuye plenamente a llenar la importante laguna historiográfica que existía en lo referente al estudio de las relaciones de la monarquía hispánica con este pontífice, que hasta ahora eran conocidas de forma muy incompleta y fragmentaria. Metodológicamente, para conseguir este objetivo la clave interpretativa es, según señala el autor, la de los «sistemas de relación entre el poder regio y el papal, abierto a las dinámicas de cooperación, control, resistencia o conflicto, en el marco de su natural imbricación y dinamismo…, atendiendo a los fenómenos de comunicación política y trasvases culturales entre dos penínsulas más unidas delo que se pensaba». Uno de los grandes méritos de la obra reside en las fuentes manejadas para el análisis de estas relaciones diplomáticas, pues a las colecciones documentales tanto españolas como extranjeras —desde las más recientes a otras ya antiguas pero igualmente útiles—, se une el estudio de muchas nuevas y hasta ahora inéditas instrucciones diplomáticas de los monarcas y despachos de sus agentes procedentes de, entre otros, del Archivo de la Casa de Alba, del Instituto Valencia de don Juan, de la Biblioteca Francisco Zabálburu, de la Biblioteca de Cataluña o de la Real Academia de la Historia, y, entre los fondos extranjeros, del Archivio di Stato di Venecia o de la Biblioteca Pública de Ginebra, a lo que hay que añadir, por supuesto, la documentación pontificia del Archivio Apostolico Vaticano. Ello se complementa con una utilización exhaustiva de toda la cronística y las fuentes narrativas del período, tanto las españolas como, muy especialmente, las italianas.

El libro se divide en tres amplios capítulos, a los que sigue un pequeño apéndice documental recogiendo correspondencia de los Reyes Católicos con sus embajadores Francisco de Rojas y Lorenzo Suárez de Figueroa, con el cardenal Bernardino López de Carvajal y con Gonzalo Fernández de Córdoba. En el primer capítulo, «la sombra del roble», se analizan las relaciones de Giuliano della Rovere con los reinos hispánicos desde su nombramiento como cardenal de San Pietro ad Víncula en 1471 hasta su elección como papa Julio II en noviembre de 1503. El inicial entendimiento de los Trastámara y el clan della Rovere, gracias a sus comunes vínculos con la corte de Ferrante de Nápoles, se debilitó tras la legación aviñonesa de Giuliano y su acercamiento al eje franco-portugués, apoyando en 1486 a su hermano Giovanni en la sublevación angevina contra Ferrante, y promoviendo además la globalización del conflicto al recabar el apoyo de Francia y de Génova. Ya durante el pontificado de Alejandro VI el posicionamiento político del cardenal della Rovere se radicalizó todavía más, a pesar de los intentos mediadores de Fernando e Isabel; prueba de ello fue su empeño en convertir la fortaleza de Ostia y el puerto de Génova en focos de resistencia contra el papa, mientras simultáneamente continuó apoyando la orientación francófila de su hermano en el reino de Nápoles, lo que le enfrentó con la Liga Santa promovida por los Reyes Católicos, cuyas tropas le despojaron de Ostia y las tierrasnapolitanas. El capítulo termina analizando la intervención diplomática de la monarquía hispana en las complejas negociaciones cardenalicias que desembocaron en las elecciones pontificias de Pío III el 22 de septiembre de 1503 —como es sabido su brevísimo pontificado duró veintiséis días, falleciendo el 18 de octubre—, y de Julio II el 1 de noviembre del mismo año.

El segundo capítulo, «el papa de Garellano», abarca la etapa que va desde la elección de Julio II hasta marzo de 1504. Es un convulso período en el que la política italiana estuvo dominada por el enfrentamiento franco-español por el control del reino de Nápoles, conflicto al que se superponían las acciones expansivas protagonizadas por otras grandes potencias como Venecia, aliada de la monarquía hispánica, o Florencia, en medio de todo lo cual las iniciales posiciones francófilas y antiborgianas del pontífice evolucionaron y se orientaron hacia una mejora de sus relaciones con el poder hispano instalado en Nápoles, viéndose obligadas a adaptarse a la nueva situación política que siguió a la victoria de las tropas españolas comandadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, sobre las francesas en la batalla del Garellano, el 28 de diciembre de 1503, que puso fin a la presencia francesa en suelo napolitano. Durante los meses siguientes de crisis posbélica Julio II, en un difícil y arriesgado juego diplomático, trató de posicionar a las potencias políticas —incluyendo a la monarquía hispánica— contra Venecia, que había usurpado al papado algunas ciudades y territorios en Romaña, pero que seguía siendo un bastión fundamental contra la presión de Francia, aliada con Florencia, en Italia. Sin embargo, a fines de marzo de 1504 los Reyes Católicos firmaron unas treguas con Francia y Venecia que indignaron a Julio II.

El tercer y último capítulo, «amistades fracturadas y sinergias eclesiales», parte de este deterioro de las relaciones entre el papa y los monarcas hispanos, y el análisis se prolonga hasta el mes de noviembre de 1504, cuando falleció Isabel I de Castilla y ya daba comienzo el segundo año del pontificado de Julio II. A comienzos de la primavera el pontífice intentó llegar a un acuerdo con los Reyes Católicos enviando a su corte al nuncio Cosimo de´ Pazzi, que sin embargo no fue recibido por los monarcas, todavía recelosos de la inclinación francesa del papa. Sin embargo posteriormente se fue logrando una mejora en las relaciones gracias a, entre otras cosas, la restitución al papado de algunas ciudades de la Romaña y la promesa regia de enviar la prestación de obediencia a la Santa Sede, algo que no se produjo hasta 1507, a lo que se unieron algunos acuerdos en materia de elecciones episcopales y fiscalidad eclesiástica, la confirmación del patronato regio en el reino de Granada, el apoyo pontificio a la continuación de la reforma observante de las órdenes religiosas promovida por la corona, la creciente intervención de la monarquía sobre la Iglesia napolitana cuyo patronato se reclamaba, y el respaldo papal a los esfuerzos de la corona para erigir las primeras sedes americanas, esbozándose así una línea de entendimiento entre la monarquía hispánica y Julio II que, a pesar de la posterior crisis sucesoria y las tensiones internacionales durante la regencia castellanade Fernando el Católico, acabó consolidándose y constituyendo «uno de los tramos más eximios del eje católico de la Europa moderna».

Determinados apartados del libro merecen ser destacados especialmente por el interés de su temática y la exhaustividad del análisis llevado a cabo. Por ejemplo, el estudio de la intervención de los cardenales hispanos, del embajador Francisco de Rojas y de otros agentes diplomáticos en las complejas y secretas negociaciones que, tras el fallecimiento de Pío III, condujeron finalmente a la rápida elección como papa de Giuliano della Rovere el 1 de noviembre, en el cónclave más corto de la historia. O el apartado titulado «Propaganda genealógica para un reino amenazado», donde se analiza con detalle toda la amplia producción propagandística difundida desde el reino de Aragón y desde Nápoles en defensa del dominio hispano sobre esta última y de los derechos de Fernando e Isabel sobre el Regno frente a las pretensiones de Francia, poniendo en práctica un complejo y elaborado programa de propaganda que incluía la argumentación genealógica, la lírica, el drama humanista y una retórica curial no exenta de elementos proféticos. Asimismo, se analizan con detalle, entre otras cuestiones, el aumento y la especialización burocrática del personal al servicio de la diplomacia regia, las pugnas protocolarias asociadas a las ceremonias diplomáticas, y la creciente importancia del secreto y de la escritura cifrada en las prácticas de comunicación vinculadas a la diplomacia.

Hay que destacar el exquisito estilo y la claridad expositiva con que está redactada la obra, así como los elocuentes títulos en ocasiones asignados a determinados capítulos y apartados, como el de «La sombra del roble» del primero de los capítulos para aludir a la influencia del cardenal Giuliano della Rovere en la política italiana de los Reyes Católicos, o el título «Cavete vobis ab hoc Pontifice» (¡Tened cuidado con este pontífice!) de uno de los apartados del tercer capítulo, utilizando las palabras con que a fines de mayo de 1504 Francisco de Rojas, embajador en Roma de los Reyes Católicos, advertía al embajador veneciano Giustinian sobre el peligro que suponía Julio II para la Signoria de Venecia, censurando moralmente al pontífice por su «mala vita» y maquinaciones políticas.

Las conclusiones del libro están planteadas a modo de recapitulación e interpretación global de los grandes temas y asuntos que protagonizaron las relaciones de la monarquía hispánica con Julio II, con sus elementos de continuidad y de transformación, en medio de un proceso de creciente ceremonialización de las relaciones diplomáticas —ejemplo de ello es la ceremonia anual de entrega de la hacanea al papa como símbolo del homenaje feudal del reino de Nápoles— y aumento de la complejidad de unas prácticas de comunicación propias de una cultura política que, aunque construida sobre bases medievales, presentaba ya fuertes rasgos de modernidad.

De cara a la publicación de futuros trabajos que prosigan con el análisis de estas relaciones, tras la muerte de Isabel la Católica hasta 1507, y luego durante la regencia fernandina de Castilla entre 1507 y 1516, incluyendo los primeros años del pontificado de León X, sería muy enriquecedor, junto a la siempre necesaria perspectiva diacrónica, continuar y potenciar si cabe todavía más el análisis de las prácticas de cultura política, de comunicación, de los mecanismos de propaganda y legitimación y de las ceremonias asociadas a las relaciones diplomáticas, así como dedicar una mayor atención al nepotismo papal y cardenalicio, a la presencia y las redes clientelares eclesiásticas hispanas en la curia pontificia y en el reino de Nápoles, a las elecciones episcopales, a la política beneficial y a la evolución de la fiscalidad pontificia, cuestiones todas ellas cuyo estudio ya queda bien planteado en el presente libro, y sobre las que la documentación catedralicia española puede aportar nuevas perspectivas de análisis complementarias a las de la documentación pontificia. En definitiva, estamos ante una obra de absoluta referencia para el conocimiento no solo de las relaciones de la monarquía hispánica con el papado durante el período de transición del siglo XV al XVI, sino también en general de la política europea en los albores de la modernidad, una política vertebrada, en palabras del autor, «con los elementos más inspiradores de su pasado medieval».