Resumen

El presente artículo analiza seis publicaciones recientes que abordan la historia del siglo XX en Europa central y del este. El objetivo del texto es comentar críticamente los principales temas de la investigación reciente sobre la región, conectando estos libros con otras publicaciones y debates que han marcado las líneas de fuga de la historiografía de las dos últimas décadas.

Palabras clave: historiografía; Europa central y del este; modernidad; nacionalismo.

Abstract

This paper analyses six recent publications addressing the history of the 20th Century in East-Central Europe. The aim is to critically comment the main research topics of the region. The paper connects these books with other publications and debates that have shaped the main trends in East-Central European historiography in the last two decades

Keywords: historiography; East-Central Europe; modernity; nationalism.

Recibido / Received: 04/02/2021; Aceptado / Accepted: 03/05/2022; Publicado en línea / Published online: 30/06/2023

Cómo citar este artículo / Citation: Aguilar López-Barajas, José Luis, «Los desafíos de la modernidad. Nuevas miradas historiográficas al siglo XX en Europa central y del este», Hispania, 83/273 (Madrid, 2023): e012. https://doi.org/10.3989/hispania.2023.012

Estudios críticos

Borodziej, Włodzimierz, von Puttkamer, Joachim y Ferhadbegović, Sabina (eds.), The Routledge History of Central and Eastern Europe in the Twentieth Century. Volume II: Statehood, Nueva York, Routledge, 2020, 348 págs.

Borodziej, Włodzimierz, von Puttkamer, Joachim y Holubec, Stanislav (eds.), The Routledge History of Central and Eastern Europe in the Twentieth Century. Volume I: Challenges of Modernity, Nueva York, Routledge, 2020, 470 págs.

Borodziej, Włodzimierz, von Puttkamer, Joachim y Laczó, Ferenc (eds.), The Routledge History of Central and Eastern Europe in the Twentieth Century. Volume III: Intellectual Horizons Nueva York, Routledge, 2020, 394 págs.

Connelly, John, From Peoples into Nations: A History of Eastern Europe, Princeton, Princeton University Press, 2020, 968 págs.

Trencsényi, Balázs, Kopeček, Michal, Gabrijelčič, Luka Lisjak, Falina, Maria, Báar, Mónika y Janowski, Maciej, A History of Modern Political Thought in East Central Europe. Volume II: Negotiating Modernity in the “Short Twentieth Century” and Beyond. Part I: 1918-‍1968, Oxford, Oxford University Press, 2018, 472 págs.

Trencsényi, Balázs, Kopeček, Michal, Gabrijelčič, Luka Lisjak, Falina, Maria, Báar, Mónika y Janowski, Maciej, A History of Modern Political Thought in East Central Europe. Volume II: Negotiating Modernity in the “Short Twentieth Century” and Beyond. Part II: 1968-‍2018, Oxford, Oxford University, 2018, 402 págs.

SUMARIO
  1. Resumen
  2. Abstract
  3. INTRODUCCIÓN. PROYECTOS HISTORIOGRÁFICOS TRANSNACIONALES
  4. HORIZONTES INTELECTUALES Y «PUESTA AL DÍA» CON LA MODERNIDAD
  5. LAS MÚLTIPLES CARAS DEL NACIONALISMO
  6. GUERRA Y VIOLENCIA
  7. HACIA EL PRESENTE
  8. CONCLUSIONES
  9. Notas
  10. BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN. PROYECTOS HISTORIOGRÁFICOS TRANSNACIONALES[Subir]

Doy por sentado que existe Europa central, aunque muchos nieguen su existencia, empezando por los estadistas y periodistas que se empeñan en llamarla Europa del este y terminando por mi amigo Joseph Brodsky, que prefiere reservarle el nombre de Asia occidental. En estas décadas del siglo XX, Europa central parece existir solo en la mente de algunos de sus intelectuales[1].

Estas palabras fueron escritas por el poeta y premio nobel de literatura polaco Czlesaw Miłosz a mediados de los años ochenta. Miłosz apuntaba a las varias denominaciones usadas históricamente para denominar el territorio comprendido entre, a grandes rasgos, el mundo germanófono de los antiguos imperios alemán y austríaco y el vasto territorio de Rusia. Una definición imprecisa, como impreciso y fútil es dotar con una entidad fija y cerrada a un espacio geográfico tan cambiante a lo largo de la historia. Aunque, al aludir a Europa central, Miłosz se refería de manera fundamental a Polonia, Checoslovaquia y Hungría, el juego de denominaciones, entre el centro y el este, se ha deslizado también a Rumanía, de cultura latina, y a los Balcanes, a orillas del Mediterráneo oriental[2]. Los volúmenes que aquí se comentan han rehuido ensayar una definición conceptual exhaustiva sobre el territorio; más bien, las denominaciones de Europa centro-oriental, Europa central y oriental o Europa del este —sin connotación peyorativa— son aplicadas de manera funcional y descriptiva, señalando a una región de bordes sinuosos que experimentó con particular intensidad el siglo XX. En este texto me propongo repasar seis libros sobre el siglo XX en Europa del este con el objetivo de realizar un recorrido por las líneas de fuga historiográficas que han interesado a los investigadores en tiempos recientes. A partir de los títulos escogidos, abordaré los grandes temas, el qué y el cómo, así como plantearé algunas reflexiones generales sobre la tensión entre la narrativa volcada en lo nacional y las miradas transnacionales/globales, la necesidad de definiciones conceptuales y operativas en el trabajo historiográfico, las posibilidades de la comparación histórica y, por último, la necesidad de repensar y reintroducir al este como algo más que un actor periférico en la historia europea general.

Salvo en el caso de John Connelly, que ha afrontado la empresa en solitario, los otros trabajos responden a ambiciosos proyectos colectivos que comenzaron hace ya más de una década y que han cristalizado en unos libros que, a buen seguro, serán referentes para el estudio de la región durante los próximos años. Ello es reflejo de unas instituciones que han impulsado un intercambio de conocimientos dinámico y han puesto en contacto a investigadores de varios países —tanto de la región como de fuera de ella—. Esto ha posibilitado un acercamiento orgánico y complejo al siglo XX, que en Europa central y oriental tuvo características propias que reflejaban las manifestaciones particulares de unos procesos más amplios que afectaron al continente en su conjunto. Estas instituciones son, en primer lugar, la Central European University (CEU), con anterioridad emplazada en Budapest y que, desde hace unos años, está siendo poco a poco trasladada a Viena debido a las amenazas y prohibiciones del Gobierno húngaro de Viktor Orbán. La CEU financia desde los años noventa proyectos sobre el estudio de la región que ya han dado frutos en forma de obras colectivas que constituyen una referencia en el campo. Hay que destacar la figura de Balázs Trencsényi como el prototipo de scholar con carrera en la CEU. De nacionalidad húngara, pero con el inglés como lengua académica, conocedor de casi todos los idiomas de la región y de algunos otros, Trencsényi ha abordado la historia intelectual de los siglos XIX y XX en Europa central y oriental, dando lugar a trabajos sobre identidades colectivas y nacionalismo que adoptan una perspectiva comparativa y transnacional[3], lo cual es una característica de los volúmenes que aquí se comentan. El atractivo de la institución financiada por George Soros y denostada por Orbán reside en su intento de ir más allá de historias nacionales, algo posibilitado por la confluencia de investigadores de diversas procedencias y enfoques que han coincidido en la institución durante los últimos años.

En segundo lugar, el Imre Kertész Kolleg de Jena. Creado en 2010 como un proyecto a 12 años vista, la institución tomó el nombre del premio Nobel de literatura húngaro como una referencia a alguien que experimentó en sus carnes muchos de los hitos fundamentales del siglo XX europeo centro-oriental. En 2020 acabó un trabajo que ha durado toda la década, con la publicación de los tres volúmenes para la colección Routledge Handbook que aquí se comentan, a la espera de un cuarto y último, sobre la violencia, que aparecerá en 2022 —en la entrega de este texto, el cuarto y último aún no se había publicado—. El funcionamiento del Imre Kertész Kolleg es un reflejo de la confluencia de scholars de Alemania y de los demás estados de Europa centro-oriental. Prueba de ello es que la dirección de la institución ha estado desde el principio compartida por un investigador alemán, Joachim von Puttkamer, y otro de Europa centro-oriental, primero, y hasta 2017, Włodzimierz Borodziej —polaco— y, desde entonces, Michal Kopeček -checo.

En cuanto a John Connelly, doctorado en Harvard y en la actualidad profesor en Berkeley, su presencia a través de estancias en universidades centroeuropeas desde los años noventa le ha permitido adquirir una perspectiva muy amplia de la historia de la región, que ha hecho posible que acometa en solitario la elaboración de un volumen de casi mil páginas dando cuenta de los dos últimos siglos. Habría que decir, sin embargo, que su From Peoples into Nations está muy desequilibrado en favor del siglo XX. El primer libro de Connelly, publicado en el año 2000, adoptaba de forma pionera una perspectiva comparada que le permitió analizar de forma integrada la toma de las universidades por parte de las autoridades soviéticas y de los comunistas locales en la segunda postguerra[4]. Este trabajo mostraba las potencialidades de la historia comparada, no como una mera superposición de casos, sino como una metodología que permitía comprender mejor tanto el todo como las partes.

Es desde comienzos del nuevo siglo, coincidiendo con este primer libro de Connelly, cuando la historiografía tomó más en serio la necesidad de ir más allá de los relatos nacionales, adoptando perspectivas transnacionales y comparativas que son las que predominan en los seis volúmenes que aquí se comentan. La conexión de Connelly con los demás proyectos es patente y, no en vano, colabora como autor en el tercer volumen del Routledge Handbook con un capítulo sobre secularización y experiencia religiosa. No obstante, el libro de Connelly es el único que tiene una tesis fuerte, que sitúa el nacionalismo como un fenómeno a través del cual se puede comprender la historia de la región en su conjunto.

HORIZONTES INTELECTUALES Y «PUESTA AL DÍA» CON LA MODERNIDAD[Subir]

Los dos volúmenes de A History of Modern Political Thought in Central Eastern Europe en el siglo XX son a su vez continuación de otro, publicado en 2016, que hizo lo propio con el siglo XIX[5]. Una característica que sorprende, por poco habitual, es su autoría colectiva, esto es, los seis autores firman los volúmenes completos y no hay distinciones por capítulos, sino que cada línea es responsabilidad de todos. Los seis son de procedencia centroeuropea y de una generación similar —nacidos entre mediados de los setenta y comienzos de los ochenta—, lo cual permite que la mirada al pasado tenga una dimensión generacional, cualitativamente distinta a trabajos anteriores[6], ya que esta es una generación formada en el periodo posterior a 1989, con todo lo que ello significa. Los autores proceden del campo de la historia intelectual con un método similar, el contextualista, siguiendo la estela de Quentin Skinner, lo que posibilita que el resultado sea orgánico y coherente. La historia intelectual que practican difiere en buen grado del modelo de la historia de las ideas de la «Escuela de Varsovia» que fuera muy influyente en la región desde la década de los ochenta. Frente a una aproximación, como la de Andrezj Walicki o Leszek Kołakowski, de cariz filosófico que otorgaba una considerable autonomía a las ideas, esta obra coral atribuye raíces sociológicas y políticas al desarrollo de estas. Así, la mayor o menor pregnancia de, pongamos por caso, las ideas fascistas en Europa central, no se encuentra en su potencial filosófico ni en su conexión con las tradiciones históricas de las naciones, sino en factores contextuales que sirvieron de marco para señalar tanto su alcance como sus límites. Así, el libro —voy a referirme desde ahora en singular, ya que es, en realidad, un mismo volumen pero que, por razones editoriales, se publicó como dos— da una vuelta de tuerca a los debates sobre el pensamiento político situándolos en marcos más amplios que, sobre todo, permiten romper con la narrativa nacional.

Este impulso de ir más allá de la nación ya había sido acometido en la tesis doctoral de Michal Kopeček, en la que analizaba el socialismo reformista tras la muerte de Stalin en Hungría, Checoslovaquia y Polonia, y que se convirtió en una referencia que está en la base del proyecto[7]. La tesis de Kopeček, revalidada en el volumen colectivo, arrojaba nueva luz sobre el tema ya que no concebía el comunismo reformista tan fuerte en Checoslovaquia como un reflejo de las permanencias de la tradición democrática de entreguerras, sino como un proceso general que todos los estados socialistas atravesaron en el que la dimensión sincrónica era más importante que la diacrónica y, por lo tanto, no tenía mucho sentido apelar a la historia nacional como explicación de su desarrollo. Así, en lo que toca a la narrativa checoslovaca, el volumen colectivo rompe con el relato autocomplaciente de la historiografía checa que estableció una cierta línea de continuidad entre Masaryk y la democracia de entreguerras, el reformismo de la Primavera de Praga, el liberalismo de la Carta 77 y la Revolución de Terciopelo, llegando a la conclusión de que el espíritu democrático es algo consustancial a la nación checa. Este afán desmitificador se extiende a la propia democracia de entreguerras, que durante décadas ha sido ensalzada por el nacionalismo checo y, con ella, su padre fundador, Tomáš Garrigue Masaryk. Los autores muestran las deficiencias y los límites del proyecto de Masaryk, por lo demás muy importante dado el contexto en el que se desarrolló, y rescatan algunas voces críticas, muy señaladamente la de Emmanuel Rádl, que muestran cómo el liberalismo político de Masaryk no gozó de un consenso tal como en ocasiones se ha afirmado.

La parte dedicada al pensamiento político a partir de los años sesenta es, a mi juicio, en la que la tensión entre lo propio y lo transnacional se resuelve de una forma más convincente. No solo el comunismo reformista chechoslovaco, sino todos los proyectos enmarcados de mayor o menor forma en una nueva interpretación del marxismo dan cuenta del dinamismo intelectual de Europa centro-oriental. Quizás la exhaustividad de nombres y corrientes hacen del volumen una obra de consulta, y no tanto un libro para ser leído de principio a fin, ya que las referencias se encadenan y se salta de un país a otro, de tal forma que se pierde un poco la continuidad y hace la lectura algo pesada. Pasando por una ristra de nombres se analizan las nuevas categorías de pensamiento político, desde la variante existencialista representada por figuras como Adam Schaff o Karel Kosík hasta posiciones más heterodoxas como la de Robert Kalivoda. Mención especial merece el tratamiento del reformismo comunista yugoslavo que, bajo el grupo Praxis, concitó algunas de las reapropiaciones del marxismo más interesantes y, a su vez, fue una de las plataformas más importantes de apertura intelectual y contacto con el oeste, antes de ser represaliado por el gobierno yugoslavo en los años setenta.

Aquí, de nuevo, entra en juego de forma implícita una posición muy firme de los autores respecto a algunos de los debates más importantes de las últimas décadas en lo que atañe a la experiencia comunista. Entre ellos, destaca el debate sobre si el comunismo, desde el postestalinismo en adelante, siguió una trayectoria propia o fue una imitación, con diez años de retraso y con una fachada ideológica más superficial que profunda, de lo que acontecía en el oeste. Esto había sido formulado desde los años setenta con las teorías de la convergencia y tomó forma en la expresión de Habermas, tras la caída del Muro, de la «puesta al día» de la antigua sociedad comunista[8]. Es un debate que recorre de forma similar todos los volúmenes analizados en este texto, de hecho, en el volumen III del Routledge Handbook es analizado por el propio Balázs Trencsényi, lo cual muestra hasta qué punto los tres proyectos editoriales analizados aquí están entrelazados y comparten un mismo espíritu. El asunto de la «puesta al día», lejos de ser una categoría política para desprestigiar al socialismo real, constituye unos anteojos con los que se mira al pasado de forma determinada. Así, algunos autores del espectro liberal-conservador han analizado el proceso que va desde el comunismo reformista en adelante y, muy señaladamente, la explosión de la disidencia liberal con Havel, Michnik o Sajarov, como la lucha de la gerontocracia comunista contra el pueblo que querría volver al cauce de lo «normal», esto es, volver al desarrollo liberal occidental. Fue el propio Havel el que, en un célebre debate con Milan Kundera tras la invasión de Praga por el Pacto de Varsovia, formuló por primera vez de forma clara el asunto, inclinándose a adoptar la postura de la «puesta al día» con el oeste.

Los volúmenes que este artículo analiza intentan refutar esta hipótesis. En primer lugar, porque fue formulada para respaldar una determinada agenda política en los años noventa. En segundo lugar, porque adoptar la tesis de la «puesta al día» lastra profundamente la comprensión de lo que aconteció en el bloque del este tras la muerte de Stalin, ya que parte de un apriorismo según el cual, desde entonces, el socialismo se convirtió un enfermo que habría de fallecer inexorablemente, si bien de muerte lenta. Esto priva de sentido el estudio de la experiencia comunista, que se enfoca como un mero combate entre el totalitarismo y la sociedad civil, amparado por los relatos de los disidentes liberales que en los años noventa alcanzaron posiciones de poder muy destacadas, siendo el propio Havel, presidente de Checoslovaquia en 1990, el mayor representante de dicha corriente. Contrariamente a ello, el volumen mide el pensamiento político socialista en sus propios términos, no renunciando a ver préstamos y trasvases con otras tradiciones, pero dotándolo de autonomía y mostrando sus signos de vitalidad en la búsqueda de la viabilidad del socialismo. Así, los autores de este volumen, y en buena medida de los demás, tienden a adoptar enfoques integradores, como el acuñado por el historiador Pavel Kolář, que definió el poststalinismo como un período de «utopía procesual» en el que se matiza el optimismo utópico de épocas anteriores, aunque se mantiene, y se refuerza la dimensión material en términos de consumo y servicios sociales[9].

Esta utopía procesual tiene su plasmación en un planteamiento tecnocrático de la economía. Aquí nos volvemos a encontrar con la tentación de adoptar la tesis de «puesta al día» que los autores de todos los libros aquí analizados refutan. La tecnocracia no debe entenderse, según los autores, como una adaptación del socialismo a los parámetros capitalistas, sino como algo que tiene sentido y antecedentes en su propia tradición. Así, las reformas de Ota Šik en Checoslovaquia, la nueva política económica de Walter Ulbricht en la República Democrática Alemana o el comunismo goulash de János Kádár en Hungría no serían muestra de esa muerte lenta del socialismo sino, al contrario, signos de vitalidad que, aunque sepamos que al final o fueron revertidos o no tan exitosos como habían pretendido, deben tomarse en serio para atender a las raíces intelectuales en que se apoyaban. Esta interpretación se enmarca en una línea de investigación que tuvo un primer hito en los trabajos de Johanna Bockmann hace una década sobre los «mercados en nombre del socialismo»[10] y que han abierto un nuevo camino para una comprensión más compleja de las trayectorias del pensamiento y la experiencia comunista.

De esta manera, la tecnocracia socialista, incluso aquella que reconoce la existencia del mercado, es una de las formas que la modernidad adoptó en el bloque del este. Esta modernidad, como concepto, gravita en torno a todos los volúmenes analizados y merece la pena entrar un poco en ello. El primero de los Routledge Handbook, no por casualidad, lleva como título «los desafíos de la modernidad». En realidad, la modernidad se utiliza como una categoría y no como un concepto cerrado y bien definido. Desde al menos los años noventa, trabajos como los de Larry Wolff pusieron de manifiesto cómo la visión occidental había deformado Europa del este, a la que se retrataba como una tierra primitiva y de costumbres bárbaras[11]. Con la puesta en cuestión de este tipo de paradigmas se han abandonado los conceptos unívocos de modernidad marcados por la Ilustración, según los cuales todo lo que se apartase del cauce francés se veía como «atrasado»[12] Más bien, han hecho fortuna caracterizaciones como la del sociólogo israelí Shmuel Eisenstadt y las «modernidades múltiples», que conciben de forma más abierta el desarrollo económico, político y social europeo[13].

A pesar de que los seis volúmenes comparten esta segunda aproximación a la región, llama la atención que no haya una definición de modernidad en ninguno de ellos, a pesar de que de forma constante se apela a los desafíos que esta planteó. Se van señalando una serie de características como la política de masas, los servicios sociales de postguerra o las formas alternativas de protesta como componentes de una modernidad implícita que, en la práctica, supuso una racionalización y mejora de diversos aspectos, como bien muestra el capítulo de Luminița Gatejel y Jerzy Kochanowski sobre el desarrollo de los transportes y la comunicación. El problema de las modernidades múltiples radica en la tensión constante entre dotar de una significación propia suficiente a la región o hacerlo de forma exagerada. Eisenstadt no provee un modelo claro que nos permita decir que, si las modernidades son múltiples, cuántas son en realidad.

Cabría preguntarse, sin embargo, por la utilidad real de proceder con una definición abstracta para un proceso tan dinámico y que abarca un conjunto territorial tan vasto. John Connelly hace un uso de la categoría de manera muy funcional cuando, por ejemplo, afirma que la modernidad, en un momento dado, significaba construir industria pesada y, en base a este hecho, procede a analizar el caso en los diferentes estados que trata. Hay otros casos en los que esto está menos claro, por ejemplo, en el paso del reformismo tecnocrático socialista al socialismo tardío. Si la tecnocracia suponía un hito de la modernidad en los años sesenta, como demostró su adopción por parte de países de ambos lados del «Telón de Acero», el rechazo de esta en una vuelta a cierta ortodoxia que buscó volcarse al consumo y abandonar algunos experimentos, como la introducción de mecanismos de mercado, podría verse como una vuelta a paradigmas premodernos. Sin embargo, el consumo y las formas que este adoptó, de los años setenta en adelante, también son características de la modernidad de tal modo que, podría aducirse que el socialismo renunció a una modernidad para abrazar otra de distinto signo, pero igualmente moderna. Esta paradoja planea sobre los seis volúmenes sin que, a mi juicio, ninguno de ellos sea capaz de resolverla.

El asunto del consumo es algo tratado en el primer volumen de Routledge por Bela Tomka, uno de los máximos especialistas en la materia y que recientemente ha publicado en solitario un título cuya aspiración máxima es desterrar la tesis de la «puesta al día»[14]. En ambas publicaciones el autor elabora una argumentación coherente para entender el ocio y el consumo socialista en sus propios parámetros. Tomka hila bastante fino al analizar la diversa procedencia de los parámetros de consumo que, sin embargo, eran pasados por el tamiz del socialismo y acababan adquiriendo una dimensión cualitativamente distinta que merece ser analizada en sí misma. Más allá de cierta indefinición o imprecisión conceptual, que en realidad puede verse como un no dejarse encajar en un molde rígido, a mi juicio es este enfoque el que más provecho tiene en el estudio de Europa centro-oriental, pero habría que decir lo mismo de casi cualquier otra región, ya que permite combinar comparativismo, transnacionalidad y análisis local y da paso a una caracterización compleja que huye de esquematismos.

Aunque no se haya mencionado hasta ahora, la categoría omnicomprensiva del totalitarismo tiene en estas publicaciones un papel limitado como herramienta de análisis. Solo John Connelly le dedica una atención mayor, aunque no la usa como categoría que guíe su análisis sino como «tipo ideal» en torno al cual medir la puesta en práctica de políticas, tal y como hace con la concepción del trabajo diseñada por Stalin, que pretendía abarcar la totalidad de la existencia de los individuos. En realidad, la dimensión holística de los volúmenes, los hace diferentes de otras aproximaciones recientes, como las de Anne Applebaum, en las que el totalitarismo era la base para analizar los desarrollos políticos tras el «Telón de Acero»[15]. El papel tradicional que se ha dado a los sistemas de vigilancia, la policía política y las medidas represivas que tanto impacto tuvieron en la región que sufrió los «dos totalitarismos» ocupan en estos volúmenes un espacio comparativamente menor. En los tres volúmenes del Routledge Handbook estas cuestiones se integran dentro de procesos más amplios. Es el caso del capítulo sobre «estado y socialismo» de Claudia Kraft y Ulf Brunnbauer en el volumen II, en el que la dimensión de Estado vigilante está presente pero no se le da una preeminencia tal que opaque la visión de conjunto. Kraft y Brunnbauer abordan la construcción del estado socialista en los distintos países de la región manteniendo la tensión entre lo específico del socialismo de estado, como la vigilancia, y el análisis de una construcción estatal normalizada que responde a una serie de retos que no difirieron tanto entre el este y el oeste durante la Guerra Fría.

El problema de la categoría del totalitarismo, que es lo que hace que no tenga mucha utilidad, no es que esta incluya en exclusiva el análisis de la vigilancia y la represión, sino que impregna todos los aspectos de la sociedad y los que abogan por su aplicación corren el riesgo de caer en una suerte de interpretación funcionalista. Según esta, con excepción de las disidencias, la cultura, la escritura de la historia, las vacaciones o la escolarización serían meras correas de transmisión del poder del estado y, por lo tanto, estarían al servicio de este. Ello conduce a una interpretación muy plana del desarrollo histórico en el que las diferencias temporales se diluyen y se tiende a ver un continuum de invariantes, solo roto por la derrota de los fascismos en 1945 y del comunismo en 1989. Es indudable que la presencia de estructuras estatales autoritarias condicionaba la práctica de ciertas profesiones, como la de los historiadores, e interpretar los márgenes de maniobra durante los distintos periodos históricos a la par que tomarse en serio los debates es algo que Maciej Górny resuelve de manera muy convincente en su capítulo sobre la historiografía en el volumen III. El propio Górny publicó en 2013 un volumen sobre la escritura de la historia bajo el socialismo, con el significativo título de «la nación debe ir primero»[16], que abordaba los distintos debates entre historiadores y cómo, en un régimen pretendidamente internacionalista, el nacionalismo historiográfico acabó teniendo un peso muy destacable. La perspectiva de Górny para la escritura de la historia, algo que es extensible a otros campos, apunta a que los actores de los niveles medio e inferior tuvieron cierto margen de maniobra e incluso capacidad de influencia en los estratos superiores. Ello ha de examinarse en conjunto con las decisiones gubernamentales, pero si se prescinde del análisis de los segmentos sociales menos vinculados con los partidos comunistas, la evolución hacia una nacionalización de los Estados socialistas resulta más complicada de entender.

LAS MÚLTIPLES CARAS DEL NACIONALISMO[Subir]

En la cuestión del nacionalismo, el volumen de John Connelly se separa un poco de los demás. Inicialmente Princeton University Press le había encargado escribir sobre el siglo XX en Europa centro-oriental, pero, dado el anclaje que algunos fenómenos tenían, acabo retrotrayéndose a comienzos del siglo XIX y escribiendo esta obra monumental. Su caracterización del nacionalismo pone en cuestión las tesis modernistas según las cuáles este habría sido una creación quasi ex nihilo del siglo XIX y no anterior. Connelly adopta, más bien, una posición que no es esencialista pero que retrotrae el surgimiento de las naciones a una etapa premoderna, en especial en ejemplos como el de Serbia. La modernidad no habría amparado la creación de naciones, sino la reformulación y difusión de las ideas nacionalistas. Esto se enmarca en tendencias ya conocidas como el etnosimbolismo de Anthony Smith. La aportación de Connelly reside en analizar las apropiaciones y reapropiaciones de la tradición llevadas a cabo por parte de los diversos nacionalismos de la región. Según su interpretación, habría sido fundamentalmente el «miedo al olvido» lo que guió la acción de los nacionalistas, algo que encuadra, de forma comprensible, en las naciones sin estado —Polonia o Checoslovaquia— del Imperio Austrohúngaro. Este «miedo al olvido» les habría impulsado desde a recuperar —acuñar— el idioma checo por parte de Ján Kollar, a comienzos del siglo XIX, a adoptar posturas nacionalistas durante las fases álgidas del comunismo a modo de protesta. Esta interpretación supone una actualización de la tesis del político húngaro István Bibó que, en un libro de 1946, habló de la angustia existencial por la supervivencia de la nación, que habría imposibilitado la consolidación de las democracias en los «pequeños estados de Europa central» y fomentado, por el contrario, la querencia popular por líderes autoritarios[17]. Connelly la formula de forma distinta, aunque, a mi juicio, la base argumental es la misma. La tesis está bien defendida y las persistencias que señala Connelly son innegables, pero es más problemática la visión de un nacionalismo «en negativo», esto es, a la defensiva, que solamente reacciona cuando se ve en peligro. En realidad, existió también un nacionalismo propositivo plasmado en proyectos ambiciosos, como los de la Polonia de Piłsudski, de avanzar hacia una recuperación de la una Gran Polonia. Aunque Piłsduski proponía un estado multiétnico, con judíos, bielorrusos, ucranianos o alemanes, su proyecto se hacía en nombre de Polonia. Como argumentan estudios recientes, además, la Polonia de entreguerras tuvo unas intenciones de dominio colonial en Sudamérica y África que no la alejaban mucho de otros estados europeos. Aunque el proyecto colonial no se materializó, el discurso y las aspiraciones indican la «normalidad» del nacionalismo polaco en el contexto del agresivo nacionalismo de entreguerras[18].

Interesante y polémica es a su vez la discusión de Connelly con la historiografía sobre el nacionalismo en la región. En los últimos años, huyendo de esencialismo, se ha señalado como la llegada al nacionalismo fue un camino posible entre muchos otros. Historiadores como Pieter Judson para el caso del Imperio Austrohúngaro, señalan cómo en la segunda mitad del siglo XIX y el comienzo del XX, la identidad de los eslavos de Bohemia no tenía como única desembocadura el nacionalismo chechoslovaco. Más bien, había un trasvase de lenguas y culturas en forma de vasos comunicantes que otorgaban a los pobladores de Bohemia una identidad múltiple y lo suficientemente variada como para alejarse de un nacionalismo etnicista de características fijas[19]. Para la misma región, la historiadora Tara Zahra acuñó el concepto de «indiferencia nacional»; los bohemios del Imperio reaccionaron con indiferencia, cuando no hostilidad, frente a las políticas de germanización y checoslovaquización que tanto nacionalistas checos como austríacos pusieron en práctica ya antes de la Primera Guerra Mundial. Su identidad no encajaba en un molde monocolor, y muchos alternaban la educación de sus hijos, llevándolos un año a una escuela alemana y el siguiente a una checa, pues buscaban que ambas culturas y lenguas fueran igualmente importantes en su formación[20]. Esta posición relativiza mucho la fuerza del nacionalismo en la región. Aunque Connelly ve como una empresa ética y loable aquella de rebajar los ánimos y la unilateralidad de las interpretaciones sobre la ubicuidad del nacionalismo, también considera que los casos que Zahra o Judson tratan son «numéricamente irrelevantes». Frente a ello, Connelly apunta que la inmensa mayoría de los pobladores de la región tenían una cultura y una lengua prevalente. Esta ejerció de caldo de cultivo para las políticas de nacionalización y construcción del otro como enemigo, algo que catalizaría en el siglo XX, sobre todo con el despliegue de proyectos de un nacionalismo radical agresivo y de los fascismos. La cuestión del nacionalismo sigue abierta, pero es de interés que Connelly plantee una vuelta de tuerca y, en cierta medida, cuestione uno de los paradigmas dominantes en la actualidad.

En el caso de la Europa de entreguerras y del fascismo, algunas investigaciones recientes han puesto de manifiesto el gran peso de la dimensión transnacional[21], aunque hasta ahora no hay estudios concluyentes que vinculen ambas mitades del continente europeo, sino que el fascismo se cifra como algo que surgió esencialmente en Italia y Alemania y, de algún modo, engendró subproductos en Europa centro-oriental. En estos volúmenes, sin embargo, la visión del fascismo se despliega a un nivel en el que el desarrollo interno tiene un alto grado de autonomía. Esta parte es la que puede resultar más desconocida para un lector no familiarizado con la región, pero se analiza cómo la «biopolítica» de la Rumanía de Codreanu o las formulaciones fascistas de los intelectuales de Ferenc Szálasi tenían una fuerte dimensión local y no eran meras copias de modelos foráneos. Aquí reside de nuevo una de las tensiones mayores que recorren este volumen, así como los demás a analizar en este texto, y es la siguiente: la dificultad de mantener el equilibrio entre dotar de sentido a la historia de la región como poseedora de una historia autónoma y particularizar en exceso esa autonomía, llevando a pensar que los fenómenos de Europa centro oriental fueron genuinos de la región y que se pueden comprender sin atender al proceso histórico continental. Esta tensión se resuelve de forma convincente en la mayoría de las partes, y sería mucho pedir, en realidad, atender al contexto europeo con mayor detalle, a la par que haría los volúmenes ilegibles.

Respecto a las dimensiones transnacionales se podría, por ejemplo, poner de manifiesto la inspiración española de Bolesław Piacecki en su creación de un fascismo católico que, no por casualidad, se llamó Obóz Narodowo Radyknalny(ONR)-Falanga[22]. Sin embargo, la variante transnacional que ensayan a este respecto tiene como objetivo reescribir una historia de Europa en la que los desarrollos del centro y del este de Europa adquieran un papel mayor en la historia conjunta del continente. Esto les sitúa en las disputas epistemológicas más recientes sobre cómo se ha de escribir una historia transnacional de Europa, o global del mundo. Algunos historiadores, como Giovanni Levi, han advertido sobre el peligro de que los enfoques globales y transnacionales acaben derivando en una exaltación más o menos velada de la globalización capitalista que, además, le otorgue un peso específico mayor del que realmente tuvo. En cierto modo, abandonar la historia del Estado nación para concluir que lo que ocurrió en un territorio estuvo influido por los desarrollos occidentales daría la razón a Levi[23]. Sin embargo, los defensores de las perspectivas globales han señalado de forma reiterada el rechazo de una visión «difusionista» que señale en exclusiva cómo el flujo de ideas ha ido «de occidente al resto», para, en cambio, analizar la historia con una perspectiva más abierta que considera intercambios multidireccionales[24].

En los volúmenes aquí comentados, hay dos casos en los que estos debates entran en juego que merece la pena señalar. En primer lugar, el relativo al fascismo, en el que John Connelly propone una arriesgada versión que sitúa el origen del fenómeno en Europa del este. Según él, la primera variante de «nacional socialismo» se dio en los territorios de la Bohemia del Imperio Austrohúngaro. Socialdemócratas de origen germano, que vivían en los territorios étnicos mixtos de Bohemia, comenzaron a observar cómo los checos, con la anuencia de Viena, emprendían una eslavización a marchas forzadas que estaba dejando a los alemanes de Bohemia como ciudadanos de segunda clase. A ello se unía la gran pujanza del capitalismo checo que, con el impulso de la industria, pudo llevar a cabo un ambicioso programa de eslavización que se cifraba en escuelas, actividades culturales y sociales en las que se marginaba a los alemanes. Esto hizo a los socialdemócratas alemanes de Bohemia, como Karl Hermann Wolf, lanzarse a la búsqueda de un socialismo nacional que expropiase a los grandes propietarios checos y defendiese los derechos lingüísticos y culturales de los alemanes del Imperio. El programa de Linz de 1882, llevado a cabo por socialdemócratas como Viktor Adler, buscó una «germanización» del Imperio Austrohúngaro, que consistía en reducir la influencia eslava y magiar, al mismo tiempo que se proponía adoptar medidas de corte socialista. Una de las cabezas del programa de Linz fue Georg Schönerer, que, con el tiempo, viró hacia un fuerte antisemitismo y, no por casualidad, sería una figura admirada por Hitler. De este modo, la tesis del origen europeo centro-oriental que propone Connelly consiste en ver cómo las primeras formulaciones nacional socialistas se produjeron gracias a la interacción entre alemanes y eslavos en la periferia imperial. Así, esta periferia eslava cobra un papel central en el origen del fascismo y, en este caso los checos, pasan a convertirse en el primer gran «otro» enemigo del nacionalsocialismo. Aunque esta tesis es estimulante y provocadora, no es difícil ver los problemas que acarrea. Más allá de que Hitler admirase a Schönerer, el programa de Linz de 1882 nunca fue una referencia para la cultura política o intelectual del nazismo. Por otro lado, la disputa entre checos y alemanes en Bohemia, que fue muy destacada hasta la Primera Guerra Mundial, no hizo de los checos un enemigo duradero en el tiempo comparable a los judíos. Podría pensarse que el fascismo bohemio, aquel radicado en los Sudetes y liderado por Konrad Henlein, se ancló en base al odio antieslavo. Sin embargo, Henlein y la mayoría de los fascistas bohemios se constituyeron como antisemitas lacerantes de una forma mucho más clara que antieslavos, lo cual resta bastantes enteros a la tesis del origen bohemio del fascismo. De esta manera, una historia transnacional que ponga el foco en la periferia para explicar el origen del fascismo parece aquí no ser muy satisfactoria.

El segundo ejemplo conecta con las formas de pensar la nación y es desarrollado en los volúmenes de Trencsényi y Kopeček. Las formas modernas de pensar la nación, como algo que no se hunde en la noche de los tiempos, sino que tiene un origen histórico, son algo asentado en buena parte de la academia. Se asume, sin embargo, que son, en esencia, formas civilizadas de ver a la nación de forma no esencialista que tienen un origen occidental. Sin embargo, Trencsényi y Kopeček, de nuevo, nos llevan a Bohemia para mostrar el origen periférico de las formas modernas de pensar la nación. Uno de los primeros académicos defensores de teorías del nacionalismo modernas, Hans Kohn, había nacido en la misma Praga y dado sus primeros pasos intelectuales en las ruinas del Imperio Austrohúngaro, de las que brotaron en unos meses múltiples naciones de nuevo cuño. También Karl Deutsch, otro de los pioneros, vivió y estudió en la joven República Checoslovaca nacida en 1918. Tanto Kohn como Deutsch desarrollaron sus ideas en, y contra, la democracia y el nacionalismo de Masaryk, de cuya crítica emergió la semilla de nuevas formas de pensar la nación. A pesar de que Kohn y Deutsch, desarrollaron el grueso de sus obras en Estados Unidos, situar en Bohemia el origen de las concepciones modernas de la nación es un argumento mucho más convincente que el del fascismo que ensayaba Connelly. En cualquier caso, Trencsényi y Kopeček muestran cómo tomarse en serio los trasvases culturales es un requisito indispensable para entender la configuración de las categorías intelectuales modernas. Aunque fiarlo todo al elemento transnacional parece incompleto, la apuesta de Trencsényi y Kopeček se antoja un argumento no suficiente, pero necesario para comprender la historia de Europa.

GUERRA Y VIOLENCIA[Subir]

Mención aparte merece el tratamiento de la Gran Guerra en estos tres proyectos. A History of Modern Political Thought in the XX Century arranca directamente en 1918, el momento en el que Polonia, Checoslovaquia y Hungría nacieron como estados. El recorrido histórico que realizan se enmarca en el llamado «corto siglo XX», definición acuñada por Eric Hobsbawm en su conocido libro[25] que ha sido, sin embargo, muy criticada por su eurocentrismo occidental. En el volumen no se ofrece una discusión conceptual al respecto. De hecho, una de las mayores críticas que han recibido reside en la ausencia de discusión sistemática con la bibliografía secundaria al uso, que está casi ausente y contrasta con el número ingente de fuentes primarias que son las que vertebran el relato. Esta acusación, ya referida al primer volumen sobre el siglo XIX, fue respondida por los autores aludiendo a que la mención explícita a la literatura sobre el tema habría aumentado exponencialmente el tamaño de los volúmenes y los habría convertido en tomos prácticamente inmanejables. Con todo, si se tiene algo de conocimiento sobre la bibliografía, resulta evidente que toda ella está, de forma implícita, en los volúmenes. Así, las discusiones sobre la Mitteleuropa, la convergencia con el oeste o el populismo etnonacionalista se enfocan sumándose a los debates de los últimos años respecto a estas cuestiones, y no como relatos independientes basados en la exposición positivista de fuentes primarias. Por ello, llama la atención que la cronología que corta el volumen sobre el siglo XIX de los dos dedicados al XX tenga como parteaguas 1918. De hecho, parecen sumarse a las categorías de Hobsbawm al colocar de subtítulo al primer libro, publicado en 2016, «Negociando la modernidad en el largo siglo XIX».

Da la impresión de que el aspecto de la periodización es para los autores algo de una importancia menor en comparación con los relatos intelectuales que alimentaron las independencias alcanzadas en 1918. La guerra actuó como catalizador de los discursos nacionalistas en disputa, que en la segunda mitad del siglo XIX habían no solamente definido la esencia de la nación, sino trazado una hoja de ruta para el futuro. El volumen muestra cómo los proyectos de futuro fueron muy variados y cambiantes en el tiempo, de tal modo que la constitución en estados independientes en 1918 no fue debido a una necesidad histórica sino más bien a circunstancias azarosas de todo tipo que contribuyeron a un fin último que, por ejemplo, el propio Masaryk no había concebido hasta avanzada la Gran Guerra. Para contribuir a esta complejización del relato, dedican un espacio considerable a recuperar los discursos nacionalistas que rivalizaron con los hegemónicos en 1918. Así, para el caso polaco se aborda la figura del católico conservador Roman Dmowski, figura de oposición a Piłsudski que, si bien es relativamente conocida, es en no pocas ocasiones representada de forma caricaturesca. Para el caso checo es el más desconocido Josef Pekař, cuyo proyecto intelectual de nación se oponía al humanismo ilustrado de Masaryk. En ambos casos, y en otros, los autores se esfuerzan por representar los proyectos de nación como un proceso abierto que solo al calor de la Gran Guerra basculó en favor de aquellos con mayor habilidad política para imponer su idea nacional.

En el resto de volúmenes la Gran Guerra es tratada en múltiples dimensiones, aunque, al estar estructurados de forma más temática que cronológica, el relato del impacto de la guerra sobre Europa central y oriental está diseminado en distintos capítulos. La excepción a esto está en el Volumen II de Routledge, en el capítulo de Jochen Böhler sobre la construcción de los estados tras la Primera Guerra Mundial. Este es un tema que, centrado en el caso polaco, fue el de su tesis de habilitación, completada en 2018[26]. Tanto Böhler como Connelly abordan el tema con una cronología más abierta ya que, como se sabe, la firma del armisticio en noviembre de 1918 no supuso el cese de las hostilidades en la Europa del este. Es más, la forma en la que la violencia continuó en la región fue decisiva para la constitución de los estados y la delimitación geográfica —y étnica— de sus fronteras. Así, la guerra no concluiría en 1918, pero tampoco comenzaría en agosto de 1914 si no que, como enfatiza Connelly, es, al menos, en 1912, con el inicio del conflicto en los Balcanes, cuando habría que situar el comienzo de la conflagración mundial. Retrotraer hasta esa fecha el comienzo de la guerra es en sí una ruptura con la periodización tradicional que a su vez parte de una concepción más amplia de Europa en la que no solamente los Estados occidentales cuentan.

Por otro lado, la cuestión de la Primera Guerra Mundial trae consigo la reflexión sobre la violencia. Sin embargo, la violencia aparece de manera más bien tímida en los seis volúmenes. Respecto a los dos dedicados al pensamiento político, esto es algo más o menos entendible. En Connelly está presente, aunque otorga un peso mucho mayor a la formación de una nueva cultura de la violencia en la Europa de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial. En su libro, a estas se les confiere un estatuto autónomo, que no las liga a la Gran Guerra y, por tanto, no hay rastro de la tesis de la «brutalización» popularizada por George Mosse y que, en la parte occidental del continente, está siendo puesta en cuestión en los últimos tiempos[27]. Respecto a los tres volúmenes de Routledge, dada su organización temática, la violencia se encuentra casi ausente ya que será el volumen IV, aún por aparecer, el que la tratará de forma extensiva. El encargado de la parte de violencia en la Primera Guerra Mundial en ese volumen va a ser el propio coordinador de la publicación, Włodzimierz Borodziej. Este historiador ha trabajado en los últimos años sobre el tema, por lo que se puede aventurar cuál va a ser el resultado del cuarto volumen de la colección. En concreto, merece la pena dedicar un poco de atención a un trabajo escrito a cuatro manos con Maciej Górny, publicado en 2014 en polaco, con edición alemana de 2018, titulado «La Guerra Mundial Olvidada»[28]. Esta obra consiste en dos volúmenes, que suman casi mil páginas, sobre la Primera Guerra Mundial en el este, en lo que constituye, hasta ahora, la aproximación más ambiciosa al fenómeno. Lo primero que llama la atención es la cronología que los autores establecen: 1912-‍1923. La fecha de inicio coincide con lo que plantea Connelly, que refuerza el origen balcánico del conflicto. Este argumento ha sido ya utilizado por Robert Gerwarth en un libro reciente[29], en lo que parece que comienza a ser una tendencia aceptada por buena parte de la historiografía. Sin embargo, según los autores, el dar por terminada la guerra en 1918 no es tanto una imposición occidental cuanto una preferencia de los nacionalismos regionales, que han tendido a localizar en 1918 la culminación de un proceso centenario con la consecución de las distintas independencias. Por ello, tanto para Borodziej y Górny como para Connelly, situar en 1918 el parteaguas que da comienzo al siglo XX es engañoso y sirve, en última instancia, a un nacionalismo que pretenden refutar.

Otro aspecto relevante sobre la violencia en la Primera Guerra Mundial, que está ausente en los volúmenes aquí comentados y al que se dedica considerable espacio en «la Guerra Mundial Olvidada», es el de las continuidades, o no, de las violencias de ocupación de la Primera y la Segunda Guerra mundial. Este es un asunto importante que, sin embargo, ha pasado desapercibido en muchas obras recientes cuyo objetivo es analizar la violencia en la primera mitad del siglo XX. Bajo categorías abstractas como la ya mencionada «brutalización» se establecen ciertos esquemas conceptuales que funcionan a nivel general pero que se difuminan a la hora de bajar al terreno de las fuentes. Górny y Borodziej apuntan hacia obras, como las de Vejas Gabriel Liulevicius, que, desde hace dos décadas, vienen señalando las similitudes y continuidades de la ocupación alemana del este en las dos guerras mundiales[30]. Para los autores estas similitudes son más bien engañosas ya que, por un lado, en la Primera Guerra Mundial no hubo una visión en clave étnica de los pueblos del este de Europa, y por otro, no se produjo la deshumanización del enemigo que guió a los alemanes a partir de 1939. En realidad, los autores abogan por echar una mirada conceptual a la secuencia de violencia 1912-‍1923-1939-1945. Aunque en la Primera Guerra Mundial hubo campos de concentración en Europa del este e, incluso antes, la violencia colonial alemana había construido campos de reclusión y exterminado poblaciones enteras en África, las raíces de la violencia en la Segunda Guerra Mundial muestran al menos tantas rupturas como continuidades con el proceso de la Primera[31]. Para probarlo, los autores hacen un uso extensivo de documentos «desde abajo», incluyendo cartas de soldados en el frente oriental en la Primera Guerra Mundial, que muestran, por ejemplo, la confraternización entre soldados alemanes y ciudadanos bielorrusos en la ocupación del ejército imperial, algo que sería mucho más difícil de ver veinte años después. Este es, quizás, el aspecto más ambicioso de la publicación, la perspectiva micro que aplican, que se cifra en documentos que son reproducidos de forma íntegra para dotar de viveza a la narración. Esta perspectiva queda integrada en una mirada global respaldada por el conocimiento extensivo de la bibliografía. Así, por ejemplo, el uso de cartas de soldados polacos y checos del Imperio austrohúngaro les permite mostrar cómo la independencia de la nación no fue un factor tan decisivo como la historiografía nacionalista ha pretendido hacer ver. En ese sentido, participan, como las obras aquí comentadas, de la visión crítica respecto de las corrientes hegemónicas de los respectivos países. En «la Guerra Mundial Olvidada», el comentario bibliográfico final de los dos historiadores muestra una mirada amarga respecto de las formas de hacer historia de su país, Polonia, que en los últimos años sigue una senda de construcción de mitos al servicio de una idea conservadora de la nación[32].

HACIA EL PRESENTE[Subir]

La cuestión del Estado y la nación atraviesa toda Europa Centro-Oriental en el siglo XX, hasta culminar en las guerras de Yugoslavia de finales de los años noventa. En este último punto hay una especie de consenso historiográfico que quizás no haya trascendido al público todo lo debido. Estas guerras poco tuvieron que ver con la vuelta a la superficie de odios ancestrales, sino más bien con un derrumbamiento de las estructuras estatales y un determinado comportamiento de los líderes políticos, en definitiva, con elementos coyunturales. Más polémica es, sin embargo, la cuestión del colaboracionismo y la participación en el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Este es un debate muy en boga los últimos años, que va mucho más allá de la cuestión planteada por Gross en su libro «Vecinos»[33] y de algunas recepciones exageradas y desinformadas que sobre el particular se han hecho por parte de cierta historiografía occidental. En el libro de Connelly la cuestión judía tiene un espacio cuantitativamente menor que en el volumen II de Routlegde en el que Jochen Böhler, cuyos trabajos han abordado la ocupación y el exterminio alemán en el este[34], recoge el debate y lo plantea en su justa medida. No hay una disposición innata de los polacos al antisemitismo, es más, recogiendo las tesis sobre la cuestión de Timothy Snyder, algunos países de Europa del este, como Letonia, eran significativamente menos antisemitas que otros, como Dinamarca. Sin embargo, en Letonia, las probabilidades de sobrevivir de un judío eran infinitamente menores, debido, entre otras cosas, a la pérdida de ciudadanía y la ausencia de estructuras estatales, laminadas por la ocupación soviética. Sin entrar mucho más allá en la cuestión, la explicación de la participación de las naciones de Europa central y oriental en el exterminio de los judíos, por un lado, huye de esencialismos, pero, por otro, reconoce que esta existió y que tuvo algunos puntos luctuosos como la masacre de Jedwabne, en el este de Polonia, en verano de 1941.

Los problemas que ha acarreado en tiempos recientes el reconocimiento de la participación local en masacres de judíos, nos permite entrar en la última cuestión a tratar en esta reseña bibliográfica, la Europa centro-oriental posterior al colapso del comunismo, en la que los seis libros se adentran de una u otra manera. Sobre qué fue lo que aconteció en 1989, y después, en el pensamiento político es algo en lo que el volumen de Kopeček y Trenscényi entra con ciertas cautelas debido a la poca distancia histórica que de él nos separa. Es más, dado que las preguntas del historiador o historiadora están profundamente ancladas en su presente, estas cambiaron para los autores del volumen desde 2008 que comenzó la gestación del proyecto hasta 2018 que finalmente se publicó. Lo que durante los últimos años ha acontecido tiene que ver con una ruptura del consenso liberal, al menos en lo económico, que primó en los años noventa y que tuvo su culminación en la entrada en bloque de los países del este en la Unión Europea en 2004. Como han señalado Krastev y Holmes, fue en los noventa, y no antes, cuando se asumió un modelo realmente importado del oeste[35].

Como reacción al consenso liberal, el nacionalismo conservador adquirió a finales de los noventa una nueva fuerza que se consolidaría en aspectos clave, entre los que la mirada al pasado ocuparía un rol principal. La estrategia discursiva de este nacionalismo vino por una recusación de las revoluciones de 1989, como revoluciones «no finalizadas»[36], ya que muchos antiguos funcionarios comunistas habían permanecido en el poder e, incluso, en países como Polonia los antiguos comunistas ganaron las elecciones a mediados de los noventa. Este proceso es analizado desde el plano social y político por Joachim von Puttkamer en el volumen I de Routledge, así como por los últimos capítulos del de Kopeček y Trenscényi, mientras que Connelly le da un espacio significativamente menor, y no se adentra apenas en el siglo XXI. Esta suerte de guerras culturales que ha llevado a una instrumentalización clara del pasado nacional por parte de los gobiernos de Kaczynski y Orbán ha supuesto una ruptura en el campo historiográfico hasta acabar con instituciones que ganaron un aura de respetabilidad e imparcialidad, como el Instituto de Memoria Nacional de Varsovia, que en la actualidad ha perdido buena parte de su prestigio académico.

Ya no se trata solo, como se cuenta en el volumen de pensamiento político, de una igualación del fascismo y del comunismo sino de una interpretación de la historia nacional en clave glorificadora, como demuestra la «Casa del Terror» de Budaspest, que Maria Schmidt fundó en 2002 siguiendo las directrices del primer mandato de Orbán, y que forma parte de un contexto más general que ha acabado por expulsar a buena parte de los elementos críticos con el sistema de posiciones públicas. Es el caso de Paweł Machcewicz, retirado en 2017 del puesto de dirección del Museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdansk[37]. Machcewicz, como cabeza visible del Instituto de Memoria Nacional, coordinó junto a Krsyztof Persak un volumen que entraba en debate con las tesis polémicas de Gross, mencionadas más arriba, y que mostraba una respuesta equilibrada que mediaba entre los crecientes elementos etnonacionalistas y ciertas interpretaciones esencialistas que, si bien no el mismo Gross, el debate propaló en la esfera pública. Su expulsión del museo de Gdansk se produjo tras un constante acoso y derribo por parte del Gobierno, que acusaba a Machcewicz y su equipo de organizar un museo «antipolaco» y que adoptaba la narrativa de los enemigos de la nación. La posición de Machcewicz fue defendida y respaldada en foros públicos por algunos de los autores de los seis volúmenes, que comparten la preocupación por la independencia intelectual de los historiadores que los gobiernos, en especial de Hungría y Polonia, están dificultando cada vez más.

El momento en que se han publicado los volúmenes es decisivo y condiciona su desarrollo y, sobre todo, sus conclusiones y capítulos finales. El historiador alemán Heinrich August Winkler publicaba en el año 2000 dos volúmenes sobre la historia de Alemania con el significativo título de «El largo camino a Occidente». En ellos, Winkler dibujaba una historia oscura de revoluciones fallidas, autoritarismos, predominio de las clases nobiliarias, genocidio y dictaduras que, sin embargo, acababan de una forma muy optimista con la reunificación de Alemania en 1990. Winkler veía en la Alemania del nuevo milenio, desde la que escribía, la rectificación de una historia torcida[38]. De un modo similar, el historiador Robert Bidelux escribía una historia de Europa del este, en 2007, que acababa de una manera más que optimista; en 2004 buena parte de los Estados de Europa centro-oriental se había unido a la Unión Europea, la cohesión social y la estabilidad democrática parecían a prueba de fuego y el crecimiento del PIB hacía brillar las economías de la zona[39]. En las obras aquí comentadas, no hay un «final feliz», ya que todo lo que en 2007 parecía ser una conquista irreversible, una década después se encuentra bajo una amenaza cada vez mayor. Esto incide, a su vez, en que el tratamiento de la historia de la región tras 1989 sea mucho más negativo que cualquier libro publicado cuando la ola del entusiasmo europeísta se extendió sobre Europa del este. Las costuras de ese entusiasmo se aprecian en la valoración de un nacionalismo agresivo que nunca se fue, sino que estuvo silenciado por un tiempo, en unos grados de desigualdad rampante que se incrementaron con el tiempo y, en definitiva, en la fragilidad de una sociedad civil que ha abrazado proyectos populistas que hoy cosechan sólidas mayorías parlamentarias.

CONCLUSIONES[Subir]

Por recapitular, los proyectos distribuidos en los seis volúmenes aquí analizados muestran la pujanza de la historiografía sobre la Europa central y oriental en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Serán en las próximas décadas referencia obligada para todo aquel interesado en acceder a una comprensión holística de la región. Si hay algo que los une, es que se constituyen en una «historia sin milagros y para adultos», por usar una expresión reciente de Maciej Górny, que se eleva sobre estereotipos de diverso cariz y sobre el chovinismo nacionalista creciente que muchos de los países de Europa centro-oriental viene experimentando en los últimos años[40]. Con sus pequeñas diferencias internas, reman todos en una misma dirección y son partícipes de un campo intelectual autoexigente que no solo se adhiere a las principales tendencias historiográficas, sino que es capaz de proponer nuevos caminos. El volumen de Connelly, a pesar de su gran extensión, es, quizás, el único que está destinado a ser leído de principio a fin, ya que la elegancia estilística y la continuidad temática lo dotan de una cohesión interna que permite aproximarse a él en calidad de lectura no especializada. Sin embargo, su excesivo enfoque en la cuestión nacional incurre en dos problemas. En primer lugar, el volumen sobredimensiona el componente nacional en algunos fenómenos en el que este era solo una dimensión entre otras y, quizás, no la más destacada. En segundo lugar, y derivado del primero, que las variantes en las que lo nacional era marginal o no existía, quedan fuera de juego. Esto lo diferencia mucho de la exhaustividad de los volúmenes de Kopeček y Trenscenyi, que son acaso la obra definitiva sobre el pensamiento político de la región en el siglo XX. En estos, se analiza la multitud de corrientes intelectuales que surcaron Europa central y oriental, y el dibujo general, contrario al de Connelly, muestra muchos focos de interés que no estaban imbuidos, de una forma u otra, de la nación y el nacionalismo, algo que incide en una imagen mucho más plural de la región.

Los tres volúmenes coordinados por von Puttkamer y Borodziej apuntan a diversas áreas temáticas que cubren, en la medida de lo posible, casi todos los aspectos históricos pero que, debido a estar elaboradas por varios autores, las diferencias de extensión, estilo y enfoque, en algunos casos, las sitúa más como compartimentos estancos. No obstante, cada capítulo es elaborado por expertos en la materia que permiten una actualización de las líneas maestras sobre el tema en cuestión, una puesta al día bibliográfica y unas conclusiones meditadas y respaldadas por años de trabajo. La pretensión de ir más allá de las historiografías nacionales es lo que ha posibilitado la realización de todos estos volúmenes. Los más de veinte historiadores que han participado se caracterizan por haber realizado parte o el total de su carrera académica fuera de su país de origen, lo que los sitúa como Grenzgänger —viajeros transfronterizos— en la expresión alemana que en un trabajo reciente precisamente designa esos intercambios transnacionales en la historiografía de los años ochenta[41]. La adopción de enfoques comparativos y transnacionales, a su vez, complemente las historias tradicionales y las integra en marcos más amplios que permiten comprender mejor las líneas de fuerza y las tensiones que recorrieron la Europa Centro-Oriental del siglo XX. En definitiva, son obras que gozan de un interés académico máximo y sin las cuales sería mucho más difícil desenmarañar esa compleja región europea que protagonizó, para bien y para mal, el siglo pasado.

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