Resumen

Este estudio crítico analiza dos libros recientemente publicados sobre la percepción campesina del paisaje en la Inglaterra medieval. Se trata de dos obras que ensayan nuevas metodologías para el estudio de los paisajes medievales. Combinan el análisis de los registros escrito y material, con particular atención al análisis de la toponimia, con el fin de recuperar la visión que el campesinado tenía sobre los entornos que habitaba y cómo esa visión, y las formas en la que se expresaba, se fueron transformando con el paso del tiempo. Después de presentar sus marcos teóricos, el estudio hace un breve recorrido por las ideas fundamentales de uno y otro trabajo para, a continuación, considerar de qué manera contribuyen este tipo de aproximaciones a valorar la agencia del campesinado medieval. Finalmente, se realiza una breve reflexión crítica sobre la relevancia de esta línea de investigación.

Palabras clave: Edad Media; Inglaterra; campesinado; paisaje; percepción; toponimia.

Abstract

This critical review analyses two recently published books on peasant perceptions of the landscape in medieval England. These works attempt new methodologies for the study of medieval landscapes. Both combine the use of written and material sources, paying particular attention to the analysis of place-names, in order to recover how peasants perceived and represented the territories they inhabited, and how that changed over time. After presenting their theoretical frameworks, the review briefly analyses the fundamental issues that the books address, and then considers how these approaches contribute to assessing the agency of medieval peasants. It then concludes with a brief critical reflection on the relevance of this line of research.

Keywords: Middle Ages; Englandrd; peasants; landscape; perception; place-names.

Recibido / Received: 24/06/2022; Aceptado / Accepted: 09/03/2023; Publicado en línea / Published online: 30/06/2023

Cómo citar este artículo / Citation: Carvajal Castro, Álvaro, «Campesinado y paisaje en la Edad Media: Modos de ver, modos de habitar», Hispania, 83/273 (Madrid, 2023): e011. https://doi.org/10.3989/hispania.2023.011.

Fuente de financiación / Funding sources: El autor del artículo disfruta de una Ayuda Ramón y Cajal financiada por el Ministerio de Ciencia e Innovación / Agencia Estatal de Investigación y el Fondo Social Europeo (Ayuda RYC2020-030272-I, financiada por el MCIN/AEI /10.13039/501100011033 y FSE «El FSE invierte en tu futuro») y es miembro del proyecto NASD “Non-Aristocratic Social Differentiation in the Early Middle Ages: comparative perspectives” (proyecto PID2020-112506GB-C44, financiado por MCIN/AEI /10.13039/501100011033).

Estudios críticos

Kilby, Susan, Peasant Perspectives on the Medieval Landscape: A Study of Three Communities, Hatfield, University of Hertfords­hire Press, 2020.

Brookes, Stuart, Mileson, Stephen, Peasant Perceptions of Landscape: Ewelme Hundred, South Oxfordshire, 500-‍1650, Oxford, Oxford University Press, 2021.

SUMARIO
  1. Resumen
  2. Abstract
  3. MODOS DE VER, MODOS DE HABITAR
  4. PAISAJES MEDIEVALES Y MENTALIDADES CAMPESINAS
  5. PALETA DE COLORES Y TRAZO HISTÓRICO DE LA PERCEPCIÓN CAMPESINA DEL PAISAJE
  6. ESPACIOS Y AGENCIAS CAMPESINAS
  7. MODOS DE VER, MODOS DE HABITAR, HOY
  8. Notas
  9. BIBLIOGRAFÍA

When we “see” a landscape, we situate ourselves in it. If we “saw” the art of the past, we would situate ourselves in history. When we are prevented from seeing it, we are being deprived of the history which belongs to us. Who benefits from this deprivation?

John Berger

MODOS DE VER, MODOS DE HABITAR[Subir]

En los minutos iniciales de Ways of seeing, John Berger explicaba la preocupación que le había llevado a realizar aquella serie de televisión de cuatro capítulos que la BBC emitiría a principios de 1972[1]. Al hilo de las reflexiones de W. Benjamin, Berger comenzaba constatando que la reproducción mecánica de las obras de arte había transformado el modo de mirarlas. Se había cercenado el vínculo que unía las obras originales con el contexto en el que habían sido producidas: al gran público se le presentaban desprovistas de historia. Él se proponía recuperar algunos de los aspectos esenciales de esa historia y a explorar cómo condicionaban el modo de mirar el arte en la sociedad occidental contemporánea, y cuanto ese modo de mirar pudiera revelar sobre ella.

Para explicar qué implicaciones tenía ese proyecto, Berger establecía al principio una analogía: mirar el arte del pasado nos puede ayudar a situarnos en la historia, del mismo modo que mirar un paisaje nos ayuda a situarnos en él. Pero, ¿qué entraña situarse en un paisaje? Podríamos pensar simplemente en tomar conciencia de sus características físicas, pero acaso Berger, que unos años después publicaría Puerca tierra, estuviera ya pensando en lugares poblados de unas vidas e historias campesinas que, justo en esas décadas, y al tiempo que se convertían en el objeto de un creciente interés académico y literario, desaparecían de muchas regiones europeas[2].

Ya no podemos mirar los paisajes que vieron los campesinos y las campesinas medievales, pero, ¿podemos averiguar cómo los miraron? Y, en ese caso, ¿qué nos dirían esos modos de mirar acerca del propio campesinado y de las sociedades medievales? Los dos libros que son objeto de este estudio crítico argumentan, para el caso inglés, que sí, que las fuentes nos permiten, aunque con dificultad, recuperar las percepciones y perspectivas campesinas de los paisajes medievales y, a través de ellas, profundizar en el conocimiento del campesinado medieval. Se trata del libro de Susan Kilby, Peasant Perspectives on the Medieval Landscape: A Study of Three Communities (Hatfield, University of Hertfordshire Press, 2020) y del de Stuart Brookes y Stephen Mileson, Peasant Perceptions of Landscape. Ewelme Hundred, South Oxfordshire, 500-‍1650 (Oxford, Oxford University Press, 2021)[3]. El objetivo de estas páginas es considerar ambas propuestas en el marco de su contexto historiográfico más inmediato y llamar la atención sobre algunas de las implicaciones teóricas que se derivan de ambos estudios.

Se trata de dos obras originales por la manera en la que combinan dos temáticas de investigación con una larga tradición: la historia del paisaje, que en Inglaterra ha gozado de gran popularidad desde el trabajo fundacional de W.G. Hoskins[4]; y el estudio del campesinado medieval[5]. A pesar de la relevancia de ambas, en la historiografía inglesa su influencia mutua ha sido limitada. El estudio de los paisajes medievales ha tenido escasa repercusión en las investigaciones sobre el campesinado medieval, como escasa ha sido la reflexión sobre el papel de los grupos campesinos en la construcción de los paisajes medievales, más allá del peso que se le ha dado en debates sobre aspectos específicos como el de los open fields. Una revisión historiográfica reciente ni siquiera contemplaba que la combinación de una y otra temática pudiera ser una estrategia prometedora mediante la que profundizar en el conocimiento del campesinado medieval[6]. Por otra parte, las investigaciones sobre los grupos campesinos medievales y, en particular, sobre las comunidades aldeanas —que conocieron un gran desarrollo, no exento de controversia, gracias al impulso de la llamada «Escuela de Toronto»— no siempre han integrado plenamente la dimensión espacial en el análisis de las dinámicas y relaciones sociales a escala local[7].

Más recientemente, se han producido dos giros conceptuales que han favorecido el encuentro entre ambas temáticas. En primer lugar, al calor del «giro espacial» que se ha dado en distintas ciencias sociales, se ha empezado a prestar más atención a la multiplicidad de agencias que pueden poblar y contribuir a estructurar y dotar de significado a los paisajes, reconociendo incluso la dimensión conflictiva de esos procesos[8]. Con todo, en el ámbito de los estudios medievales ha sido la plasmación espacial del poder de las élites lo que mayor presencia historiográfica ha tenido[9], no obstante lo cual, en los últimos años, se ha desarrollado un creciente interés por reevaluar la agencia campesina[10]. La combinación de uno y otro giro ha sentado las bases para desarrollar lo que Kilby califica como una aproximación «campesino-céntrica» al paisaje medieval[11].

PAISAJES MEDIEVALES Y MENTALIDADES CAMPESINAS[Subir]

Y es que tanto el libro de Kilby como el de Brookes y Mileson asumen como una de sus preocupaciones fundamentales profundizar en el conocimiento de las mentalidades campesinas medievales, tal y como se expresaban en la manera en la que el campesinado concebía y habitaba esos paisajes[12]. En términos metodológicos, ambos libros comparten el objetivo de demostrar que un análisis minucioso de los registros disponibles desde una perspectiva interdisciplinar permite recuperar testimonios de los propios campesinos acerca de su relación con los entornos que habitaban y de su percepción de los mismos[13]. Destaca, en particular, el uso que hacen de la toponimia, en lo que enlazan con una rica tradición de estudio en el mundo anglosajón, superando los análisis puramente tipológicos y descriptivos para profundizar en cuanto los topónimos reflejan sobre la percepción que el campesinado tenía del paisaje, así como de la manera en la que se vinculaba a él y se articulaban en él las relaciones sociales[14].

Los libros difieren, no obstante, en su planteamiento, como se observa al analizar los marcos conceptuales con los que abordan los conceptos centrales de ambos estudios: el campesinado y el paisaje. Como han destacado otras reseñas, Kilby no proporciona una definición de lo que entiende por «campesino» o «campesinado»[15]. Las dificultades que esto entraña se hacen patentes en el capítulo 7 del libro, en el que la autora defiende que es preferible hablar de la existencia no de una economía campesina, sino de múltiples economías campesinas, en atención a la diversidad de medios de subsistencia, experiencias y estrategias a las que recurrían estos grupos sociales[16]. Una definición más estricta del concepto le habría permitido contemplar la existencia de elementos estructurales que, dentro de esa diversidad, pudieran unir a los grupos campesinos entre sí y con los marcos en los que estaban englobados. Es bienvenida, sin embargo, la advertencia de que la experiencia campesina, y con ello la perspectiva que los grupos campesinos pudieran tener del paisaje, no era unívoca, en tanto que los vínculos que, a través de su actividad productiva, podían establecer con los espacios que habitaban podían ser de distinta naturaleza. Brookes y Mileson, por su parte, definen el término «campesinos» (peasants) —el plural es importante— como un grupo social caracterizado en su conjunto por una serie de rasgos estructurales: que su subsistencia se basaba en el trabajo de la tierra, aunque no de manera exclusiva; que podía estar, como mucho, parcialmente integrado en redes de mercado; y que estaba subordinado, en menor o mayor grado, a otros actores[17]. Reconocen, no obstante, las diferencias y desigualdades que podían existir dentro del campesinado y, con ello, que podían encontrarse múltiples maneras de mirar y experimentar el paisaje, aunque contemplan también la existencia de horizontes en los que se podían articular nociones territorializadas de pertenencia e identidad compartidas[18].

Por lo que respecta a la conceptualización del paisaje, Kilby no obvia los aspectos sociales y económicos, aunque presta una particular atención a su dimensión cultural y simbólica, para lo que recurre abiertamente a las contribuciones de la geografía cultural y de la antropología en lo que constituye un útil ejercicio de interdisciplinariedad. Entiende así que las expresiones simbólicas y culturales del espacio son parte de la materia con la que se construyen las memorias y las identidades de las sociedades rurales; y también que resultan ambiguas, toda vez que distintos actores pueden conferirles significados y sentidos distintos e, incluso, contradictorios. Así, el libro de Kilby muestra cómo el estudio de la microtoponimia, que, como veremos, constituye uno de sus ejes metodológicos, nos puede ayudar no solo a recuperar el conocimiento que el campesinado medieval tenía de los entornos que habitaba y trabajaba, o la manera en la que concebía en términos espaciales las relaciones de poder en las que estaba inserto, sino también a analizar cómo se comunicaban ese conocimiento y esa conciencia y qué peso tenía esa comunicación en la construcción y reproducción de relaciones sociales a escala local[19].

Brookes y Mileson, por su parte, tienen en cuenta la necesidad de considerar los significados culturales del paisaje y recogen, aunque con apenas un apunte, las implicaciones de ese «giro espacial» en las ciencias humanas y sociales, pero le confieren más peso a los aspectos materiales y a las prácticas sociales en el paisaje. Les interesa cómo la configuración espacial de los asentamientos y de los recursos agrarios —factores tales como la densidad y la distribución de las casas, la orientación y la posición de las edificaciones o la existencia y naturaleza de espacios y recursos compartidos— podía condicionar las interacciones entre quienes habitaban y explotaban esos espacios y las relaciones que estos pudieran establecer entre sí y con otros actores más allá del horizonte local. Del mismo modo, se plantean indagar en la manera en la que esos mismos habitantes manipulaban el espacio y cómo eso contribuía a generar, reforzar o transformar los patrones de comportamiento y las relaciones sociales a escala local[20].

Sobre esta suerte de dialéctica socio-espacial[21], Brookes y Mileson arman una matriz de análisis que se sustenta sobre un puñado de premisas sencillas, pero muy operativas, y cuyo potencial se demuestra a lo largo de todo el estudio de caso. De entre ellas, cabe destacar dos. La primera, en la que coinciden también con Kilby, es el reconocimiento de que las relaciones espaciales son también relaciones de poder y que, por lo tanto, se pueden analizar para entender cómo se articulaban y reproducían las desigualdades sociales. La diferencia que introducen Brookes y Mileson al respecto es que no se centran tanto en la expresión espacial de los grandes marcos de dominación —aunque no los obvian—, sino en las desigualdades que existían a pequeña escala entre los distintos grupos locales. La segunda premisa, que es crucial en el argumento del libro, es que la naturaleza y cantidad de los espacios de uso compartido condicionaba profundamente las características de la vida social a nivel local y, con ello, la manera en la que los habitantes percibían el territorio y se identificaban con él. Toman como criterio fundamental de análisis los diferentes grados de apertura (openness) y cierre (closure) de los espacios locales, tanto en términos de movilidad como sociales y económicos[22]. Esta premisa está estrechamente vinculada a la decisión metodológica de adoptar como unidad básica de análisis el asentamiento rural, definido como un grupo de unidades domésticas que ocupan y explotan un territorio[23]. Su elección, que contrasta con la primacía que otras formulaciones asignan a la unidad doméstica campesina a nivel teórico y metodológico, es interesante porque les permite poner de relieve cómo los aspectos colectivos de la vida social condicionaban la reproducción y el devenir de los grupos campesinos, tanto en lo que se refiere a las dinámicas comunitarias como a la articulación y negociación de relaciones de poder a escala local[24].

PALETA DE COLORES Y TRAZO HISTÓRICO DE LA PERCEPCIÓN CAMPESINA DEL PAISAJE[Subir]

Uno y otro libro se aproximan al tema de investigación también de forma diferente. Kilby estudia tres localidades del este de Inglaterra —Elton (Huntingdonshire), Castor (Northamptonshire) y Lakenheath (Suffolk)—. La elección de los casos se justifica por los contrastes que ofrecen en cuanto a los tipos de terreno, la disponibilidad de recursos naturales, las actividades productivas, la vinculación con poderes externos y la condición social de la población local; así como por la disponibilidad de una documentación escrita relativamente abundante que Kilby complementa puntualmente con otros tipos de registros. El marco cronológico abarca desde 1086 a 1348, periodo para el cual explora algunos de los aspectos que coloreaban la perspectiva campesina de esos paisajes, como la organización del poblamiento y de los espacios agrarios, la gestión de estos últimos y la explotación de otros recursos naturales, la memoria o las formas de nombrar los espacios y a las personas. A cada uno de estos aspectos les dedica los distintos capítulos que componen el libro.

Brookes y Mileson se concentran en el estudio de un territorio supralocal, el hundred de Ewelme, que consideran representativo del centro y sudeste de Inglaterra, a lo largo de más de mil años de historia. El territorio comprende zonas de valle, atravesadas por algunos importantes cursos fluviales, y zonas altas, pues abarca parte de la elevación de las Chilterns. Ofrece, pues, la posibilidad de comparar diferentes modelos de asentamiento y explotación agraria en entornos geográficos distintos —aunque no en toda la diversidad conocida para el conjunto de la Inglaterra altomedieval[25]. Además, una aproximación multiescalar y una particular sensibilidad hacia el papel de las vías de comunicación como vectores de fuerzas políticas y socioeconómicas externas permiten entender las cambiantes relaciones entre el territorio y el contexto más amplio en el que estaba englobado. El marco cronológico se extiende desde los años 500 a 1650. Abordar Ewelme en la larga duración les permite considerar el impacto de grandes cambios estructurales, desde la formación de los reinos anglosajones hasta la Reforma. Cuentan para ello con un rico registro escrito, cartográfico y material e incluso con alguna exploración metodológica novedosa, como el estudio de los paisajes sonoros generados por las campanas de las iglesias, que se enmarca dentro de una temática de investigación, la de la aproximación fenomenológica al paisaje, que, en las últimas décadas, ha tenido un peso particularmente importante en la arqueología británica[26]. Las diferencias en cuanto a la disponibilidad de unos y otros tipos de registro condicionan el grado de detalle con el que abordan las distintas épocas, aunque en general el uso que se hace de las fuentes no es sistemático, sino selectivo, en función de la información que pueden aportar —o por la novedad de la información que su perspectiva les permite recuperar— sobre la percepción campesina del paisaje. Destaca una preocupación por la materialidad que está presente a lo largo de todo el libro, no solo en los capítulos iniciales, en los que la arqueología juega un papel más importante, sino también en los que se dedican a los periodos para los que se conservan más fuentes escritas o cartográficas. Así lo demuestra el análisis de las casas campesinas de época bajomedieval y moderna en los capítulos 6 y 7, que retoma, desde un enfoque más claramente espacial, las consideraciones de obras señeras como las de Christopher Dyer[27]. Los capítulos se distribuyen de manera cronológica y cada uno de ellos se dedica a un periodo concreto. Todos se organizan de la misma manera en torno a tres elementos fundamentales: las estructuras y los cambios estructurales de cada periodo, la percepción del paisaje y la construcción de identidades vinculadas al territorio. La coherencia con la que se aplica este esquema a lo largo del libro facilita la comprensión de los cambios que se produjeron a lo largo de todo el periodo estudiado.

En el libro de Brookes y Mileson, el punto de partida, en el capítulo 3, es el colapso del Imperio romano. Desarticulado el modelo de ocupación y explotación del territorio que había estado en funcionamiento durante el periodo romano y en ausencia de prácticas ganaderas de amplia escala como las que habían caracterizado a las sociedades anteriores, el horizonte espacial de las poblaciones locales, asentadas mayoritariamente en las terrazas de los ríos y económicamente muy vulnerables, habría sido muy reducido[28]. Habría existido una disociación muy fuerte entre el entorno doméstico y el espacio más allá del mismo, del que se tendría un conocimiento limitado. La percepción de este último y los vínculos que se pudieran establecer con él habrían estado condicionados por una cierta noción del pasado y de lo sobrenatural muy estrechamente vinculada a los elementos físicos del paisaje, incluidos aquellos de origen antrópico, como los túmulos prehistóricos[29].

Paulatinamente, las élites habrían ganado una mayor presencia en el territorio, que se habría plasmado, de manera paradigmática a partir del siglo VII, en los grandes halls, algunos de los cuales se transformarían más adelante en monasterios[30]. Se observa también una creciente estructuración de los espacios de habitación que, según sugieren los autores, podría haber ido asociada al desarrollo de nuevos códigos de comportamiento, así como la segregación de los lugares de habitación de los esclavos. Otros cambios habrían venido de la mano de la introducción del cristianismo. La adopción de nuevos lugares de enterramiento, la aparición de nuevos centros eclesiásticos y el desarrollo de una perspectiva de matriz cristiana frente a la antigua cosmovisión pagana habrían alterado las formas de percepción y pertenencia en relación con el paisaje[31].

A partir de los siglos VII y VIII se inicia un proceso de crecimiento económico y demográfico y se produce una transformación sustancial de la relación entre los grupos humanos y su entorno, motivada, en parte, por la fragmentación de las grandes unidades de dominio territorial extenso sobre las que se había fundamentado hasta entonces la posición de las élites, y el desarrollo de formas de apropiación de la tierra de menores dimensiones, pero que entrañaban un control más estrecho sobre el espacio[32]. Estos dos últimos procesos hallarían reflejo, sobre todo a partir del siglo X, en el creciente número de documentos que se produjeron y se conservan. En ellos se recogen en ocasiones detalladas cláusulas de delimitación que reflejarían la creación de nuevas formas de apropiación y de conocimiento de la tierra y que constituyen una fuente fundamental para el estudio de los paisajes altomedievales[33]. En lo relativo al poblamiento y a la ordenación de los espacios agrarios, se producen dos cambios interrelacionados que han sido objeto de un amplio debate historiográfico: la estabilización y nucleación de los asentamientos y la introducción del sistema de campos abiertos[34]. La contribución fundamental del libro se orienta no en el sentido de arrojar más luz sobre su origen, sobre el que adoptan una perspectiva que atiende tanto a los factores ecológicos como a la agencia campesina como instigadora de estas transformaciones, sino en las implicaciones que tuvieron para las prácticas de sociabilidad y para la construcción de formas de percepción y pertenencia a nivel local. Una expresión de esos cambios sería la fijación de la toponimia que se produce en este momento. Además, identifican aquí el origen de una fuerte divergencia entre las zonas de valle y las Chilterns. En las primeras, la generalización del modelo de asentamientos nucleados y campos abiertos habría facilitado el desarrollo de formas de organización colectiva y, con ello, de un ethos comunitario, mientras que en la segunda habría pervivido un hábitat disperso asociado a una explotación de carácter eminentemente ganadero y más fuertemente individual. En esto último —que, como veremos, constituye una de las claves fundamentales del resto del libro—, se observa el peso de una historiografía que tradicionalmente ha asociado el desarrollo de las formas de apropiación y explotación colectiva de los espacios agrarios —y, vinculado a ello, de los procesos de nucleación del hábitat— a las transformaciones operadas en el ámbito agrícola, algo que algunos trabajos recientes han puesto en cuestión al destacar el peso de las formas de organización y gestión colectiva en la apropiación y explotación de los territorios altomedievales[35]. Desde un punto de vista teórico, la apropiación y explotación individual de parcelas en un territorio dado no excluye la existencia de formas de gestión de carácter colectivo que regulen el aprovechamiento del territorio en su conjunto, condicionando cualquier iniciativa individual que se pueda desarrollar dentro del mismo[36]. En el caso de Ewelme, convendría revisar esta cuestión para aquellos periodos mejor documentados, ya que podría matizar la imagen que las evidencias consideradas en este libro transmiten sobre las formas de sociabilidad y pertenencia en las Chilterns.

A partir del siglo IX, a todo lo anterior se suma la consolidación del reino de Wessex. Este proceso, condicionado por los enfrentamientos contra los grupos vikingos, habría ido acompañado del desarrollo de nuevos lugares centrales —entre ellos, los burhs, asociados a la defensa del territorio[37]— con un mayor grado de conectividad entre sí y con otros espacios. Se habrían creado también nuevas formas de encuadramiento territorial, como los hundreds, que habrían propiciado la participación de la población local en esos marcos institucionales emergentes. Al respecto, los autores muestran un cierto optimismo sobre la capacidad de los reyes para implementar tales iniciativas, lo que acaso contrasta con el peso que, en otros momentos, le atribuyen a la agencia de los actores locales[38]. En cualquier caso, dejan claro que en este periodo el horizonte político del reino se materializó con intensidad en los paisajes locales.

Para el periodo comprendido entre finales del siglo XI y mediados del siglo XIV podemos contrastar los dos libros. En primer lugar, en ambos se considera la relación entre el paisaje y los procesos de diferenciación social que se observan en este periodo. En el libro de Brookes y Mileson el marco sigue siendo esencialmente local. Los autores argumentan que, sobre todo a partir de finales del siglo XIII, las poblaciones locales, en particular las de condición social media y alta, desarrollaron un fuerte vínculo con el paisaje y, más que nunca, tuvieron capacidad para moldearlo conforme a sus propias decisiones. En las Chilterns se habría mantenido el patrón de poblamiento disperso y las formas de explotación individual de los espacios ganaderos, pero en las zonas de valle, donde el crecimiento demográfico habría dado lugar al desarrollo de núcleos de poblamiento más compactos, la relación con el paisaje se habría reforzado a través de la participación en iniciativas y espacios compartidos. Los autores rehúyen la idealización de este como un momento comunitario frente a la fragmentación que experimentarían las comunidades locales a partir del siglo XIV[39]. Atienden a los sesgos —de estatus o de género, por ejemplo— que limitaban el acceso a los espacios compartidos y la participación en formas de sociabilidad colectiva y que, por ello, podían contribuir al desarrollo de desigualdades sociales y a la construcción y mantenimiento de relaciones de poder en el seno de las localidades[40]. De hecho, apuntan ya una tendencia que se desarrollará más plenamente en los siglos posteriores: el papel preponderante de las élites locales en las dinámicas colectivas y en los procesos de construcción de identidades compartidas a nivel local.

Kilby, por su parte, propone un marco de análisis más amplio y presta más atención a las diferencias que existían entre las maneras en las que el campesinado y los poderes señoriales aprehendían y representaban el paisaje. Este planteamiento encuentra eco en trabajos recientes sobre las diferencias que existían en cuanto al conocimiento y la experiencia que unos y otros actores tenían de los espacios locales y su reflejo en la manera en la que formulaban sus reivindicaciones sobre ellos[41]. El libro de Kilby se abre, precisamente, con una reflexión sobre esta dicotomía, mientras que el segundo capítulo se dedica a considerar el proceso de manorialisation, en referencia a la intensificación del dominio de los señores sobre las poblaciones campesinas en base a un modelo de control cuyo centro era el manor[42]. La autora constata que estos centros estaban separados del resto de las zonas de habitación. Lo considera reflejo de una construcción ideológica más amplia que remarcaba la exclusión del campesinado de los espacios señoriales. De ello encuentra una ilustración en el Salterio de Lutrell, en el que los campesinos aparecen representados en los campos, pero no así en los espacios propiamente señoriales, como los molinos. Argumenta que la manera en la que los señores concebían y representaban esos paisajes se derivaba de un interés eminentemente económico y no de una vinculación estrecha con el paisaje emanada de la experiencia cotidiana, como habría sido el caso del campesinado. Una consecuencia interesante de este planteamiento, que escapa, por cierto, al marco que proponen Brookes y Mileson, es que le permite valorar en qué medida el campesinado se amoldaba o no a las pretensiones señoriales. Kilby se refiere a prácticas tales como la deambulación por espacios de acceso restringido, la caza furtiva o la apropiación de espacios agrarios; y, aunque se cuida de identificar automáticamente tales actos como expresiones deliberadas de resistencia campesina, abre la puerta a reflexionar sobre la manera en la que la práctica cotidiana del campesinado podía socavar las reivindicaciones de los señores con respecto al control de los espacios locales[43].

Por lo que respecta al ámbito puramente local, ambos libros constatan que la condición social era un factor de segregación espacial. La población más empobrecida y, más particularmente, las personas dependientes, habrían tenido una menor capacidad para decidir dónde habitar y se habrían concentrado en las zonas periféricas de los asentamientos. Kilby considera la dimensión simbólica de esas diferencias espaciales y su reflejo en el uso de apelativos de carácter locativo como expresión de estatus, pertenencia y exclusión. Interesa, en particular la discusión que hace del uso de los microtopónimos como apelativos, ya que demuestra que, frente a lo que ocurría en otros casos, no servían solo para identificar a grupos dependientes. Las personas de condición libre también podían recurrir a ellos como parte de sus estrategias de distinción. Brookes y Mileson, por su parte, prestan más atención a la manera en la que la segregación espacial condicionaba la reproducción o transformación de las relaciones sociales a escala local. Los sectores más empobrecidos, relegados a los márgenes del poblamiento, se habrían visto excluidos del ethos comunitario que se expresaba y reproducía a través la ordenación regular de las zonas centrales de los asentamientos, en las que, además, se encontraban los principales espacios de uso compartido. Habrían sido los sectores de condición social media y alta los que habrían participado más activa e intensamente del desarrollo de identidades colectivas con un fuerte arraigo territorial.

Coinciden las dos obras en destacar el potencial de la toponimia como fuente no solo sobre la ordenación de los espacios agrarios, sino sobre la manera en la que los grupos campesinos los concebían y se vinculaban con ellos. En ambos se constatan las diferencias entre los sistemas toponímicos propios de los poderes señoriales que pudieran controlar estos espacios, más estandarizados y abstractos, y una toponimia propiamente campesina, derivada de un conocimiento denso del territorio y de las historias de sus ocupantes. La microtoponimia albergaría también un saber práctico sobre las dinámicas medioambientales del paisaje —como mostrarían, por ejemplo, topónimos referentes a cursos de agua de carácter estacional, como Wynterbrok— o sobre las cualidades de los distintos terrenos y las condiciones que estas imponían para gestionarlos adecuadamente —algo a lo que Kilby presta particular atención en su capítulo octavo. Brookes y Mileson consideran, además, la relación entre la prevalencia de ciertas formas toponímicas y los sistemas de propiedad de la tierra; y constatan que en las Chilterns, donde primaban las formas de apropiación individual, el uso de antropónimos era más abundante. Por último, en ambos libros los autores se preguntan por los factores que pudieron influir en la perdurabilidad de los topónimos. Kilby sugiere que en Elton y Lakenheat el control señorial era más intenso y que esto habría favorecido la preservación de los topónimos; mientras que en Castor, como consecuencia de la debilidad del control señorial y la presencia de una población libre más numerosa, habría existido un mayor dinamismo. Brookes y Mileson consideran otros factores, como las diferencias en los modelos de gestión de los manors —la perduración de los topónimos habría sido mayor allí donde el control era más estrecho y se recurría más a la escritura— o la continuidad de la población —los grupos más sólidamente asentados se habrían convertido en repositorios de conocimiento sobre los espacios y la toponimia local—.

Dejamos aquí a Kilby para seguir con el modelo que Brookes y Mileson proponen para el periodo que se inicia a mediados del siglo XIV y se cierra con el final de la Edad Media. La peste negra habría traído consigo un declive demográfico sustancial y, con ello, transformaciones significativas en los espacios agrarios, en los que una parte importante de las tierras agrícolas se habrían reconvertido para uso ganadero. La divergencia entre las zonas de valle y las Chilterns se habría vuelto menos acusada, aunque la presencia en las primeras de espacios compartidos, aunque modificados con respecto a los siglos anteriores, se habría mantenido como un factor diferencial. Algunos núcleos de poblamiento, así como algunos espacios agrarios, habrían sido abandonados, mientras que en las zonas que se mantuvieron ocupadas el poblamiento habría raleado como consecuencia del abandono de casas y parcelas —algo que ofrecía también una oportunidad para que algunos vecinos aumentaran sus tierras, incluso a costa de los espacios compartidos y de desfigurar el trazado regular que hasta entonces había caracterizado el centro de muchas aldeas—. A ello se sumaría la creciente presencia de elementos constructivos de prestigio. Las oportunidades para el desarrollo de formas de organización y sociabilidad colectivas se habrían visto mermadas y crecientemente mediatizadas por aquellos grupos que disfrutaban de una mejor condición social y tenían más arraigo en las localidades, al tiempo que las desigualdades sociales se plasmaban con más fuerza en el paisaje. El peso de la jerarquización social en las dinámicas colectivas y en la conformación de percepciones e identidades compartidas habría sido también más acusado en lo que se refiere al género, constatándose una mayor exclusión de las mujeres. En estas circunstancias, además, las poblaciones migrantes habrían tenido menos oportunidades para desarrollar sus propios vínculos con el entorno local. Por otra parte, las iglesias habrían jugado un papel creciente en la construcción de ideas de pertenencia e identidad, expresadas a veces en las inversiones que las familias, no solo las más pudientes, realizaban en beneficio de sus centros religiosos.

Durante la primera Edad Moderna, que Brookes y Mileson abordan en el capítulo 7, se desarrollarían nuevas actitudes hacia la gestión de las propiedades agrícolas y del territorio —como se plasmaría, por ejemplo, en el desarrollo de la cartografía—. Entre los fenómenos más relevantes se encontrarían los cercamientos y la Reforma, aunque no son estos los que concentran la atención de los autores, que, como en el resto de libro, prestan, sobre todo, atención a la expresión espacial de los procesos de jerarquización social[44]. En estos siglos, las diferencias de riqueza se habrían vuelto más acusadas, lo cual evalúan a través del análisis de las 170 casas vernáculas conservadas en Ewelme. Los autores observan, por un lado, la existencia de patrones compartidos —predominan las construcciones modestas, alineadas con las vías de paso, ubicadas a una cierta distancia de la calle y con una distribución de interiores muy similar—, pero también de formas de expresar las diferencias sociales. En contraste con épocas anteriores, serían las periferias de los asentamientos las que pasarían a albergar a la población de condición social más elevada. En esas zonas, menos densamente pobladas y más irregulares, se habrían levantado casas de mayores dimensiones, en parcelas más amplias, no necesariamente alineadas con las calles y que podían incorporar elementos de prestigio como las chimeneas. Como ya se apuntaba para el periodo anterior, habrían sido los habitantes más fuertemente arraigados quienes habrían jugado un papel fundamental en la transmisión del conocimiento local y habrían condicionado en mayor medida las dinámicas colectivas. Esa posición preponderante se habría visto reforzada a partir de 1559, cuando un decreto real limitó la participación en las perambulaciones anuales de los límites parroquiales a los hombres más notables de la comunidad. No por ello las mujeres y otros grupos sociales de menor condición dejaron de jugar un papel fundamental en la construcción y transmisión del conocimiento local[45].

ESPACIOS Y AGENCIAS CAMPESINAS[Subir]

Este resumen de los aspectos fundamentales de una y otra obra debería ser suficiente para demostrar que ambos representan aportaciones significativas al estudio de los paisajes y del campesinado medievales y cómo este tipo de aproximaciones pueden contribuir a ofrecer una imagen más compleja de las sociedades medievales. Como Brookes y Mileson reivindican en un pasaje del libro: «by locating villagers on the ground, historians can better understand rural society at the local level, in a way which cannot be matched by purely abstract considerations of data on individuals and their activities and connections»[46]. Los dos libros evidencian por qué: las relaciones espaciales no eran un mero reflejo de las relaciones sociales, sino que eran constitutivas de estas últimas.

A partir de esta idea, de los trabajos se puede derivar una consecuencia teórica que Brookes y Mileson no consideran y que Kilby solo apunta, pero no agota, y que tiene que ver con la caracterización de la agencia campesina. Como apuntaba al principio, en los últimos años, en particular en el ámbito del altomedievalismo, se ha desarrollado un creciente interés por caracterizar y evaluar la agencia campesina, lo que en ocasiones, como apuntara ya Andrew Wood a propósito de la obra de James C. Scott sobre las resistencias cotidianas del campesinado, ha conducido a una visión excesivamente optimista sobre la capacidad de este grupo social para resistirse a la dominación o, al menos, para actuar autónomamente[47]. En su trabajo, Wood criticaba el rechazo de Scott a la noción de hegemonía cultural y recuperaba el argumento de Gramsci según el cual la resistencia de los grupos subordinados no tendría un fundamento anterior a la experiencia de la dominación, sino que estaría estructurada por esta[48].

El planteamiento de Wood es interesante por dos motivos. Por un lado, es coherente con la visión relacional de la agencia, que es más adecuada para valorar la capacidad del campesinado para incidir activamente en las relaciones de dominación a las que estaba sometido. Esa visión relacional supera la concepción de la agencia como algo que se genera en virtud de los recursos de los que dispone un actor de forma previa a la articulación de cualquier relación social; frente a ello, propone que las relaciones sociales de las que participa cualquier actor social son en sí mismas constitutivas de su agencia, lo que obliga a considerar para cada iniciativa la medida y manera en que está condicionada e incide en el conjunto de las relaciones sociales de las que participan los actores implicados[49].

Por otro lado, y por lo que respecta al periodo medieval, ese planteamiento resulta más satisfactorio en términos históricos. Los procesos de construcción política y de nuevas formas de dominación socioeconómica que tuvieron lugar ya en los siglos iniciales del periodo altomedieval ocurrieron en un contexto marcado por la herencia de la estatalidad romana, que habría condicionado la restructuración de las relaciones de poder que siguió al colapso de las estructuras imperiales a partir del siglo IV[50]. No se constata, en el antiguo solar del Imperio, una situación prístina en la que comunidades que hubieran estado al margen de toda forma de dominación sucumbieran ante las pretensiones de los poderes feudales emergentes[51]. Incluso en aquellas zonas en las que las poblaciones campesinas pudieran haber disfrutado de un grado elevado de autonomía frente a unas élites cuyo poder habría estado circunscrito a territorios de escasa entidad —esa situación para la que Chris Wickham propone la imagen de una piel de leopardo—, las comunidades locales habrían tenido contactos esporádicos con esas élites, por las que, aunque fuera en escasa medida, se habrían visto condicionadas[52]. En términos espaciales, podríamos entonces considerar que la percepción campesina del paisaje habría estado en todo caso mediada, ya fuera en menor o mayor medida, por esas élites, toda vez que la presencia de estas, que además se habría intensificado a partir de los siglos VII y VIII, habría condicionado cómo los actores locales percibían y se relacionaban con el espacio en su conjunto.

Ciertamente, en la historiografía se ha primado el estudio de la dimensión simbólica de los paisajes medievales como expresión de las jerarquías sociales existentes y como uno de cuantos elementos contribuían a reforzar a quienes se encontraban en una posición dominante o, dicho en otros términos, como un proceso de construcción de una cierta hegemonía cultural. La narrativa que habitualmente se propone plantea que a lo largo del periodo alto y plenomedieval las formas de representación del espacio propias de las élites se habrían impuesto paulatinamente sobre aquellas de carácter campesino[53].

Los libros de Kilby, Brookes y Mileson permiten matizar esa visión. Para empezar, debemos tener en cuenta que ambos realizan una contribución metodológica fundamental: confirman que el análisis sistemático de distintos tipos de registros permite recuperar información sobre la manera en la que el campesinado percibía y se relacionaba con su entorno y sobre los discursos que elaboraba al respecto[54]. Uno de los ámbitos en los que esto se constata es el de la toponimia. En este sentido, ambos libros muestran que la imposición de sistemas toponímicos por parte de los poderes políticos y señoriales, que efectivamente se observa, no elidió, sin embargo, toda la toponimia anterior, ni tampoco limitó de manera absoluta la posibilidad de que se generaran nuevos topónimos derivados de la experiencia estrecha y cotidiana del espacio propia de las poblaciones campesinas locales. Esto último, como se ha indicado antes, habría estado condicionado por el equilibrio de fuerzas entre los grupos campesinos y los actores señoriales, en la medida en que la generación de nuevos topónimos habría dependido, al menos en parte, de la intensidad con la que los actores señoriales controlaran los espacios locales[55]. Además, como apunta de manera más explícita Kilby, la transformación de la toponimia y de los significados atribuidos a ciertos lugares podía resultar de procesos de conflicto y negociación en torno al acceso, la apropiación y la explotación de tales lugares. Incluso podía ocurrir que distintos grupos les confirieran significados e incluso nombres diferentes[56]. Todo ello pone en cuestión la narrativa lineal sobre la construcción de la hegemonía señorial sobre los paisajes y permite atender al carácter relacional, dinámico y coyuntural de los procesos de construcción y reproducción cultural que les dieron forma.

Por otra parte, el análisis de la microtoponimia desvela también que esa hegemonía señorial no se desplegaba de manera homogénea sobre el conjunto del territorio, sino que se articulaba sobre lugares concretos dentro del mismo[57]. Por ello, la dominación no se debe abordar solo en términos verticales, sino también horizontales, toda vez que se habría materializado en el paisaje de manera espacial e incluso temporalmente discontinua[58]. En sentido opuesto, desde esta perspectiva se pueden identificar aquellos espacios en los que el campesinado podría haber disfrutado de una mayor capacidad para afirmarse, construir identidad y elaborar sus propios discursos sobre el paisaje.

En términos teóricos, lo anterior no contradice el planteamiento de Wood: no se trata de reivindicar que se puede localizar topográficamente —en sentido literal, no figurado[59]— un lugar de enunciación de los discursos ocultos del campesinado medieval ajeno a las élites. Ahora bien, sí que ofrece la posibilidad de realizar una valoración más adecuada de la agencia campesina, en la medida en que permite evaluar mejor las bases materiales y espaciales sobre las que, al menos en parte, se habrían fundamentado las iniciativas campesinas, así como sobre las que se habrían articulado los discursos e identidades campesinos sobre el paisaje, sobre las relaciones que se condensaban en él y sobre los términos en los que estas habían de mantenerse o podían ser cuestionadas[60].

MODOS DE VER, MODOS DE HABITAR, HOY[Subir]

Ya hemos visto que, por lo que se refiere a las sociedades medievales, preguntarnos cómo los grupos campesinos veían el paisaje revela la existencia de espacios de práctica y enunciación propios del campesinado. Hemos visto también cómo el análisis de estos últimos puede enriquecer nuestra caracterización tanto de los propios grupos campesinos, en toda su complejidad, como de su relación con los actores señoriales. Cabe, por último, volver la pregunta sobre sí misma para cuestionar qué revela sobre nuestra sociedad contemporánea la publicación reciente de dos obras sobre los modos en los que el campesinado medieval veía los paisajes que habitaba. En el contexto inglés y, en particular, en este tiempo post-Brexit, la pregunta tiene una dimensión política ineludible, dado el importante papel que el paisaje ha jugado en la construcción de la identidad nacional en Inglaterra, en particular, y en Gran Bretaña, en general. Estos libros no superan este marco. Se podría decir incluso que lo alimentan, toda vez que, en su pretensión de representatividad, vuelven a postular como típicos los paisajes de las «provincias» central y sudoriental[61]; y omiten, además, casi cualquier referencia a la historiografía reciente de otros lugares sobre estas materias.

Superar hoy estos solipsismos parece hoy acuciante, incluso desde la propia perspectiva británica. En la última década, la sucesión de episodios de inundaciones severas se ha convertido en causa de una significativa ansiedad en el Reino Unido[62]. A día de hoy, y al igual que en otros países, el Gobierno dispone de avanzados sistemas cartográficos que permiten fácilmente identificar el nivel de riesgo de inundación de cualquier propiedad[63]. Representan, entre otras cosas, la constatación de que los desarrollos urbanísticos de las últimas décadas han obviado un conocimiento tradicional sobre las áreas inundables que investigaciones recientes han podido rastrear, incluso, en la toponimia altomedieval[64]. Estas investigaciones constatan que el desconocimiento y, en última instancia, la desaparición de aquellas historias y vidas campesinas que John Berger reflejó en la trilogía De sus fatigas se ha traducido también en la desaparición de formas de aprehender el paisaje y de relacionarse con él cuya pérdida afecta hoy, de manera directa, a nuestras sociedades. Ante pérdidas que se derivan de cambios globales y procesos transnacionales, la recuperación de perspectivas y conocimientos pasados sobre el paisaje en marcos exclusivamente nacionales corre el riesgo de convertirse en un mero ejercicio de nostalgia. En los tiempos que corren, este tipo de investigaciones deberían ser un acicate más para profundizar, desde perspectivas comparativas, y como durante mucho tiempo han hecho los estudios sobre los paisajes patrimoniales, en la recuperación de saberes históricos que nos permitan reflexionar sobre nuestra relación con los lugares que hoy habitamos y que habremos de habitar en el futuro.

Notas[Subir]

[1]

Los cuatro episodios pueden verse en https://archive.org/details/WaysofSeeing. Véase también ‍BERGER, 1972.

[2]

‍BERGER, 1979. ‍MENDRAS, 1967.

[3]

‍BROOKES y MILESON, 2021. ‍KILBY, 2020.

[4]

‍HOSKINS, 1955.

[5]

‍SCHOFIELD, 2016.

[6]

‍SCHOFIELD, 2016: 257.

[7]

El trabajo fundacional de esa escuela es ‍RAFTIS, 1964. Véase ‍RAZI, 85 (Oxford, 1979): 141-‍157.

[8]

‍BENDER, 1993. ‍BENDER y WINER, 2001. ‍HIRSCH y O’HANLON, 1995. ‍INGOLD, 2000. ‍JOHNSON, 2007. ‍MASSEY, 1994. ‍TILLEY y CAMERON-DAUM, 2017.

[9]

Por ejemplo, ‍CHOUQUER, 2020.

[10]

Por ejemplo, ‍QUIRÓS CASTILLO y TEJERIZO-GARCÍA, 21/2 (Oxford, 2021): 377-‍395.

[11]

‍KILBY, 2020: 6.

[12]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 5. ‍KILBY, 2020: 6.

[13]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 5. ‍KILBY, 2020: 18.

[14]

Un trabajo clásico es ‍GELLING, 1978. Para aproximaciones más recientes: ‍JONES y SEMPLE, 2012b.

[15]

‍SUTHERLAND, 61/1 (Chicago, 2022): 211-‍212. ‍TEJERIZO-GARCÍA, 84 (Murcia, 2021): 271-‍275.

[16]

‍KILBY, 2020: 169.

[17]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 12.

[18]

Véase ‍MÜLLER, 2007: 115-‍131.

[19]

Véase, especialmente, ‍KILBY, 2020: 2-‍4, 69-‍71, 120-‍123.

[20]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 2-‍4, 13.

[21]

Véase ‍SOJA, 70/2 (Washinton D.C., 1980): 207-‍225.

[22]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 10. Cabría decir que con este trazo condensan una teoría más amplia sobre el acceso. Véase ‍RIBOT y PELUSO, 68/2 (Columbia, 2003): 153-‍181.

[23]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 9. Importa poner esto en relación con esfuerzos recientes por contextualizar, en su entorno territorial, el yacimiento de Wharram Percy, que es uno de cuantos han resultado fundamentales para entender el fenómeno aldeano en el ámbito inglés (‍WRATHMELL, 2012).

[24]

Por ejemplo, en al ámbito del medievalismo, véase ‍WICKHAM, 2005: 536-‍537. Véase ‍SÁNCHEZ LEÓN, 2007: 331-‍358.

[25]

Véase ‍RIPPON, 2008.

[26]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 264-‍272. Para la aproximación fenomenológica al paisaje, el clásico es ‍TILLEY, 1994. Véase también, para una revisión crítica más amplia, ‍JOHNSON, 41/1 (San Mateo, 2012): 269-‍284.

[27]

‍DYER, 30/1 (Londres, 1986): 19-‍45; ‍44/1 (York, 2013): 19-‍27.

[28]

Es interesante contrastar el modelo propuesto en este libro con el que, muy marcado por consideraciones de tipo ambiental, Brookes propone en ‍BROOKES, 2007. El grado de continuidad o el peso que los paisajes rurales de época romana pudieran haber tenido en la configuración de los paisajes altomedievales se ha revisado recientemente en diferentes trabajos, entre ellos RIPPON‍, 2015. Del mismo autor, sobre la construcción de formas de territorialidad e identidades a pequeña escala en el periodo posromano, véase ‍RIPPON, 2022.

[29]

‍SEMPLE, 2013. ‍WHYTE, 25/1 (Abingdon, 2003): 5-‍16.

[30]

Los halls eran edificaciones en madera, habitualmente en esta época de una sola estancia, de las que las élites se servían como centros de dominio territorial, como lugares de alojamiento y de reunión y como espacios de representación y ostentación de estatus y de poder político. Destacan aquellos integrados en complejos monumentales de mayor entidad, como el de Yeavering (Northumberland), que se asocian a las grandes élites políticas de los primeros reinos anglosajones (‍BLAIR, 2018: 114-‍122). De algunos se sabe que fueron donados a comunidades eclesiásticas, una cesión cuyo impacto se ha atestiguado arqueológicamente, por ejemplo, en el caso de Lyminge. Véase ‍THOMAS, 93 (Londres, 2013): 109-‍145.

[31]

Véase ‍MEES, 2019.

[32]

Para una visión general del proceso, cuyo estudio ha ocupado un lugar muy relevante en la historiografía sobre este periodo, véase ‍FAITH, 1997.

[33]

Por ejemplo, ‍HOOKE, 1998.

[34]

‍HALL, 2014. ‍HAMEROW, 2012.

[35]

‍OOSTHUIZEN, 45/4 (Londres, 2013a): 714-‍729; ‍2013.

[36]

‍BONALES CORTÉS, 2007: 141-‍172.

[37]

Objeto de un renovado interés desde la arqueología en los últimos años, en lo que destaca ‍BAKER y BROOKES, 2013.

[38]

Véase ‍HYAMS, 40/1 (Chicago, 2001): 1-‍43. ‍LAMBERT, 137 (Nueva York, 2020): 13-‍33. Para una reconstrucción de la formación del reino de Wessex, véase ‍MOLYNEAUX, 2015.

[39]

Sobre esta narrativa, véase ‍SCHOFIELD, 2016: 196-‍216.

[40]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 187-‍192. Esta idea de las formas de organización y sociabilidad colectivas como espacios en los que se construyen relaciones de poder permite establecer un diálogo con un cierto institucionalismo crítico que ofrece muchas herramientas conceptuales para profundizar en esa línea de análisis. Véase ‍CLEAVER, 2012.

[41]

‍ESCALONA, 2019: 351-‍379. ‍LARREA, en prensa.

[42]

Para una introducción al fenómeno de los manors y a las fuentes disponibles para su estudio, consúltese ‍BAILEY, 2002. Desde una perspectiva arqueológica, importan investigaciones recientes sobre grandes centros como Bishopstone (‍THOMAS, 2010), pero también la consideración más amplia sobre el correlato espacial de la presencia de las élites aristocráticas en los entornos rurales que, desde una perspectiva comparada, se hace en ‍LOVELUCK, 2013.

[43]

Estas consideraciones entroncan con el impulso renovado del que gozan los trabajos sobre las formas de resistencia y protesta en el mundo rural en época moderna y contemporánea. Véase, entre otros, ‍GRIFFIN, 2014. Y de manera más general, ‍NAVICKAS, 73 (Oxford, 2012): 302-‍307.

[44]

Para contextualizar esta parte del libro resultan útiles los trabajos sobre los paisajes y las comunidades locales de la temprana Edad Moderna inglesa, en particular ‍WHYTE, 2009. ‍WOOD, 2013.

[45]

‍WHYTE, 8/2 (Londres, 2011): 153-‍173.

[46]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 199.

[47]

En lo que se refiere a la capacidad de resistencia de los grupos subordinados, una expresión de ese optimismo se observa en la reciente recuperación de los trabajos de Pierre Clastres, especialmente ‍CLASTRES, 1974. Véase ‍CRIADO BOADO, 2014: 37-‍65. Véase ‍GONZÁLEZ-RUIBAL, 2014: 9-‍10.

[48]

‍WOOD, 193 (Oxford, 2006): 43-‍46. Véase ‍SCOTT, 1990.

[49]

Sobre el concepto y su aplicación al estudio, en particular, del campesinado altomedieval, véase ‍QUIRÓS CASTILLO y TEJERIZO-GARCÍA, 21/2 (Oxford, 2021): 377-‍395. Para una perspectiva teórica, ‍BURKITT, 19/3 (Thousand Oaks, 2016): 322-‍339. También ‍LONG, 2001.

[50]

Indico la fecha relevante para Gran Bretaña. Así lo consideran, más específicamente para el caso inglés, Brookes y Mileson (‍BROOKES y MILESON, 2021: 45-‍48). Véase también ‍GERRARD, 2013. Sobre la herencia de la estatalidad romana y la formación de las entidades políticas altomedievales, véase ‍ESCALONA, 2020: 33-‍40.

[51]

Tampoco en los márgenes, como a propósito de la revuelta de los Stellinga en territorio sajón ante el avance carolingio se apunta en ‍REMBOLD, 2017.

[52]

‍WICKHAM, 2005: 428-‍432.

[53]

M. Gardiner, por ejemplo, afirmaba: «stories and names can, for example, reinforce local structures of power and the role of dominant families» (‍GARDINER, 2012: 21). Véase también el planteamiento que se recoge en la introducción al volumen del que forma parte el artículo de M. Gardiner (‍JONES y SEMPLE, 2012a: 11-‍12). Lo mismo se podría decir del análisis espacial de otros tipos de jerarquías y relaciones de poder, como las de género. Véase, por ejemplo, ‍KANE, 2019: 213-‍214.

[54]

En esto entroncan con otras investigaciones cuyo objetivo ha sido desarrollar metodologías que permitan recuperar las voces campesinas en registros en los que, a primera vista, no son tan evidentes. Véase, por ejemplo, el trabajo de L. Provero sobre las palabras de los súbditos (‍PROVERO, 2012). Sobre el conocimiento local, véase ‍ESCALONA, 2019: 351-‍379. Desde el registro material, para Inglaterra, considérese ‍SMITH, 14/3 (Londres, 2009): 309-‍332.

[55]

‍BROOKES y MILESON, 2021: 221-‍223, 253-‍257, 307-‍311. ‍KILBY, 2020: 109-‍119.

[56]

‍KILBY, 2020: 41, 55-‍59, 70-‍72. Sobre la dimensión espacial, en particular, de las revueltas alto y plenomedievales, véase ‍LAVELLE, 2020.

[57]

‍KILBY, 2020: 98.

[58]

‍SMITH, 2003.

[59]

En sentido figurado se aplicaría, por ejemplo, al papel del cotilleo o el rumor como ámbito de elaboración de un discurso propio de los grupos subordinados. Véase ‍SCHOFIELD, 159/1 (Oxford, 1998): 3-‍42. ‍WICKHAM, 160/1 (Oxford, 1998): 3-‍42.

[60]

Sobre la dimensión discursiva de los conflictos por la tierra, a propósito de las resistencias a los cercamientos en la temprana Edad Moderna inglesa, véase ‍MCDONAGH, 76/1 (Oxford, 2013): 32-‍56.

[61]

Frente a ello, véase ‍READMAN, 2018.

[62]

Véase, como síntoma: https://theconversation.com/millions-of-uk-homes-are-at-risk-of-flooding-heres-how-to-protect-yourself-if-you-live-in-one-of-them-177788.

[63]

Para Inglaterra: https://check-for-flooding.service.gov.uk/find-location. Hay servicios similares para el resto de los países del Reino Unido.

[64]

‍JONES, 18/1 (2016). ‍PEARS et al., 23/3 (Londres, 2020): 381-‍405.

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