Resumen

La mayoría de los estudios dedicados a la historia de la nación sostienen, en el marco de la llamada perspectiva «modernista», que esta surge propiamente en la Edad Contemporánea. Según esta extendida visión, el término «nación» denotaba en periodos previos, a lo sumo, una idea de comunidad a la que de forma vaga se asignaba un origen y características comunes. Desde esta perspectiva mayoritaria no se reconoce que la nación pudiese tener una dimensión políticamente relevante antes del citado periodo contemporáneo. En este estudio sostenemos que la obra de José Pellicer Alma de la gloria de España, publicada en 1650, es un texto singularmente adecuado para demostrar la presencia, ya a mediados del siglo XVII, de una idea de nación que no se corresponde con esas afirmaciones. A partir de los contenidos de este texto argumentaremos e ilustraremos cómo en aquel tiempo la nación, en este caso la española, podía generar una poderosa vinculación identitaria y ser percibida como una comunidad primordial y como fundamento de arraigados caracteres colectivos. Y lo que es más relevante aún, la obra de Pellicer muestra, asimismo, que ya entonces existía la idea de que era natural y adecuado que esta nación se viese representada por un ente político propio que fuese su expresión.

Palabras clave: José Pellicer; origen de las naciones; teorías modernistas; nación española; Monarquía de España.

Abstract

From what is known as the “modernist” perspective, most studies on the history of the nation maintain that, strictly speaking, it emerged in the late modern period. According to this widespread vision, in periods prior to this, the term “nation” denoted at most an idea of community to which a common origin and characteristics were vaguely assigned. This mainstream standpoint does not consider the nation to have had a politically relevant dimension before that time. In this study, however, we argue that José Pellicer’s work Alma de la gloria de España, published in 1650, demonstrates that an understanding of the concept of nation which did not correspond to these statements already existed in the mid-seventeenth century. Certain contents in Pellicer’s book illustrate that, even at that time, the nation and in this case the Spanish nation, could be felt to be an intense source of group identification, perceived as a primordial community and the basis for deep-seated collective features. Moreover, Pellicer’s work shows that even then the idea existed that it was natural and appropriate for this nation to be represented by a political entity in its own right.

Keywords: José Pellicer; origin of nations; modernist theories; Spanish nation; Spanish monarchy.

Recibido / Received: 25/07/2021; Aceptado / Accepted: 26/10/2022; Publicado en línea / Published online: 30/06/2023

Cómo citar este artículo / Citation: Ballester Rodríguez, Mateo, «Alma de la gloria de España (1650): la nación como comunidad cultural y política en José Pellicer», Hispania, 83/273 (Madrid, 2023): e005. https://doi.org/10.3989/hispania.2023.005.

SUMARIO
  1. Resumen
  2. Abstract
  3. INTRODUCCIÓN
  4. TRAYECTORIA PÚBLICA Y OBRA POLÍTICA E HISTÓRICA DE JOSÉ PELLICER
  5. ALMA DE LA GLORIA DE ESPAÑA: CARÁCTER Y RELEVANCIA DE LA OBRA
  6. LA IDEA DE NACIÓN EN ALMA DE LA GLORIA DE ESPAÑA
    1. La nación como comunidad primigenia y excelsa
    2. La nación expresada en un ente político propio
    3. Coincidencia en la pertenencia a la nación de gobernante y gobernados
    4. Pertenencia natural a una nación y su ente político propio por encima de la adscripción subjetiva
  7. CONCLUSIONES
  8. Notas
  9. BIBLIOGRAFIA

INTRODUCCIÓN[Subir]

En los estudios históricos y teóricos que abordan los orígenes del fenómeno nacional es habitual negar que este haya existido o tenido relevancia antes del último tramo del siglo XVIII. Para el caso que nos ocupa, ante la evidencia del recurrente uso en el siglo XVII del término «nación», o su forma correspondiente en otras lenguas, se ha argumentado con frecuencia que este tenía entonces un sentido del todo diferente a la acepción actual, denotando si acaso una vaga conciencia de origen y afinidad, a la que no se atribuye intenso contenido emocional ni una dimensión política. La mayoría de los teóricos de referencia sobre el fenómeno nacional circunscriben su existencia o relevancia a la Edad Contemporánea. Elie Kedourie (‍1960) enfatiza el papel fundamental del pensamiento ilustrado y sus teorías de autonomía política. Ernest Gellner (‍1983), posiblemente el autor más influyente en esta cuestión, vincula la aparición del fenómeno nacional a la industrialización y la transformación que conlleva en los ámbitos y formas de socialización. Benedict Anderson (‍1983) otorga un papel precursor a la aparición de la imprenta, pero localiza propiamente el inicio del fenómeno en los procesos revolucionarios de finales del siglo XVIII. Eric Hobsbawm (‍1990) vincula la aparición delfenomeno nacional, desde una perspectiva marxista, a la nueva sociedad industrial y el acceso de las masas a la vida política. Michael Hechter y Tom Nairn señalan como factor determinante el moderno colonialismo y el «colonialismo interno» de base capitalista. Otros autores como Michael Mann, Charles Tilly y John Breuilly ponen el énfasis en el desarrollo del Estado desde finales del siglo XVIII[1]. Desde planteamientos muy distintos y definiciones diversas, todos estos autores se encuadran dentro de la perspectiva dominante de la nación, llamada de forma algo equívoca «modernista»[2].

El carácter dominante de este enfoque se manifiesta asimismo especificamente en relación con la nación española; es de sobra conocido el extendido criterio de situar sus orígenes históricos en el contexto de la Guerra de Independencia, bien por la intensa reacción patriótica generada ante la invasión napoleónica, bien por la promulgación de la Constitución de Cádiz. De acuerdo con estas perspectivas en periodos previos, y en particular durante la Monarquía de los Austrias, la nación española hacía referencia si acaso a una idea de comunidad que vagamente se identificaba con un origen y características comunes. Esta no generaba entonces, según esta extendida visión, una intensa identificación emocional, ni era el fundamento de vínculos políticos. La nación haría por lo tanto referencia a una comunidad cultural, pero no a una comunidad política.

En este artículo consideramos que la obra de José Pellicer Alma de la gloria de España: eternidad, majestad, felicidad y esperanza suya en las reales bodas, publicada en 1650 y prácticamente olvidada en los estudios contemporáneos, resulta particularmente indicada para cuestionar esta percepción habitual. En este escrito, como el propio título apunta, se puede comprobar con particular claridad la presencia a mediados del siglo XVII de ciertas ideas de la nación española cuya aparición una dominante corriente interpretativa sitúa en torno a principios del siglo XIX. Este texto de Pellicer aporta una reveladora base documental a este debate, por la singular claridad y rotundidad con la que aparecen expresadas esas ideas en esta fecha temprana. A modo de ejemplo inicial de un discurso recurrente en la obra de Pellicer, este concluye uno de sus capítulos con una recapitulación de las cualidades de España comparadas con las de otras naciones, en la que podemos advertir tanto una intensa vinculación identitaria hacia la nación como la dual dimensión cultural y política de esta:

¿Véase ahora si de Nación a Nación puede caer envidia sobre otra competencia que la del Valor, Riquezas, Religión, Letras y Antiguedad de Monarchia? De todas hallaremos a España libre[3].

Los planteamientos teóricos del presente artículo no carecen por supuesto de precedentes; existen estudios previos tanto en un sentido más general como en relación con el caso español que, de nuevo desde orientaciones muy diversas y a partir de ejemplos muy diferentes, coinciden en reconocer una dimensión política a la idea de nación en epocas precontemporáneas[4]. El presente estudio se enmarca en este enfoque, sin asumir por ello todos los presupuestos de los autores que lo han adoptado previamente. Sin dejar de reconoceer la absoluta centralidad que el fenómeno nacional alcanzó en la Edad Contemporánea, queremos destacar su intenso desarrollo y relevancia previos, con frecuencia ignorados o minimizados. Este desarrollo temprano supone un precedente decisivo, que está en la base de las transformaciones posteriores, y que resulta por ello necesario tener en cuenta para alcanzar una más adecuada compresión del fenómeno nacional en su conjunto.

En este estudio proponemos una conceptualización que consideramos particularmente precisa y aclaratoria para describir las características de la identidad nacional en este periodo. Joep Leerssen, teórico de referencia sobre la nación, utiliza el concepto de «nación etnotípica» para describir expresiones tempranas de esta, y para argumentar que antes de la Edad Contemporánea la nación hacía tan solo referencia a estereotipos culturales, que denomina «etnotipos»[5]. A partir de este concepto, Moreno Almendral ha realizado una distinción entre «nación etnotípica no politizada» y «nación etnotípica politizada» que consideradamos de gran utilidad. La primera categoría denota, en linea con la definición de Leerssen, «la existencia de un carácter nacional atribuible a la nación en su conjunto»[6], o la creencia en una «división sistemática de la humanidad en un conjunto de grupos (las naciones) supuestamente dotados de inclinaciones colectivas de diverso tipo»[7]. La nación etnotípica politizada, la que más nos interesa aquí, es definida como el resultado de «la intersección de los caracteres nacionales con una idea de Estado y monarquía»[8]. A la previa concepción de la nación como una comunidadhumana con rasgos de carácter propios se le añade aquí «una idea de comunidad política formada por el cuerpo de los vasallos, que en puridad es juridicamente independiente del rey, pero está funcionalmente anclada a la figura del monarca»[9].

Aunque no concordamos plenamente en este estudio con la datación histórica de esta categoria por parte del autor, quien no reconoce su presencia en el siglo XVII[10], consideramos analíticamente muy útil la distinción que establece, tanto en un sentido general como para comprender y describir en particular las identidades nacionales en época precontemporánea. Coincidimos con el citado autor en que el concepto de «nación etnotípica politizada» resulta muy conveniente para dar cuenta de una manifestación específica de la identidad nacional, situada entre la idea de una nación meramente cultural («etnotípica no politizada») y la idea de nación vinculada a la soberanía nacional («liberal»), si bien consideramos que este patrón ya es detectable en el siglo XVII. Esta categoría analítica es de gran utilidad para establecer un primer vínculo entre nación y lealtad política, generalmente olvidado, y fundamental para el desarrollo posterior de la idea de soberanía nacional.

Cabe añadir aquí que algunos autores han señalado, acertadamente a nuestro juicio, la aparición y reconocimiento institucional de la idea de soberanía nacional en Inglaterra también ya en el siglo XVII, en fechas cercanas a la publicación del libro de Pellicer, en el contexto del conflicto entre Rey y Parlamento y la creación de la Commonwealth[11]. La generalización y expansión de esta idea se produjo, no obstante, ciertamente a partir de finales del siglo XVIII, convirtiéndose entonces en un factor decisivo para que el periodo posterior haya sido correctamente descrito como la era de los nacionalismos.

Las ya comentadas perspectivas dominantes que sitúan el origen de la nación española en el contexto de la Guerra de Independencia coinciden en señalar que en los territorios peninsulares durante la Monarquía de los Austrias las lealtades políticas tenían un fundamento dinástico o religioso, pero no nacional. Los autores que sostienen esta idea no consideran una gradualidad histórica por la que en esa época la identidad nacional pudiese ser ya una identidad determinante de la lealtad política junto a las señaladas. En la obra de Pellicer aquí analizada se puede por ejemplo detectar una permanente identificación entre la nación española y la Monarquía de España, permanentemente presentada como su expresión política. La identidad nacional aparece en este texto como un poderoso referente de la lealtad política.

La concepción de la nación en Alma de la gloria de España no es, por otro lado, reflejo del pensamiento excepcional e insólito de su autor. El carácter propagándístico del texto, dirigido a buscar aprobación y medrar en la corte, y los ilustres personajes a quienes se dedica la publicación y la avalan, son poderoso indicio de que los valores que proyecta eran familiares y probablemente asumidos cuando menos por una parte de las élites políticas. Ideas similares pueden por otro lado detectarse en otros muchos autores, como Francisco de Quevedo, Juan de Salazar, Benito de Peñalosa, Diego de Saavedra Fajardo, Baltasar Gracián, etc. El texto de Pellicer destaca no obstante por la forma particularmente enfática y sistemática en que las expone.

Presentaremos en este artículo varios de los sentidos en los que este autor alude al concepto de nación en Alma de la gloria de España, que ilustran en conjunto las concordancias, a menudo no reconocidas, entre su uso entonces y en la Edad Contemporánea. Entre las ideas que están presentes en el texto en relación a la nación, en este caso la española, encontramos en primer lugar la de que esta es una comunidad de carácter primordial, de ancestral origen y excelsa naturaleza desde entonces. En segundo lugar, que es natural y deseable que la nación se vea representada en un ente político propio que sea su expresión. En tercer lugar, que es asimismo natural y apropiado que exista coincidencia en la identidad nacional de gobernante y gobernados. En cuarto y último lugar, que los individuos pertenecen esencialmente a una nación específica, al margen de la identidad subjetiva que puedan tener.

TRAYECTORIA PÚBLICA Y OBRA POLÍTICA E HISTÓRICA DE JOSÉ PELLICER[Subir]

José Pellicer de Ossau y Tovar[12] (Zaragoza, 1602-‍1679) fue un personaje de gran influencia en la vida literaria y pública del siglo XVII en España, que ejerció varios cargos oficiales y fue autor de una voluminosa y multidisciplinar obra. Aunque su nombre es de sobra conocido, sigue habiendo en relación con su biografía, cargos ocupados y producción escrita importantes aspectos desconocidos o dudosos[13]. A finales del pasado siglo, el autor de un estudio sobre un aspecto concreto de su biografía afirmaba que «a pesar de su interés, la figura de José Pellicer de Tovar no ha merecido todavía un estudio de conjunto que ilustre su prolongada vida y su ingente obra»[14]. No ha cambiado mucho la situación; pocas son las investigaciones dedicadas a este personaje, y está por hacerse dicho estudio global. Algunas lagunas y discrepancias sobre aspectos centrales de la vida de Pellicer se deben no obstante también a algún posible falseamiento deliberado del propio autor.

Pellicer fue, entre otras cosas, crítico literario, poeta, traductor, editor, genealogista, biógrafo, redactor de avisos, tratadista y polemista político, panegirista de la Monarquía e historiador[15]. Su figura es también de gran interés por su vinculación con destacados círculos literarios y políticos, en los que se vio envuelto en alguna sonada polémica, así como por los cargos que ejerció como cronista oficial en distintas instancias.

Existen discrepancias con relación a su formación intelectual. Brioso y Mayral afirma que «estudió Humanidades (sic) en Salamanca y Madrid, Filosofía en Alcalá, Cánones y Leyes en la salmantina, Universidad por la que se graduó in utroque»[16]. Ponce Cárdenas señala tan solo que estudió Cánones y Leyes en la Universidad de Salamanca[17]. En su estudio sobre los cronistas y la Corona, Richard Kagan mantiene, por el contrario, que «se jactaba de tener una licenciatura en derecho por Salamanca, cosa que no era cierta»[18].

Su cercanía a las más altas esferas políticas y su reconocimiento público quedan demostrados por su temprano nombramiento como cronista por diversas instituciones[19], lo que sugiere por otro lado que las ideas sobre la nación que expresa contaban con cierto predicamento y sustento oficial. Existen no obstante importantes discrepancias con relación a estos nombramientos, favorecidas por la tendencia de este «ambicioso y poco escrupuloso cronista», según la descripción de Jover Zamora y López Cordón, a adornar o directamente falsear sus méritos[20]. Existe acuerdo en que en 1629 fue nombrado Cronista del Reino de Castilla, si bien Kagan puntualiza que lo fue junto con otros tres autores, y que el cargo era honorífico, sin salario ni emolumento alguno[21]. Mayor confusión existe con relación a sus cargos aragoneses; tanto Brioso y Mayral como Jerez señalan que fue nombrado Cronista del Reino de Aragon en 1637; Ponce Cárdenas afirma que esto ocurrió en 1636, precisando que dicha concesión fue anulada dos años más tarde, y definitivamente restablecida en 1640. Jerez añade que, además de Cronista de Castilla (1629) y de Aragón (1637), fue nombrado Cronista del Reino en 1640, cargo al que las otras biografías no hacen mención[22]. Kagan, el más escéptico con lasinformaciones ofrecidas por Pellicer, señala que «en 1636 se adjudicó también el título de coronista del Reino de Aragón, a pesar de que Francisco Ximénez de Urrea poseía ya este oficio, y dos años más tarde comenzó a presentarse como coronista de Su Majestad en los reinos de Castilla y Aragón, cargo que no existía»[23].

Nuestra conclusión en relación con esta cuestión es que Pellicer fue nombrado Cronista del Reino de Aragón en 1636, pero no, como él mismo afirmaba, sucediendo a Ximénez de Urrea, pues este siguió ocupando el cargo hasta 1647, cuando fue sustituido por Juan Francisco Andrés de Uztárroz[24]. Diego José Dormer, Cronista del Reino de Aragón desde 1677, aclara que este cargo era en el caso de Pellicer un «título honorario», que ostentaba simultáneamente con otras personas, a diferencia de quien era, como Ximénez de Urrea, Andrés de Uztárroz o él mismo, «Cronista del Reino de Aragón en el titulo y el ejercicio»[25]. El nombramiento que Pellicer obtuvo en 1640 fue el de Cronista Mayor de los Reinos de la Corona de Aragón, distinto del anterior, y concedido por autoridad diferente. El cargo de Cronista del Reino de Aragón fue creado por las Cortes de Aragón reunidas en Monzón en 1547, y el nombramiento de los sucesivos titulares del oficio lo realizaba la Diputación General del Reino; el cargo de Cronista de la Corona de Aragón, existente desde 1599, era concedido por el monarca[26], y Pellicer fue efectivamente en este caso títular del puesto, que ejerció durante cuatro décadas[27].

Kagan añade que Pellicer más tarde empezó a utilizar el título «de nuevo apócrifo», de «Cronista mayor de España»[28]. Pellicer usó efectivamente ese título, con reproche de algunos de sus colegas y aceptación de otros[29], si bien el que con más frecuencia utilizó a partir de la década de 1640 es el de «Cronista Mayor de Su Majestad», o «Cronista Mayor y del Consejo de Su Majestad»[30]. Con la utilización del inexistente título de Cronista Mayor de España, Pellicer quizas había condensado su ejercicio simultáneo de los cargos de Cronista de los Reinos de Castilla y León y el de Cronista de la Corona de Aragón. Esta elección parece guardar también relación con el intento en 1639 del conde-duque de Olivares de crear el oficio de «Historiador de España». El cargo estaba destinado para el propio Pellicer, protegido de Olivares, pero no llego a proveerse[31]. Esta iniciativa formaba parte del objetivo del conde-duque de proporcionar un fundamento histórico e identitario a las transformaciones políticas que pretendía. El plan de unificación juridico-institucional de los Reinos de España, ya contenido en el Gran Memorial de 1624, había de verse sustentado en el plano emocional por la potenciación de la identidad nacional española, siendo un instrumentofundamental para ello el fomento de un relato histórico que tuviese como sujetos a España y la nación española[32]. En coincidencia con esta pretensión, Pellicer desarrolló en esos años, según Kagan, una «creciente percepción de sí mismo como un historiador nacional español estrechamente identificado con la Monarquía y cuyos intereses trascendían los de las miopes ambiciones patrióticas de los coronistas particulares de cada reino»[33].

Aunque Pellicer se presentaba a sí mismo desde fecha temprana como Cronista de España en su conjunto y de la Monarquía, sus más relevantes obras históricas con este amplio enfoque tardarían tiempo en ver la luz. Estas son fundamentalmente la Población y lengua primitiva de España (‍1672), «piedra primera y fundacional» según Fernández Albaladejo de una ambiciosa obra en la que trabajó largos años, y que sería publicada un año después: el Aparato a la monarchia antigua de las Españas en los tres tiempos del mundo, el adelón, el míthico y el histórico (‍1673)[34]. Pellicer concebía como continuación de esta obra los Anales de la Monarquía de España después de su pérdida (‍1681), meticulosa, caótica e incompleta narración, publicada póstumamente por su hijo Miguel, de los hechos ocurridos en la Península en el siglo posterior a la conquista musulmana[35].

Previamente, en las décadas centrales del siglo, había destacado su producción como polemista, propagandista y panegirista político, siempre en defensa de las políticas, los intereses y las figuras rectoras de la Monarquía. En sus obras en este sentido el enfoque histórico está en cualquier caso intensamente presente. Cabe destacar entre ellas su Defensa de España contra las calumnias de Francia, con la que participo en la oleada de escritos publicados en defensa de la Monarquía tras la declaración de guerra francesa en 1635.

También con intención litigante escribió Pellicer sus respuestas a las rebeliones en Cataluña y Portugal en 1640[36]; en estos textos se combina no obstante el tono duro y vehemente de otros escritos polémicos con un estilo más comedido, que busca más la convicción y el entendimiento[37]. Sus argumentos en favor de la Monarquía de España y contra las reclamaciones y pretensiones de los rebeldes se basan en criterios históricos, jurídicos y de legitimidad dinástica[38], pero también en consideraciones nacionales, como se verá más adelante.

Entre las obras más estrictamente panegíricas cabe destacar el Anfiteatro de Felipe el Grande (‍1631), exaltación de Felipe IV con ocasión de una fiesta en celebración del segundo aniversario de su hijo Baltasar Carlos, organizada por el conde-duque, y La Astrea Safica: panegirico al Gran Monarca de las Españas y Nuevo Mundo (‍1641) donde se narran de forma encomiástica los hechos del reinado de Felipe IV hasta 1635[39]. La obra que nos ocupa se incluye en este género.

ALMA DE LA GLORIA DE ESPAÑA: CARÁCTER Y RELEVANCIA DE LA OBRA[Subir]

En 1650 José Pellicer publica un epitalamio, texto en celebración del enlace matrimonial el año anterior entre Felipe IV y Mariana de Austria, de título altamente significativo: Alma de la Gloria de España: Eternidad, Majestad, Felicidad y Esperanza suya en las reales bodas. Consideramos que esta obra, casi del todo olvidada por la investigación contemporánea, constituye un documento de singular relevancia para una comprensión más precisa de las identidades colectivas en la Monarquía de los Austrias, y en concreto de los usos y significado en la época del concepto de nación, tanto en sentido general como con relación a España.

La obra es un texto intensamente ensalzador de la Monarquía de España y sus gobernantes, en parte concebido por la voluntad de medrar del autor. El conde-duque de Olivares, antaño apoyo central de Pellicer, había caído en desgracia hacía unos años. Pese a contar con una nutrida lista de relevantes detractores y enemigos, Pellicer consiguió no obstante mantener el apoyo regio, gracias en parte a sus escritos intensamente elogiosos de los gobernantes. Pieza central en esta estrategia de promoción personal fue Alma de la gloria de España, «calculado alegato exaltatorio de la monarquía y sus sujetos»[40]. La obra se inicia con una larga y laudatoria dedicatoria al monarca y otra igualmente extensa a don Luis de Haro, a quien entre alabanzas pide amparo, protección, y que sea su único mecenas[41]. De cara a la censura, el libro se incluyó significativamente dentro de la categoría de textos que «tocan al Gobierno General, y Político, y a la Causa Pública», para los que el Consejo de Castilla establecía un proceso particular, con licencia concedida por un juez superintendente de libros e impresiones, cargo desempeñado por Lorenzo Ramírez de Prado[42]. En la descripción que Pellicer hizo de este libro dos décadas después, en la relación impresa de sus obras y méritos, lo calificó en tercera persona, como«entre los suyos el de su mayor estimación»[43]. Asimismo refirió la cercanía y consideración que el rey le profesaba por entonces, y que este le pidio que entregase el libro a su esposa Mariana de Austria para que lo leyese[44].

El apoyo y estimación a Pellicer por parte de los monarcas y algunos personajes de poder e influencia politica se manifestó de manera elocuente con la concesión del hábito de la Orden de Santiago en junio de 1651, un año después de la publicación de la citada obra. La obtención de esta dignidad se suma a la larga serie de reconocimientos previos mencionados, que muestran la complacencia de figuras centrales de las élites gobernantes hacia Pellicer y sus escritos; cabe por ello suponer que las ideas y valores expresados en estos, y en concreto en Alma de la gloria de España, lejos de reflejar tan solo el pensamiento de un individuo particular, sintonizan con el discurso político asumido por la Monarquía, que Pellicer en parte reproduciría y en parte contribuyó a generar.

El texto de Pellicer es una exaltación de la Monarquía de España y sus gobernantes, pero también, como el título indica, de «España» a secas, presentada como una realidad central en la Monarquía, si bien con una identidad diferenciada de esta. En esta obra España es repetidamente descrita como una nación, y asociada a una comunidad humana específica, con un territorio propio, y una idiosincrasia única y superior a la de las demás naciones. En clave típicamente esencialista, se asigna a esta comunidad una existencia objetiva, primigenia, e independiente de cualquier expresión política de esta.

Pellicer se refiere a España como «nación», y también en ocasiones como «patria»; ambos términos tienen en esta obra significados a grandes rasgos indistintos, aunque con matices. El concepto de «nación» describe por lo general más estrictamente al grupo humano, mientras que el de «patria» alude de forma más acusada también al territorio vinculado a ese grupo humano. Se puede asimismo advertir una mayor tendencia a usar un término u otro según el contexto discursivo; por ejemplo, cuando se alude a la necesidad o exigencia moral de defender, luchar o sacrificarse por el colectivo propio, la alusión a la patria es lo más habitual, aunque no siempre es el caso. En cambio, este término («patria») nunca aparece en plural, y así se habla siempre de «naciones» cuando España es agrupada o comparada con otras[45].

La aparición histórica de la Monarquía de España, considerada como la expresión política de esa comunidad nacional, es presentada como una adecuación de las realidades institucionales al orden natural de las cosas. La unión de la nación en un ente político propio es además el prerrequisito para que esta desarrolle todas sus potencialidades, y se expanda más allá de sus confines, dando lugar a una Monarquía global y plural, en la que España y la nación española son presentadas como su referente central, fundamento y núcleo rector.

La mayoría de los teóricos del fenómeno nacional no reconocen la presencia de estas ideas asociadas al concepto de nación en este periodo histórico. El testimonio que la obra que aquí se analiza ofrece de su presencia invita a cuestionar la extendida idea de que en la Edad Moderna la nación se identificaba exclusivamente con una idea de comunidad cultural y geográfica de escasa relevancia emocional y simbólica, y sin una dimensión política. En el siguiente apartado se desgranarán distintas concepciones relacionadas con la nación que se encuentran en la obra, y que entendemos que cuestionan el anterior planteamiento.

LA IDEA DE NACIÓN EN ALMA DE LA GLORIA DE ESPAÑA [Subir]

La nación como comunidad primigenia y excelsa[Subir]

Al igual que en otras obras del autor previamente comentadas, también en esta la dimensión mítico-histórica constituye un elemento central de la argumentación. Pellicer sitúa el origen de España en los más remotos tiempos, cercanos al diluvio universal; esta idea enlaza con las más relevantes historias previas de España, que identificaban al patriarca fundador de esta con la descendencia de Noé[46]. Los españoles existirían desde entonces como un ente colectivo diferenciado, con una particular idiosincrasia y cualidades excepcionales. España, según el relato de Pellicer, ha tenido no obstante la desgracia, como respuesta a su intrínseca grandeza, de «haber merecido cuatro mil años continuos de Envidia»[47]. Esta cualidad humana, que en un habitual recurso barroco es convertida en potencia autónoma y actuante en el universo con voluntad propia, habría conspirado desde los más remotos tiempos para hurtar a España la primacía que le debería corresponder por sus superiores cualidades. Las primeras maquinaciones de la Envidia se producen ya en el periodo de los reyes legendarios que sucedieron al patriarca fundador, recogidos en las historias de la época; esta envió a poderosos personajes de otros territorios con el propósito de rebajar a la nación y arrebatarle así sus superiores cualidades, con resultado inverso al pretendido: «laEnvidia llamó a Hércules a España a vencer sus Geriones, pero la Fortuna le hizo español, y la Fama conservó la memoria de España en Hércules y de Hércules en España»[48].

Este episodio ejemplifica cómo estos intentos, aunque ocasionalmente exitosos, se han visto siempre abocados al fracaso final, pues actúan en su contra la Fama y la Fortuna, fuerzas universales benévolas y antagonistas de la Envidia, que han conseguido que España prevalezca e imponga sus superiores cualidades en lugar de perderlas.

El periodo de disgregación política entre el fin de la sucesión de monarcas primigenios y la nueva unificación bajo los romanos no supuso la pérdida de la particular idiosincrasia y superiores virtudes de los españoles. No fue enviando a España individuos sino pueblos enteros como la Envidia buscó en esos tiempos contaminar a la nación española, para hacerla perder su esencial pureza. La actuación de las potencias benévolas que protegen a España hizo que la maniobra fracasase de nuevo, pues España no se vio corrompida en su naturaleza, sino que asimiló a los elementos foráneos sin perder su pureza:

Pensó la Envidia que sangrando el cuerpo del universo con tanta y tan continua avenida de naciones como condujo a España (…) había de enfrenar esta robusta región, más la Fortuna dispuso que engrandeciese con ellas y la Fama que aquellas, perdiendo en España el nombre, se llamasen España[49].

Según Pellicer los españoles eran depositarios ya en esos remotos tiempos de las más excelsas cualidades, destacando particularmente en las actividades que centraron buena parte de las controversias de la Edad Moderna por la superioridad nacional: el ejercicio de las letras y de las armas. En relación con las primeras, Pellicer remite a una remota tradición literaria española, previa a la más antigua del mundo griego, cuya superioridad no por olvidada y desconocida en sus expresiones concretas deja de ser indudable: «antes de Hesiodo y Homero, ochocientos años, eran asombro del mundo los poetas españoles, como refiere Estrabón»[50]. En las armas, el valor y belicosidad colectivos serían asimismo ejemplares en unos españoles que ya se reconocían como tales en tiempos previos a la conquista romana: «el modo antiguo de saludarse los españoles unos a otros, aun en medio de la paz era diciendo Venzamos, Venzamos»[51].

Pero donde más patente se mostraba ya entonces la preeminencia primigenia de los españoles era en el superior plano espiritual. Pellicer relata como desde mucho antes de la llegada de la verdad revelada se conocía y seguía en España la «Ley Natural», y se profesaba una fe pura que anticipaba el cristianismo. El mismo san Agustín había reconocido tempranamente este hecho cuando, según Pellicer, comenta que los «originarios españoles (…) conocieron al verdadero dios, cuando hace la lista de las naciones del mundo antiguo que le adoraban»[52]. Estos antiguos pobladores profesaban un cristianismo avant la lettre, alejado de una idolatría que solo apareció al ser implantada por dominadores pueblos foráneos[53]. Distintos pueblos paganos, como los griegos y sobre todo los romanos, habían ido así trayendo «padrones de su ceguera, de donde la bebieron poco a poco los originarios españoles»[54].

España no recibió influjos enriquecedores al caer bajo la autoridad de Roma, sino que muy al contrario se vio rebajada por esta. No obstante, finalmente consiguió imponer su superior cualidad, impregnándola de hecho a la totalidad del Imperio: «Si Roma tuvo algunos cesares tan sabios como buenos, España se les dio. Que no lo negará quien supiere que Trajano, Nerva, Adriano, Teodosio y otros fueron de acá»[55].

Además de en el gobierno, esta superioridad se expresa de nuevo en el elevado plano de las letras, y así los nacidos en la provincia romana de Hispania no deben su talento y grandeza a cualidades aprendidas de Roma, sino al genio de su nación de origen: «Seneca, Lucano y Marcial españoles, fueron luceros de los latinos»[56]. La derrota militar de los españoles ante Roma, resultado únicamente de su desunión, se torna así en victoria de su superior genio y espíritu sobre sus dominadores: «Resulta a España la Gloria de que sus hijos vencidos pasasen a Italia a mandar a los vencedores»[57]. Llegado el momento, también serán los españoles los primeros en asumir y hacer suyo el mensaje de la revelación cristiana.

La nación expresada en un ente político propio[Subir]

En su definición clásica del nacionalismo, Ernest Gellner afirma que este es «fundamentalmente un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política»[58]. La idea básica de esta definición —que solo se puede hablar propiamente de nación cuando convergen las dimensiones etnocultural y política— es la mayoritariamente asumida por los teóricos de referencia del fenómeno nacional; igualmente mayoritaria es, como hemos señalado, la idea de que solo en el mundo contemporáneo se produce esa convergencia[59]. Esta última convicción queda refutada por algunos de los contenidos de Alma de la gloria de España, obra en la que Pellicer manifiesta de forma reiterada que lo propio y natural para la nación española es su unión en un ente político que sea su reflejo e instrumento. Pellicer relata como esto había ocurrido varias veces en la historia, y celebra que este también sea firmemente el caso en su propio tiempo.

En la visión histórica contenida en Alma de la gloria de España la unión y expresión de la nación española en un ente político propio es una culminación tan natural como necesaria. Tras el periodo romano, abordado en el anterior apartado, el destino de España se dirimió de nuevo en el sempiterno pulso entre potencias benévolas y malignas. Del predominio de las primeras resultó la aparición del reino godo, que supone para Pellicer una temprana y adecuada concordancia entre los contornos de la nación y los político-territoriales. Sin embargo, este armónico encaje fue efímero, desbaratado por una nueva maquinación de la Envidia: la conquista musulmana. Aunque esta consiguió dominar a España durante un tiempo, la progresiva reacción y recuperación del territorio por los españoles llevó a la Envidia a una nueva estrategia. Decidió sustituir la dominación foránea por la desunión y la discordia interna entre los españoles, a los que había ofuscado previamente respecto a su verdadera identidad y naturaleza:

Desesperó ya este monstruo de que otra extraña nación pudiese expugnar a España, y así dispuso que los españoles fuesen vencidos por españoles. Y viendo que de la Monarquía Goda que cayó se levantaban tantas coronas en Castilla, en León, en Aragón, en Navarra, en Portugal y en Cataluña, sin la de los almanzores en la Andalucía, hizo que unas se armasen contra otras[60].

Sin embargo, los planes del mal podían triunfar temporalmente, pero no perdurar en el tiempo ante la superior grandeza de España, y se vieron finalmente desbaratados. La Fortuna de España es de nuevo la fuerza tutelar que propició que fracasase primero la invasión musulmana, y después el intento de debilitar a la nación al fragmentarla en una pluralidad de reinos: «hizo que el imperio de los moros cediese primero al valor de los cristianos, y después que todos aquellos reinos cristianos, uniéndose en un yugo con el casamiento de Isabel y Fernando, quedasen debajo de la obediencia de un solo rey»[61].

Aunque España haya pasado por periodos de desunión y debilitamiento, el favor del que goza por parte de las fuerzas benévolas universales había de llevar según Pellicer a la definitiva recuperación de su unidad primordial: «la Fama y la Fortuna de los españoles, volviendo sobre sí, aunque el cobrarse del golpe les costó ochocientos años, quedaron encima de la Envidia»[62].

La unión de la nación bajo una única autoridad política no es, en cualquier caso, sino el punto de partida de su expansión más allá de sus fronteras, hasta la creación de una Monarquía de alcance global. La Monarquía de España es un agregado político compuesto por una pluralidad de territorios y pueblos, pero su núcleo y centro rector es, en el discurso de Pellicer, siempre la nación española. Una vez que esta pudo expresar toda su fuerza y potencial, consiguió tomarse justa revancha de sus opresiones pasadas, tornando la sumisión en dominación: «pasó a Italia y a la África sus armas, y sin perdonar a la Asia, fue pisando el cuello a cuantas naciones habían pisado el suelo de España»[63]. Es este un patrón recurrente en el discurso de Pellicer; la unión política de la nación, y la conciencia plena de sí misma, le permite materializar sus potencialidades y desquitarse de pasados agravios en periodos de falta de cohesión nacional:

A haberse conocido antes España, antes hubiera dominado el orbe. Cuando se vio desempeñada de las guerras domésticas, salió a buscar las forasteras, poniendo la vencedora planta sobre la frente de cuantas naciones pusieron en ella el pie[64].

Coincidencia en la pertenencia a la nación de gobernante y gobernados[Subir]

Además de la mencionada en el apartado anterior, Ernest Gellner ofrece una segunda definición de «nacionalismo», igualmente ampliamente referida y asumida entre los investigadores y teóricos del fenómeno nacional:

... una teoría de legitimidad política que prescribe que los límites étnicos no deben contraponerse a los políticos, y especialmente (…) que no deben distinguir a los detentadores del poder del resto dentro de un estado dado[65].

Resulta particularmente relevante para este apartado la segunda parte de la definición, referida a la coincidencia etnocultural y nacional entre gobernante y gobernados. Según una convicción arraigada, y acertada a nuestro juicio, la coincidencia en una misma identidad nacional refuerza en los gobernados el sentimiento de participar en un proyecto político compartido como comunidad, así como la idea de que el gobernante administra y dirige sus esfuerzos en favor de esa comunidad. Es no obstante habitual de nuevo considerar que esta vinculación entre gobernante y gobernados basada en una misma adscripción nacional no aparece hasta la Edad Contemporánea.

En contra de esta convicción, la identificación entre el rey y España, así como entre el rey y la patria o nación española, están repetidamente expresadas en la obra de Pellicer. Sirva de primer ejemplo este encendido elogio dirigido al monarca: «esta gran pintura de España es una nueva iluminación de idea (…) que solo tu felicidad la mantiene. Esta es aquella patria donde naciste rey, que siempre tienes presente»[66]. En razón de esa coincidencia las mencionadas fuerzas universales benévolas velan de forma indistinta por el bienestar y prosperidad de España y de su monarca, que en el relato de Pellicer comparten naturaleza, intereses y destino: «Fortuna se ha mostrado más pródiga de sus dones con España y con sus reyes»[67].

Al hablar de los apoyos recibidos por España de potencias superiores, Pellicer no solo hace referencia a las fuerzas seculares ya vistas, como la Fama y la Fortuna, sino también, y de forma más enfática, a apoyos divinos. En este segundo sentido, la simbiosis entre el rey de España y los españoles es el resultado de la voluntad de la Providencia, que provocó la comunión dichosa entre ambos como presupuesto de la grandeza que les ha otorgado, y de la aún mayor que les tiene planeada. Pellicer retoma interpretaciones previas de la tradición profética bíblica en favor de la Monarquía de España, que veían en el texto sagrado vaticinios de que a la nación y el rey españoles les estaba reservado el dominio universal. El autor aragonés apela particularmente a las interpretaciones que identificaban la quinta monarquía del libro de Daniel con España[68], y se remite a diversas predicciones astrologicas que, según comenta, señalaban que el rey que accederá al dominio universal y eterno será español, como también lo será el pueblo que le asistirá en tal empresa. El punto que marcará la culminación de este proceso será la destrucción del islam, según vaticina la «conjetura astrológica que amenaza la desolación de la secta mahometana por españoles y rey español»[69].

Pellicer enlaza aquí con una sólida tradición profético-astrológica favorable a España, en la que se puede destacar a Nicolas Factor, Francisco Navarro y Cristóbal López de Cañete[70]. Las predicciones de dominación se expresan alegoricamente a partir de símbolos como el león o los sagitarios, pero la identidad real que hay que asignar a estos es para Pellicer tan evidente y palmaria que intentar negarla no es más que un rasgo de obcecación o mala fe: «que los sagitarios sean los españoles todos lo contestan, y que por el león esté entendido el rey de España ninguna lo puso en disputa»[71].

A los indicios anteriores Pellicer añade, al igual que otros autores previos, narraciones proféticas de la tradición pagana, entre las que se incluyen las de la sibila y las pitonisas romanas. Del coincidente sentido de todas estas premoniciones Pellicer colige «el acabamiento del mundo, y que antes un rey español sería señor de todo él»[72]. El baluarte del bien frente al maligno será España, representada por un último monarca descrito en términos mesiánicos:

Príncipe que ha de añadir majestades a la majestad de España hasta la plenitud del tiempo en que toda majestad sea polvo (…) hasta la postrera felicidad de España, que ha de ser la manutención de la Fe contra el Ante Christo[73].

Hay motivos para considerar impostado el triunfalismo providencialista de esta obra, que probablemente se explica por los objetivos buscados por el autor y por los destinatarios del texto[74]; esto no resta en cualquier caso relevancia al texto desde nuestro enfoque de estudio, al que no interesa la mayor o menor franqueza del autor, sino las ideas que expresa con relación a la nación española. Pellicer presenta en este sentido a la Monarquía de España como la expresión política de un pueblo concreto, el español, gobernado por un rey cuya identidad española es de forma repetida señalada y enfatizada. Pellicer ensalza a los monarcas desde una perspectiva dinástica, pero también el hecho de que son españoles y gobiernan sobre españoles y en interés de ellos. La feliz conexión entre ambos es presentada como causa de su grandeza presente, y de su aún mayor grandeza futura.

Pertenencia natural a una nación y su ente político propio por encima de la adscripción subjetiva[Subir]

Una última idea cuya relevancia en el discurso contemporáneo de la nación a menudo se ha señalado, y cuya presencia en el siglo XVII tampoco es reconocida desde las perspectivas teóricas mayoritarias, es la de que los individuos pertenecen objetivamente a una nación específica, aunque no tengan noción de esta o se identifiquen subjetivamente con otra. La expresión más rotunda e imperativa de este patrón de pensamiento típicamente esencialista se ha producido ciertamente en la Edad Contemporánea, otorgando sustento ideológico a la acción de diferentes nacionalismos excluyentes y agresivos. Sin embargo, la obra de Pellicer ilustra como su presencia puede detectarse antes de lo que se suele suponer y, algo aún más relevante, como esta idea era utilizada ya entonces como fundamento de discursos de legitimación política.

En la visión de Pellicer, los habitantes de la península han sido natural y esencialmente españoles en todo momento histórico, incluso en los largos intervalos de desunión y ausencia de un referente político propio. Que no fuesen conscientes de serlo en algunos periodos del pasado no afectaba en cualquier caso a su inalterable naturaleza profunda. La aplicación de esta consideración a los habitantes de los reinos medievales peninsulares es recurrente en varias obras de Pellicer, como en su “Prefación a la Monarquía de los Godos”, incluida en su Bibliotheca formada de los libros ...:

... siempre que se habla en las acciones de los castellanos, son España; y de las de los aragoneses, son España; y en esta consecuencia las de los navarros, andaluces, catalanes, valencianos y vizcaínos, todas son de españoles[75].

Pellicer está haciendo en este pasaje referencia al periodo medieval, pero también a su propia época; los habitantes de la Península eran españoles incluso cuando no existía una Monarquía de España, y aunque no se apercibiesen de su identidad, y por supuesto también lo son una vez se ha manifestado plenamente la nación española, expresada en una Monarquía propia.

Este patrón esencialista de pensamiento explica que Pellicer considere la nación española como consustancial y propia a todos los habitantes de la Península, y a la Monarquía de España como su expresión política correspondiente. Los intentos de desvincularse de estas no serán de este modo sino pretensiones contra natura. En las obras que Pellicer escribió a inicios de la década de 1640 con relación a las rebeliones en Cataluña y Portugal se enfatiza en repetidas ocasiones el carácter intrínseca y prioritariamente español de portugueses y catalanes, como argumento adicional para deslegitimar y presentar como una aberración la ruptura con la Monarquía. En su Sucesión de los Reinos de Portugal y el Algarve..., Pellicer presenta la antigua unión bajo Felipe II no solo como dinásticamente legítima, sino como una adecuación, querida y dispuesta por la Divinidad, de los entes político-territoriales a una unidad previa y esencial:

... siendo Portugal porción antigua de España era justo que la parte, pues Dios lo determinaba así, correspondiese a su todo, para que incorporados todos los reinos en uno, los gobernase un rey que fuese columna, amparo y brazo derecho de la religión católica[76].

Eso justifica los términos en los que el autor habla de «la tirana inobediencia de Don Juan, Duque de Bragança»[77], cuyo intento de romper la Monarquía era resultado de un extravío identitario: «como si hubiera nacido sueco o hereje, y no español y católico»[78]. El reproche se extiende a todos quienes le han seguido, asimismo desorientados en su identidad por el ocasional predominio de «la malicia», que ha conseguido «hacer de una vez infieles tanto número de vasallos dentro del fidelísimo y siempre leal corazón de España»[79]. La traición de los rebeldes es así triple: religiosa, dinástica, y tambien nacional: «Ingratos a Dios, a su rey y a su patria, han procurado la ruina de España»[80].

Las consideraciones son similares en relación con el conflicto en Cataluña. Pellicer afirma en el prologo de su Idea del Principado de Cataluña... tener por motivación «mi celo en publico beneficio de mi patria»[81]. Una patria que considera compartida con los catalanes, lo que convierte en lucha fratricida el conflicto en «aquella provincia, cuya campaña hoy se está infelicísimamente regando con sangre universalmente española»[82].

La legitimidad del monarca se sustenta en esta obra en criterios dinásticos, pero tambien nacionales, presentes en la condena al «temerario arrojamiento de los catalanes en haberse entregado a príncipe extranjero»[83]. Pellicer hace un desdoblamiento con relación a los catalanes, como con respecto a los demás habitantes de la península, entre una identidad particular y una superior identidad común, cifrando su reproche en el olvido de la segunda, o en su relegación. A su juicio esto último era lo que se hacía en la Proclamación Católica... de 1640, escrito no rupturista de ‍SALA I BERART a cuya respuesta Pellicer dedica buena parte de su obra[84]. Este acusa a su autor de desequilibrio en la atribución de méritos y deméritos a unos y otros: «no por esto ha de querer el autor de la proclamación hacer a los catalanes superiores a todo el resto de los esclarecidos españoles»[85]. La primacía que Pellicer otorga a la identidad española conduce a la consideración de la división política como una aberración: «los catalanes son españoles»[86].

En Alma de la gloria de España no son lógicamente tan numerosas las menciones a los conflictos catalán y portugués, los cuales no obstante seguían abiertos. Varias de las referencias en la obra al perjudicial efecto que en el pasado habían tenido las luchas internas y la desunión nacional parecen en cualquier caso remitir de forma indirecta a la difícil situación en la que las rebeliones habían puesto a la Monarquía. Cuando en la obra se hace directamente alusión a estas insurrecciones, la afirmación de que suponen una traición de los rebeldes a su propia naturaleza primordial se hace sin embargo con mayor rotundidad que nunca. Pellicer encomia en este sentido, con un triunfalismo que suena impostado, la ardua labor recaída sobre Felipe IV de capitanear lo que presenta como una lucha contra compatriotas:

Ha dispuesto el cielo que tenga más que vencer que sus antepasados, pues si unos domaron africanos, otros alemanes y otros franceses, Él, tocando la última línea del valor, vencerá españoles (que españoles son catalanes y portugueses) y triunfará de más valientes enemigos que sus mayores todos[87].

CONCLUSIONES[Subir]

En este estudio hemos argumentado que Alma de la gloria de España, de José Pellicer, es un documento singularmente útil para ilustrar la intensa vinculación identitaria y el componente político que podían acompañar a la idea de nación ya a mediados del siglo XVII. Esta afirmación contradice una visión generalizada en las aproximaciones teóricas e históricas al origen y primer desarrollo del fenómeno nacional, segun la cual estas manifestaciones de la nación aparecieron por primera en fechas mucho más tardías, en el contexto de la Edad Contemporánea.

La cuestión de si es adecuado hablar de «nación», «identidad nacional» o «nacionalismo» en la época depende de la definición que asignemos a estos conceptos; el debate y las posibles discrepancias tienen por ello el peligro de centrarse más en cuestiones semánticas que en hechos históricos. Aunque aquí hemos abordado y discutido la cuestión de la conceptualización, consideramos que el aspecto fudamental de este debate lo ofrecen los datos empíricos; en este sentido este artículo pretende constatar usos concretos del concepto de nación, y una mentalidad y discurso vinculados a ellos, cuya presencia en el siglo XVII no ha sido advertida y ha sido negada por la mayoría de teóricos e historiadores del fenómeno nacional.

Algunos autores han criticado a las perspectivas de la nación llamadas «modernistas» por un exceso de teorización, unido a una escasa antención a las fuentes documentales precontemporáneas[88]. Este estudio comparte esta apreciación, y ha intentado por ello poner el acento en los testimonios e información que ofrecen esas fuentes, sin desatender la dimensión teórica. Dichos testimonios ponen en cuestión muchas de las teorizaciones más influyentes sobre la historia del fenómeno nacional, y resultan en consecuencia de gran relevancia para una mejor comprensión de su desarrollo temprano.

Ante la evidencia del recurrente uso del término «nación» en la época, desde los citados enfoques modernistas se ha argumentado con frecuencia que este tenía entonces un sentido del todo diferente al que adquiere en la Edad Contemporánea, denotando si acaso una vaga conciencia de afinidad cultural, sin connotaciones políticas. Este artículo ha ofrecido argumentos que cuestionan esa idea. Consideramos correcta la extendida idea de que solo en la Edad Contemporánea la identidad nacional se convierte en fundamento netamente dominante o incluso único de la lealtad política[89]. Es sin embargo un error generalizado afirmar que en periodos previos solo eran determinantes políticamente otras identidades colectivas, ignorando la relevancia que la identidad nacional ya había adquirido. El influyente teórico de la nación Benedict Anderson es un ejemplo temprano y paradigmático en este sentido, con su consideración de que la nación no actua como fundamento de la lealtad política hasta la Edad Contemporánea, sustituyendo entonces a los previamente relevantes sentimientos de comunidad religiosa y dinástica[90].

La apelación a esta triple identidad —dinástica, religiosa y nacional— como fundamento de la lealtad política era de hecho un lugar comun en el siglo XVII. Valga como ejemplo la obra cumbre de ese siglo en España, en la que Cervantes escribe que el soldado lucha «por su fe, por su nación y por su rey»[91]. Pellicer reproduce el motivo en la portada de su Defensa de España contra las calumnias de Francia, en la que se afirma de la obra que «El celo de Cristiano, el afecto de Español y la lealtad de vasallo la consagran a su religión, a su rey y a su patria»[92]. Aunque los fundamentos de la lealtad política son diversos, el comportamiento que reclaman del individuo es en los escritos de la época por lo general coincidente. La causa del rey, la religión y la nación se solapan.

Muchos autores que abordan la historia del fenómeno nacional adoptan, con alguna variante, un relato en el que se da el salto de una idea precontemporánea de nación, definida exclusivamente a partir de caracteres culturales, a una idea contemporánea de esta, a la que solo entonces se le reconoce un contenido y funcionalidad políticos, a menudo vinculada a la idea de soberanía nacional. En este artículo hemos querido constatar la existencia en la Edad Moderna de un periodo intermedio, a menudo ignorado; resulta en este sentido de gran utilidad la distinción conceptual entre «nación etnotípica no politizada», que coincide con la señalada extendida visión de lo que era la nación en tiempos precontemporáneos, y «nación etnotípica politizada», que aúna la dimensión cultural y política, y cuya presencia ya en la España de los Austrias defendemos.

Es importante destacar que las concepciones sobre la nación expuestas en la obra de Pellicer en absoluto reflejan un pensamiento excepcional del autor. El texto analizado ilustra de forma singularmente patente y enfática estas concepciones, y de ahí su relevancia, pero hemos ofrecido argumentos para considerar que estas expresan un pensamiento arraigado en la época, que este escrito refuerza. Cabe recordar que Pellicer escribió la obra en buena medida para agradar a las élites gobernantes, y que era por entonces una figura en parte controvertida, pero de gran influencia y reconocimiento en los más relevantes círculos intelectuales y políticos de la España de la época.

Desde las perspectivas mayoritarias de la historia de la nación se suele hacer énfasis en una radical ruptura y transformación entre una concepción precontemporánea y contemporánea de esta. Sin olvidar los importantes cambios que se produjeron en el periodo contemporáneo, este estudio quiere hacer hincapié en la más temprana aparición de ciertas ideas centrales vinculadas a la nación, y con ello en una perspectiva de continuidad y más larga trayectoria del fenómeno.

Notas[Subir]

[1]

En su obra Nacionalismo y modernidad (‍2000 [1998]), Anthony D. SMITH, ofrece una visión sistemática y exhaustiva de la gran pluralidad de autores y enfoques vinculados a esta perspectiva de la nación como un fenómeno del mundo contemporáneo.

[2]

El término «modernista», de acuñación anglosajona, resulta algo confuso en este contexto en castellano, pues alude a perspectivas que precisamente rechazan la existencia del fenómeno nacional en la Edad Moderna.

[3]

‍PELLICER, 1650: 32.

[4]

En un sentido general: ‍YARDENI, 1971. ‍GREENFELD, 1992. ‍LLOBERA, 1994. ‍HASTINGS, 1997. ‍SMITH, 2004b. ‍GROSBY, 2005. En relación con el caso español: ‍JOVER ZAMORA, 1950. ‍GARCÍA HERNÁN, 2004. ‍BALLESTER RODRÍGUEZ, 2010. ‍CEPEDA GÓMEZ y CALVO MATURANA, 2012. ‍GARCÍA CÁRCEL, 2013. ‍MORALES MOYA, 2013.

[5]

‍LEERSSEN, 2006: 20-‍21.

[6]

‍MORENO ALMENDRAL, 2021: 56.

[7]

‍MORENO ALMENDRAL, 2021: 273.

[8]

‍MORENO ALMENDRAL, 2021: 57.

[9]

‍MORENO ALMENDRAL, 2021: 57.

[10]

El autor hace una clasificación en cinco conceptos de nación, de los cuales los dos mencionados son el segundo y el tercero. Respecto a su emplazamieneto cronológico el autor comenta: «los dos primeros son claramente dieciochescos, el cuarto y el quinto pertenecen al mundo revolucionario y posrevolucionario, mientras que el tercero está en posición intermedia» (‍MORENO ALMENDRAL, 2021: 55).

[11]

‍LOADES, 1974: 443-‍445. ‍POCOCK, 1975: 102-‍103. ‍GREENFELD, 1992: 41.

[12]

Conocido habitualmente como José Pellicer, hay diversas variantes adicionales de su nombre completo.

[13]

‍CONTRERAS MIRA, 2015: 241-‍247.

[14]

‍OLIVER, 1995: 47.

[15]

El propio Pellicer imprimió en 1671 su Bibliotheca formada de los libros..., libro-relación de su voluminosa producción escrita, con un suplemento en 1674. Se consignan en esta no menos de 165 obras (‍CONTRERAS MIRA, 2015: 239).

[16]

‍BRIOSO Y MAYRAL, 1982: 2621.

[17]

‍PONCE CÁRDENAS, 2009: 532.

[18]

‍KAGAN, 2010: 329.

[19]

Según GARCÍA HERNÁN, «El cronista era personalmente el centro rector del saber oficial, era la piedra angular del edificio de la historia oficial, no tanto por su historiografía cuanto por su biografía. Vienen a ser historiadores con una amplia red de relaciones y contactos dentro de la corte con los linajes en el poder; eran en realidad servidores reales, burócratas» (‍2006: 126).

[20]

‍JOVER ZAMORA y LÓPEZ CÓRDON, 1996: 580. Sobre las polémicas de Pellicer y su descrédito entre importantes cronistas de la época, véase ‍LAZURE, 2019.

[21]

‍KAGAN, 2010: 330. El nombre del cargo en la formulación de la época era Cronista de los Reinos de Castilla y León.

[22]

‍BRIOSO Y MAYRAL,1982: 2621. ‍JEREZ, 2010: 49. ‍PONCE CÁRDENAS, 2009; 533.

[23]

‍KAGAN, 2010: 330.

[24]

En la relación impresa de su producción escrita y otros méritos, Pellicer escribe en relación a 1636 que «en este año fue nombrado Don José Pellicer por Cronista del Reino de Aragón por sus ilustrísimos diputados, y sucesor de Don Francisco de Urrea» (‍PELLICER, 1671: 20v).

[25]

Memorial de Diego José Dormer solicitando el oficio de Cronista Mayor de la Corona de Aragón en 1680, Archivo de la Corona de Aragón, Consejo de Aragón, legajo, 555, n.º 24..

[26]

Pellicer señala que en el año 1640, «en consideración de estos escritos y servicios fue servido Su Majestad de hacer merced a Don José [Pellicer] del oficio de su Cronista Mayor en los Reinos de la Corona de Aragón» (‍PELLICER, 1671: 24).

[27]

En el escrito ya citado de Dormer, dirigido al monarca, señala que ese cargo lo había conseguido «ultimamente Don José Pellicer el [año] 1640», al cual solicitaba sustituir tras su muerte.

[28]

‍KAGAN, 2010: 330.

[29]

Kagan constata este uso en la obra póstuma El lirio, hymen nupcial-genealógico en las reales bodas de los reyes (1680), y también se encuentra en la portada de su Bibliotheca formada de los libros... (‍PELLICER, 1671: s.n.). Andrés de Uztárroz afirma en una misiva de 1639 que Pellicer «ha pretendido arrogarse el nombre único de historiador de España» (en ‍LAZURE, 2019). Por el contrario Antonio de Lorea, cronista de la orden de Santo Domingo, menciona positivamente años más tarde, en el prólogo de su David pecador: empresas morales político cristianas, a «Don José Pellicer Ossau y Tovar (Cronista mayor de España, como con harta gloria de nuestra nación lo celebran las plumas extranjeras)» (‍LOREA, 1674: s.n.).

[30]

Esta es la formula utilizada entre otros textos en su Idea del Principado de Cataluña (1642), en la propia Alma de la gloria de España, en su edición del Libro primero de las antigüedades de España de Lorenzo de Padilla (‍1669), de forma repetida en el texto de su Bibliotheca formada de los libros... (1671), en Población y lengua primitiva de España (1672), en Aparato a la Monarchia Antigua de las Españas... (1673) y en sus póstumos Anales de la Monarquía... (1681).

[31]

‍GARCÍA HERNÁN, 2004: 155-‍156. Pellicer fue incluido al año siguiente, junto a autores como Adam de la Parra y Francisco de Rioja, en una Junta de Cronistas creada por el conde-duque para dar respuesta con argumentos históricos a la rebelión catalana.

[32]

Olivares muestra en una misiva esta intención en 1625, fecha cercana a la redacción del Gran Memorial: «conviene alentar los ingenios grandes por el mucho desvalimiento que esto ha tenido, de que se ha seguido haber pocos que escriban las cosas de España, con deslucimiento y mal gobierno de tan gran Monarquía» (en ‍ELLIOTT Y PEÑA, 1978: 71-‍72). Lejos de ser un proyecto específico de Olivares, este enlaza con una corriente de pensamiento que en las décadas previas defendía a nivel político la creación de un Reino de España, y a nivel identitario «asimilar a sus vasallos dentro de una nueva nación española» (‍GARCÍA GARCÍA, 2004: 411).

[33]

‍KAGAN, 2010: 338.

[34]

‍FERNÁNDEZ ALBALADEJO, 2015: 112.

[35]

Pellicer es asimismo autor de la introducción y el epílogo del Libro primero de las antigüedades de España, publicado en 1669, escrito más de un siglo antes por Lorenzo Padilla.

[36]

Se trata de Sucesión de los Reinos de Portugal y el Algarve, feudos antiguos de la Corona de Castilla (1640), e Idea del Principado de Cataluña: recopilacion de sus movimientos antiguos i modernos y examen de sus Privilegios (1642).

[37]

‍CEPEDA ADÁN, 1996: 805-‍824.

[38]

‍MARTÍN POLÍN, 2000: 136-‍138.

[39]

El Anfiteatro de Felipe el Grande ha sido objeto de mayor atención, como exponente señero del relato de fiestas cortesanas, encomiástico del monarca (‍BLANCO, 1998. ‍ETIENVRE, 1999. ‍GARCÍA MORATINOS, 1999).

[40]

‍SUÁREZ QUEVEDO, 1994: 1480.

[41]

‍PELLICER, 1650: 5v.

[42]

‍BOUZA, 2014: 16. Miembro él mismo del Consejo de Castilla, Ramírez de Prado fue también designado por el rey, en sustitución de don Luis de Haro, organizador de la celebración en Madrid del enlace matrimonial (‍MOYA GARCÍA, 2015: 197).

[43]

‍PELLICER, 1671: 43v.

[44]

Pellicer destaca que el monarca le había mostrado publicamente particular aprecio en las celebraciones de la boda, «siendo Don José Pellicer el primero vasallo que con obsequio de esta calidad, puesto a sus reales pies, mereció besar su real mano en audiencia particular» (‍PELLICER, 1671: 43v). Esta relación impresa de las obras de Pellicer estaba dedicada a la reina Mariana de Austria, por entonces regente; en ella el autor le recuerda lo que ocurrió cuando veintiún años antes se publicó Alma de la gloria de España, en vida de Felipe IV: «Su Majestad entonces se sirvió mandarme la pusiese en las reales manos de V. M., que le sirvió también de honrar, leyendo aquel escrito» (‍PELLICER, 1671: 1).

[45]

Por otro lado, los conceptos de «nación» y «patria» no eran ciertamente empleados en el territorio peninsular de forma exclusiva con relación a España, sino aplicados, con sentidos diversos, también a otros grupos humanos y territorios. Resulta de particular interés en este sentido el monográfico en el volumen 80, n.º 266 de la revista Hispania, coordinado y presentado por BRAVO LOZANO y FLORISTÁN IMÍZCOZ (‍2020).

[46]

Este primer patriarca sería Tubal, hijo de Jafet, para, entre otros, Florián de OCAMPO (‍1791 [1543]: 3), y Juan de MARIANA (‍1852 [1601]: 5). En relación a los escritos de la época sobre los orígenes remotos de España, véase WULFF (‍2003: 23-‍29 y 51-‍52). En los escritos históricos tardíos de Pellicer que abordan especificamente estos tiempos, particularmente en su Población y lengua primitiva de España, este defiende la opción de otro personaje de la estirpe de Noé como figura fundadora: «no fue Thubal quien dio principio a esta corona, y a casi las demás del Occidente; sino Tharsis, su sobrino, hijo de Javán, su hermano» (‍PELLICER, 1672: 17v-18). En relación con esta controversia, véase ‍FERNÁNDEZ ALBALADEJO, 2015: 120-‍123.

[47]

‍PELLICER, 1650: 27.

[48]

‍PELLICER, 1650: 27.

[49]

‍PELLICER, 1650: 27.

[50]

‍PELLICER, 1650: 40.

[51]

‍PELLICER, 1650: 29.

[52]

‍PELLICER, 1650: 30.

[53]

«Extranjera entró en España la idolatría» (‍PELLICER, 1650: 30).

[54]

‍PELLICER, 1650: 30.

[55]

‍PELLICER, 1650: 31. Años más tarde, Pellicer defendería en su Aparato a la monarchia antigua de las Españas... la «verdadera fundación de Roma por príncipes españoles» (‍PELLICER, 1673: 33).

[56]

‍PELLICER, 1650: 31.

[57]

‍PELLICER, 1650: 31v.

[58]

‍GELLNER, 2008 [1983]: 67.

[59]

A modo de ejemplo Eric HOBSBAWM, otro de los referentes centrales en el estudio sobre la nación, suscribe en su obra clásica literalmente la definición de Gellner, así como la idea de que esta describe un fenómeno restringido al mundo contemporáneo (‍1995 [1990]: 17).

[60]

‍PELLICER, 1650: 27v.

[61]

‍PELLICER, 1650: 27v.

[62]

‍PELLICER, 1650: 27v.

[63]

‍PELLICER, 1650: 27v.

[64]

‍PELLICER, 1650: 29.

[65]

‍GELLNER, 2008 [1983]: 68.

[66]

‍PELLICER, 1650: 35.

[67]

‍PELLICER, 1650: 25.

[68]

«La quinta, aunque los herejes nieguen la posibilidad de haberla. Pero si hicieran con estudio y como conviene la anatomía de la estatua de Daniel, supieran que comenzó en España» (‍PELLICER, 1650: 33v). Se pueden encontrar precedentes de esta argumentación en autores tan tempranos como Antonio de NEBRIJA en su Historia de los Reyes Católicos (‍1992 [1509]: 126), y en fechas más cercanas en Juan de SALAZAR en su Política española (‍1997 [1619]: 230-‍231).

[69]

‍PELLICER, 1650: 50v.

[70]

‍REDONDO, 2000. PELLICER, de hecho, se remite explícitamente a Nicolas FACTOR (1650: 51v). Se puede añadir a esta relación de autores a Juan de Salazar, cuya Política española (1619) muestra grandes similitudes en este sentido con la obra de Pellicer.

[71]

‍PELLICER, 1650: 51.

[72]

‍PELLICER, 1650: 50v.

[73]

‍PELLICER, 1650: 48v.

[74]

El tono y afirmaciones del texto contrastan, por ejemplo, con los de sus Avisos (‍PELLICER, 2002), relaciones de sucesos manuscritas del periodo 1639-‍1644 para un público restringido, cuyo carácter más privado hace suponer una mayor franqueza. En estos abundan las descripciones pesimistas de los sucesos militares de la Monarquía, y de la situación de esta en general, e incluyen críticas hacia sus dirigentes y visiones pesimistas sobre el futuro (‍ETTINGHAUSEN, 2012: 81-‍82).

[75]

‍PELLICER, 1671: 135v

[76]

‍PELLICER, 1640: 26.

[77]

‍PELLICER, 1640: 5.

[78]

‍PELLICER, 1640: 6.

[79]

‍PELLICER, 1640: 5.

[80]

‍PELLICER, 1640: 30.

[81]

‍PELLICER, 1642: s,n.

[82]

‍PELLICER, 1642: s.n.

[83]

‍PELLICER, 1642: 2.

[84]

‍ARREDONDO, 2001.

[85]

‍PELLICER, 1642: 573.

[86]

‍PELLICER, 1642: 574.

[87]

‍PELLICER, 1650: 9v-10.

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[91]

‍CERVANTES, 1980 [1605]: 595.

[92]

La primera página del libro tan solo recoge una sentencia, que apunta en el mismo sentido: «Pulchrum est pro religione, pro rege, pro patria mori» (‍PELLICER, 1635).

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